Soy de
esas personas raras que piensa que la riqueza no se halla en ningún bien
material. Rico es quien invierte en el respeto, quien practica la bondad sin
mirar a quien. Millonarios son los que cuentan con el respeto y el cariño de
sus amigos y familiares, porque la auténtica abundancia no está en el dinero,
sino en la felicidad.
Hay
gente que, efectivamente, no es pobre por cómo vive, sino por como piensa.
Todos conocemos a alguna persona que avanza por la vida con la cabeza bien
alta, ostentando el encumbrado brillo de su posición mientras atiende el mundo
con la pátina de la soberbia. En sus corazones no hay empatía, en sus mentes no existe humildad
ni cercanía y lo más probable es que tampoco sepan a qué sabe realmente la
felicidad.
Los pensamientos,
valores y actitudes son los que conforman nuestra auténtica piel, esa que se ve
desde el exterior y que nos identifica en el trato cotidiano. Quien entiende de
respeto, destaca y consolida grandes vínculos, pero quien cultiva una mente
inflexible y rencorosa, cosecha desconfianza.
Hay
personas pobres muy ricas de corazón y ricos muy pobres de afectos (y a la
inversa). Somos, sin duda, un mundo complejo y a instantes caótico donde
estamos obligados a cohabitar. De ahí una conclusión: valdría la pena invertir
más esfuerzos en ese mundo interior tan falto de nutrientes con los que
conseguir un escenario más respetuoso en el que crecer en armonía.
Te
proponemos reflexionar sobre ello
Las
victorias hechas desde el corazón nos hacen ricos.
En los
pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro hubo una escena que dio la vuelta al
mundo y nos conmovió a todos. Abbey D’Agostino atleta de Estados Unidos y Nikki
Hamblin de Nueva Zelanda, chocaron durante un momento en la final de 5.000
metros. La estadounidense, como pudo saberse después, se rompió el menisco y el
ligamento cruzado en ese mismo instante.
Ahora
bien, tras ese incidente, la neozelandesa hubiera podido apurar sus opciones
recorriendo la distancia perdida. Sin embargo, no lo hizo. Se detuvo y decidió
ayudar a su contrincante, a Abbey D’Agostino. Al final, las dos atletas
recorrieron los pocos metros que faltaban hasta la meta entre lágrimas, dolor y
mucha emoción. Fue un acto desinteresado lleno de deportividad, de bondad y de
una grandeza que nos emocionó a la mayoría.
Aquello
se mereció sin duda una medalla de oro, sin embargo, aún hubo quien llegó a
decir que la atleta neozelandesa no tenía que haberse detenido. Que tenía que
haber recuperado el tiempo perdido. Pensar que existen mentes capaces de no
empatizar con este tipo de actos nos sobrecoge. La magia del bien no es solo un
valor abstracto. Es un acto instintivo que habita en nuestro cerebro con un fin
muy concreto: garantizar la supervivencia de nuestra especie.
La
escena de Nikki Hamblin ayudando a Abbey D’Agostino nos demuestra cómo un acto
de bondad consigue que dos personas lleguen a la meta de la vida. No una, sino
ambas. Así pues, más allá de esas estrategias evolucionistas donde solo el más
fuerte sobrevive, hay muchos más actos que se basan en la empatía y la
colaboración antes que en la depredación.
Ser
pobre de mente y corazón es desperdiciar la vida.
Más
allá de lo que pueda parecer, la persona pobre de mente y corazón no abunda
tanto como pensamos. La especie sobrevive, el más fuerte puede ser a veces el
más noble y el mal no siempre triunfa. La mayoría de nosotros seguimos siendo
reaccionarios ante las injusticias, ante los egoísmos y las vulneraciones. Todo
ello nos demuestra por qué actos como el de estas atletas llega a todo el mundo
con tanta fuerza.
Es
como si estas escenas desintoxicaran nuestros corazones para hacernos ver que
la bondad, efectivamente, sigue triunfando, y aún más: nos contagia. No
obstante, cabe decir que el pobre de mente y corazón no siempre actúa con
maldad. Lo que hay en realidad es una falta de receptividad y de empatía.
Son corazones incapaces de ver más allá del elegante ático de su solitario
mundo de egoísmos. Es algo que hemos de asumir. No podemos cambiarlos, ni
convencerlos ni aún menos pelear con ellos.
Se
trata de “ser y dejar ser”. Porque quien es pobre de mente valores
y afectos desperdicia su vida. Es como un elemento extraño que al final, en el
epílogo de su vida, descubre su propia soledad. Envuelto en el velo de la
amargura llega a la sutil conclusión de el mundo va en su contra. Que nadie
valora lo que es y lo que ha hecho.
Aunque
en cierto modo es así. La bondad siempre vence a la indiferencia y la deja de
lado. Tal vez, y en cierto modo, somos como esas bandadas fascinantes de estorninos
que avanzan en la vida como en una coreografía, sincronizados, seguimos
creyendo en la nobleza del ser humano.
Sabemos que hacer el bien es necesario para nuestra especie y
por ello, ante un acto de altruismo, respeto y amor, seguimos emocionándonos –
Carl Jung
http://consejosdelconejo.com/
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