Tómese un momento para reflexionar sobre cómo se ve a
sí mismo. Mientras lo hace, piense en lo que significa decir: Estaba diciéndome
a mí mismo que..».
Descubrirá que la frase da a entender que usted es dos
personas.
Una persona es el «yo» que estaba diciendo. La otra es
el que recibía las palabras del que hablaba. El yo le hablaba al mí mismo, cosa
que, cuando uno examina sus diálogos internos, se hace centenares de veces al
día. Cuando se cultiva la condición de espectador uno se aparta tanto de la
posición del yo como de la del mí mismo.
Aquí, desde un espacio invisible, ajeno a su cuerpo
físico, el espectador se desprende de todas las emociones, sentimientos y
comportamientos. Desde ahí, el espectador observa amorosamente el acontecer de
toda su vida.
Hace varios años traté un caso en el que la paciente
sufría lo que ella llamaba tristeza terminal. Estaba siempre deprimida.
Describía sus sentimientos con frases como: «Todas las partes de mi ser están
deprimidas.
Estoy deprimida cada día, en todo momento. Me
despierto deprimida y me voy a dormir deprimida. Al parecer no puedo librarme
de esta terrible sensación de depresión».
Un día le formulé una pregunta que se convirtió en el
punto de inflexión de su tristeza.
Dígame, ¿ha estado advirtiendo esta depresión con
mayor frecuencia en las últimas semanas?
Ella respondió:
Sí, he advertido que cada vez se expande más.
Ahora piense con cuidado antes de responder -proseguí
yo – ¿La persona que advierte eso está deprimida? – Ella me pidió que repitiera
la pregunta ¿La persona que advierte eso está deprimida? – repetí.
Quedó demasiado desconcertada como para responder.
Pero por primera vez fue capaz de contemplar que existía otro aspecto de ella
misma aparte de la depresión.
Ese aspecto era la parte de ella misma que advertía la
depresión. Esta que la advertía era la testigo, la observadora, que no había
sido atrapada por la depresión. Esa entidad invisible, sin fronteras, era su yo
espiritual.
Antes de aquella sesión, la mujer nunca había conocido
esa parte de sí misma
Pasé meses enseñándole a dejar de identificarse con
los pensamientos y sentimientos deprimentes. Aprendió a desprenderse de ellos y
observarlos desde la posición del espectador comprensivo, con independencia de
sus pensamientos y de su cuerpo físico.
Convertirse en espectador supone un acto de amor. Nos
saca del mundo de fronteras y formas y nos permite entrar en un espacio de amor
puro.
Así pues, comience ahora a advertir realidades de su
vida. Advierta lo plácido que se siente, o cuánta ansiedad tiene. Advierta su
apariencia física. Cuánto pesa, lo en forma que se siente y el grado de fatiga.
Advierta cuánto tiempo quiere pasar con su familia, en
su trabajo, viajando, jugando y rezando.
Déjese penetrar por todo lo suyo. ¡Sus uñas, sus
hábitos de conducción, su jardín!
Ahora examine el número de veces que he usado la
palabra «advierte».
Recuerde que existe una actividad llamada advertir, y
que incluye al que advierte y al que es advertido. Entonces, concéntrese en ser
el que advierte y acostúmbrese a acudir a ese lugar de su conciencia durante su
vida cotidiana.
¿POR QUÉ DARLE LA BIENVENIDA A LA CONDICIÓN DE
ESPECTADOR?
«En mi mundo, nunca nada va mal.» Estas palabras fueron
pronunciadas por Nisargadatta Maharaj en respuesta a una entrevistadora que,
exasperada, le pidió a Maharaj que hablara de los problemas de su vida.
Para mí, es la afirmación de mayor fuerza que haya
oído jamás. La tengo presente cada día de mi vida y he hecho colgar una
reproducción de la misma en un lugar estratégico de mi despacho como
recordatorio de su supremo valor
La entrevistadora insistió en que Nisargadatta tenía
que tener problemas como todos los otros seres humanos. Nisargadatta le dijo:
Usted no tiene ningún problema, sólo su cuerpo tiene
problemas… En su mundo, nada perdura; en el mío, nada cambia.
¿Por qué diría este iluminado maestro que en su mundo
nada iba nunca mal? Yo creo que se debía a que estaba hablando desde la
posición del espectador comprensivo.
Dentro de todos nosotros existe la dimensión eterna e
inmutable de nuestro yo espiritual. Este es el yo invisible que le habla al yo
físico. Es el pensador de los pensamientos. Este observador comprensivo no se
revela con instrumentos científicos y no aparece en las autopsias.
Cuando uno es realmente capaz de creer en el dominio
espiritual del espectador, entonces nada va mal porque el mal no carece de
sentido para el observador. Todo tiene su orden. Nada se cuestiona desde esa
perspectiva. Es como vivir en el paraíso, donde están la eternidad y el alma,
al tiempo que uno se encuentra en el cuerpo físico. Pero en este espacio, el
cuerpo no es el centro de la existencia.
No estoy sugiriéndole que se retire y se deshaga de
todas sus posesiones materiales con el fin de hallar esa clave para la
conciencia superior, aunque, desde luego, es una posibilidad. En cambio, quiero
que considere cómo estas palabras de «nunca nada va mal», de «no tener
problemas» y de «vivir en el mundo de lo inmutable» pueden aplicarse a su
despertar espiritual.
Hay muchísimo qué aprender de estas ideas. Cultivar la
condición de espectador le pondrá en el sendero donde su Yo Superior comienza a
influir sobre su ego físico en lugar de que suceda lo contrario.
Como dice Maharaj: «Dedícale toda tu atención,
examínalo con amoroso cuidado y descubrirás alturas y profundidades del ser con
las que no has soñado, absorto como estás en la insignificante imagen de ti
mismo».
Estas palabras describen el poder y el valor de
cultivar la condición de observador.-
Del libro TUS ZONAS SAGRADAS, del Dr Wayne Dyer, pag
119 a 121
Fuente: Senderos al Alma
http://www.shurya.com/
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