Cada pensamiento, cada sentimiento, cada emoción que tenemos vibran a una determinada frecuencia que podemos comparar con una emisora. Podemos comparar nuestro cerebro con un instrumento de retransmisión, como una radio que capta lo que difunde la emisora que sintonizamos al elegir la frecuencia.
Supongamos que una de tus vecinas va a tu casa y te dice: “tienes suerte, cada vez que vengo oigo melodías agradables en tu radio. En mi casa no escucho más que malas noticias que me preocupan y una música que me vuelve loca”. ¿Le responderías que tiene razón, que tienes suerte y ella no? Por supuesto que no, porque sabes muy bien que la suerte no tiene nada que ver con esto. Más bien le dirías: “No tienes más que cambiar de emisora o de frecuencia.
Enfermar, sentirse desgraciado o encontrarse en una situación desagradable no es cuestión de mala suerte ni una casualidad o un castigo divino. No es más que sintonizarse con determinada frecuencia.
Solo hay que cambiar de una frecuencia negativa a otra positiva para que el malestar, el dolor o la enfermedad desaparezca, para transformar una situación difícil o para mejorar nuestra relación con los demás.
Veamos un ejemplo: contrato el servicio de una empresa de mudanzas especializada en el transporte de instrumentos musicales para que trasladen mi piano lacad en negro. Durante el trayecto uno de los empleados realiza una falsa maniobra que hace que el piano se desnivele y se raye en un lado. Yo me enfado muchísimo y la emprendo con el responsable de la empresa exigiéndole una reparación. Estoy enfadado y triste a la vez ya que este piano era de mi padre. Esta emoción me ha dejado sin energía. Al día siguiente aparece en mi labio una calentura además de una erupción de granos en el brazo.
La empresa lleva el piano a un taller de restauración que lo deja como nuevo. Ya no tengo ninguna razón para seguir enfadada e incluso aprecio el servicio que me han ofrecido pensando que son cosas que pasan. Los granos y la calentura desaparecen y recupero mi energía. ya no estoy en la frecuencia del enfado.
Por consiguiente las frecuencias vibratorias pueden ser altas o bajas: las altas están relacionadas con la salud, el bienestar, la armonía y la felicidad. Y las bajas dan como resultado el malestar, sufrimiento y enfermedad. De hecho sería mejor utilizar los términos de “armonía” y “equilibrio” para definir el estado de salud y “falta de armonía” y “desequilibrio” para expresar lo que llamamos malestar o enfermedad. La curación no es más que volver al estado de armonía y equilibrio.
Pero recuerda que eres libre de sintonizar con una u otra frecuencia. Al conocer el funcionamiento de las frecuencias vibratorias, podemos comprender cómo damos lugar a tal o cual enfermedad. Lo mismo sucede con los acontecimientos que vivimos en nuestra vida. Las frecuencias vibratorias existen en nuestras vidas con una función de continuidad: cambian pues de un momento a otro siguiendo una cadena. Si pensamos en nuestra vida, ¿no es una sucesión –cadena- de acontecimientos agradables y desagradables?
La Metamedicina se interesa en algo más que la curación del cuerpo físico de la persona, pues se centra en la asimilación de la lección que la persona afectada debe aprender para su evolución.
Ahora disponemos de una buena visión de la primera parte de la ley de la responsabilidad que consiste en aceptar que nada es fruto del azar. Todo tiene su razón de ser, y según las frecuencias vibratorias engendradas por nuestros pensamientos, creencias, sentimientos, emociones así como las palabras que pronunciamos y las lecciones que tenemos que integrar, encontraremos en el mundo los acontecimientos o las circunstancias que le corresponden.
Una vez asimilada esta primera parte, no podemos sentirnos ya víctimas y decir: “No es mi culpa”, “no he tenido suerte”. Tampoco podemos actuar como abogados que buscan un culpable al que acusar: “Mis úlceras de estómago son por su culpa, él escucha siempre las noticias y esto me angustia”. “Es él o ella quien ha provocado mi enfado”. “Mi padre ha destruido mi vida”. “Mi madre nunca me ha querido, por eso no puedo ser feliz”.
Con la ley de la responsabilidad, ya no hay víctimas ni verdugos. Por consiguiente no puedes acusar a los demás de lo que vives porque ineludiblemente hay algo en ti que te hace reaccionar de esa manera o lleva al otro a tratarte así. El otro no es más que un espejo en el que nos miramos. Uno puede rechazar su furia y otro expresarla con violencia pero ambos están presos en ella.
Esto no significa que tengamos que permitir que un niño soporte malos tratos de su padre, ni dejar que los que sufren expresen su violencia sin reaccionar, ni que los genocidas aniquilen a su pueblo. No solo tenemos una responsabilidad individual respecto a nuestra salud y felicidad, también tenemos una responsabilidad colectiva.
Una historia cuenta que un día el cerebro, el pulmón y el corazón discutían para saber cuál de ellos era más importante. El cerebro decía: “soy yo porque doy las órdenes”. Los pulmones replicaron: “Sin aire no puedes funcionar, por tanto, yo soy más importante. El corazón dijo: “Sin mí, tu aire no circularía y ambos os asfixiaríais”. El ano al oírles discutir se cerró y les dijo: “Cuando os hayáis puesto de acuerdo, me abriré.”
Este pequeño cuento nos demuestra que un organismo es primero y ante todo un conjunto de componentes y que si uno de los órganos está afectado, repercutirá en el resto del organismo. Si vivimos en armonía con nosotros mismos y con nuestro entorno, nuestro cuerpo lo reflejará con un estado físico en el que todas nuestras células colaborarán armónicamente. De este modo llegamos a la conclusión de que nos corresponde a nosotros mismos responsabilizarnos de nuestra salud y nuestra felicidad.
Si reconocemos que hemos creado tal o cual situación o hemos atraído determinado acontecimiento a nuestra vida y pensamos que este acontecimiento no “es correcto” o que es malo, esto no puede más que llevarnos a adoptar una actitud reprobatoria o un sentimiento de culpabilidad. Sin embargo si comprendemos que son nuestras actitudes las que han dado lugar a esos acontecimientos, podremos aceptar éstos sin culpabilizarnos, porque esos acontecimientos están relacionados directamente con las lecciones que debemos integrar en nuestra evolución.
Esta segunda parte de la ley se basa en el reconocimiento de que la situación creada o el acontecimiento vivido eran necesarios para nuestro camino evolutivo.
Es lo mismo que decir que, cualquier cosa que hayamos vivido, cualquiera que sea la enfermedad que nos afecta o el trágico suceso que hayamos sufrido, lo necesitábamos para asimilar lecciones esenciales para nuestra evolución. En las lecciones de vida que tenemos que integrar todo es perfecto, aunque a menudo únicamente lo vemos retrospectivamente o en la distancia.
Admitirlo nos hace adquirir mucha más flexibilidad ante las situaciones que encontramos en la vida o ante las personas que tratamos. Reconoce que todo es perfecto no significa abdicar, abandonarse o no reaccionar. Al contrario es actuar con responsabilidad en lugar de elegir la vía de la rebelión o de la abdicación. Abdicar es cruzarse de brazos y creernos cometidos a una fatalidad de la que no podemos escapar.
Por el contrario actuar con responsabilidad es:
Reconocer que somos los creadores de nuestra vida.
Intentar comprender la razón de este desequilibrio y la lección que debemos asimilar.
Pasar a la acción para recuperar la armonía
Esta actitud aumentará tu bienestar a la vez que progresas en tu camino evolutivo
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