En los últimos años,
como emprendedor y como líder de equipos, me he dado cuenta de un grave
problema que aqueja a las nuevas generaciones. Hablo de ellas porque mis
equipos siempre están formados por personas jóvenes, incluso más que yo, que
compensan su falta de experiencia con buenas ideas, frescura y una gran energía
en el trabajo.
Desconozco si las generaciones anteriores a la mía
(nací a mediados de los 80) también sufrían estos males, pero yo puedo hablar
de lo que conozco y veo en mi día a día.
Veo que existe una enorme incapacidad para lidiar
con la adversidad
No sabemos trabajar con el error
El error forma parte de nuestra vida diaria, pero
en los últimos tiempos se ha demonizado. El sistema educativo “moderno” (y lo
entrecomillo, porque de moderno no tiene nada) está basado en la calificación
dual: baja es mala, alta es buena. El error se persigue, se penaliza, y es
sinónimo de vergüenza y exclusión.
Pero el error está íntimamente ligado a nosotros
Es gracias a su existencia que el hombre dejó de
vestirse con pieles y de vivir en cuevas, y logró llegar a la luna y curar
raras enfermedades.
Todo progreso necesita un aprendizaje, un
perfeccionamiento, y este solo es posible explorando todos los caminos
posibles. También aquellos que no llevan a ninguna parte.
Porque si no, ¿cómo sabríamos que no llevan a
ninguna parte?
Sin embargo, el entorno brutalmente competitivo en
el que hemos convertido nuestra sociedad nos ha vuelto intolerantes con el
error.
Lo repudiamos, lo tememos y lo despreciamos. Lo
asociamos con el fracaso, y el fracaso con sentimientos de tristeza o enojo. El
fracaso hace que nos regañen nuestros superiores y clientes. El fracaso nos
puede llevar a la ruina económica. El fracaso puede hundir nuestra vida.
Pero el error no es malo, y deberíamos afrontarlo
como lo afrontaba Edison
No fracasé 1,000 veces, sólo descubrí 999 maneras
de cómo no hacer una bombilla.
No somos capaces de ver su verdadera naturaleza, y
eso nos está frenando.
Cambiar tu perspectiva para destacar
En los países desarrollados, los más jóvenes tienen
(tenemos) el enorme handicap de haber crecido, habitualmente, en una burbuja.
Nuestros padres nos han sobreprotegido y sobreelogiado durante toda nuestra
etapa de desarrollo. Y aunque no lo hicieron con maldad, lamentablemente nos
han debilitado.
Hoy no sabemos lidiar con el error, ni con las adversidades
que comporta, y que no son otra cosa que el motor del progreso. La presión nos
destruye y paraliza. Los problemas inesperados nos bloquean. Los reveses nos
deprimen.
Los psicólogos y coaches proliferan como setas,
tratando de ayudar a una generación de personas hundidas por adversidades de
las que se hubieran reído sus propios abuelos.
La sociedad es hoy más frágil. Por eso son tan
valiosas las personas que saben trabajar en entornos hostiles.
El cine nos ha hecho construirnos una fantasía, en
la que todas las oficinas son lugares donde uno va a divertirse y a disfrutar.
Y no hay nada más lejos de la realidad: puedes pasarlo bien en tu trabajo, pero
si quieres llegar al éxito, la mayoría de los días son de lucha y escalada.
Ninguna apariencia es tan real como queremos creer
Pregunta a cualquier trabajador de Google si su día
a día consiste en dormir siestas, ir al gimnasio con sus compañeros y
deslizarse por toboganes mientras se le ocurre “the next big thing”. La
realidad puede sorprenderte.
Debemos, por tanto, aceptar que la vida, a veces,
es dura. ¡Es dura, es fea, es sucia!
Necesitamos una piel y unos nervios de acero para
progresar. Y solo progresaremos cometiendo errores. La perfección no provoca
avances. De hecho, si existe, solo es como el final de un camino. Pero hay más
por explorar. Hay más tropiezos que dar.
Abracemos la imperfección que abre nuevas
puertas
Aprendamos a amar el error.
Autor: José C. Soto
https://www.infomistico.com
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