Si te entretienes en
investigar te vas a llevar una sorpresa, y es que ni siquiera se ponen de
acuerdo los que aparenta que saben. Podrás descubrir las mismas definiciones
para ambas cosas, y podrás comprobar cómo la misma cosa –la felicidad, por
ejemplo- para unos es un sentimiento y para otros una emoción.
Yo tampoco lo sé. No sé
qué es una cosa y otra, pero tal como yo lo veo es lo que más me parece más
convincente. Por otra parte, lo importante es la cosa y no la definición de la
cosa. Lo importante es, por ejemplo, la felicidad y no la definición de
“felicidad”. Así que expongo cómo lo veo yo.
Los sentimientos son la
expresión natural del Ser Humano, cómo se manifiesta instintiva y
espontáneamente, sin contaminación educacional o de prejuicio. Son inherentes,
y no hay por qué reprimirlos.
Esos mismos
sentimientos, cuando se le añade el pensamiento, la opinión, el prejuicio, la
forma de actuar ante ello que nos han inculcado, o la reacción inmediata
aprendida, se convierten en emociones.
Insisto en que es
exactamente lo mismo si resulta que es al revés de cómo yo lo siento. No
importa cómo llamarlo, lo que importa es que hay una reacción emocional
espontánea y natural ante cualquier suceso, y cuando procesamos de algún modo
ese mismo suceso es cuando lo vamos a modificar, para bien o para mal.
Por ejemplo, supongamos
que son sentimientos el amor, la felicidad, el enojo, el miedo, la
tristeza…cuando sucede algo que nos provoca enojo es natural, correcto, y
lógico, sentirse molesto y sentir una especie de ira –de diferentes
intensidades según el caso- hacia el causante. Hasta ahí correcto. Ese impulso
que provoca hay que dejarlo que se manifieste naturalmente.
Emoción se le llamaría a
cómo se manifieste hacia adentro o hacia afuera, y durante cuánto tiempo, y con
qué intensidad, y con qué tipo de manifestación, y qué le acompañaría a la
manifestación, y eso ya depende de cada uno.
Sigue sin ser
significativa la definición de una y otra cosa.
Lo que sí es importante
es decidir la emoción DE UN MODO CONSCIENTE, Y CADA UNA DE LAS VECES, evitando
que una respuesta que puede ser personalizada para un asunto concreto se
convierta en una reacción que sirva para todas las ocasiones que sean
similares.
Sí que está bien tener
una pauta básica preparada para que cada vez que aparezca algo que nos provoque
enojo no hagamos lo que ya hemos comprobado en otras ocasiones que no queremos
hacer. Conviene tener clara la línea en la que vamos a actuar una vez que hemos
dejado que se extinga naturalmente el sentimiento, sin acortarlo ni alargarlo
ni modificarlo. Saber que, por ejemplo, no queremos tomar decisiones en ese
momento de enojo porque hemos comprobado que después nos arrepentimos de haber
actuado “en caliente” y sin haberlo meditado bien. Por ejemplo, antes de
responder contar hasta diez… o hasta un millón.
Insisto: Tener
preparadas unas líneas maestras de actuación, y no es necesario que sean
siempre las mismas y del mismo modo, porque pueden variar en función de la
gravedad del motivo del enojo, o de la persona y su intención, o de las causas
-que pudieran ser involuntarias-, si es una “agresión” real, o si es una
rabieta de nuestro ego y, en realidad, visto fríamente, “no es para tanto”.
Estamos expuestos
continuamente a los sentimientos. Los recibimos y los gozamos o sufrimos varias
veces al día, así que conviene conocerlos y prestarles atención. Eso nos
evitaría esa sensación de ser víctimas de nuestras emociones, de padecer mucho
por ser tan sentimental, o de quejarnos de que las cosas no nos conmueven, o de
no ver –porque no nos permitimos verlas- las cosas agradables de la vida, o de
rompernos cada vez que alguien hurga en nuestros sentimientos.
Los sentimientos son
para vivirlos y no para reprimirlos. Es grandioso poder sentir pena –aunque no
lo es estancarse en ella-, gozar de la alegría, reír sin recato, llorar ante
algo que merece un llanto, protestar cuando pisan nuestros derechos o atacan
nuestra dignidad, amar y ser amado…
Todo tiene un sentido y
los sentimientos también. Están puestos ahí por el Creador y tienen utilidad
como los ojos o las manos. Pero conviene tener atención hacia ellos y sus
repercusiones –como tenemos atención para cuidar nuestros ojos o para no coger con
las manos cosas que estén ardiendo-, así que conviene vigilar las emociones
-que son lo que hacemos con los sentimientos y cómo los vivimos-, y
aprovecharnos de ellas y no padecerlas.
Atención pues a recordar
que lo importante no es lo que nos pasa en la vida sino lo que hacemos con las
cosas que nos pasan en la vida. O sea, más importante que los propios
sentimientos puede ser lo que hacemos con los sentimientos, que es lo que
serían las emociones.
Y no se trata de
reprimir las emociones –perdona que insista tanto-, se trata de conocerlas y
controlarlas para que sean adecuadas a los sentimientos y sean lo que nosotros
deseamos que sean.
Ante un momento de
enojo, que era el ejemplo anterior, no es necesario reprimirlo, poner una cara
beatífica, repetir un OM veinte veces, y tragarse el enojo sin más –esto sí que
sería equivocado-, sino que puede ser adecuado manifestarle al causante lo que
se siente, con asertividad pero sin rabia ni agresividad, para que de ese modo
no se nos quede el enojo enquistado dentro, no se convierta en un odio
profundo, y no afecte a nuestra tranquilidad emocional somatizándolo y
convirtiéndolo en algo que nos agreda físicamente por no haberlo manifestado.
Y eso mismo puede servir
para otros sentimientos, así que tampoco nos reprimamos la alegría y el amor.
Te dejo con tus
reflexiones…
Francisco de Sales
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