Decía el poeta John Donne que ninguna persona es una isla, algo completo en sí mismo. Todos somos un fragmento, una parte de un continente en el que estamos obligados a convivir. Y hacerlo no es fácil. Así, algo que, sin duda, nos agradaría a todos es que aquellos con los que establecemos un vínculo significativo actuaran siempre como queremos y esperamos.
A la mayoría de nosotros nos agrada la predictibilidad. Saber que si espero algo de alguien, este lo cumpla. Entender y dar por sentado que mi pareja, familia y amigos responderán de tal modo a determinadas circunstancias, que serán siempre fiables, que la visión que tenemos de ellos es la correcta y se mantendrá de ese modo a lo largo del tiempo.
Sin embargo, esta variable no siempre se cumple. Esta fórmula no ofrece en todos los casos el resultado que esperamos. Porque, a veces, nos fallan. En ocasiones somos testigos de reacciones, respuestas y comportamientos inesperados que no solo nos sorprenden, también nos hacen daño. Todo ello nos obliga a preguntarnos ¿es error nuestro? ¿no supimos ver cómo era en realidad esa persona? Intentemos responder a estas cuestiones a continuación.
«Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez».
-Gabriel García Márquez-
Nunca llegamos a conocer a una persona ¿es cierta esta expresión?
La realidad es que nunca llegamos a conocer a una persona. No en profundidad y no con la certeza suficiente como para calzarnos sus zapatos, introducirnos en su universo mental y predecir con total exactitud qué hará y qué no hará en cada momento. Asumir esto no tiene por qué ser negativo o preocupante. Las personas no tenemos un control absoluto sobre todo aquello que nos rodea y esto es algo que debemos asumir.
Las personas podemos cambiar (y en ocasiones necesitamos hacerlo)
Una de las razones por las que nunca podemos llegar a conocer a una persona es porque todos nosotros tenemos la capacidad de cambiar, de asumir nuevos objetivos vitales, de avanzar, madurar e incluso cambiar algunos rasgos de nuestra personalidad. Este es un tema sin duda muy polémico, porque de algún modo hay quien asume que la personalidad queda conformada en la edad adulta y a partir de solo son posibles los cambios menores.
Sin embargo, asumir esta perspectiva puede hacernos saltar de decepción en decepción. Las personas cambian porque las experiencias nos cambian. Porque la vida en ocasiones nos sitúa ante determinados hechos donde uno debe replantearse ciertas cosas y hasta reconstruirse de nuevo.
Estudios, como el llevado a cabo por el doctor Nathan W. Hudson de la Universidad de Michigan, respaldan una idea interesante. Gran parte de nosotros no estamos plenamente satisfechos con nuestra personalidad. Así, uno de nuestros objetivos vitales es ir puliendo nuestro auténtico yo, trabajando inseguridades, fortaleciendo la identidad y cambiando determinados rasgos para sentirnos más realizados.
Ese proceso de cambio, puede suponer en ocasiones dejar atrás determinados vínculos o incluso decepcionar a seres cercanos. En nuestro camino hacia la autorrealización es casi inevitable no sorprender a alguien con nuestras decisiones (incluso podemos sorprendernos a nosotros mismos).
Nunca llegamos a conocer a alguien porque tal vez, lo vimos como nosotros deseábamos
Hay quien se lamenta de que nunca llegamos a conocer a una persona. Con frecuencia mientras acumula rencor y frustración por las expectativas frustradas. Todos nosotros tenemos la irremediable capacidad de ser falibles, de decepcionar a quienes nos quieren, de no ser como otros esperaban.
Ahora bien, hay otro aspecto que no podemos dejar de lado. A veces nunca llegamos a conocer a alguien de verdad porque nos limitamos a no salirnos del perfil que hemos trazado, eliminado de nuestro campo de atención aquello que no queremos ver. Hay quien crea de los demás una imagen de absoluta perfección e irrealidad. Son personas que dan por sentadas demasiadas hipótesis, que idealizan y también someten, que son incapaces de ver más allá de lo que desean para intuir cómo son de verdad esos seres que tienen cerca. En ocasiones miramos pero no vemos, y eso conlleva experimentar decepciones tarde o temprano.
Conclusión
Algo que nos señala Lewis R. Goldberg, reconocido experto en el campo del carácter humano, es que la personalidad no es siempre un factor infalible y totalmente riguroso para predecir cómo se va a comportar alguien a lo largo de su vida. Hay pequeños aspectos que se nos escapan, hay variables imprevistas que siempre quedan fuera de nuestro control.
Es cierto, por tanto, que nunca llegamos a conocer al 100% a esa persona con la que convivimos. Frente a ello no nos queda otra más que confiar, que esperar que la felicidad que tenemos ahora no se escape ni se pierda, que tolerar la incertidumbre. Sin embargo, como bien sabemos, en este mundo la certeza es mínima y, por ello, lo mejor es disfrutar el presente y asumir sin resistencias que la vida también es cambio, desconocimiento y sorpresa.
Valeria Sabater
Atrévete a ser feliz.
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