Proponer una forma de experimentar el mundo completamente “presencial” induce una interpretación carente de dualidad en la mente. Experimentar el mundo de forma “presencial” convierte la interacción con el mundo en una reacción completamente natural como digerir, respirar o caminar.
Eventos como hablar, trabajar, sentir, amar o sufrir llegan a ser vividos como reacciones eficientes e inteligentes con connotaciones francamente diversas a cuando se las advierte con duda o miedo. Estar “presente” erradica la duda y engendra el amanecer de una nueva destreza en el actuar y el pensar.
Dudar o no dudar, he ahí el dilema. El “presente” es un flujo de continuas certezas. Experimentar el mundo de manera natural a través de dicho flujo de continuas certezas es la manera más vivificadora de relacionarse con él.
Educar la mente para el evento de estar siempre atenta y reaccionando de forma natural a un “presente” que simplemente acontece debería ser la base educativa de cualquier sociedad.
En cambio, una sociedad planteada sobre valores que premian la competitividad y categorizan a las personas por su saber, condición de nacimiento o vínculo religioso, es una cultura que vivirá inexorablemente en las fauces del dolor, la lucha y el conflicto del individuo consigo mismo y con los demás.
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