Charlando con una
consultante acerca de un cambio laboral que desea, me doy cuenta de que no
tiene objetivos ni estrategias claras, lo cual explica sus reiterados
fracasos. Cuando le pregunto: “Específicamente, ¿cuál sería tu labor; cuánto
ganarías; con qué clase de personas quisieras hacerlo; cuántas horas
trabajarías; hacia dónde vas, cuál es tu meta del corazón? Y, yendo a lo
personal, ¿qué aportarías; qué aprenderías, qué potencial deseas liberar tanto
de los demás como de ti; cuánto valoras tu formación, tu capacidad, tu
dedicación, tu tiempo; sientes que contribuyes con tu presencia, tu
creatividad, tu entusiasmo, tu energía?”.
Sé que la mayoría de las
personas (y de los emprendimientos y pymes) no se plantean esto, sobre todo en
los países latinoamericanos donde todo cambia de un día para otro, pero, si no
tenemos un rumbo, vamos timoneando despavoridos, esquivando los escollos hasta
estrellarnos. Pasa lo mismo cuando se desea una pareja; pocos tienen
claro sus condiciones y aportes. Es como cuando no tomamos una
decisión: la termina tomando lo peor de nosotros(los miedos, las
limitaciones, la baja autoestima, la presión familiar y social, etc.).
Ser conscientes y
sinceros acerca de quiénes somos, qué y cómo queremos las cosas, dónde vamos,
cuándo es el momento oportuno cuesta mucho y somos perezosos para diseñar tanto
pero las consecuencias de no hacerlo son todavía más caras, difíciles y
sufridas. Obviamente, no se trata solo de saber (un primer paso
importantísimo) sino de llevarlo a la concreción.
En un mundo llevado
adelante por gente energética (un 80% de la población), pareciera que lo
siguiente es salir impetuosamente a lograrlo. Por lo general,
así lo hace quien no tiene definido nada y acaba frustrado y amargado porque no
consiguió más que trabajar mucho y ganar poco. Los que las tienen claro
tampoco tienen demasiado éxito porque buscan iniciar cuando su táctica es
esperar.
Entramos en zona de
peligro: “¡¡¿Qué!!? ¿Me voy a sentar a esperar que me caigan las
cosas?”. No es tan así pero resulta que sí, ya que vivimos en
una realidad Yin no Yang. Lo explico mejor: el espermatozoide va
afanosamente en busca de su meta mientras el óvulo espera que le llegue y se
abre a lo que elige. ¿Cuál crees que esta cultura premia y cuál
repudia? Sin importar nada, la verdad se impone por sí misma: la
estrategia de la inmensa mayoría es esperar, nos guste o no.
Según Diseño Humano,
solo el 9% (los Manifestadores) pueden iniciar, sin aguardar y sin necesitar a
nadie. Los Generadores (un 70%) deben esperar momento a momento para
responder a lo que la vida les trae, los Proyectores (un 20%) deben esperar a
ser reconocidos e invitados y los Reflectores (un 1%) deben esperar un ciclo
lunar. Tanto énfasis de los cursos y manuales de autoayuda en “¡levántate
y hazlo ya mismo!” para nada… Con razón tanta frustración y poco éxito en
la realidad…
Pero, ¿qué es
esperar? No se trata de algo pasivo, es una espera activa: en
principio, desarrollar esas preguntas del inicio; luego, prepararnos tanto
externamente (cursos, escritura, publicidad, contactos, etc.) como internamente
(reconocer y soltar los impedimentos, temores, resistencias, programas;
aprender paciencia, consciencia, autovaloración, perseverancia, etc.);
después, confiar en la magia silente de nuestra aura.
Acostumbrados a la
acción, la lucha y el empuje (Yang), nunca entendimos que nuestra energía atrae
(Yin). Sí, lo leímos mucho pero ¿lo creemos
realmente? Todo lo que describí anteriormente está activo en nuestra aura
y gravita, capta, cautiva, conquista, provoca, motiva, causa. No solo a
nuestro alrededor sino en cualquier lugar porque Todos Somos Uno y la gracia de
ser quiénes somos abre los caminos sencillamente a lo que es mejor para
nosotros.
Por eso, conócete, fluye
con tus cualidades y aprendizajes, aprecia tus dones, abraza la vida, confía en
tu magia.
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