jueves, 19 de enero de 2017

LOS SABIOS NO ODIAN.Por Francisco de Sales


Diccionario de la Lengua Española – ODIO:
Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.
Wikipedia – ODIO:
El odio es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo.
El odio se describe con frecuencia como lo contrario del amor o la amistad. El odio puede generar aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio armónico y ocasionalmente autodestrucción, aunque la mayoría de las personas puede odiar eventualmente a algo o alguien y no necesariamente experimentar estos efectos.
El odio no es justificable desde el punto de vista racional porque atenta contra la posibilidad de diálogo y construcción común. Es posible que las personas sientan cierta aversión sobre personas u organizaciones, incluso ciertas tendencias ideológicas.
El odio es una intensa sensación de desagrado. Se puede presentar en una amplia variedad de contextos, desde el odio de los objetos inanimados o animales, al odio de uno mismo u otras personas, grupos enteros de personas, la gente en general, la existencia, la sociedad, o todo. Aunque no siempre, el odio a menudo se asocia con sentimientos de enojo.
En mi opinión, el odio es un sentimiento absurdo y autoagresivo que produce al que odia peores efectos que al odiado.
En la mayoría de las ocasiones el que odia vive en un estado inquieto, desagradable, de sufrimiento y tensión, mientras que el odiado ni siquiera es consciente de que es odiado y, en la mayoría de los casos vive tranquilamente y ni siquiera se preocupa por ello.
Odiar a alguien –decía un sabio- es como tomarse un veneno con la intención de que le haga efecto al otro: es uno mismo el perjudicado. Paradójico, irrazonable, disparatado, incongruente, erróneo, contradictorio.
Odiar no resuelve nada. Más bien al contrario.
Es conveniente –por la propia paz personal- aprender a comprender al otro, aceptar su humanidad -que le hace errar o tener malas intenciones-, entender y admitir que lo que ha hecho puede ser parte de su proceso de evolución y aprendizaje -aunque en esta ocasión nos haya tocado hacer el papel de víctimas-, dar permiso a los otros para que se equivoquen, y desdramatizar las cosas no tomándoselas como algo personal aunque aparenten del todo ser “algo personal”.
“Desear el mal a alguien”. Eso es odiar. Desde un punto de vista cristiano es reprobable del todo y hasta está prohibido y penado. Desde el punto de vista de la bondad humana tampoco está bien. Pero es una decisión personal qué hacer con los sentimientos y cómo canalizarlos.
He pasado revista de todas las personas con las que he tenido alguna relación a lo largo de mi vida, que han sido muchísimas, y he podido comprobar –con alegría- que nunca he odiado a nadie. Sí es cierto que he podido estar enfadado con alguien o que hay personas que no me gustan e incluso que me han hecho daño, pero no las odio.
¿Para qué?, ¿Qué adelanto con ello?, ¿Qué me aporta de bueno?, ¿Qué sentido tiene?
Supongo que es posible que me cuestionara esto de otro modo si hubiera pasado por una experiencia traumática en mi vida (por ejemplo, una violación o haber sido víctima de violencia continuada), pero a pesar de pasar por alguna de esas experiencias, y desde mi estado actual de conciencia, supongo que sabría comprender, entender que el otro –el odiado- tal vez sea más otra víctima que un verdugo.
Sé, eso sí, que acabaría llegando a la misma conclusión: que persistir en un estado del que yo soy la principal víctima, y la más sufriente, es una decisión inútil y perjudicial.
Volvería a preguntarme: ¿Para qué?, ¿Qué adelanto con ello?, ¿Qué me aporta de bueno?, ¿Qué sentido tiene?
Y si eres de los que odian a alguien, te sugiero que te hagas las mismas preguntas.
Te dejo con tus reflexiones…
“Oír o leer sin reflexionar es una tarea inútil”. (Confucio)
Francisco de Sales
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