lunes, 20 de marzo de 2017

FELICIDAD, SÍ. HIPERFELICIDAD, NO. Por Francisco de Sales, Sánchez


En mi opinión, la aspiración a una felicidad extrema –la hiperfelicidad- nos predispone o nos condena a un sufrimiento del que va a ser difícil –o imposible- escapar.
Un error común en la mayoría de las personas consiste en querer que la felicidad sea el compendio de un bienestar y una satisfacción y una perfección que estén presentes en TODAS LAS ÁREAS de nuestra vida. Y eso es, en mi opinión, algo prácticamente imposible.
La vida, y nuestro modo de ver la vida, hacen que sea imposible que todas las áreas de nuestra vida vayan bien. Además, son tantas áreas que eso lo complica aún más. Si no es la familia, es el trabajo, o son los sentimientos, o las aspiraciones decepcionadas, o los sueños incumplidos, o las relaciones personales, o los arrepentimientos, o el presente, o el pasado…
Hay un agravante: el error que cometemos de no ser felices –y no considerarnos como tales- solamente porque hay una faceta en la que algo nos falla, lo que sea, y ya por eso dejamos de sentirnos felices. Es un disparate -habitual- ya que eso es hipotecar y despreciar el resto de la felicidad por una sola cosa. Eso es un grave error.
Tal vez sea imposible acceder a la felicidad con todas las letras mayúsculas y haya que conformarse con pequeñas felicidades, con múltiples felicidades, o con gozar parcelas de felicidad aunque todas juntas no alcancen el cien por cien que sería la totalidad.
La felicidad comienza sus primeros pasos con la aceptación y el no enfrentamiento con aquellas cosas que, aunque no sean de nuestro agrado, no tienen remedio ni es posible modificarlas.
Aceptarlas como son, sin sentimiento de tragedia ni como un argumento suficiente para la minusvaloración del resto de cosas que sí nos aportan felicidad, es el primer gran paso.
Es preciso comprender que no todas las cosas en la vida van a salir como nosotros deseamos, que no todas las cosas van a estar hechas a nuestro gusto y medida, que no todo el mundo va a comportarse como nosotros deseemos, ni van a hacer lo que nosotros esperamos, que no todo está bajo nuestro mando o control, que hay multitud de cosas que se escapan a nuestro dominio, y que todo eso es algo normal contra lo que no se debe luchar porque es una batalla perdida antes de su comienzo.
Es conveniente ser muy consciente de que uno está por delante y por encima de todas sus circunstancias, las cuales pasan y desaparecen mientras que uno sigue estando siempre.
Uno es el importante y la felicidad es el postre que se merece.
Y es provechoso no permitir que un concepto magnificado de la felicidad, que sea lo imposible de las utopías, se vuelva contra nosotros.
Poner excesivamente alto el listón de la felicidad aspirando a una hiperfelicidad, no es un anhelo loable sino una trampa.
Seamos sensatos y juiciosos y diseñemos un concepto de felicidad asequible, al alcance de nuestras posibilidades y circunstancias, que no se convierta en imposible y, por tanto, en frustrante.
Que la felicidad sea nuestra aliada y no nuestra enemiga.
Felicidad, sí. Hiperfelicidad… mejor no.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
“Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio)
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