Hace
muchísimos años (en otra vida, jaja!), trabajaba en una agencia de publicidad.
Tiempo después de que me fui, me encontré con un compañero que era una persona
muy extraña y profunda (un día me dijo: “yo estudio la Máquina (Dios) y todo lo
demás me viene por añadidura”). Hizo un par de comentarios muy
perspicaces acerca de mis actitudes, que me sorprendieron enormemente porque yo
pensaba que las había encubierto bastante bien. Y, para completarla, me
contó algunas cosas que los demás opinaban de mí (muy buenas), lo cual ya
terminó de desconcertarme.
Esto me hizo
reaccionar y pensar sobre qué poco control tenemos sobre lo que piensan
los demás…. sobre todo teniendo en cuenta el enorme tiempo y dedicación que
le destinamos a esas opiniones… Vivimos pendientes del “qué
dirán”, ocultando, simulando, aparentando, en la ilusión de que estamos
dando una gran versión de nosotros mismos y de que los demás se la
tragarán. Resulta que no, que es solo eso, una ilusión.
Y resulta
que, si se la creen, tampoco la pasamos mejor porque eso significa que
vivimos en la mentira, que nadie nos conoce como somos verdaderamente,
que estamos haciendo grandes esfuerzos para cubrir las falsedades que
diseminamos, que no podemos confiar en ninguna persona, ni siquiera en nosotros
mismos.
Aunque
algunos lugares, como pequeñas ciudades (“pueblo chico, infierno grande”) o
ámbitos muy conservadores parecen ser donde más se concentran estas conductas,
la realidad es que en cualquier espacio se extiende el fingimiento de un cierto
modelo que uno debe cumplir. Adicionalmente, las inseguridades y traumas
personales le agregan combustible y entonces tenemos un combo de
sufrimiento y vacío que es difícil de soportar.
Es tan
potente este comportamiento que podemos pasar toda la vida sin
conocernos ni pudiendo desplegar el potencial maravilloso que llevamos.
Analizando Cartas de Diseño Humano con muchas personas, resalta el enorme
condicionamiento del medio (familia, sociedad, religión, etc.) que ha impedido
la concreción de cualidades valiosas que han traído. Esto no es solo un perjuicio
para ellos sino para la Humanidad, porque lo que desarrollamos y aprendemos
es nuestro aporte para todos.
En ese
sentido, cuando proyectamos el personaje, nos perdemos a nosotros mismos y a
esa marca distintiva que poseemos. Nos creemos imperfectos, poca cosa,
sin importancia, pensamos que nuestra contribución es minúscula y sin
valor. En consecuencia, tenemos complejo de inferioridad o de
superioridad pero el resultado es el mismo: nos negamos, nos
rechazamos, nos dañamos.
Te propongo
algo: desnúdate y mírate al espejo. Comienza por aceptar tu cuerpo.
Todo, lo lindo y lo feo. Luego, escribe tus cualidades y carencias.
Todos, te llevará bastante tiempo, ve agregando cada día algo. Aprecia
cada uno, lo que tiene para disfrutar y lo que implica de aprendizaje.
Después, obsérvate desde la perspectiva de tu Alma, permite que su amor y
serenidad te complete, ábrete a que te guíe y te apoye en esta
encarnación. Eres un luminoso diamante de mil facetas. Deja
que brille.
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