En el imaginario popular, la palabra "trauma" se ha vinculado con los acontecimientos negativos y las situaciones difíciles. Sin embargo, esa concepción del trauma implica tener un locus de control externo, poner la responsabilidad en las circunstancias y convertirnos en víctimas pasivas. Ese concepto de trauma psicológico nos maniata de pies y manos.
En realidad, todo trauma psicológico siempre es el resultado de la interacción de las situaciones que vivimos y el significado que les conferimos, lo cual significa que todos estamos expuestos, en mayor o menor medida, a sufrir traumas emocionales que dejen profundas heridas. No obstante, también significa que podemos protegernos de los traumas y, sobre todo, que podemos sanar.
¿Qué es el trauma psicológico?
Pierre Janet resumió a la perfección el concepto de trauma psicológico: “Es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras. El terror se convierte en una fobia al recuerdo que impide la integración del acontecimiento traumático y fragmenta los recuerdos traumáticos apartándolos de la consciencia ordinaria, dejándolos organizados en percepciones visuales, preocupaciones somáticos y reactuaciones conductuales”.
Esto significa que para que se produzca un trauma psicológico es necesario que se cumplan tres condiciones:
1. Exista un acontecimiento que consideremos estresante.
2. No tengamos los recursos emocionales y cognitivos necesarios para afrontar ese acontecimiento.
3. Incapacidad para procesar emocionalmente lo ocurrido, de manera que nos quedamos atascados en el recuerdo traumático.
Cuando pensamos en los traumas psicológicos, solemos imaginar situaciones límite. Esos son los traumas con “T” mayúscula, acontecimientos generalmente inesperados y con un gran impacto emocional que depletan nuestros recursos de afrontamiento. Por suerte, estos traumas son menos comunes.
Sin embargo, también existen traumas con “t” minúscula, que son mucho más comunes e incluso pueden llegar a ser más peligrosos puesto que no siempre somos capaces de identificarlos. Estos traumas están causados por la exposición repetida a acontecimientos que terminan dañando nuestros recursos de afrontamiento, como pueden ser varias pérdidas o situaciones de humillación y sufrimiento. Se trata de “traumas acumulativos”.
Para comprender la diferencia entre ambos tipos de traumas, podemos imaginar que los traumas con “T” mayúscula son un chorro de agua que llena nuestro “vaso psicológico” en un abrir y cerrar de ojos. Los traumas acumulativos, con “t” minúscula, llenan ese vaso gota a gota. No obstante, en ambos casos el vaso termina desbordándose.
Muchas personas subestiman los traumas con “t” minúscula ya que su mecanismo de acción es más sutil, pero su efecto acumulativo puede causar mucho daño. Un estudio realizado en el Hospital General de Changi de Singapur pone de manifiesto los efectos de lo que podríamos denominar “pequeñas sacudidas emocionales”.
Estos psicólogos le dieron seguimiento durante 9 meses a más de 3.000 personas que habían sufrido un accidente de coche. Comprobaron que la mitad de ellas había desarrollado algún trastorno psicológico a raíz del accidente. No obstante, no se trataba de estrés postraumático ya que este generalmente se desarrolla como resultado de un trauma con “T” mayúscula, sino problemas de ansiedad y depresión. Esto indica que es probable que ese accidente haya sido la gota que colmó un vaso psicológico que ya estaba bastante lleno.
Trauma psicológico: Causas y síntomas
Para que se produzca un trauma emocional, no solo es necesario que ocurra una situación perturbadora, también debemos percibirla como tal. Por tanto, los traumas dependen en gran medida del significado que le atribuimos a las experiencias que atravesamos. De hecho, se estima que el 64% de las personas que se exponen a episodios traumáticos no desarrollarán un trastorno psicológico.
Para que un acontecimiento genere un trauma psíquico, debe romper nuestro equilibrio psicológico, poniéndonos en una situación de gran fragilidad emocional e incertidumbre. Más tarde, aunque seamos perfectamente conscientes de que el “peligro” ha quedado atrás, no logramos despojarnos de las emociones negativas y la sensación de malestar que este generó.
Por eso, en el fondo, la causa del trauma psicológico es nuestra incapacidad para procesar emocionalmente las situaciones vividas. Esas experiencias no se integran de manera armónica en nuestra línea vital sino que se mantienen activas en nuestra mente.
A la larga, esas experiencias pueden llegar a provocar cambios en la bioquímica cerebral. Mientras atravesamos una situación traumática la amígdala, uno de los centros emocionales del cerebro, se mantiene activada, lo cual genera un exceso de cortisol, una hormona que inhibe el funcionamiento del hipocampo, una estructura fundamental en el proceso de simbolización de las experiencias y su temporalización en nuestra historia vital. Esa es la razón por la cual, es muy difícil que las experiencias traumáticas se puedan convertir en hechos narrativos y logremos pasar página.
Sin embargo, no siempre es fácil reconocer que estamos sufriendo un trauma pues a veces los síntomas del trauma psicológico no son tan evidentes. Cada persona reacciona de manera diferente, aunque algunos de los signos del trauma emocional más comunes son:
- Pesadillas. Incluso en los casos en los que se produce una disociación, un mecanismo de defensa a través del cual apartamos la situación traumática de nuestra mente consciente, a menudo pequeños retazos del episodio traumático se reviven o aparecen en los sueños en forma de pesadillas.
- Ansiedad, nerviosismo e irritabilidad. A menudo los traumas generan un estado de expectación ansiosa que nos mantiene en vilo, como si en cualquier momento fuera a ocurrir algo malo. Esa tensión constante pasa factura generando irritabilidad y nerviosismo, haciendo que reaccionemos de manera exagerada ante las situaciones cotidianas de la vida.
- Anestesia emocional. En algunos casos, sobre todo cuando el impacto emocional ha sido muy fuerte, se produce una especie de anestesia emocional, un mecanismo de defensa que se activa para protegernos de otros golpes. De repente, es como si la vida perdiera el sentido, nada nos importa ni anima, nos sentimos desconectados de nuestras emociones, hasta el punto de que podemos sentirnos ajenos a nosotros mismos.
- Indefensión aprendida. Los traumas acumulativos suelen generar este sentimiento, que se manifiesta con la sensación de que nada de lo que hagamos puede marcar la diferencia. Los traumas con “t” minúscula suelen generar un mecanismo de defensa pasivo, nos limitamos a protegernos pues creemos que cualquier esfuerzo es inútil, lo cual genera la sensación de indefensión, que suele terminar desencadenando un cuadro depresivo pues no somos capaces de vislumbrar cómo salir de esa situación y nos limitamos a sufrirla.
- Culpa y vergüenza. A veces podemos experimentar una profunda sensación de vergüenza, sobre todo cuando creemos que la situación traumática ha sido culpa nuestra, lo cual genera a su vez vergüenza. También podemos reaccionar enfadándonos con nosotros mismos, o culpando al mundo de lo ocurrido, lo cual se debe a que estamos buscando un sentido para lo ocurrido, pero no podemos hallarlo y eso nos frustra.
- Síntomas psicosomáticos. A menudo los traumas psicológicos terminan generando problemas que impactan en la salud física. Lo más común es que se manifiesten a través de dolores musculares, pero también pueden desencadenar problemas dermatológicos, migrañas, dificultades gastrointestinales, generar ataques de pánico o dar lugar a enfermedades psicosomáticas mucho más complejas.
¿Cómo superar un trauma?
Superar un trauma no es sencillo, a menudo es necesario apoyarse en un psicólogo ya que hurgar en la herida emocional sin los conocimientos adecuados puede hacer que supure más, causando un daño aún mayor.
Sin embargo, lo que sí podemos hacer es “blindarnos” contra los traumas emocionales. Se ha apreciado que existen dos factores que aumentan las probabilidades de vivir una situación como traumática:
- Tener problemas psicológicos anteriores a la situación traumática, como padecer estrés, ansiedad o depresión.
- Evitación experiencial, evitar los recuerdos, sentimientos o pensamientos relacionados con el episodio traumático.
Por tanto, llenar tu mochila de herramientas para la vida te ayudará a enfrentar mejor las situaciones difíciles, de manera que no se conviertan en un trauma. El primer paso es comprender que los traumas no son experiencias sino respuestas emocionales, por lo que es en ellas que debemos trabajar.
Fuentes:
Chan, A. O. et. Al. (2003) Posttraumatic stress disorder and its impact on the economic and health costs of motor vehicle accidents in South Australia. Journal of Clinical Psychiatry; 64(2): 175-181.
Rasmusson, A. M. et. Al. (2000) Low baseline and yohimbine-stimulated plasma neuropeptide y (npy) levels in combat-related ptsd. Biol Psychiatry; 47: 526-539.
Goodyer, I. M. et. Al. (1998) Adrenal steroid secretion and major depression in 8-to 16-year-olds, iii: Influence of cortisol/dhea ratio at presentation on subsequent rates of disappointing life events and persistent major depression. Psychol Med; 28: 265-273.
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