lunes, 31 de julio de 2017

7 actitudes mentales sin las cuales el mindfulness es inútil.


La meditación mindfulness inspirada en la filosofía budista puede representar un cambio importante en tu vida. Puede ayudarte a ser más feliz, concentrarte mejor, sentirte más satisfecho y aliviar las tensiones cotidianas. Por eso, no es extraño que se venda como la panacea para resolver todos los problemas. 

Sin embargo, hay un detalle que muchas personas pasan por alto: los propios budistas hacen una distinción entre el mindfulness "correcto", que llaman samma sati y el mindfulness "incorrecto", denominado sati miccha. La diferencia no es moralista sino que se refiere a la calidad de la conciencia, si la persona que la practica tiene intenciones sanas y cualidades mentales que conduzcan a la prosperidad humana y al bienestar de los demás y de uno mismo.

Esto nos indica que para lograr los beneficios de la meditación mindfulness, para lograr un cambio realmente importante, no basta con sentarse en la posición del loto durante más o menos tiempo. El secreto está en la actitud con la que emprendas este viaje.

Jon Kabat-Zin, un biólogo molecular y profesor emérito de Medicina bastante atípico que ha integrado las enseñanzas budistas, del zen y el yoga en esta ciencia, indica que para practicar el mindfulness es necesario desarrollar una serie de actitudes. La actitud es una predisposición hacia algo, que influye enormemente en los resultados que obtendremos.


Las actitudes mentales que deben acompañar el mindfulness

1. Deshazte de los pronombres personales

Según Jon Kabat-Zin, los pronombres personales como “yo” y “mío” causan una gran tensión interior ya que son el reflejo de nuestro apego a las expectativas. Cada vez que usamos el “yo” establecemos una barrera entre nosotros y el mundo. Cada vez que usamos el “mío” significa que nos estamos aferrando a algo. 

Por eso, si queremos comenzar a practicar el mindfulness de verdad, debemos adoptar una nueva perspectiva y comprender que formamos parte indisoluble del mundo. Lo que llamamos “yo” es simplemente una construcción, que puede cambiar en cualquier momento y que no tiene por qué determinar nuestro futuro. De la misma manera, no debemos aferrarnos a las posesiones o relaciones porque así solo alimentamos el miedo a perderlas.

2. No juzgues

Las críticas y los juicios son una fuente de malestar. De hecho, más dice la crítica de quien critica que de quien es criticado. Por eso, para practicar el mindfulness es necesario desligarse de las críticas, tanto de las críticas a los demás como a nosotros mismos, porque en el fondo cada uno de esos juicios encierran una expectativa, que suele ser bastante irreal y nos desconecta del mundo.

Por ejemplo, nadie se atrevería a decir que las nubes están desorganizadas, simplemente porque no esperamos que sigan un orden preciso. Por eso, cada crítica esconde una expectativa de cómo debería ser el mundo o de cómo deberían comportarse los demás e incluso sobre cómo deberíamos pensar y sentir nosotros mismos. Cuando aprendemos a no juzgar nos deshacemos de esas expectativas y comenzamos a ver el mundo cómo es realmente.

3. Sé paciente

No se puede meditar con impaciencia y prisa. Estos estados generan confusión e impiden que nuestra mente alcance la serenidad y la relajación que necesita. También tendremos que ser paciente con nosotros mismos porque no se logra meditar “bien” a la primera, y quizá tampoco a la segunda o la tercera vez.

El mindfulness requiere práctica y paciencia, lo cual se debe a que es una actividad a la que no estamos acostumbrados puesto que implica aquietar la mente. Sin embargo, si eres perseverante y paciente, poco a poco irás descubriendo que en esa aparente tranquilidad de la mente pasan muchas cosas interesantes.


4. Desarrolla la curiosidad

Practicar el mindfulness con la actitud de quien ya sabe todo, no nos conducirá a ningún resultado interesante. Sin embargo, si nos adentramos en esta práctica con la mente del principiante, con la curiosidad de un niño, se abrirá ante nosotros un nuevo mundo de sensaciones y experiencias.

El problema es que estamos tan acostumbrados a pensar que no sabemos cómo “apagar” esa mente racional, por lo que también llevamos nuestros prejuicios a la práctica de la meditación. Al contrario, una mente curiosa es aquella que tiene la capacidad de adentrarse en el mundo sin filtros ni patrones preconcebidos. Al desarrollar esta actitud comenzarás a descubrir cosas increíbles a tu alrededor que antes no notabas simplemente porque estabas demasiado imbuido en tus pensamientos.

5. Confía más

No se trata de desarrollar una fe ciega ni de creer en una divinidad, se trata de volver a conectar con tu “yo” más profundo y comenzar a confiar en tus instintos o tu sexto sentido. En una sociedad que prioriza la racionalidad, nos hemos ido desconectando de nuestro cerebro emocional, de manera que acallamos las emociones, sensaciones y sentimientos, como si estos fueran dañinos.

Confiar significa reconectar con esa parte de ti, con tus procesos fisiológicos como la respiración o el latido del corazón. Significa reencontrar la confianza en tu inconsciente y aprender a escuchar lo que tiene que decir antes de tomar una decisión. De hecho, esta idea no es única de las filosofías orientales sino que también la retomó Antonio Damasio con su concepto de marcadores somáticos, los cuales indican esas respuestas automáticas, inconscientes o instintivas, que nos sirven de señalizadores para tomar decisiones mucho antes de poder razonar con el cerebro lógico.

6. Aprende a fluir

El concepto de fluir es fundamental en la filosofía taoísta y se refiere a la necesidad de no aferrarse a nada, ni a las posesiones ni a las personas y ni siquiera a los pensamientos o emociones. Eso no significa que no los vivamos intensamente, al contrario, el hecho de saber que todo lo que sentimos y vivimos no es permanente nos ayuda a aprovecharlo al máximo.

Fluir significa aceptar el carácter impermanente de las cosas y las relaciones, asumiendo el cambio como única constante. Fluir también significa aprovechar las circunstancias cuando el viento sopla a nuestro favor, y obrar con inteligencia cuando sopla en contra. Cuando aprendemos a fluir, de repente nos deshacemos de muchos de nuestros sufrimientos porque la mayoría de nuestras preocupaciones y miedos sientan sus bases en un apego inseguro.

7. Siéntete agradecido

El Dalai Lama ha dicho en innumerables ocasiones que la gratitud es la piedra angular de la felicidad. Y también lo han demostrado varios experimentos en los que se han apreciado que las personas que practican la gratitud se sienten más felices y satisfechas con su vida, además de ser más resilientes y tener un mayor grado de autocontrol.


Por eso, es fundamental que comiences a practicar la gratitud. Piensa en todas las grandes y pequeñas cosas por las que puedes sentirte agradecido. Verás como poco a poco irá cambiando tu visión de la vida y cada vez necesitarás menos para ser feliz. Eso no significa que no debemos esforzarnos para conseguir nuestros sueños, pero emprenderemos ese camino sintiéndonos mucho más libres. Es un cambio que merece la pena porque aprenderás a ser feliz con lo que tienes mientras persigues lo que quieres.


Aprende cómo protegerte de la toxicidad.


Si quieres protegerte de la toxicidad, cultiva la responsabilidad emocional
En los últimos años el concepto de toxicidad se ha puesto de moda, sobre todo en las relaciones.
Nos encontramos rodeados de personas tóxicas que nos dañan y nos roban energía positiva ya sea en la familia, la pareja, el trabajo o en el grupo de amigos.
Bernardo Stamateas, psicólogo y escritor define a las personas tóxicas como aquellas que tienen comportamientos que potencian nuestras debilidades, nos llenan de cargas y frustraciones y tratan de reducir nuestra autoestima, ya sea de manera consciente o inconsciente.
Pero, ¿qué sucede cuando las personas tóxicas somos nosotros?

A veces ponemos ciertos comportamientos en marcha que, sin saberlo, pueden herir a los demás… Profundicemos en ello.


Algunas señales de toxicidad
A nadie le gusta saber que es dañino para los demás, resulta más fácil culpar al otro, examinar lo que hace mal y señalarle reiteradamente lo que tiene que cambiar. La cuestión es que todos en algún momento de nuestras vidas somos tóxicos.

Ejemplos de ello son los comportamientos victimistas, egoístas y manipuladores para intentar convencer al otro de que haga lo que queramos o cuando somos incapaces de valorar los éxitos de los demás y criticamos sus sueños e ilusiones, rechazamos sus opiniones o ejercemos el papel de víctima culpabilizándolos de nuestro malestar… Si no, piensa en esas ocasiones en las que nos mantenemos en nuestra posición, anclados solo por el orgullo, a pesar de saber que estamos confundidos y hemos herido a las personas que nos rodean. Entonces también somos tóxicos.

De repente, podemos vernos inmersos en una espiral negativa. Una espiral cuyo eje central lo forman los intentos de controlar a los demás, la imposición de nuestra voluntad o la búsqueda de ser el centro de atención. Resulta que ser tóxico no es tan difícil y ni siquiera nos percatamos de ello.

Quizás nadie nos ha dicho que existen diferentes grados de toxicidad y que atribuir siempre a la personalidad la etiqueta de tóxica es generalizar; generalizar mucho, ya que normalmente solo son ciertas conductas las problemáticas, no todas. Pero, ¿qué hay detrás de ellas?
Cuando manifestamos este tipo de comportamientos en realidad proyectamos hacia el exterior, desde un enfoque negativo, las carencias y los conflictos internos que todavía no hemos resuelto. El peso del pasado, las cadenas del miedo, el vacío afectivo o la culpa no gestionadas adecuadamente pueden provocar su aparición, junto a niveles bajos de responsabilidad emocional y empatía. Lo tóxico son formas de enfrentar situaciones y emociones.



Ser tóxicos con nosotros mismos
No solo somos tóxicos con los demás sino también con nosotros mismos. Podemos llegar a ser nuestros peores enemigos. El trato que nos damos y la forma que tenemos de hablarnos nos influye y nos condena. Si ejercemos como jueces de nuestros actos, calificándolos continuamente como insuficientes o negativos, estaremos tratándonos tóxicamente, encadenándonos al malestar, minando nuestra autoestima y minando con comportamientos conflictivos nuestras relaciones.

No hace falta que nos despreciemos o culpabilicemos cuando cometamos un error. Una equivocación no implica que nos maltratemos. Al contrario, si somos amables podremos ver lo que ha sucedido desde otra perspectiva y podremos probar nuevas estrategias, mejorando así de manera indirecta nuestras relaciones.


Aceptar nuestra toxicidad para cambiar
Aceptar que somos tóxicos implica grandes dosis de sinceridad y un alto nivel de responsabilidad emocional, siendo es el primer paso para cambiar. Para ello, es importante que prestemos atención a nuestros comportamientos para detectar las dinámicas tóxicas que ponemos en marcha y luego, poder ir más allá y descubrir qué carencias emocionales estamos intentando tapar.

Quizás descubramos que nuestro intento de control de los demás se deba a una falta de seguridad interna, que nuestra negatividad proceda de una fuerte educación crítica y necesitemos abrirnos a otros puntos de vista más positivos o que nuestra manipulación emocional sea fruto de un déficit en nuestro desarrollo emocional que puede fomentarse con estrategias de reconocimiento, expresión y regulación de tus emociones.

Lo importante es aceptar que tenemos comportamientos conflictivos y que hay que responsabilizarse de ellos para descubrir cuáles son sus verdaderos mecanismos. No se trata de buscar culpables que expliquen cómo nos sentimos, sino de hacernos responsables de nosotros, con lo que eso supone.


5 claves para aprender a vivir de forma responsable

Para evitar que la toxicidad gane terreno en nuestras vidas la clave está en incorporar la responsabilidad emocional en nuestra vida. Un signo de madurez que implica hacernos cargo de nuestra existencia y asumir que solo nosotros tenemos poder sobre lo que sentimos en lugar de otorgárselo a los demás. Pero, ¿cómo cultivarla?

·         Practicar la inteligencia emocional. Para ser responsables de lo que sentimos primero necesitamos entender y gestionar las emociones propias y las de los demás. Para ello, aprender a poner límites, rodearnos de gente positiva, ejercitar el autocontrol, ser empáticos y buscar el lado positivo a lo que sucede nos ayudará y evitará que la toxicidad entre en nuestras vidas.


·         Evitar responsabilizar a los demás. Las emociones que sentimos son generadas en nuestro interior, nos pertenecen. Centrar la atención en ellas es fundamental. Porque no se trata de buscar un culpable de nuestro malestar, sino de aprender a gestionarlo.


·         Hacerse cargo de lo que sentimos. Asumir todo el peso de las emociones es complicado pero podemos comenzar a practicarlo: cambiar “Tú me enfadas” o “Me haces sentir fatal” por “Me enfado ante lo que has hecho o sucedido. Yo soy quien siente rabia ante lo ocurrido y voy a quedarme con ella para ver cómo manejarla en lugar de evitarla o rechazarla”. De esta manera asumiremos la propiedad de aquello que sentimos.


·         Canalizar nuestras emociones. Liberar la rabia, tristeza o miedo para asimilar lo que nos sucede facilitará la comprensión de su mensaje.


·         Elegir nuestra actitud. No podemos cambiar las circunstancias que ocurren ni a las personas que nos rodean, pero sí la actitud con la que enfrentamos la vida. Para ello, poner el foco de atención en nuestro interior y elegir cómo vamos a tomarnos todo lo que nos ocurra es fundamental. No olvidemos que la última decisión está en nosotros.

Como vemos ser tóxicos es un mecanismo que se activa para proteger nuestras heridas y la mejor forma de evitar que se ponga en marcha es a través de la responsabilidad emocional. La vida a veces no es tan sencilla y cada uno de nosotros es un cúmulo de historias y circunstancias que nos han enseñado a defendernos del dolor y sufrimiento, a veces de forma sana y otras de manera tóxica. La cuestión es traer a la consciencia estos mecanismos, en caso de tenerlos, y convertir lo tóxico en oportunidades de crecimiento.

http://www.diapordiamesupero.com




5 mantras para recuperar el ánimo y la energía.


La vida supone pasar por buenas y por malas rachas. Pero, los malos momentos a veces parecen eternos… Y precisamente en ese sentido es que hoy queremos ayudarte con algunas ideas que te pueden permitir salir del bache en el que te encuentras sea por el motivo que sea.
Si ahora mismo no estás en tu mejor momento, toma nota de estos mantras para recuperar el ánimo y la energía.


1. “El dolor que siento tiene una razón de ser”
Sentir dolor es una de las características humanas. Si no lo hicieses, no podrías apreciar todo lo bueno que tiene la vida, ni tampoco aprenderías lo difícil que son a veces las cosas, y lo fuerte que debes ser. El dolor tiene una razón de ser: descubrirla, o aprender a convivir con ella es algo que te llevará tiempo, pero debes convencerte de que tarde o temprano lo lograrás.


2. “El miedo es una buena razón para empezar a amar”
Sentir miedo es algo habitual: miedo a lo que no conoces. Miedo a ser lastimada. Miedo a equivocarte. Sin embargo, detrás del miedo hay ilusión, hay ganas, y todo esto puede indicarte que aquello por lo que luchas, que te hace sentirte tan asustada, puede ser algo que realmente valga la pena. Así que, ¡adelante! Que el miedo no te siga manteniendo paralizado ni te haga sentir mal.


3. “Cuando limpio mis pensamientos, limpio también mi vida”
A veces es necesario pasar un tiempo a solas, sin nadie más para entender por qué te afecta de ese modo este mal momento. Entenderte a ti mismo es importante para superarlo. Y una vez superes ese dolor y limpies tus pensamientos más tóxicos, estarás también preparado para mejorar tu vida. Deshacerte de lo malo de tu cabeza es enfrentar la vida con una perspectiva más positiva.


4. “No debo luchar contra el dolor, debo asumirlo”
Luchar contra el dolor es algo realmente peligroso. De hecho, concentrarte en no experimentarlo solo te hará sentir peor. ¿Qué debes hacer entonces en esos malos momentos? Simple. Dejar que pase. Has de sentir ese mal trago y has de experimentarlo. Una vez que haya pasado, sin darle mayor importancia, estarás preparado para poder avanzar y estar mejor que ahora.


5. “Soy único, valgo la pena y decido ser feliz”
Cuando pasas por un momento de debilidad, es probable que te sientas realmente pequeño, que no vales nada. Debes convencerte de todo lo bueno que has hecho, de lo que has logrado, y de las características que te hacen especial. Porque no hay duda de que lo eres. Si no te lo crees hoy, repítelo mañana, y así hasta que logres el efecto que estás buscando. ¡Funciona de verdad!

http://www.diapordiamesupero.com





domingo, 30 de julio de 2017

Sentires del Alma...Instalar las frecuencias de la Nueva Tierra. Por Ashamel Lemagsa.


Amados...
Instalar las frecuencias de la Nueva Tierra, es una ardua tarea que cada uno de nosotros somos responsables de ello.
Es instalar el Amor, que fluye de nuestros corazones, de nuestra Chispa Divina!!!!!
Aunque en los medios de difusión masiva encuentres más noticias para alertarnos de catástrofes tanto naturales, sociales o económicas, tu puedes ingresar a las nuevas frecuencias de Gaia Ascendida, desde tu centro, desde el corazón.
En este mensaje no mencionaré todo lo que habitualmente debemos atravesar, cada día, de problemas, inconvenientes o conflictos, pues cada uno de nosotros ya somos conscientes de ellos, pero lo que aún nos cuesta aceptar y comprender es que se asciende desde nuestro mismos centro de amor, el corazón.
Ascendemos cuando realmente sentimos que podemos atravesar los inconvenientes desde el amor y aceptamos con una total seguridad que somos una Fuente inagotable de Divina energía de amor!!!
Cuando nos deprimimos, cuando nos faltan fuerzas para seguir avanzando, en realidad nos faltó amor, nos olvidamos de nuestra Fuente de amor, de ir hacia ella, de alimentarnos de amor, para seguir más fuertes que antes.
Ese es nuestro camino, el Amor!!! De esta forma ingresaremos a las nuevas frecuencias de GAIA ascendida.
Ya hace tiempo escribí un mensaje donde explicaba la diferencias entre aquellos que están en las sombras y los Seres de Luz. En el caso de los seres oscuros, ellos no generan su propia energía, niegan la existencia de Dios como eterna fuente de energía de Amor, por lo cual se dedican a sacarles la energía de luz a otros seres, para perpetuar su existencia, actúan como vampiros...
Si nosotros...
Aceptamos que somos creación de Dios y en nosotros existe la Chispa Divina, nuestra energía de Amor se incrementa por sí sola, cuanto más amorosos, compasivos y pacíficos más fuertes somos y adquirimos mayor habilidad para atravesar los problemas cotidianos.
Cuanto más amorosos y compasivos más elevamos las frecuencias y más lejos estamos del alcance de los seres oscuros. Somos Luz y a nosotros solo llegan los Seres de Luz.
Entonces...
Hoy y para siempre, viajemos a nuestro Centro de Luz Divina, Chispa Divina, Dios en nosotros y desde allí seamos uno en el amor unificado.
Que nuestro amor sea el mismo de Dios...
Qué cada palabra, pensamiento o emoción sea Dios en acción a través de nuestra Humanidad.
Que el amor sea nuestro mejor sanador.
Que Dios en Mi, en Ti, en todos y en todo sea nuestra única guía.
Qué así sea y es!!!!
Por los tiempos de los tiempos, Amén!!!
Los Amo!
Con Amor, Ashamel Lemagsa.


Libro: LA MAESTRIA DEL AMOR. Por Dr. Miguel Ruiz. Cap. 1 La Mente herida.



I

La mente herida

Quizá nunca hayas pensado en esta cuestión, pero en mayor o en menor medida, todos nosotros somos maestros. 

Somos maestros porque tenemos el poder de crear y de dirigir nuestra propia vida. De la misma manera en que las distintas sociedades y religiones de todo el mundo han creado una mitología increíble, nosotros creamos la nuestra. Nuestra mitología personal está poblada de héroes y villanos, ángeles y demonios, reyes y plebeyos. Creamos una población entera en nuestra mente e incluimos múltiples personalidades para nosotros mismos. Después, adquirimos dominio sobre la imagen que vamos a utilizar en determinadas circunstancias. Nos convertimos en artistas del fingimiento y de la proyección de nuestra imagen y en maestros de cualquier cosa que creemos ser. 

Cuando conocemos a otras personas las clasificamos de inmediato según lo que nosotros creemos que son.

Y tuamos del mismo modo con todas las personas y cosas que nos rodean. Tienes el poder de crear. Tu poder es tan fuerte que cualquier cosa que decidas creer se convierte en realidad. Te creas a ti mismo, sea lo que sea que creas que eres. Eres como eres porque eso es lo que crees sobre ti mismo. Toda tu realidad, todo lo que crees, es fruto de tu propia creación. Tienes el mismo poder que cualquier otro ser humano en el mundo. La principal diferencia entre otra persona y tú estriba en la manera en que aplicas tu poder y en lo que creas con él. Tal vez te parezcas a otras personas en muchas cosas, pero no todo el mundo vive la vida de la misma manera que tú. Has practicado toda tu vida para ser quien eres y lo haces tan bien que te has convertido en un maestro de lo que crees que eres. Eres un maestro de tu propia personalidad y de tus propias creencias; dominas cada acción y cada reacción. Practicas durante años y años hasta que alcanzas el nivel de maestría para ser lo que crees que eres. 

Y cuando por fin comprendemos que todos nosotros somos maestros, llegamos a ver qué tipo de maestría tenemos.

Cuando un niño tiene un problema con alguien, y se enfada, por la razón que sea, el enfado hace que el 
problema desaparezca y de este modo obtiene el resultado que quería. Entonces, vuelve a ocurrir, y vuelve a reaccionar con enfado, ya que ahora sabe que, si se enfada, el problema desaparecerá. Pues bien, después practica y practica hasta llegar a convertirse en un maestro del enfado. Pues bien, de esta misma manera es como nos convertimos en maestros de los celos, en maestros de la tristeza o en maestros del auto-rechazo. Toda nuestra desdicha y nuestro sufrimiento tienen su origen en la práctica. Establecemos un acuerdo con nosotros mismos y lo practicamos hasta que llega a convertirse en una maestría completa. El modo en que pensamos, el modo en que sentimos y el modo en que actuamos se convierte en algo tan rutinario que dejamos de prestar atención a lo que hacemos. 

Nos comportamos de una manera determinada sólo porque estamos acostumbrados a actuar y a reaccionar así. Pero para convertirnos en maestros del amor tenemos que practicar el amor. El arte de las relaciones también es una maestría completa y el único modo de alcanzarla es mediante la práctica. Por consiguiente, para llegar a ser maestro en una relación hay que actuar. No se trata de adquirir determinados conceptos ni de alcanzar un conocimiento en concreto. Es una cuestión de acción. Ahora bien, evidentemente, para actuar es preciso contar con algún conocimiento o al menos con una mayor conciencia de la manera en que funcionamos los seres humanos. Quiero que te imagines que vives en un planeta donde todas las personas padecen una enfermedad en la piel. Durante dos mil o tres mil años, la gente de este planeta ha sufrido la misma enfermedad: todo su cuerpo está cubierto de heridas infectadas, que cuando se tocan, duelen de verdad. Evidentemente, la gente cree que esta es la fisiología normal de la piel. Incluso los libros de medicina describen dicha enfermedad como el estado normal. Al nacer la piel está sana, pero a los tres o cuatro años de edad, empiezan a aparecer las primeras heridas y en la adolescencia, cubren todo el cuerpo. 

Puedes imaginarte cómo se tratan esas personas? Para relacionarse entre sí tienen que proteger sus heridas. Casi nunca se tocan la piel las unas a las otras porque resulta demasiado doloroso, y si, por accidente, le tocas la piel a alguien, el dolor es tan intenso que de inmediato se enfada contigo y te toca a ti la tuya, sólo para desquitarse. Aun así, el instinto del amor es tan fuerte que en ese planeta se paga un precio elevado para tener relaciones con otras personas. Bueno, imagínate que un día ocurre un milagro. Te despiertas y tu piel está completamente curada. Ya no tienes ninguna herida y no te duele cuando te tocan. Al tocar una piel sana se siente algo maravilloso porque la piel está hecha para la percepción. ¿Puedes imaginarte a ti mismo con una piel sana en un mundo en el que todas las personas tienen una enfermedad en la piel? No puedes tocar a los demás porque les duele y nadie te toca a ti porque piensan que te dolerá. Si eres capaz de imaginarte esto, podrás comprender que si alguien de otro planeta viniera a visitarnos tendría una experiencia similar con los seres humanos. 

Pero no es nuestra piel la que está llena de heridas. Lo que el visitante descubriría es que la mente humana padece una enfermedad que se llama miedo. Al igual que la piel infectada de los habitantes de ese planeta imaginario, nuestro cuerpo emocional está lleno de heridas, de heridas infectadas por el veneno emocional. La enfermedad del miedo se manifiesta a través del enfado, del odio, de la tristeza, de la envidia y de la hipocresía, y el resultado de esta enfermedad son todas las emociones que provocan el sufrimiento del ser humano. Todos los seres humanos padecen la misma enfermedad mental. 

Hasta podríamos decir que este mundo es un hospital mental. Sin embargo, esta enfermedad mental ha estado en el mundo desde hace miles de años. Los libros de medicina, psiquiatría y psicología la describen como un estado normal. La consideran normal, pero yo te digo que no lo es. Cuando el miedo se hace demasiado intenso, la mente racional empieza a fallar y ya no es capaz de soportar todas esas heridas llenas de veneno. Los libros de psicología denominan a este fenómeno enfermedad mental. Lo llamamos esquizofrenia, paranoia, psicosis, pero la verdad es que estas enfermedades aparecen cuando la mente racional está tan asustada y las heridas duelen tanto, que es preferible romper el contacto con el mundo exterior. Los seres humanos vivimos con el miedo continuo a ser heridos y esto da origen a grandes conflictos dondequiera que vayamos. La manera de relacionarnos los unos con los otros provoca tanto dolor emocional que, sin ninguna razón aparente, nos enfadamos y sentimos celos, envidia o tristeza. Incluso decir «te amo» puede resultar aterrador. Pero, aunque mantener una interacción emocional nos provoque dolor y nos dé miedo, seguimos haciéndolo, seguimos iniciando una relación, casándonos y teniendo hijos. Debido al miedo que los seres humanos tenemos a ser heridos y a fin de proteger nuestras heridas emocionales, creamos algo muy sofisticado en nuestra mente: un gran sistema de negación. En ese sistema de negación nos convertimos en unos perfectos mentirosos. Mentimos tan bien, que nos mentimos a nosotros mismos e incluso nos creemos nuestras propias mentiras. No nos percatamos de que estamos mintiendo, y en ocasiones, aun cuando sabemos que mentimos, justificamos la mentira y la excusamos para protegernos del dolor de nuestras heridas. El sistema de negación es como un muro de niebla frente a nuestros ojos que nos ciega y nos impide ver la verdad. Llevamos una máscara social porque resulta demasiado doloroso vernos a nosotros mismos o permitir que otros nos vean tal como somos en realidad. 

El sistema de negación nos permite aparentar que toda la gente se cree lo que queremos que crean de nosotros. Y aunque colocamos estas barreras para protegernos y mantener alejada a la gente, también nos mantienen encerrados y restringen nuestra libertad. Los seres humanos se cobijan y se protegen y cuando alguien dice: «Te estás metiendo conmigo», no es exactamente verdad. Lo que sí es cierto es que estás tocando una de sus heridas mentales y él reacciona porque le duele. Cuando tomas conciencia de que todas las personas que te rodean tienen heridas llenas de veneno emocional, empiezas a comprender las relaciones de los seres humanos en lo que los toltecas denominan el sueño del infierno. Desde la perspectiva tolteca todo lo que creemos de nosotros y todo lo que sabemos de nuestro mundo es un sueño. Si examinas cualquier descripción religiosa del infierno te das cuenta de que no difiere de la sociedad de los seres humanos, del modo en que soñamos. El infierno es un lugar donde se sufre, donde se tiene miedo, donde hay guerras y violencia, donde se juzga y no hay justicia, un lugar de castigo infinito. 

Unos seres humanos actúan contra otros seres humanos en una jungla de predadores; seres humanos llenos de juicios, llenos de reproches, llenos de culpa, llenos de veneno emocional: envidia, enfado, odio, tristeza, sufrimiento. Y creamos todos estos pequeños demonios en nuestra mente porque hemos aprendido a soñar el infierno en nuestra propia vida. Todos nosotros creamos un sueño personal propio, pero los seres humanos que nos precedieron crearon un gran sueño externo, el sueño de la sociedad humana. El Sueño externo, o el Sueño del Planeta, es el Sueño colectivo de billones de soñadores. El gran Sueño incluye todas las normas de la sociedad, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y sus diferentes formas de ser. Toda esta información almacenada dentro de nuestra mente es como mil voces que nos hablan al mismo tiempo. Esto es lo que los toltecas denominan el mitote. Pero lo que nosotros somos en realidad es puro amor; somos Vida. Y lo que somos en realidad no tiene nada que ver con el sueño, pero el mitote nos impide verlo. 

Cuando contemplas el sueño desde esta perspectiva, y cobras conciencia de lo que eres, comprendes cuán absurdo resulta el comportamiento de los seres humanos, y entonces, se convierte en algo divertido. Lo que para todos los demás parece un gran drama para ti es una comedia. Ves de qué modo los seres humanos sufren por algo que carece de importancia, algo que ni siquiera es real. Pero no tenemos otra opción. Nacemos en esta sociedad, crecemos en esta sociedad y aprendemos a ser como todos los demás, actuando y compitiendo continuamente de un modo absurdo. Ahora bien, imagina por un momento que pudieses visitar un planeta en el que toda la gente tuviera una mente emocional distinta. La manera en que se relacionarían los unos con los otros sería siempre feliz, siempre amorosa, siempre pacífica. Ahora imagínate que un día te despiertas en ese planeta y que ya no tienes heridas en tu cuerpo emocional. Ya no tienes miedo de ser quien eres. Ya no te importa lo que la gente diga de ti, porque no te lo tomas como algo personal y ha dejado de producirte dolor. Así que ya no necesitas protegerte más. No tienes miedo de amar, de compartir, de abrir tu corazón. Ahora bien, esto sólo te ha ocurrido a ti.

¿Cómo te relacionarás con la gente que padece heridas emocionales y que está enferma de miedo? Cuando un ser humano nace, su mente y su cuerpo emocional están completamente sanos. Quizás hacia el tercer o cuarto año de edad empiecen a aparecer las primeras heridas en el cuerpo emocional y se infecten con veneno emocional. Pero, si observas a los niños de dos o tres años y te fijas en su manera de comportarse, verás que siempre están jugando. Los verás reírse sin parar. Su imaginación es muy poderosa y su manera de soñar una auténtica aventura de exploración. Cuando algo va mal reaccionan y se defienden, pero, después, sencillamente se olvidan y vuelven a centrar su atención en el momento presente para seguir jugando, explorando y divirtiéndose. Viven el momento. No se avergüenzan del pasado y no se preocupan por el futuro. Los niños pequeños expresan lo que sienten y no tienen miedo a amar. Por eso los momentos más felices de nuestra vida son aquellos en los que jugamos como si fuéramos niños, cuando cantamos y bailamos, cuando exploramos y creamos con el único propósito de divertirnos. Cuando nos comportamos como niños nos resulta maravilloso porque ese es el estado normal de la mente humana, la tendencia natural. Somos inocentes, igual que los niños, y para nosotros es normal expresar amor. Pero ¿qué nos ha ocurrido? ¿Qué le ha ocurrido al mundo entero? Lo que ha sucedido es que, cuando éramos pequeños, los adultos ya padecían esa enfermedad mental, una enfermedad altamente contagiosa. 

¿Y cómo nos la transmitieron? Captando nuestra atención y enseñándonos a ser como ellos. Así es como trasladamos nuestra enfermedad a nuestros niños y así es como nuestros padres, nuestros profesores, nuestros hermanos mayores y toda una sociedad de gente enferma nos la contagió a nosotros. Captaron nuestra atención, y, mediante la repetición, llenaron nuestra mente de información. De este modo aprendimos, y de este modo programamos una mente humana. El problema reside en el programa, en la información que hemos almacenado en nuestra mente. Una vez captada la atención de los niños, les enseñamos un lenguaje, les enseñamos a leer, a comportarse y a soñar de un modo determinado. 

Domesticamos a los seres humanos de la misma manera que domesticamos a un perro o a cualquier otro animal: con castigos y premios. Esto es perfectamente normal. Lo que llamamos educación no es otra cosa que la domesticación del ser humano. Al principio tenemos miedo de que nos castiguen, pero más tarde también tenemos miedo de no recibir la recompensa, de no ser lo bastante buenos para mamá o papá o un hermano o un profesor. De este modo es como nace la necesidad de ser aceptado. Antes de eso no nos importa si lo estamos o no. 

Las opiniones de la gente no son importantes y no lo son porque sólo queremos jugar y vivir en el presente. El miedo a no conseguir la recompensa se convierte en el miedo a ser rechazado. Y el miedo a no ser lo bastante buenos para otra persona es lo que hace que intentemos cambiar, lo que nos hace crear una imagen. Imagen que intentamos proyectar según lo que quieren que seamos, sólo para ser aceptados, sólo para recibir el premio. De este modo aprendemos a fingir que somos lo que no somos y perseveramos en ser otra persona con la única finalidad de ser lo suficientemente buenos para mamá, papá, el profesor, nuestra religión o quienquiera que sea. Y con este fin practicamos incansablemente hasta que nos convertimos en maestros de ser lo que no somos. 

Pronto olvidamos quienes somos realmente y empezamos a vivir nuestras imágenes, porque no creamos una sola, sino muchas diferentes, según los distintos grupos de gente con los que nos relacionemos. Una imagen para casa, una para el colegio, y cuando crecemos, unas cuantas más. Y esto funciona de la misma manera cuando se trata de una simple relación entre un hombre y una mujer. La mujer tiene una imagen exterior que intenta proyectar a los demás, y cuando está sola, otra de sí misma. Lo mismo pasa con el hombre, que también tiene una imagen exterior y otra interior. Ahora bien, cuando llegan a la edad adulta, la imagen interior y la exterior son tan distintas que ya casi no se corresponden. 

Y como en la relación entre un hombre y una mujer existen al menos cuatro imágenes, ¿cómo es posible que se lleguen a conocer de verdad? No se conocen. La única posibilidad es intentar comprender la imagen. Pero es preciso considerar más imágenes. Cuando un hombre conoce a una mujer, se hace una imagen propia de ella, y a su vez la mujer se hace una imagen del hombre desde su punto de vista. Entonces él intenta que ella se ajuste a la imagen que él mismo ha creado y ella intenta que él se ajuste a la imagen que se ha hecho de él. Ahora, entre ellos existen seis imágenes. Evidentemente, aunque no lo sepan, se están mintiendo el uno al otro. Su relación se basa en el miedo, en las mentiras, y no en la verdad porque resulta imposible ver a través de toda esa bruma. De pequeños no experimentamos ningún conflicto porque no fingimos ser lo que no somos. Nuestras imágenes no cambian realmente hasta que empezamos a relacionarnos con el mundo exterior y dejamos de tener la protección de nuestros padres. Esta es la razón por la que la adolescencia resulta particularmente difícil. Aun en el caso de que estemos preparados para sostener y defender nuestras imágenes, tan pronto intentamos proyectarlas al mundo exterior, éste las rechaza. 

El mundo exterior empieza a demostrarnos, no sólo particular, sino también públicamente, que no somos lo que fingimos ser. Este sería el caso, por ejemplo, de un chico adolescente que aparenta ser muy listo. Acude a un debate en el colegio, y, en ese debate, alguien que es más inteligente, y que está más preparado, le supera y le deja en ridículo delante de todo el mundo. A continuación él intenta explicar, excusar y justificar su imagen delante de sus compañeros. Se muestra muy amable con todos e intenta salvar esa imagen delante de ellos, aunque sabe que está mintiendo. Por supuesto, hace todo lo posible para no perder el control delante de ellos, pero tan pronto se encuentra solo y se ve reflejado en un espejo, lo hace añicos. Se odia a sí mismo; se siente verdaderamente estúpido y cree que es el peor. Existe una gran discrepancia entre la imagen interior y la imagen que intenta proyectar hacia el mundo exterior. Pues bien, cuanto más grande es la discrepancia, más difícil resulta la adaptación al sueño de la sociedad y menos amor se tiene hacia uno mismo. 

Entre la imagen que finge ser y la imagen interior que tiene de sí mismo cuando está solo, existen mentiras y más mentiras. Ambas imágenes están completamente alejadas de la realidad; son falsas, pero él no es consciente de ello. Quizás otra persona lo advierta, pero él está totalmente ciego. Su sistema de negación intenta proteger las heridas, pero éstas son reales y siente dolor porque intenta defender esa imagen por todos los medios. De pequeños aprendemos que las opiniones de todas las personas son importantes y dirigimos nuestra vida conforme a esas opiniones. Una simple opinión de alguien, aunque no sea cierta, es capaz de hacernos caer en el más profundo de los infiernos: «Qué feo estás. Estás equivocado. Eres un estúpido». Las opiniones tienen un gran poder sobre el comportamiento absurdo de las personas que viven en el infierno. 

Por ese motivo necesitamos oír que somos buenos, que lo estamos haciendo bien, que somos bellos. «¿Qué aspecto tengo? ¿Ha estado bien lo que he dicho? ¿Cómo lo estoy haciendo?» Necesitamos escuchar las opiniones de los demás porque estamos domesticados y esas opiniones tienen el poder de manipularnos. Por eso buscamos el reconocimiento en los otros; necesitamos el apoyo emocional de ellos; ser aceptados por el Sueño externo a través de los demás. Esta es la razón por la que los adolescentes ingieren alcohol, se drogan o empiezan a fumar. Sólo para ser aceptados por otras personas que opinan que eso es lo que hay que hacer; sólo para que esa gente considere que están «en la onda». Pero todas esas falsas imágenes que intentamos proyectar provocan un gran sufrimiento en muchos seres humanos. Las personas fingimos ser muy importantes, pero, a la vez, creemos que no somos nada. Ponemos mucho empeño en ser alguien en el sueño de esa sociedad, en ganar reconocimiento y en recibir la aprobación de los demás. Hacemos un gran esfuerzo para ser importantes, para triunfar, para ser poderosos, ricos, famosos, para expresar nuestro sueño personal e imponer nuestro sueño a las personas que nos rodean. ¿Por qué? Pues porque creemos que el sueño es real y nos lo tomamos muy en serio.

Dr. Miguel Ruiz.