Ya eres lo que deseas ser
A los 21 años, cuando estudiaba medicina en Nueva Delhi, tuve que elegir
entre dos tipos de amigos. Los del tipo materialista se levantaban al mediodía
y asistían a fiestas en las que se bebía Coca-Cola y se bailaba al compás de
los discos de los Beatles. Habían descubierto los cigarrillos y las mujeres,
así como la manera de beber alcohol de contrabando.
Los del tipo espiritual se levantaban al amanecer para ir al templo
(aproximadamente a la hora en que los materialistas regresaban tambaleándose a
sus casas y sufriendo la resaca), comían arroz en un plato y bebían agua o té,
normalmente en el mismo tazón.
En ese momento no me parecía extraño que todos los materialistas
fuéramos hindúes y que todos los del tipo espiritual fueran occidentales. Los
hindúes ansiábamos salir de casa e ir a algún lugar en el que hubiera
Coca-Cola, buen tabaco y whisky a bajo precio y en abundancia. Los occidentales
no dejaban de preguntar dónde se hallaban los santos de India, aquellos que
podían levitar y curar leprosos con sólo tocarlos. Yo me uní a los materialistas,
de los que había muchos en mi clase. Ninguno de los nacidos en India se
consideraba un buscador espiritual.
Hoy no elegiría entre dos tipos de personas; todos somos buscadores.
Buscar significa ir en pos de algo. La búsqueda de mis condiscípulos hindúes
era la más fácil, pues obtener dinero y objetos finos es fácil; por el
contrario, los occidentales de tipo espiritual casi nunca encontraban al santo
que buscaban. Yo pensaba que esto se debía a lo escasos que son los santos,
pero ahora me doy cuenta de que lo que derrotaba su sed de una vida superior
era la búsqueda en sí. Las tácticas que obtienen whisky y discos de los Beatles
fracasan miserablemente cuando se va en pos de la santidad.
Aquí el secreto espiritual es éste: tú eres lo que estás buscando. Tu
conciencia proviene de la unidad. En lugar de buscar fuera de ti mismo,
encuentra la fuente de la unidad y comprende lo que eres.
“Búsqueda” es una palabra que se utiliza frecuentemente en relación con
la espiritualidad, y muchos se enorgullecen de llamarse buscadores. Con
frecuencia son los mismos que alguna vez persiguieron vehementemente dinero,
sexo, alcohol o trabajo, y ahora esperan encontrar con la misma intensidad
adictiva a Dios, el alma o el ser superior. El problema es que la búsqueda parte
de una premisa errónea. No me refiero a la creencia de que el materialismo es
corrupto y la espiritualidad pura. Es cierto que el materialismo puede volverse
una obsesión, pero lo importante es que la búsqueda está condenada al fracaso
porque te conduce fuera de ti. Da lo mismo que el objetivo sea Dios o el
dinero. Una búsqueda productiva exige desechar la idea de ganar un trofeo. Esto
significa actuar sin la esperanza de alcanzar un yo ideal, de llegar a un lugar
mejor del que saliste. Partes de ti y en ti están todas las respuestas. Debes
desechar la idea de ir desde A hasta B. No hay distancia que recorrer: la meta
no está en otro sitio. También debes desechar conceptos establecidos como alto
y bajo, bien y mal, sagrado y profano. La realidad única incluye todo en su
maraña de experiencias, y lo que buscamos es a quien experimenta, a quien está
presente independientemente de cuál sea la experiencia.
Pensando en las personas que se esfuerzan por erigirse en modelos de
virtud, alguien acuñó la acertada expresión “materialismo espiritual”, que
alude al traslado de los valores que operan en el mundo material al mundo
espiritual.
Materialismo espiritual
Errores del buscador
q Definir una meta.
q Luchar por alcanzarla.
q Seguir el camino de otro.
q Esforzarse por mejorar su persona.
q Establecer límites temporales.
q Esperar milagros.
La mejor manera de ser un buscador auténtico es evitar estos escollos.
No definas una meta. El crecimiento espiritual es espontáneo, Los acontecimientos
significativos se presentan de improviso, igual que los nimios . Una sola
palabra puede abrir tu corazón; una sola mirada puede decirte quién eres en
realidad. La conciencia no se alcanza mediante un plan; más bien es como armar
un rompecabezas sin conocer la imagen que forma. Los budistas tienen un dicho:
“Si en el camino encuentras a Buda, mátalo”. Esto significa que si estás
representando un guión espiritual escrito con anterioridad, más vale que lo
entierros. Lo único que puedes concebir son imágenes, y las imágenes no son la
meta.
No te esfuerces por alcanzar la meta. Si hubiera una recompensa espiritual al final del
camino —una olla llena de oro, las llaves del cielo— todos lucharíamos por
obtenerla. Valdría la pena cualquier empeño. Pero, ¿sirve de algo que un niño
de dos años se esfuerce por cumplir tres?
No, porque el desarrollo surge del interior. No hay una remuneración
económica sino una nueva persona. Lo mismo ocurre con el desarrollo espiritual:
es tan natural como el crecimiento del
niño, pero no en el plano fisiológico sino en el de la conciencia.
No sigas el camino de otro. Hubo un tiempo en que creí que para alcanzar la iluminación debía
meditar durante el resto de mi vida utilizando cierto manirá. Estaba siguiendo
un mapa trazado miles de años atrás por los sabios de la mayor tradición
espiritual hindú. Pero hay que tener cuidado: seguir el mapa de otro puede
habituarte a los pensamientos rígidos, los cuales, aun cuando se refieren al
espíritu, no favorecen la libertad. Recoge enseñanzas de todas partes. Sé fiel
a las que te ayudan a progresar y mantente abierto a los cambios.
No
intentes mejorar tu persona. El progreso personal nos ayuda a superar
situaciones negativas como depresión, soledad e inseguridad. Sin embargo, si
buscas a Dios o la iluminación porque quieres liberarte de la depresión y la
ansiedad, deseas más autoestima o menos soledad, tu búsqueda tal vez no tenga
fin. En esta área del conocimiento no hay nada escrito. Algunas personas
sienten un gran progreso conforme su conciencia se expande, pero hace falta un
fuerte sentido del yo para confrontar los muchos obstáculos y retos del camino.
Si te sientes débil o frágil, puedes sentirte aún más débil y frágil al
confrontar las energías de las sombras en tu interior. La conciencia expandida
tiene un costo —debes renunciar a tus limitaciones— y para quien se siente
víctima, esa limitación es tan obstinada que el progreso espiritual es muy
lento.
Mientras haya un conflicto en tu interior habrá un gran obstáculo en tu
camino. Lo más conveniente es buscar ayuda en el nivel donde está el problema.
No
establezcas límites temporales. He conocido a innumerables personas que
renuncian a la espiritualidad porque no alcanzan sus metas con la suficiente
rapidez. “Le dediqué diez años. ¿Qué puedo hacer? La vida es corta. A otra
cosa.” Lo más seguro es que estos guerreros de fin de semana hayan dedicado
sólo un año o un mes a recorrer el camino, y que la ausencia de resultados los
haya desanimado. La mejor manera de evitar decepciones es no establecer límites
temporales, aunque a muchas personas esto les resta motivación. Pero la
motivación no los iba a llevar a su meta. Por supuesto, se requiere disciplina
para meditar regularmente, asistir a clases de yoga, leer textos inspiradores y
mantener presente nuestra visión. Para adquirir el hábito de la espiritualidad
hace falta dedicación. Pero si nuestra visión no se despliega cada día,
inevitablemente nos distraeremos. En vez de establecer límites temporales,
procúrate apoyo para el crecimiento espiritual mediante maestros personales, grupos
de diálogo, compañeros que compartan el sendero contigo, retiros regulares, un
diario. Serás menos susceptible a las decepciones.
No
esperes milagros.
No importa cómo definas milagro: la aparición repentina del amor perfecto, la
cura de una enfermedad mortal, ser ungido por un gran líder espiritual, el
éxtasis perpetuo. Quien espera un
milagro deja a Dios todo el trabajo: distingue entre nuestro mundo y el mundo
sobrenatural, y espera que algún día éste repare en él.
Como sólo hay una realidad, tu tarea es ir más allá de las fronteras de
la división y la separación. La expectativa de milagros perpetúa las fronteras
y te mantiene lejos de Dios, conectado a él sólo por ilusiones.
Si salvas los escollos del materialismo espiritual te sentirás menos
tentado a perseguir metas imposibles. Esta clase de persecución comenzó cuando
las personas se convencieron de que Dios reprueba lo que hacemos y espera de
nosotros un comportamiento ideal. Resulta difícil imaginar un Dios, por amoroso
que sea, que no se sienta decepcionado, enojado» deseoso de vengarse o
indignado cuando no estamos a la altura de ese ideal. Las personalidades
espirituales más importantes de la historia no sólo fueron cabalmente buenos,
también cabalmente humanos. Aceptaban, perdonaban y evitaban juzgar. Creo que
la forma más elevada del perdón se alcanza al aceptar que la creación está
entretejida de manera inextricable y que toda cualidad imaginable tiene la
oportunidad de manifestarse. Necesitamos aceptar de una vez por todas que sólo
hay una vida y que cada quien es libre de moldearla mediante sus elecciones. La
búsqueda no puede llevarnos de un lugar a otro porque todo está entrelazado. Lo
único que siempre será puro y prístino es tu conciencia, una vez que la hayas
desbrozado.
Es mucho mas fácil perpetuar la lucha entre el bien y el mal, lo sagrado
y lo profano, nosotros y ellos. Pero cuando la conciencia se expande, la pugna
de los opuestos se aplaca y surge algo nuevo: un mundo en el que nos sentimos
cómodos. El ego te perjudicó al arrojarte a un mundo de contrarios. Éstos
siempre están en conflicto —sólo eso saben hacer—, ¿y quién puede sentirse
cómodo en medio de un combate? La conciencia ofrece una alternativa más allá de
las contiendas.
Anoche mientras dormía tuve un sueño. Las imágenes eran las usuales de
un sueño; no las recuerdo bien. De repente percibí la respiración de alguien.
Al cabo de un segundo me di cuenta de que era mi esposa, quien se había movido
mientras dormía. Yo sabía que se trataba de ella, y también que yo estaba soñando.
Por un instante estuve en ambos mundos, y finalmente desperté.
Sentado en la cama, tuve la extraña sensación de que la irrealidad de
los sueños carecía de sentido. La vigilia es más real que ellos sólo porque así
lo hemos decidido. De hecho, el sonido de la respiración de mi esposa está en
mi cabeza, esté soñando o despierto. ¿Cómo puedo distinguir un estado de otro?
Alguien más debe estar viendo: un observador que no está despierto, dormido ni
soñando. La mayor parte del tiempo estoy tan inmerso en esos estados que no
tengo otra perspectiva. El observador silencioso es la versión más simple de
mí, la que simplemente es.
Si eliminas todas las distracciones de la vida, lo que queda eres tú.
Esta versión de ti no tiene que pensar ni soñar; no necesita dormir para
sentirse descansado. Es muy gratificante encontrarla porque vive en un estado
de paz, por encima del bullicio y ajena a la batalla de los contrarios. Cuando
buscamos estamos respondiendo al llamado silente y sereno de este nivel de
nosotros mismos. Buscar es en realidad una manera de recuperarnos.
Pero para recuperarnos es necesario acercarnos lo más posible a cero. La
realidad es, en esencia» existencia pura.
Reúnete contigo ahí y podrás crear lo que quieras. El “yo soy” contiene
todo lo necesario para hacer un mundo, aunque en sí no es más que un testigo
silencioso.
Ya has realizado el ejercicio de mirar una rosa y reducirla desde el
estado físico hasta el de energía vibrando en el vacío. La segunda parte del
ejercicio consistió en comprobar que tu cerebro puede descomponerse del mismo
modo. Entonces, cuando vemos una rosa, ¿es la nada contemplando a la nada?
Así parece, pero el fenómeno real es más sorprendente: estás mirándote a
ti mismo. Una parte de tu conciencia, la que llamas “yo”, está mirándose en la
forma de una rosa. Ni el objeto ni el observador tienen un núcleo físico. No
hay una persona dentro de tu cabeza; sólo un remolino de agua, sal, azúcar y
algunas otras sustancias químicas como potasio y sodio. Este remolino —el
cerebro— está siempre fluyendo, por lo que cada experiencia viaja por
corrientes y remolinos tan rápidos como un río de montaña. Entonces, si el
observador silencioso no está en el cerebro, ¿dónde está? Los neurólogos han
identificado pautas y ubicaciones para todos los estados de ánimo posibles; sin
importar cuál esté experimentando la persona —depresión, euforia, creatividad»
alucinación, amnesia, parálisis, deseo sexual o cualquier otro—, el cerebro
presenta una pauta característica de actividad distribuida en varios sitios.
Sin embargo, no hay ubicación ni pauta para quien tiene esas experiencias:
podría no estar en ningún lugar, al menos en ninguno que la ciencia pueda
identificar.
No podemos sino sentirnos enormemente emocionados.
Que el tú real no esté en tu cabeza significa que estás en libertad,
igual que la conciencia. Esta libertad es ilimitada: puedes crear lo que sea
porque estás en cada átomo de la creación. Sea cual sea el deseo de tu
conciencia, la materia obedecerá. En efecto, tú estás primero y el mundo después.
Puedo escuchar los gritos airados de quienes afirman que los creyentes
de hoy se sienten más poderosos que Dios, quienes en vez de acatar sus leyes
definen el mundo a su antojo.
Esta crítica tiene algo de verdad, pero debe contextualizarse.
Piensa en un bebé que ha gateado durante varios meses y descubre de
repente un nuevo modo de desplazarse llamado caminar. Todos hemos visto a un
niño que descubre sus piernas: su rostro refleja una combinación de
inestabilidad y de- terminación, inseguridad y alegría. “¿Podré hacerlo? ¿Será
mejor seguir gateando como hasta ahora?” Lo que vemos en la cara del niño son
los mismos sentimientos encontrados de quien se encuentra en una encrucijada
espiritual. En ambos casos, todo resulta desconocido. El cerebro motiva al cuerpo,
el cuerpo transmite información inesperada al cerebro, acciones inéditas
empiezan a surgir de la nada, y aunque toda la situación resulta amenazante, la
excitación nos impulsa: “No sé a dónde voy, pero debo llegar”.
Todas las experiencias ocurren en el caldero burbujeante de la creación.
Cada momento de la vida lanza al cuerpo a una mezcla inestable de mente,
emociones, percepciones, conductas y sucesos externos. Tu atención es atraída
en todas direcciones. En un momento de despertar espiritual, el cerebro está
tan confundido, feliz, inseguro, intranquilo y sorprendido como el bebé que
descubre sus piernas. Pero en el nivel del testigo» esta confusa mezcla resulta
totalmente diáfana: todo es uno. Piensa de nuevo en el bebé. Cuando avanza
vacilante, el mundo se tambalea con él. No hay lugar firme donde plantarse ni
oportunidad de decir: “Tengo el control. Esto saldrá tal como lo planeo”. El
bebé no tiene más remedio que sumergirse en un mundo pictórico de nuevas
dimensiones.
¿Es posible vivir de esta manera, sumergiéndonos en nuevas dimensiones a
cada momento? No; es necesario encontrar la estabilidad. Desde la infancia la
hemos hallado en el ego, imaginando un “yo” invariable que tiene el control o
al menos intenta poseerlo. Pero hay algo mucho más estable: el testigo.
Encuentra al testigo silencioso
Cómo buscar en tu interior.
1. Sigue el flujo de la conciencia.
2. No resistas a lo que ocurre
dentro.
3. Ábrete a lo desconocido.
4. No censures ni niegues lo que
sientes.
5. Ve más allá de ti mismo.
6. Sé auténtico, expresa tu verdad.
7. Haz del centro tu hogar.
Sigue el flujo. La frase “sigue tu sueño” se ha convertido en una máxima
para muchas personas. El principio que la sustenta es que la mejor guía para el
futuro es aquello que produce mayor alegría a una persona. Una guía aún más
confiable es seguir tu conciencia conforme se desarrolla. En ocasiones, ésta no
se identifica con la alegría o con nuestro sueño. Tal vez descubras una
necesidad oculta de sentir pesar o una sensación persistente de malestar o
descontento con las limitaciones de tu vida actual. Pero la mayoría de las
personas no siguen estas señales; buscan mentes externas de felicidad y piensan
que su sueño está en ellas. En cambio, si sigues tu conciencia descubrirás que
abre un sendero a través del tiempo y el espacio. La conciencia no puede
desarrollarse sin desarrollar también los sucesos externos que la reflejan. Así
se vinculan deseo y propósito: si sigues tu deseo, el propósito se revela. Hay
un flujo que vincula los sucesos desconectados, y tú eres ese flujo. Cuando
eras niño, el flujo te llevó de una etapa de desarrollo a la siguiente; ahora
puede hacer lo mismo. Nadie puede predecir tu siguiente etapa, ni siquiera tú.
Pero si estás dispuesto a seguir el flujo, el camino te acercará al
testigo silencioso, quien reside en la fuente de todos tus deseos.
No resistas a lo que ocurre. Es imposible ser nuevo y viejo al mismo
tiempo, pero todos queremos ser los mismos a la vez que realizamos cambios.
Ésta es la fórmula perfecta para atascarse. Con el fin de buscar tu verdadero
yo debes abandonar imágenes antiguas de ti mismo. Es irrelevante si te agrada
quién eres o no. Una persona con autoestima elevada y logros sobresalientes
está atrapada por igual en la guerra de contrarios. De hecho, estos individuos
suelen pensar que están ganando esa guerra para el lado “bueno”. La parte de ti
que se ha liberado de todas las batallas es el testigo. Si quieres encontrarlo»
más vale que te prepares: los viejos hábitos centrados en ganar y perder, ser aceptado
o rechazado, sentirse en control o disperso, empezarán a cambiar. No te
resistas a este cambio; te estás despojando de los adornos del ego y
adquiriendo un nuevo sentido del yo.
Ábrete a lo desconocido. Este libro, dedicado al misterio de la vida, vuelve
continuamente a lo desconocido. Lo que crees que eres no es real sino una
mezcla de sucesos pasados, deseos y recuerdos. Esta mezcolanza tiene vida
propia: avanza por el tiempo y el espacio experimentando sólo lo que ya conoce.
Una experiencia nueva no es nueva en realidad; es un leve giro de sensaciones
bien conocidas. Abrirte a lo desconocido significa arrancar de raíz tus
reacciones acostumbradas y hábitos. Observa cuan frecuentemente las mismas
palabras salen de tu boca, las mismas preferencias y aversiones dictan lo que
haces con tu tiempo, las mismas personas hacen de tu vida una rutina. Toda esta
familiaridad es como una concha. Lo desconocido está fuera de ella, y para
encontrarlo debes estar dispuesto a recibirlo.
No censures ni niegues lo que sientes. En la superficie, la vida
cotidiana es mucho más cómoda que nunca. No obstante, las personas aún llevan
vidas de silenciosa desesperación. La fuente de ésta es la represión, la
sensación de que no podemos ser lo que queremos ser, sentir lo que queremos
sentir, hacer lo que queremos hacer. Un creador no debe estar limitado de esta
manera. Ninguna autoridad ejerce esta represión sobre ti; es totalmente
autoimpuesta. Cada parte de ti que no puedes enfrentar levanta una barrera
entre tú y la realidad. Y sin embargo, las emociones son totalmente privadas.
Sólo tú sabes cómo te sientes, y cuando dejas de censurar tus emociones, el
efecto supera por mucho la simple sensación de bienestar. El objetivo no es
experimentar sólo emociones positivas. La libertad no se alcanza sintiéndose
bien; se alcanza siendo fiel a uno mismo. Todos tenemos deudas emocionales con
el pasado, en la forma de sentimientos que no pudimos expresar. El pasado no
quedará atrás mientras estas deudas no estén saldadas. No debes volver con la
persona que te hizo enojar o asustó, con la intención de modificar el pasado.
Para esa persona, el impacto no será el mismo que para ti. El propósito de
cancelar las deudas emocionales es encontrar tu lugar en el presente.
El ego tiene un repertorio de racionalizaciones para coartar tu libertad
emocional:
q No soy el tipo de persona que tiene
esos sentimientos.
q Debería superarlo.
q A nadie le interesa saber de estos
sentimientos.
q No tengo derecho a sentir dolor; no es
justo para los demás.
q Sólo abriré viejas heridas.
q Lo pasado, pasado.
Si te sorprendes diciendo cosas así para evitar enfrentar sentimientos
dolorosos, puede que logres mantenerlos reprimidos. Pero cada sentimiento
oculto y bloqueado es como un pedazo de conciencia congelada. Mientras no se derrita,
seguirás diciendo “Yo soy este dolor” aunque te rehúses a verlo: te tiene en
sus garras. Éste es otro obstáculo que debe disolverse entre tú y el testigo
silencioso. Debes dedicar tiempo y atención, sentarte con tus sentimientos y
permitirles decir lo que deben decir.
Ve más allá de ti mismo. Sí habitas un yo estable y fijo puedes creer
que has logrado algo positivo. Las personas suelen decir: “Ahora me conozco a
mí mismo”. Lo que en realidad conocen es una imitación de un yo real, una
colección totalmente histórica de hábitos, etiquetas y preferencias.
Debes ir más allá de esta identidad creada por ti mismo, para hallar la
fuente de energía nueva. El testigo silencioso no es un segundo yo. No es un
como traje nuevo que cuelgues en el clóset y te pongas para remplazar el traje
raído que has desgastado.
El testigo es una sensación del yo que está más allá de las fronteras.
Hay un poema impresionante del gran poeta bengalí Rabindranath Tagore en el que
imagina cómo será morir. Él tiene una profunda intuición de que será como una
piedra derritiéndose en su corazón:
La piedra se derretirá en lágrimas
porque no puedo permanecer cerrado a ti por siempre
no puedo escapar sin ser conquistado.
Desde el cielo azul un ojo mirará hacia abajo
para convocarme en silencio.
A tus pies recibiré la muerte completa.
Para mí, es la descripción perfecta de ir más allá de uno mismo. Pese a
haber vivido con una parte dura en el corazón, no puedes evitar tu yo real. Es
el ojo silencioso que mira hacia abajo. (En vez de decir “recibiré la muerte”,
el poeta pudo decir “recibiré la libertad” o “recibiré la alegría”) ir más allá
de uno mismo significa tomar conciencia, con determinación auténtica, de que tu
identidad fija es falsa. Entonces, cuando el ego te exija ver el mundo desde la
perspectiva de “qué hay en él para mí”, podrás liberarte respondiendo: “ese yo
no está a cargo ya”.
Sé auténtico. ¿Por qué se dice que la verdad nos hará libres? Las
personas son excluidas y castigadas todo el tiempo por decir la verdad. Las
mentiras triunfan frecuentemente.
Un acuerdo cortés para dejar las cosas como están y no hacer olas ha
proporcionado dinero y poder a muchas personas.
Pero “la verdad os hará Libres” no se pensó como consejo práctico.
Detrás de las palabras hay una intención espiritual que dice, en esencia: “Tú
no puedes liberarte, pero la verdad sí” En otras palabras, la verdad tiene el
poder de hacer a un lado lo falso, y con ello, puede liberarnos. El propósito
del ego es mantenerse en marcha. Sin embargo, en los momentos cruciales, la
verdad nos habla; nos dice cómo son las cosas en realidad, no todo el tiempo ni
para todas las personas, sino en este momento y sólo para nosotros. Debes
honrar este impulso si quieres ser libre. Cuando pienso en cómo es un destello
de verdad, se me ocurren algunos ejemplos:
q Saber que no puedes ser lo que otro
quiere que seas, sin importar cuánto lo ames.
q Saber que amas aun cuando da miedo
decirlo.
q Saber que la lucha de otra persona no
es tu lucha.
q Saber que eres mejor de lo que pareces
ser.
q Saber que sobrevivirás.
q Saber que tienes que seguir tu propio
camino.
Cada oración comienza con la palabra saber porque el testigo silencioso
es ese nivel en que te conoces, sin importar lo que otros crean que saben.
Decir tu verdad no es lo mismo que vociferar todas las cosas desagradables que
no has dicho por miedo o cortesía. Estos arrebatos tienen siempre presión y
tensión detrás de ellos, están fundados en la frustración, cargan ira y dolor.
El tipo de verdad que proviene de aquel que sabe es serena; no se refiere al
comportamiento de alguien más; nos da claridad sobre quiénes somos. Valora
estos destellos. No puedes hacer que aparezcan pero puedes fomentarlos siendo
auténtico y no permitiéndote ser un personaje creado sólo para sentirte seguro
y aceptado.
Haz del centro tu hogar. Estar centrado se considera deseable. Cuando
las personas se sienten distraídas o dispersas, suelen decir: “Perdí mi
centro”. Pero si no hay una persona dentro de tu cabeza, si el sentido que el
ego tiene del yo es ilusorio, ¿dónde está el centro?
Paradójicamente, el centro está en todas partes. Es el espacio abierto
que no tiene fronteras. En vez de pensar en tu centro como un lugar definido
(del modo en que las personas señalan su corazón como el asiento del alma)
permanece en el centro de la experiencia. La experiencia no es un lugar; es un
foco de atención. Puedes vivir ahí, en el punto fijo alrededor del cual todo
gira. Estar descentrado es perder concentración, apartar la mirada de la
experiencia o bloquearla. Estar centrado es como decir: “Quiero encontrar mi
hogar en la creación”. Te relajas y adoptas el ritmo de tu propia vida, lo cual
prepara el escenario para encontrarte a ti mismo en el nivel más profundo. No
puedes llamar al testigo silencioso pero puedes acercarte a él rehusándote a
perderte en tu propia creación. Cuando me descubro eclipsado por algo, recurro
a unos sencillos pasos:
Me
digo: “Aunque esta situación me perturba, yo soy más que cualquier situación”.
Respiro
profundamente y centro mi atención en lo que mi cuerpo está sintiendo.
Me
veo como lo haría otra persona (de preferencia la persona a la que me estoy
resistiendo o frente a la que estoy reaccionando).
Tomo
conciencia de que mis emociones no son guías confiables hacia lo permanente y
lo real. Son reacciones momentáneas, y lo más probable es que hayan nacido del
hábito.
Si
estoy al borde de un arranque de reacciones incontrolables, me alejo.
Como ves, no intento sentirme mejor, ser más positivo, acercarme desde
el amor o cambiar mi estado. Todos estamos enmarcados por personalidades e
impulsados por egos.
Las personalidades del ego están entrenadas por el hábito y el pasado;
avanzan como motores autopropulsados. Si puedes observar el mecanismo en marcha
sin quedar atrapado en él, descubrirás que posees una segunda perspectiva
siempre serena, alerta, objetiva, sintonizada pero no eclipsada. Ese segundo
lugar es tu centro. No es un lugar sino un encuentro cercano con el testigo
silencioso.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL CUARTO SECRETO
Este cuarto secreto se refiere a encontrar tu auténtico yo. Las palabras
pueden decir mucho sobre el yo real, pero es necesario un encuentro auténtico
para comprender qué es. Tu yo real tiene cualidades que ya estás experimentando
todos los días: inteligencia, atención, sincronización, conocimiento.
Siempre que una de estas cualidades entra en juego, estás viviendo más
cerca de tu yo real. Por otra parte, cuando te sientes distraído, perdido,
confundido, temeroso, disperso o atrapado dentro de los límites del ego, no lo
estás.
La experiencia oscila entre estos dos polos; por tanto, una manera de
encontrar tu yo real es alejarte del polo opuesto cuando notes que estás ahí.
Intenta descubrirte en esos momentos y aléjate de ahí. Elige una experiencia
negativa e intensa como las siguientes (si es posible, elige una recurrente):
Enojarte
mientras conduces.
Discutir
con tu cónyuge.
Molestarte
con la autoridad en el trabajo.
Perder
el control con tus hijos.
Sentirte
burlado en un acuerdo o transacción.
Sentirte
traicionado por un amigo cercano.
Distánciate de la situación y revive lo que sentiste entonces. Puedes
cerrar los ojos y visualizar el auto que se te atraviesa en el tránsito o al
plomero que te pasa una cuenta desproporcionada. Haz lo necesario para que la
situación sea vivida en tu mente.
Cuando sientas esa punzada de ira, dolor, recelo, desconfianza o
traición, piensa: “Eso es lo que siente mi ego. Entiendo por qué. Estoy muy
acostumbrado a ello. Le seguiré la corriente mientras dure”. Ahora deja que el
sentimiento corra. Enójate todo lo que tu ego quiera; visualiza fantasías de
venganza o autocompasión, o lo que tu ego considere apropiado. Imagina que te
hinchas con tu sentimiento; éste se extiende desde ti como la onda de choque de
una explosión en cámara lenta.
Sigue esta onda tan lejos como quiera ir; mírala cómo se adelgaza más y
más conforme se extiende al infinito, llenando el universo entero si así lo
desea. Respira profundamente si lo necesitas, con el Fin de que la onda del
sentimiento salga de ti y vaya hacia fuera. No establezcas un tiempo
determinado. El sentimiento puede ser tan fuerte que requiera algún tiempo
antes de querer expandirse.
Ahora, conforme ves la onda desaparecer hacia el infinito, mírate y
verifica si está presente alguno de los siguientes pensamientos:
Una
risita, el deseo de reírte de ello.
Un
encogimiento de hombros, como si no importara.
Una
sensación de calma o paz.
Verte
como si estuvieras viendo a otra persona.
Un
profundo suspiro de alivio o agotamiento.
Un
sentimiento de liberar o dejar ir.
Una
comprensión súbita de que la otra persona puede tener razón.
Estos sentimientos reveladores surgen en nosotros cuando estamos
cruzando la frontera invisible entre el ego y el yo real. Si sigues cualquier
emoción lo suficiente, ésta terminará en silencio. Pero es demasiado pedir
llegar tan lejos siempre. El objetivo es llegar por lo menos a la frontera, la
línea donde las necesidades del ego empiezan a perder su control sobre
nosotros.
Cuando
ríes, pierdes la necesidad de tomarte tan en serio.
Cuando
encoges los hombros, pierdes la necesidad de inflar las cosas
desproporcionadamente.
Cuando
te sientes calmado, pierdes la necesidad de sentirte perturbado o montar un
drama.
Cuando
puedes verte como si fueras otra persona, pierdes la necesidad de ser el único
que cuenta.
Cuando
sientes alivio o agotamiento, pierdes la necesidad de aferrarte al estrés.
(Esto también indica una reconexión con tu cuerpo en vez de vivir en tu
cabeza.)
Cuando
comprendes súbitamente que la otra persona puede tener razón, pierdes la
necesidad de juzgar.
Hay otras señales reveladoras de que estás dejando el ego atrás. Si caes
en el patrón de sentirte fácilmente ofendido, superior o inferior, querer lo
que viene a ti y envidiar lo que otros obtienen, o imaginar que las personas
hablan a tus espaldas, puedes manejar cada uno de estos sentimientos tal como
lo hiciste en los ejemplos previos. Alivia el sentimiento, permite a tu ego
llevarlo tan lejos como quiera, y mira cómo se expande hasta disolverse en la
orilla del infinito.
Este ejercicio no disipa todos los sentimientos negativos.
Su propósito es proporcionarte un encuentro cercano con tu yo real. Si
lo practicas con esa intención, te sorprenderá cuan fácil será escapar de las
emociones que te han controlado durante años.
Secreto 5
La causa del sufrimiento
es la irrealidad
La razón más común de que las personas se acerquen a la espiritualidad
es hacer frente al sufrimiento. No por accidente, sino porque todas las
religiones prometen aliviar el dolor: la fe trasciende las penalidades de la
carne y el alma es un refugio para el corazón afligido. No obstante, cuando se
acercan a Dios, la fe o el alma, muchas personas no encuentran alivio, o sólo
el que podría resultar de hablar con un terapeuta. ¿Hay algún poder especial
que únicamente se encuentre en la espiritualidad? Para quienes se acercan a
ella, la terapia funciona, y las formas más comunes de sufrimiento, ansiedad y
depresión responden en el corto plazo a los medicamentos. Cuando la depresión
se disipa, ¿hay alguna razón para acercarse al espíritu?
Para responder a estas preguntas debemos comprender, en primer lugar,
que dolor no es lo mismo que sufrimiento.
En sí mismo, el cuerpo descarga el dolor espontáneamente, liberándolo
cuando se alivia la causa subyacente. El sufrimiento es dolor al que nos
aferramos. Proviene del misterioso instinto de la mente de creer que el dolor
es bueno, no puede rehuirse o la persona lo merece. Sin todo esto, el
sufrimiento no existiría. Hace falta un esfuerzo de la mente para crear
sufrimiento, una mezcla de creencia y percepción que la persona supone no
controla. Pero aunque el sufrimiento parezca inexorable, lo que nos libera no es atacar al sufrimiento mismo,
sino determinar la irrealidad que nos hace aferramos al dolor.
La causa secreta del sufrimiento es la irrealidad misma.
Hace poco vi una prueba dramática de esto en una situación ordinaria.
Por casualidad vi uno de esos programas televisivos en que personas nacidas con
deformidades físicas reciben un tratamiento gratuito en el que se utilizan
todas las capacidades de la cirugía plástica, la odontología y el arte del
esteticista.
q En ese episodio particular, quienes
buscaban desesperadamente tratamientos eran gemelas idénticas. Sólo una de
ellas quería cambiar su apariencia; la otra no. De adultas, las gemelas ya no
eran exactamente iguales. La “fea” de cada pareja se había fracturado la nariz,
lastimado los dientes o ganado peso. Lo que me pareció dramático fue cómo estos
defectos menores eran comparados con la creencia, compartida por ambas gemelas,
de que una era muy hermosa y la otra inquietantemente fea. Las “feas” admitían
que no pasaba un día sin que se compararan con sus “hermosas” hermanas. En este
programa de televisión podían contemplarse todos los pasos que conducen al
sufrimiento:
q Pasar por alto los hechos.
q Adoptar una percepción negativa.
q Reforzar esa percepción mediante el
pensamiento obsesivo.
q Perderse en el dolor sin buscar una
salida.
q Compararse con los demás.
q Consolidar el sufrimiento mediante
relaciones.
Una guía para sufrir incluiría todos estos pasos, que acumulan una
sensación de irrealidad que parece totalmente real. Y en consecuencia, las
instrucciones para poner fin al sufrimiento invertirían estos pasos y
devolverían a la persona a la realidad.
Pasar por alto los hechos.
El principio del sufrimiento es frecuentemente la negativa a ver la
situación como es. Hace muchos años, algunos investigadores realizaron un
estudio sobre la manera en que las personas hacen frente a las crisis
inesperadas. El estudio fue patrocinado por terapeutas que deseaban saber dónde
buscan ayuda las personas que están en problemas. Cuando ocurre lo peor
(alguien pierde su empleo, es abandonado por su cónyuge, se le diagnostica
cáncer) aproximadamente quince por ciento busca alguna clase de ayuda con un
consejero, terapeuta o pastor. El resto ve la televisión. Se niegan incluso a
mirar el problema o comentarlo con alguien que pudiera ayudar.
A los terapeutas que patrocinaban el estudio les horrorizaba esta
negativa, pero no podían evitar preguntarse: “¿No es una reacción natural ver
la televisión?” Las personas procuran instintivamente sofocar el dolor con el
placer. Buda enfrentó la misma situación hace muchos siglos. En su época, las
personas también trataban de suprimir el dolor porque los monzones no llegaban
y todos sus cultivos se perdían, o la familia moría por una epidemia de cólera.
Sin televisión debían encontrar otros medios de escape, pero la premisa era la
misma: el placer es mejor que el dolor; por tanto, debe ser la respuesta al
sufrimiento. La sustitución del dolor con el placer es eficaz en el corto
plazo. Ambos son sensaciones, y si una tiene la intensidad suficiente puede
anular a la otra. Pero Buda no predicaba que la vida es dolorosa a causa del
dolor; es dolorosa porque la causa del sufrimiento no ha sido analizada.
Imagina a una persona que está sentada junto a una piscina en Miami Beach.
Está mirando su serie favorita de televisión y comiendo chocolate, pero
alguien le está haciendo cosquillas con una pluma. Tal vez la persona no sienta
mucho dolor pero sí podría estar sufriendo profundamente. La única manera de
evitarlo de manera duradera es confrontar la fuente del sufrimiento, siendo el
primer paso la disposición de ver qué está ocurriendo realmente.
Percepciones negativas.
La realidad es percepción, y la persona que sufre queda atrapada por
percepciones negativas de su propia creación. La percepción mantiene el dolor
bajo control no reduciéndolo sino produciendo aún más dolor. Este giro es el
que la mayoría de las personas encuentra difícil de comprender. El cuerpo
descarga el dolor automáticamente pero la mente puede hacer caso omiso de ese
instinto y convertir al dolor en algo “bueno”, con el argumento de que es mejor
que otras posibilidades aún peores.
La confusión y el conflicto internos son la razón por la cual a la mente
se le dificulta tanto curarse pese a todo el poder que tiene. El poder se ha
vuelto contra sí mismo y, en consecuencia, la percepción —que podría terminar
con el sufrimiento al instante—, cierra la puerta.
Reforzar una percepción.
Las percepciones son fluidas, a menos que las fijemos en un lugar. El yo
es como un sistema en cambio constante que incorpora lo nuevo en lo viejo a
cada momento. Sin embargo, sí te obsesionas constantemente con viejas
percepciones, éstas se refuerzan con cada repetición.
Analicemos un ejemplo. Anorexia nervosa es el término médico dado a un
padecimiento en que la persona, por lo general una muchacha de menos de veinte
años, adopta el hambre como forma de vida.
Si entrevistáramos a una adolescente anoréxica que pesa menos de 40 kilogramos y le
mostráramos fotografías de cuatro cuerpos, desde lo más delgado a lo más obeso,
ella diría que su cuerpo se asemeja al obeso, pese a que en realidad su
constitución es esquelética. Si llegáramos al extremo de superponer su rostro
en las cuatro fotografías, una anoréxica seguiría considerando al cuerpo más
obeso como el suyo. Esta imagen corporal distorsionada desconcierta totalmente
a los demás. Resulta extraño mirar en el espejo un esqueleto y ver en su lugar
una persona obesa (así como resulta extraño que gemelos idénticos crean que uno
es extremadamente feo y el otro hermoso).
En estos casos, la percepción se ha distorsionado por razones ocultas
relacionadas con la emoción y la personalidad.
Si a una anoréxica se le muestran fotografías de cuatro gatos, puede
distinguir fácilmente cuál es el más obeso. La distorsión viene de un nivel más
profundo, donde el yo determina qué es real respecto de uno mismo. Es un
círculo vicioso: una vez que el yo determina algo sobre sí mismo, todo en el
mundo exterior debe ajustarse a esa decisión. En la mente de la anoréxica, la
vergüenza es esencial para lo que ella es, y el mundo no tiene otra opción que
devolverle su imagen vergonzosa. Matarse de hambre es la única manera que se le
ocurre para hacer que esa chica obesa del espejo desaparezca. Lo que nos lleva
a una regla general: la realidad es aquello con lo que te identificas.
Cuando la vida nos resulta dolorosa es porque nos hemos encerrado en
algún tipo de identificación errónea, contándonos historias privadas e
incuestionables sobre quiénes somos. La cura de la anorexía es marcar de alguna
manera la diferencia entre “yo” y esta identificación poderosa y secreta.
Lo mismo vale para todo tipo de sufrimiento, porque cada persona se
identifica arbitrariamente con una cosa u otra, las cuales le cuentan una
historia inexacta de quién es. Aunque fuéramos capaces de rodearnos de placer a
cada minuto del día, la historia equivocada de quiénes somos terminaría trayendo
un profundo sufrimiento.
Perderse en el dolor. Las personas tienen umbrales de dolor notablemente
distintos. Los investigadores han sometido a sujetos a estímulos iguales, como
choques eléctricos en el dorso de la mano, y les han pedido que califiquen la
incomodidad sentida en una escala del uno al diez. Durante mucho tiempo se
pensó que como el dolor se percibe mediante caminos neurales idénticos, las
personas debían percibir las señales de dolor de manera más o menos similar
(así como, por ejemplo, casi todos serían capaces de ver la diferencia entre la
luz normal y la luz alta de unos faros). Sin embargo, el dolor que algunos
pacientes percibieron como diez, a otros les pareció uno. Esto indica no sólo
que el dolor tiene un componente subjetivo sino también que la manera en que
evaluamos el dolor es completamente individual. No hay un camino universal
entre estímulos y respuesta. Una persona puede sentirse profundamente
traumatizada por una experiencia que apenas resulta significativa para otra.
Lo extraño acerca de este resultado es que ninguno de los sujetos
pensaba que estaba creando una respuesta. Si ponemos accidentalmente la mano
sobre una estufa caliente, nuestro cuerpo reacciona instantáneamente. Pero en
ese instante el cerebro está evaluando el dolor y dándole la intensidad que
percibimos como objetivamente real. Y al no renunciar a su control sobre él,
las personas se pierden en el dolor. “¿Qué puedo hacer? MÍ madre murió y estoy
desolada. No puedo ni salir de la cama en las mañanas”. En esta declaración
parece haber un vínculo directo entre causa (la muerte de un ser querido) y
efecto (depresión). De hecho, el sendero entre causa y efecto no es una línea
recta; la totalidad de la persona entra en juego, con gran cantidad de factores
del pasado. Es como si el dolor entrara en una caja negra antes de que lo
sintiéramos, y en esa caja el dolor fuera emparejado con todo lo que somos:
nuestra historia completa de emociones, recuerdos, creencias y expectativas. Si
eres consciente de ti mismo, la caja negra no está sellada ni oculta. Tú sabes
que puedes influir en lo que ocurre dentro de ella. Pero cuando sufrimos, nos
maltratamos a nosotros mismos. ¿Por qué el dolor es diez en vez de uno?
Simplemente porque es; por eso. El sufrimiento persiste sólo en la medida en
que permanecemos extraviados en nuestra propia creación.
Compararse con los demás.
El ego quiere ser el número uno. Por tanto, no tiene más opción que
permanecer atrapado en el Juego eterno de compararse con los demás. Como todos
los hábitos arraigados, éste es difícil de romper.
Un amigo mío supo hace poco que una mujer a la que conocía había muerto
en un accidente automovilístico. Él no la conocía bien, pero sí a todos los
amigos de ella. Unas horas después de su muerte, una nube de pesar se cernió
sobre ellos.
La mujer era muy querida y había realizado muchas buenas obras; era
Joven y estaba llena de optimismo. Por estas razones, las personas se
apesadumbraban aún más, y mi amigo, quedó atrapado en ello. “Me vi saliendo de
mi auto y siendo arrollado por un conductor de los que atropellan y huyen, como
le pasó a ella. Seguía pensando que debía hacer algo más que enviar flores y
una tarjeta. Coincidió que la semana del funeral salí de vacaciones, y mi
incapaz de divertirme sólo de pensar en la impresión y el dolor de morir así.”
En medio de estas reacciones, mi amigo comprendió súbitamente algo: “Me
sentía cada vez más triste hasta que de repente entendí: ‘Ésa no es mi vida.
Ella no es yo’. Ese pensamiento me pareció muy extraño. Quiero decir: ¿no es
bueno ser compasivo? ¿No debería compartir la pena que sentían todos mis
amigos?” En ese momento dejó de compararse con los demás, algo nada sencillo
porque todos adquirimos identidad a partir de padres, amigos y cónyuges. Una
comunidad entera ha adoptado una residencia fragmentaria en nosotros, compuesta
de porciones de otras personalidades.
Nuestro estilo de sufrimiento lo hemos aprendido de los demás. En la
medida en que te sientas estoico o débil, bajo control o víctima, desesperado o
esperanzado, te estás adhiriendo a reacciones establecidas por alguien más.
Desviarnos de sus pautas nos parece extraño, amenazador incluso.
En el caso de mí amigo, rompió una pauta de sufrimiento; cuando se dio
cuenta de que era de segunda mano. Anteriormente, quería sentir lo que creía
apropiado y lo que le parecía que esperaban de él. Quería adaptarse a la manera
en que los demás veían la situación. Mientras te compares con los demás, tu
sufrimiento persistirá como una manera de adaptarte.
Consolidar el sufrimiento mediante relaciones.
El dolor es una experiencia universal; por tanto, está presente en todas
las relaciones. Nadie sufre solo, y aunque hicieras todo lo posible por sufrir
en silencio, tendrías un efecto en quienes te rodean. La razón por la cual a las
personas les resulta tan difícil participar en una relación sanadora es que la
vida en nuestra familia de origen requería frecuentemente una buena cantidad de
inconsciencia. Pasamos por alto lo que no queremos ver; guardamos silencio
sobre cosas de las que es demasiado difícil hablar; respetamos límites aun
cuando éstos resultan limitantes. En resumen, la familia es donde aprendemos a
negar el dolor. Y el dolor negado es otro nombre para el sufrimiento.
Si se les diera a escoger, la mayoría de las personas preferirían
mantener sus relaciones a dejar de sufrir. Esto se comprueba en familias
abusivas en que las víctimas no se defienden ni se van. (Algunos estados han
aprobado leyes que obligan a la policía a arrestar a abusadores domésticos,
pese a las protestas de los cónyuges a quienes golpean y torturan. Sin estas
leyes, la víctima se pone del lado del abusador más de la mitad de las veces.)
Una relación sanadora se basa en la conciencia; en ella, ambos compañeros
trabajan para romper viejos hábitos que promueven el sufrimiento.
Se trata de una situación delicada, como la de mi amigo, porque
compasión significa que aprecias el sufrimiento que otro está experimentando,
además del tuyo. Pero al mismo tiempo debe haber distanciamiento, asegurarse de
que ese sufrimiento, sin importar cuan real sea, no es la realidad dominante.
Las actitudes que contribuyen a una relación sanadora se vuelven parte de una
visión que mantienes para ti y para la otra persona.
Una visión sin sufrimiento
Cómo relacionarse
con una persona que sufre
Te acompaño en tu sentimiento. Sé por lo que estás pasando.
No tienes que sentirte de determinada manera sólo para hacerme feliz.
Te ayudaré a superar esto.
No debes temer que me estás alejando.
No espero que seas perfecto. No me estás decepcionando.
El dolor que sufres no es tu yo real.
Puedes tener el espacio que necesitas, pero no te dejaré solo.
Seré contigo tan auténtico como pueda.
No tendré miedo de ti, aunque tengas miedo de tu dolor.
Haré todo lo que pueda para mostrarte que la vida sigue siendo buena y
la felicidad aún es posible.
No puedo hacerme responsable de tu dolor.
No te dejaré aferrarte a tu dolor estamos aquí para superar esto.
Tomaré tu recuperación tan seriamente como mi propio bienestar.
Como puedes ver, estas actitudes presentan algunos escollos sutiles.
Cuando te relaciones con alguien que está sufriendo debes ofrecerte y, al mismo
tiempo, mantenerte dentro de ciertos límites. “Siento tu dolor, pero no es mío”
es una postura difícil. Puede inclinarse hacía cualquier lado.
Puedes involucrarte tanto en el dolor hasta el punto en que lo fomentes,
o puedes ocultarte detrás de tus propios límites y dejar fuera a la persona que
está sufriendo. Una relación sanadora mantiene un equilibrio adecuado. Ambos
deben conservarse alerta y atentos; mantener la mirada en la visión espiritual
que está delante; estar dispuestos a tener respuestas nuevas cada día. Sobre
todo, comparten un camino que conduce, paso a paso, fuera de la irrealidad.
El objetivo último, si en verdad quieres ser real, es experimentar la
existencia en sí. “Yo soy” es esa experiencia. Es al mismo tiempo común y rara,
porque todo mundo sabe cómo ser, pero pocos extraen toda la promesa de su
propio ser. El “yo soy se pierde cuando empiezas a identificarte con el “yo hago
esto, yo tengo aquello, me gusta A pero no B”. Estas identificaciones se
vuelven más importantes que la realidad de tu ser puro.
Profundicemos en el vínculo entre sufrimiento e irrealidad. La manera en
que olvidamos la paz y claridad del “yo soy” puede dividirse en cinco aspectos.
En sánscrito se les conoce como los cinco kleshas, causa fundamental de todas
las formas de sufrimiento.
1. No saber qué es real.
2. Aferrarse a lo irreal.
3. Temer lo irreal y rehuirle.
4. Identificarse con un yo
imaginario.
5. Temer la muerte.
En este instante, tú y yo estamos haciendo alguna de estas cinco cosas,
aunque empezamos hace tanto tiempo que hemos asimilado el proceso por completo.
Los cinco kleshas están ordenados en cascada. Una vez que olvidamos qué es real
(primer klesha), los demás ocurren automáticamente.
Esto significa que para la mayoría de las personas, sólo la última
—temer la muerte— es una experiencia consciente; por tanto, debemos partir de
ahí y avanzar hacia arriba.
El temor a la muerte es una fuente de ansiedad que se extiende a muchas
áreas. La manera en que nuestra sociedad glorifica la juventud y teme el
envejecimiento, nuestra necesidad desesperada de distracción, la venta de
cosméticos y tratamientos de belleza, el auge de gimnasios tapizados con
espejos de cuerpo entero y la manía por las celebridades, son síntomas del
deseo de negar la muerte. La teología intenta convencernos de que hay vida
después de la muerte, pero como esa idea debe sustentarse en la fe, la religión
obtiene obediencia blandiendo sobre nuestras cabezas la vida después de la
muerte. Si carecemos de fe, adoramos al dios equivocado o pecamos contra el
correcto, nuestras posibilidades de ser recompensados después de morir se
desvanecen. Los conflictos religiosos siguen suscitándose a causa de este
asunto que provoca tanta ansiedad: los fanáticos preferirían morir por la fe
que vivir aceptando que la fe de otro tiene derecho de existir. “Muero para que
no puedas creer en tu Dios” es el legado más corrupto del quinto klesha.
Las personas no temen la muerte por ella misma sino por una razón más
profunda: la necesidad de defender un yo imaginario. Identificarse con un yo
imaginario es el cuarto klesha, y es algo que todos hacemos. Aun en un nivel
superficial, las personas erigen una imagen fundamentada en el ingreso
económico y el estatus. Cuando Francisco de Asís, el hijo de un acaudalado
comerciante de seda, se despojó de sus ricas vestiduras y renunció al dinero de
su padre, no sólo estaba privándose de sus posesiones terrenales sino de su
identidad, aquello por lo cual la gente sabía quién era. Según su conciencia,
era imposible acercarse a Dios por medio de una imagen falsa de sí.
La imagen propia está muy relacionada con la autoestima, y todos sabemos
el alto costo que paga una persona cuando la pierde. Los niños que en la
escuela primaria se sentaban en la última hilera y evitaban la mirada del
profesor, rara vez llegan a discutir política externa o arte medieval porque
muy temprano integraron en su imagen una impresión de ineptitud. Por el
contrario, los estudios han demostrado que si a un maestro se le dice que un
alumno es excepcionalmente brillante, ese alumno se desempeñará mejor en clase
aun cuando su selección haya sido aleatoria. Los niños con bajo ci pueden
alcanzar mejores resultados que aquellos con alto ci si tienen la suficiente
aprobación por parte de sus maestros. La imagen establecida en la mente del
maestro es suficiente para convertirá un alumno mediocre en uno destacado.
La identificación con una imagen falsa de nosotros también provoca
sufrimiento de otras maneras. La vida nunca deja de exigir más y más; las
exigencias a nuestro tiempo, paciencia, capacidad y emociones pueden ser tan
abrumadoras que admitir nuestra incapacidad parece ser lo más honesto. En la
imagen equivocada de una persona está enterrada la terrible historia de todo lo
que le ha salido mal. Los “No lo haré”, “No puedo hacerlo” y “Me doy por
vencido” emanan del cuarto klesha.
El tercer klesha nos dice que aun con una imagen saludable de nosotros,
rehuimos las cosas que amenazan nuestros egos. Estas amenazas están en todas
partes. Yo temo la pobreza, perder a mi esposa, infringir la ley; temo hacer el
ridículo ante alguien cuyo respeto quiero conservar. Para algunas personas, la
idea de que sus hijos sigan un mal camino es una grave amenaza para la imagen
que tienen de sí mismos.
La frase “En esta familia no hacemos eso”, normalmente significa: “Tu
comportamiento es una amenaza para lo que soy”.
Sin embargo no nos damos cuenta de que hablamos en clave. Una vez que
nos identificamos con una imagen, por instinto tememos que se derrumbe. La
necesidad de protegerme de lo que temo es parte de lo que soy.
El segundo klesha dice que las personas sufren porque se aferran, no
importa a qué. Aferrarse a algo es una manera de mostrar que tememos que nos lo
quiten. Las personas se sienten violadas cuando un carterista huye con su
bolsa, por ejemplo, o si al volver a casa descubren que alguien ha irrumpido en
ella. En estas intromisiones, lo importante no son los artículos robados; las
bolsas y los enseres domésticos pueden reemplazarse. Sin embargo, la sensación
de daño personal suele persistir durante meses y años. Si jala el gatillo
preciso, el simple robo de una bolsa puede hacernos perder todo sentido de
seguridad personal. Dejamos de sentirnos invencibles. Alguien nos ha despojado
de la ilusión de que somos intocables. (El paroxismo producido en todo Estados
Unidos por los ataques terroristas al Worid Trade Center mantiene vivo el drama
de “nosotros” contra “ellos”, a gran escala. La idea de la invulnerabilidad
estadounidense fue revelada como una ilusión. No obstante, no se trataba de un
problema nacional; era un problema individual percibido a gran escala.)
El sufrimiento tiene muchos matices y recovecos. La pista nos lleva del
miedo a la muerte a un falso sentido del yo y a la necesidad de aferrarse. No
obstante, en última instancia, la irrealidad es la única causa de todo el
sufrimiento. El problema nunca fue el dolor. De hecho, es todo lo contrario: el
dolor existe para que esa ilusión no pueda sostenerse. Si la irrealidad no
fuera dolorosa, parecería real siempre.
Los cinco kleshas pueden solucionarse de una vez por todas si abrazamos
la realidad única. La diferencia entre “yo soy mi sufrimiento” y “yo soy” es
pequeña pero crucial. Este malentendido ha generado mucho sufrimiento. Si
pienso que nací, no puedo evitar la amenaza de morir; si pienso que existen
fuerzas externas, debo aceptar que pueden hacerme daño; si pienso que soy una
persona, veo otras personas por todas partes. Todas estas impresiones son
elucubraciones, no hechos. Las impresiones que creamos cobran vida propia
mientras no las cambiemos.
Sólo se necesita un parpadeo de la conciencia para perder contacto con
la realidad. En verdad no existe nada fuera del ser. Tan pronto como empezamos
a aceptar este hecho, todo el propósito de la vida cambia. El único objetivo
que vale la pena alcanzar es la libertad absoluta de ser uno mismo, sin
ilusiones y creencias falsas.
El quinto secreto trata de cómo detener el sufrimiento. Hay un estado de
ausencia de sufrimiento dentro de ti; es conciencia simple y abierta. En
contraste, el estado de sufrimiento es complicado porque en sus intentos de
luchar contra el dolor, el ego se rehúsa a ver que la respuesta podría ser tan
sencilla como simplemente aprender a ser. Cualquier paso que des para dejar de
aferrarte a complicaciones, te acercará al estado simple de la sanación. Las
complicaciones se presentan como pensamientos, sentimientos, creencias y
energías sutiles, manifestaciones de deudas emocionales ocultas y de
resistencia.
Para este ejercicio, utiliza cualquier cosa de tu vida que te produzca
una profunda sensación de incomodidad, malestar o sufrimiento. Puedes elegir
algo que haya persistido durante años o que sea muy importante en tu vida en
este momento. No importa si hay algún elemento físico, aunque si eliges un
padecimiento físico crónico, no consideres este ejercicio una cura; estamos
tratando con las pautas de percepción que te orillan a aferrarte al sufrimiento.
Durante el siguiente mes, siéntate a solas durante al menos cinco,
minutos al día con la intención de despejar las siguientes complicaciones:
Desorden.
El caos es complicado; el orden es simple. ¿Tu casa es un desastre? ¿Tu
escritorio tiene pilas y pilas de trabajo?
¿Estás permitiendo que otros ensucien y desordenen porque saben que no
los responsabilizarás de ello? ¿Has acumulado tanta basura que tu entorno es
como un registro arqueológico de tu pasado?
Estrés.
Todo mundo se siente estresado, pero si no puedes desechar completamente
tu estrés por las noches y regresar a un estado interno tranquilo, centrado y
agradable, estás sobre-estresado. Analiza cuidadosamente las cosas que te
producen tensión. ¿El camino a tu trabajo es estresante? ¿Te levantas demasiado
temprano sin haber dormido suficiente? ¿Ignoras las señales de agotamiento? ¿Tu
cuerpo está estresado debido al sobrepeso o a una falta total de condición? Haz
una lista de las cosas que te provocan más estrés y trabaja para reducirlas hasta
que sepas sin lugar a dudas que no estas sobre-estresado.
Sufrimiento empático.
Infectarse con los padecimientos de
otros provoca sufrimiento. Habrás cruzado la línea de la empatia al sufrimiento
si te sientes peor luego de ser compasivo con alguien. Si honestamente no
puedes presenciar situaciones negativas sin asumir un dolor que no es tuyo, sal
de ahí. Perder de vista tus límites no te convierte en una “buena persona”.
Negatividad.
El bienestar es un estado simple al que cuerpo y mente regresan de
manera natural. La negatividad impide este regreso haciéndonos habitar en el
malestar. ¿Chismorreas con placer sobre las desgracias de los demás? ¿Pasas
tiempo con personas que se quejan y critican constantemente? ¿Ves todos los
desastres y catástrofes que ofrecen los noticiarios de televisión? No tienes
obligación de tomar parte en estas fuentes de negatividad; aléjate y presta
atención a algo más positivo.
Inercia.
Inercia significa dejarse llevar
por viejos hábitos y condicionamientos. Sean cuales sean las causas de
depresión, ansiedad, trauma, inseguridad o pesar, dichos estados perduran si
adoptas una actitud pasiva. “Las cosas son así” es el lema de la inercia. Toma
conciencia de que “no hacer nada” es, de hecho, la manera en que te has
entrenado para dejar las cosas como están. ¿Te sientas y te abandonas al
sufrimiento? ¿Rechazas consejos que podrían ayudarte, antes de considerarlos?
¿Sabes cuál es la diferencia entre aferrarse y airear genuinamente tus
sentimientos con intención de sanarlos?
Examina la rutina de tu sufrimiento y libérate de ella.
Relaciones tóxicas.
Sólo hay tres clases de personas en tu vida: las que te dejan solo, las
que te ayudan y las que te lastiman. Las personas que te dejan solo consideran
tu sufrimiento una molestia o inconveniencia; prefieren mantener su distancia
para sentirse mejor. Quienes te ayudan tienen la fuerza y la conciencia
necesarias para hacer con tu sufrimiento más de lo que tú puedes hacer solo.
Quienes te lastiman quieren que la situación siga igual porque no les interesa
tu bienestar. Analiza honestamente cuántas personas de cada categoría hay en tu
vida. Esto no es lo mismo que contar amigos y familiares cariñosos. Valora a
los demás únicamente según se relacionan con tus dificultades.
Luego de realizar un conteo realista, toma la siguiente actitud:
No
volveré a contar mis problemas a quien prefiere dejarme solo. No es bueno para
ellos ni para mí. No quieren ayudar, así que no les pediré que lo hagan.
Compartiré
mis problemas con quienes quieren ayudarme. No rechazaré ofertas sinceras de
ayuda por orgullo, inseguridad o duda. Pediré a estas personas que se unan a mí
en mi sanación y haré de ellas una parte mayor de mi vida.
Pondré
distancia entre mí y quienes buscan lastimarme.
No tengo que confrontarlos, hacerlos sentir culpables ni convertirlos en
causa de mi autocompasión. Pero no me permitiré absorber su efecto tóxico, y si
eso implica mantener mi distancia, lo haré.
Creencias.
Examina los motivos posibles por los que quieres sufrir. ¿Rechazas que hay
algo mal? ¿Crees que no mostrar tu sufrimiento te hace una mejor persona?
¿Disfrutas la atención que recibes cuando estás enfermo o afligido? ¿Te sientes
seguro estando solo y sin tomar decisiones difíciles?
Los sistemas de creencias son complejos: mantienen el yo que queremos
presentar al mundo. Es mucho más sencillo no tener creencias, lo que significa
estar abierto a la vida tal como se cruce por tu camino, avanzando con tu
inteligencia interna en vez de con juicios almacenados. Si estás bloqueado por
tu sufrimiento y vuelves a los mismos viejos pensamientos una y otra vez, un
sistema de creencias te ha atrapado.
Sólo terminando con tu necesidad de aferrarte a estas creencias puedes
escapar de la trampa.
Energía y sensaciones.
Confiamos en nuestros cuerpos para que nos digan cuándo estamos
sufriendo dolor; y el cuerpo, como la mente, sigue pautas familiares. Los
hipocondríacos, por ejemplo, consideran la primera señal de malestar como un
mensaje claro de que están gravemente enfermos. En tu caso, también estás
considerando sensaciones familiares y utilizándolas para confirmar tu
sufrimiento.
Muchas personas deprimidas, por ejemplo, interpretan el agotamiento como
depresión. Como no han dormido bien o han trabajado de más, interpretan la
fatiga como síntoma de depresión. La manera de manejar estas sensaciones es
despojarlas de la interpretación. En vez de estar triste, considera esto como
la energía de la tristeza. Como el cansancio, la tristeza tiene un componente
corporal que puede descargarse.
En vez de ser una persona ansiosa, maneja la energía de la ansiedad.
Todas las energías se descargan del mismo modo:
Respira
profundamente, permanece sentado en silencio, y percibe la sensación en tu
cuerpo.
Percibe
la sensación sin juzgarla. Sólo retenla.
Permite
a los sentimientos, pensamientos o energías que quieran surgir, que lo hagan.
Esto por lo general significa escuchar la voz de la ansiedad, la ira, el temor
o el dolor de haber sido lastimados. Permite que las voces digan lo que quieran
decir. Escucha y comprende qué está ocurriendo.
Deja
que la energía se disperse todo lo que pueda. No exijas una descarga completa.
Piensa que tu cuerpo soltará la energía acumulada que pueda.
Luego
de unas horas, o al día siguiente, repite todo el procedimiento.
Éste parece un régimen muy estricto, pero lo único que se te pide es que
dediques cinco minutos al día a cualquiera de estas áreas. Los pasos pequeños
producen grandes resultados. La conciencia simple es la normal en la
naturaleza; el sufrimiento y las complicaciones que lo mantienen en marcha no
son naturales, y mantener toda esa complejidad es un gasto inútil de energía.
Al esforzarte todos los días por alcanzar un estado más simple, estás haciendo
lo mejor que alguien puede hacer para terminar con el sufrimiento: arrancar las
raíces de la irrealidad.
Secreto 5
La libertad doma la mente
¿Amas a tu mente? No he conocido a nadie que lo haga. Las personas con
cuerpos o rostros hermosos suelen amar el don que recibieron de la naturaleza
(aunque también puede ocurrir lo contrario: las personas más hermosas
físicamente pueden aislarse por inseguridad o temor de ser considerados
vanidosos). La mente es la parte de nosotros más difícil de amar porque nos
sentimos atrapados en ella; no siempre, sino cuando tenemos problemas. El
temor, de alguna manera, logra pasearse por la mente a voluntad. La depresión
oscurece la mente; la ira la hace estallar en confusión incontrolable.
Las culturas antiguas tienden a repetir la noción de que la mente es
inquieta y poco fiable. En India, la metáfora más común compara a la mente con
un elefante salvaje, y se dice que calmar la mente es como amarrar al elefante
a una estaca. En el budismo, se la compara con un mono que se esfuerza por ver
el mundo con los cinco sentidos. Los monos son célebres por ser impulsivos e
inconstantes, capaces de hacer cualquier cosa sin previo aviso. La psicología
budista no pretende domar al mono sino conocer sus costumbres, aceptarlas y
entonces trascender a una conciencia más elevada, más allá de la inconstancia
de la mente.
Las metáforas no te llevarán a donde puedas amar la mente; debes
encontrar por ti mismo la experiencia real de paz y calma. El secreto para
hacerlo es liberar la mente. Cuando es libre, la mente se tranquiliza. Renuncia
a su inquietud y se convierte en un canal para la paz. Esta solución parece
oponerse al sentido común, porque nadie afirmaría que un elefante salvaje o un
mono pueden domarse liberándolos. Dirían que el animal libre sólo se haría más
salvaje, pero este secreto se basa en la experiencia: la mente es “salvaje”
porque tratamos de confinarla y controlarla. En un nivel más profundo hay un
orden completo. Ahí, pensamientos e impulsos fluyen en armonía con lo que es
correcto y mejor para cada persona.
Entonces, ¿como podemos liberar a la mente? Primero debemos comprender
cómo quedó atrapada. La libertad no es una condición a la que podamos acceder
abriendo simplemente una puerta o rompiendo unos grilletes. La mente es su
propio grillete, como supo el poeta William Blake al contemplar a las personas
en las calles de Londres:
En el sollozo de cada hombre
En el grito temeroso de cada infante
En cada voz, en cada prohibición
Escucho las esposas que forjan la mente.
En su intento por comprender cómo la mente se atrapa a si misma, los antiguos
sabios hindúes concibieron el concepto clave samskara (derivado de dos palabras
sánscritas que significan “fluir juntos”). Un samskara es un surco en la mente
que permite a los pensamientos fluir en la misma dirección.
La psicología budista hace un uso sofisticado del concepto al describir
los samskaras como huellas en la mente que tienen vida propia. Tus samskaras
personales, desarrollados a partir de recuerdos, te fuerzan una y otra vez a
reaccionar de la misma manera limitada, privándote de libre albedrío (esto es,
de elegir como la primera vez).
La mayoría de las personas desarrollan una identidad con base en
samskaras sin saber que lo están haciendo. Pero las pistas son inconfundibles.
Piensa en las personas propensas a ataques de ira. Estos arranques constan de
varias etapas: primero hay algún síntoma físico: compresión en el pecho, inicio
de dolor de cabeza, taquicardia, respiración superficial. Entonces se produce
un impulso. La persona siente que la ira se acumula como el agua tras un dique.
La presión es tanto física como emocional; el cuerpo quiere deshacerse del
malestar y la mente desea liberar los sentimientos reprimidos. En este momento
la persona busca una excusa para lanzar un ataque a gran escala. La excusa
puede fabricarse a partir de cualquier pequeña infracción: una actividad no
realizada por los hijos, un mesero lento, un dependiente poco obsequioso.
Finalmente aparece la erupción de cólera, y sólo hasta que se calma, la
persona se da cuenta del daño que ha hecho. El ciclo termina con remordimientos
y el propósito de no estallar de nuevo. La vergüenza y la culpa entran en Juego
prometiendo aplacar el impulso en el futuro; por su lado, la mente reflexiona
racionalmente sobre la insensatez de ventilar la ira con tal imprudencia.
A quienes sufren ataques de ira les resulta difícil reclamar el poder de
elegir. Cuando el impulso comienza a producir humo, la presión debe hallar
escape. Con frecuencia, sin embargo, hay connivencia, un acuerdo tácito de que
la ira tome el control. En algún momento de su pasado, estas personas
decidieron adoptar la ira como un mecanismo para enfrentar las dificultades. La
vieron en acción en sus familias o en la escuela; relacionaron poder con
intimidación, e identificaron a esta última como el único medio para acceder al
poder. Estas personas suelen ser incapaces de expresarse verbalmente, y sus
explosiones de enojo se convierten en sustituto de palabras y pensamientos. Una
vez que adquirieron este hábito dejaron de buscar otras vías. La cólera que
quisieran controlar está unida a ellas por la necesidad y el deseo; no saben
cómo obtener lo que desean sin ella.
Ésta es la anatomía del samskara en toda su variedad. Podemos sustituir
la palabra ira con muchas otras: ansiedad, depresión, adicción sexual, abuso de
estupefacientes, compulsión obsesiva, y todas demostrarán cómo los samskaras
privan a las personas de libre albedrío. Incapaces de eludir sus recuerdos
tóxicos, se adaptan a ellos agregando más y más capas de impresiones. Las capas más bajas,
colocadas en la infancia, continúan enviando sus mensajes, razón por la cual
los supuestos adultos se sienten como niños impulsivos y asustados cuando se
ven en el espejo. El pasado todavía no ha sido elaborado lo suficiente; los
samskaras gobiernan la mente con base en un caos de experiencias viejas y
caducas.
Los recuerdos almacenados son como microchips programados para enviar el
mismo mensaje una y otra vez. Cuando te descubres mostrando una reacción fija,
el mensaje ya fue enviado: no tiene caso tratar de cambiar el mensaje. No
obstante, así es como la mayoría de las personas intenta domar a la mente.
Reciben un mensaje que no les gusta y su reacción es una de estas tres:
Manipulación
Control
Negación
Sí los analizas cuidadosamente, resulta claro que estos tres
comportamientos se presentan después del hecho: consideran el desorden de la
mente como causa de angustia, no como síntoma. Estas supuestas soluciones
tienen terribles efectos negativos.
La manipulación consiste en obtener lo que quieres ignorando o dañando
los deseos de los demás. Los manipuladores utilizan el encanto personal, la
persuasión, la coacción, las artimañas y la falsa información. La idea
subyacente es: “Debo engañar a las personas para obtener lo que quiero”.
Cuando están realmente inmersos en sus maniobras, los manipuladores
incluso llegan a imaginar que están haciendo un favor a sus víctimas. Después
de todo, ¿a quién no le gustaría ayudar a una persona tan divertida? Puedes
descubrirte cayendo en este comportamiento cuando no escuchas a otras personas,
ignoras lo que quieren y crees que tus deseos no tienen un costo para los
demás. También hay señales externas. La presencia de un manipulador trae
tensión, estrés, quejas y conflicto ante una situación. Algunas personas
practican manipulaciones pasivas: montan escenarios del tipo “pobre de mí” para
provocar lástima en los demás. O pueden buscar culpables haciéndoles pensar que
lo que quieren está mal. La manipulación termina cuando dejas de asumir que tus
deseos son lo más importante. Entonces puedes reconectarte con los demás y
confiar en que sus deseos pueden coincidir con los tuyos. Cuando no hay
manipulación, las personas sienten que lo que desean cuenta. Confían en que
estás de su lado; no eres visto como actor o vendedor. Nadie se siente
engañado.
El control consiste en imponer tu manera de hacer las cosas a situaciones y
personas. El control es la gran máscara de la inseguridad. Quienes utilizan
este comportamiento sienten un miedo mortal a dejar a los demás ser como son,
así que el controlador constantemente hace exigencias que mantienen a los demás
fuera de equilibrio. La idea subyacente es: “SÍ siguen prestándome atención, no
se irán”. Cuando te descubres urdiendo excusas para tu comportamiento y
culpando a los demás, o cuando sientes que nadie te agradece o reconoce lo
suficiente, la culpa no es de ellos: estás exhibiendo una necesidad de
controlar. Las señales externas de este comportamiento provienen de quienes
tratas de controlar: se sienten tensos y recelosos, se quejan de no ser
escuchados, te llaman perfeccionista o Jefe intransigente. El control empieza a
capitular cuando aceptas que tu punto de vista no es necesariamente el
correcto. Puedes detectar tu necesidad de controlar si adviertes cuándo te
quejas, culpas, insistes en que sólo tú tienes la razón y esgrimes una excusa
tras otra para demostrar que estás libre de culpa. Una vez que dejas de
controlarlas, las personas que te rodean empiezan a respirar con libertad, se
relajan y ríen, se sienten libres de ser quienes son sin esperar tu aprobación.
La negación es rehuir el problema en lugar de enfrentarlo. Los psicólogos
consideran a la negación el más infantil de los tres comportamientos, porque
está íntimamente relacionado con la vulnerabilidad. La persona se siente incapaz
de resolver problemas, como un niño. El temor está vinculado con la negación,
al igual que una necesidad infantil de amor ante la inseguridad. La idea
subyacente es; “No debo considerar lo que, por principio de cuentas, no puedo
cambiar”. Puedes descubrirte practicando la negación cuando experimentas falta
de concentración, fallas de memoria, postergación, renuencia a confrontar a
quienes te dañan, fantasía, falsas esperanzas y confusión. La principal señal
externa es que los demás no confían en ti o no te buscan cuando se requiere una
solución. Al desconcentrarte, la negación te defiende con la ceguera. ¿Cómo se
te podría acusar de fallar en algo que ni siquiera ves? La negación se supera
enfrentando las verdades dolorosas. El primer paso es expresar cómo te sientes.
Para la persona que presenta una profunda negación, los sentimientos que la
hagan pensar que está insegura son, en general, los que debe enfrentar. La
negación comienza a ceder cuando te sientes concentrado, alerta y dispuesto a
participar a pesar de tus temores.
Cada uno de estos comportamientos intenta demostrar un imposible: la
manipulación que puedes forzar a cualquiera a hacer lo que quieres; el control
que nadie puede rechazarte a menos que tú lo dispongas; la negación que las
cosas malas desaparecerán si no las ves. Lo cierto es que las demás personas
pueden negarse a hacer lo que quieres, abandonarte sin una buena razón, y
provocar problemas, los veas o no. Es imposible predecir durante cuánto tiempo
seguiremos intentando demostrar lo contrario, pero sólo cuando admitimos la
verdad, el comportamiento termina por completo.
Lo siguiente que debemos saber sobre los samskaras es que no son
silenciosos. Esas profundas impresiones en la mente tienen voz; escuchamos sus
reiterados mensajes como palabras en nuestra cabeza. ¿Es posible distinguir
cuáles voces son verdaderas y cuáles falsas? Ésta es una pregunta importante
porque es imposible pensar sin escuchar algunas palabras en nuestra cabeza.
A principios del siglo XIX un oscuro pastor de Dinamarca conocido como
Maestro Adier, fue expulsado de su iglesia. Se le condenó por desobedecer a las
autoridades, pues afirmó que había recibido una revelación directamente de
Dios. Muchos pensaron que Adier había perdido la razón. Desde el pulpito aseveró
que si hablaba con voz aguda y chillona estaba transmitiendo una revelación, y
que si lo hacía con su voz normal, grave, se trataba de él.
Este extraño comportamiento hizo dudar a la congregación de la cordura
del pastor y no tuvieron más alternativa que echarlo. Las noticias del caso
llegaron al gran filósofo danés Sóren Kierkegaard, quien formuló la pregunta
fundamental: ¿es posible demostrar que alguien escucha la voz de Dios? ¿Qué
comportamiento o indicio externo permitiría distinguir entre una revelación
auténtica y una falsa? El infortunado clérigo probablemente sería declarado
esquizofrénico en nuestros días. Kierkegaard concluyó que Adier no hablaba con
la voz de Dios; sin embargo, también opinó que nadie sabe de dónde provienen
las voces interiores. Simplemente las aceptamos, así como al torrente de
palabras que llena nuestras cabezas.
Una persona profundamente religiosa puede afirmar incluso que cada voz
interna es la voz de Dios. Pero hay algo indudable: todos escuchamos las voces
internas de un coro que clama. Fastidian, elogian, engatusan, juzgan,
advierten, sospechan, descreen, confían, se quejan, expresan esperanza, amor y
miedo, sin ningún orden particular. Es demasiado simplista afirmar que todos
tenemos un lado bueno y uno malo; todos tenemos miles de aspectos configurados
por nuestras experiencias pasadas. Es imposible calcular cuántas voces estoy
escuchando. Siento que algunas se remontan a mi infancia; suenan como huérfanos
de mis experiencias más remotas y me suplican que los recoja. Otras son voces
adultas y ásperas, y en ellas escucho a personas que me juzgaron o castigaron.
Cada voz cree que merece toda mi atención, sin importarle que las otras piensen
lo mismo. No hay un yo central que se eleve por encima del alboroto y sofoque
ese tumulto de opiniones, exigencias y necesidades. Aquella voz a la que en
determinado momento presto más atención se convierte en Mi voz, sólo para ser
desalojada cuando desplazo mí atención. La anarquía de este incesante ir y
venir prueba cuan fragmentado estoy.
¿Cómo puede domarse este coro que clama? ¿Cómo puedo recuperar un
sentido del yo adecuado a una realidad? La respuesta, de nuevo, es la libertad,
pero en un sentido muy peculiar. Debes liberarte de las decisiones. La voz que
habla en tu cabeza desaparecerá una vez que dejes de elegir. Un samskara es una
elección que recuerdas del pasado. Cada elección te cambió un poco. El proceso
inició cuando naciste y continúa hasta hoy. En vez de combatirlo, todos creemos
que debemos seguir haciendo elecciones; como resultado, seguimos agregando
nuevos samskaras y reforzando los viejos. (En el budismo, a esto se le llama
rueda de samskara porque las mismas reacciones regresan una y otra vez. En
sentido cósmico, la rueda de samskara lleva a las almas de una vida a la
siguiente, las viejas huellas nos impulsan a enfrentar los mismos problemas aun
más allá de la muerte.) Kierkegaard escribió que la persona que ha encontrado a
Dios se libera de las elecciones. ¿Pero qué se siente que Dios tome decisiones
por uno? Creo que tendríamos que estar profundamente conectados con Dios para
responder esa pregunta.
No obstante, en un estado de conciencia simple, las elecciones más
evolutivas parecen llegar espontáneamente. Aunque el ego agoniza con cada
detalle de una situación, una parte más profunda de tu conciencia sabe qué
hacer, y sus elecciones surgen con elegancia y coordinación perfectas. ¿No es
cierto que todos hemos experimentado destellos de claridad en los que
súbitamente sabemos qué hacer? Conciencia sin elecciones es otra manera de
nombrar la conciencia libre. Al liberar a tu elector interno, reclamas tu
derecho a vivir sin fronteras, actuando según la voluntad de Dios con total
confianza.
¿Quedamos atrapados por el simple hecho de elegir? Ésta es una idea
sorprendente porque se opone a un comportamiento de toda la vida. Todos hemos
vivido la vida con una elección a la vez. El mundo exterior es como un enorme
bazar que ofrece una deslumbrante colección de posibilidades, y todos compramos
de acuerdo con lo que consideramos mejor para nosotros. La mayoría de las
personas se conocen a sí mismas por lo que trajeron en su bolsa de compras:
casa, empleo, cónyuge, auto, hijos, dinero. Sin embargo, cada vez que elegimos
A en lugar de B, nos forzamos a dejar atrás alguna parte de la realidad única.
Nos definimos por preferencias selectivas y completamente arbitrarias.
La alternativa consiste en dejar de concentrarnos en los efectos y
buscar las causas. ¿Quién es tu elector interno? Esta voz es una reliquia del
pasado, suma de viejas decisiones que persisten más allá de su tiempo. En este
momento vives con la carga de tu yo pasado, que ya no está vivo. Debes proteger
los millares de elecciones que integran el yo muerto. No obstante, el elector
podría tener una vida mucho más libre. Si las elecciones ocurrieran en el
presente y fueran plenamente valoradas justo ahora, no habría nada a qué
aferrarse y el pasado no se acumularía hasta convertirse en una carga
aplastante.
La elección debería ser un flujo. De hecho, el cuerpo indica que es la
manera más natural de existir. Como vimos antes, las células sólo conservan el
alimento y el oxígeno necesarios para sobrevivir unos cuantos segundos. No
acumulan energía porque nunca saben qué pasará a continuación. Las respuestas
flexibles son mucho más importantes
para la supervivencia que el aprovisionamiento. Desde cierto punto de
vista, esto las hace completamente vulnerables; sin embargo, por más frágil que
parezca una célula, no pueden ignorarse dos billones de años de evolución.
Todos sabemos elegir; pocos sabemos dejar ir. Pero sólo dejando ir cada
experiencia podemos abrir espacio para la siguiente. La habilidad en dejar ir
puede aprenderse; una vez aprendida, disfrutarás vivir mucho más
espontáneamente.
Dejar ir
Cómo elegir sin quedar atrapado
q Aprovecha al máximo cada experiencia.
q No te obsesiones con decisiones
correctas o incorrectas.
q No defiendas una imagen propia.
q Supera los riesgos.
q No tomes decisiones si tienes dudas.
q Ve las posibilidades en todo lo que
pase.
q Encuentra la corriente.
Aprovechar al máximo cada experiencia.
Vivir plenamente se exalta por todas partes en la cultura popular. Basta
encender la televisión para ser asaltados por mensajes como: “Es lo mejor que
un hombre puede tener”, “Es como tener un ángel a tu lado”, “Cada movimiento es
suave, cada palabra es la justa. No quiero perder ese sentimiento jamás” “Tú
miras, ellos sonríen. Tú ganas, ellos se van a casa”. ¿Qué se está vendiendo
aquí? Una fantasía de placer sensual total, estatus social, atracción sexual, y
la imagen de un triunfador.
Por cierto, todas estas frases provienen del mismo comercial de
rastrillos para afeitar, pero vivir plenamente es parte de casi todas las
campañas publicitarias. Lo que no se menciona, sin embargo, es qué significa en
realidad experimentar algo plenamente. En vez de buscar sobrecargas sensoriales
que duren por siempre, descubrirás que las experiencias necesitan abordarse en
el nivel del significado y la emoción.
El significado es esencial. Si este momento te importa en verdad, lo
vivirás plenamente. La emoción incorpora la dimensión de sintonía y
participación: una experiencia que toca tu corazón hace que el significado sea
mucho más personal. La sensación física pura, el estatus social, la atracción
sexual y el sentirse como un ganador son, en general, superficiales, razón por
la cual las personas las ansían repetidamente. Si convives con atletas que han
ganado cientos de juegos, o con solteros sexualmente activos que se han
acostado con cientos de parejas, descubrirás rápidamente dos cosas: 1) La
cantidad no cuenta mucho; en el fondo, el atleta no suele sentirse como un
ganador; el conquistador sexual no suele sentirse profundamente atractivo o
valioso. 2) Cada experiencia ofrece recompensas progresivamente menores; la
emoción de ganar o seducir es cada vez menos excitante y dura menos.
Experimentar plenamente éste o cualquier momento significa participar de
manera total. Por ejemplo, conocer a una persona puede ser una experiencia
totalmente efímera y sin sentido a menos que accedas a su mundo, encuentres
algo que sea significativo en su vida e intercambies al menos un sentimiento
sincero. La sintonía con otros es un flujo circular: tú te proyectas hacia las
personas y las recibes cuando responden. Observa cuan pocas veces sucede esto.
Te mantienes apartado y te aíslas; envías sólo las señales más superficiales y
recibes poco o nada.
El mismo círculo debe estar presente aun cuando no haya nadie más.
Analiza la manera en que tres personas pueden contemplar la misma puesta de
sol. La primera está obsesionada con un negocio y no repara siquiera en ella,
aunque sus ojos están registrando los fotones que caen en su retina; la segunda
piensa: “Bonita puesta de sol. No hemos tenido una así en mucho tiempo”; la
tercera es un pintor que empieza inmediatamente un boceto del paisaje. Las
diferencias entre las tres es que la primera persona no envió ni recibió nada;
la segunda permitió que su conciencia recibiera la puesta de sol pero no pudo
transmitir nada; su respuesta fue automática; la tercera fue la única que cerró
el círculo: interiorizó la puesta de sol y la convirtió en una respuesta
creativa que envió su conciencia hacia el mundo para dar algo.
Si en verdad quieres experimentar plenamente la vida, debes cerrar el
círculo.
Decisiones correctas e incorrectas.
Si te obsesionas por tomar la decisión correcta, estás asumiendo que el
universo te recompensará por una cosa y te castigará por otra. Ésta es una
asunción equivocada porque el universo es flexible: se adapta a todas tus
decisiones. Correcto e incorrecto son sólo ideas. Inmediatamente escucho
fuertes objeciones emocionales a esto. ¿Qué hay del marido perfecto? ¿Qué hay
del empleo perfecto? ¿Qué hay del auto perfecto? Todos estamos habituados a
actuar como clientes con las personas, los empleos y los autos: queremos el
mejor rendimiento por nuestro dinero. Pero en realidad, las decisiones que
calificamos correctas e incorrectas son arbitrarias. El marido perfecto es uno
entre cientos o miles de hombres con quienes podrías compartir una vida
satisfactoria. El mejor empleo es imposible de definir, pues resulta bueno o
malo según decenas de factores que entran en juego después de elegirlo. (¿Quién
sabe de antemano cómo son los colegas, cuál es el clima corporativo, si tendrás
la idea correcta en el momento indicado?) Y el mejor auto puede verse
involucrado en un accidente dos días después de comprarlo.
El universo no tiene un programa definido. Una vez que tomas cualquier
decisión, él opera alrededor de esa decisión. No hay correcto o incorrecto,
sólo una serie de posibilidades que pueden cambiar con cada pensamiento,
sentimiento y acción que experimentes. Si esto suena demasiado místico,
considera de nuevo tu cuerpo. Todos los signos vitales importantes —temperatura
corporal. Frecuencia cardiaca, consumo de oxígeno, nivel hormonal, actividad
cerebral, etcétera— cambian en el momento en que decides hacer algo. El
metabolismo de un corredor no puede ser tan lento como el de alguien que está
leyendo, porque sin un consumo mayor de aire y una frecuencia cardiaca más
alta, el corredor se sofocaría y sufriría un colapso o espasmos musculares.
Las decisiones son señales que indican a tu cuerpo, mente y entorno que
se muevan en determinada dirección. Puede suceder que después te sientas
insatisfecho con la dirección elegida, pero obsesionarse con las decisiones
correctas o incorrectas es lo mismo que no seguir ninguna. No olvides que tú
eres el elector: eres mucho más que cualquier decisión individual que hayas
tomado o tomes en el futuro.
Defender una imagen propia.
A lo largo de los años has construido una imagen idealizada que llamas
“yo” y defiendes. Esta imagen incluye todas las cosas que deseas te conciernan.
De ella están desterrados todos los aspectos vergonzosos, culpables y
amenazantes que ponen en peligro tu confianza en ti. Pero esos mismo aspectos
que intentas rechazar regresan como las voces más insistentes, más exigentes de
tu cabeza. Ese destierro da lugar al caos de tu diálogo interno y por tanto, tu
ideal se erosiona aun cuando haces todo lo posible por verte bien y sentirte
bien contigo mismo.
Para sentirte en verdad bien contigo mismo, renuncia a tu imagen propia.
Inmediatamente te sentirás más abierto, permeable y relajado. Vale la pena
recordar un comentario sorprendente del renombrado maestro espiritual hindú
Nisargadatta Maharaj: “Si te observas, sólo tienes un yo cuando tienes
problemas” Si esto te parece increíble, imagina que vas caminando por un
vecindario en una zona peligrosa de la ciudad. A tu alrededor hay personas cuya
mirada te pone nervioso. El sonido de acentos extraños te recuerda que eres
diferente a ellas y sientes peligro. La percepción de amenaza provoca que te
batas en retirada; te apartas y constriñes. Esta táctica abre una brecha aún
mayor entre tú y lo que temes.
Pero esa retirada al yo aislado y constreñido no te protege de nada. Es
imaginaria. Y al aumentar la brecha impides que ocurra lo único que podría
servirte: la expansión a una sensación mayor de tranquilidad. Maharaj sostiene
que lo que llamamos “yo” es una contracción alrededor de un núcleo vacío,
cuando en realidad fuimos hechos para ser libres y expansivos en nuestra
conciencia.
Se dedica mucho tiempo en la autoayuda a convertir una mala imagen
propia en buena. Aunque esto suena razonable, todas las imágenes propias tienen
el mismo inconveniente: te recuerdan quién fuiste, no quién eres. La idea misma
del yo está cimentada en recuerdos, y esos recuerdos no son tú. SÍ te liberas
de tu imagen propia, serás libre de elegir como si fuera la primera vez.
La imagen propia mantiene la realidad a raya, particularmente en el
nivel emocional. Muchas personas no admiten lo que en realidad sienten. Su
imagen propia les dicta que, por ejemplo, estar enojados o mostrar ansiedad no
es permisible. Estos sentimientos no se ajustan a “el tipo de persona que
quiero ser”. Ciertas emociones parecen demasiado peligrosas para conformar tu
propia imagen ideal, por lo cual adoptas un disfraz que las excluye. La ira y
el temor reprimidos pertenecen a esta categoría, pero también la alegría
inmensa, el éxtasis y la espontaneidad despreocupada. Te liberas del control de
la propia imagen cuando:
Sientes
lo que sientes.
Las
cosas dejan de ofenderte.
Dejas
de evaluar cómo te hace ver una situación.
No
excluyes personas a las que te sientes superior o inferior.
Dejas
de preocuparte de lo que piensen de ti los demás.
Dejas
de obsesionarte por el dinero, el estatus o las pertenencias.
Dejas
de sentir la necesidad de defender tus opiniones.
Superar los riesgos.
Mientras el futuro siga siendo impredecible, toda decisión implica algún
nivel de riesgo. Por lo menos, ésa es la historia aceptada universalmente. Se
nos dice que ciertos alimentos nos ponen en riesgo de sufrir ataques al corazón
y cáncer, por ejemplo, y lo más lógico es cuantificar el riesgo y mantenernos
cerca de los números más bajos. Pero la vida no puede cuantificarse. Por cada
estudio que demuestra un hecho cuantificable sobre las cardiopatías (por
ejemplo, que las personas que beben un litro de leche al día son 50 por ciento
menos propensos a sufrir ataques al corazón severos), hay otro estudio que
demuestra que el estrés eleva el riesgo de sufrir cardiopatías sólo si la
persona es susceptible a él (hay quienes lo disfrutan).
El riesgo es mecánico. Supone que no hay inteligencia detrás de las
situaciones, sólo un cierto número de factores que producen cierto resultado.
Tú puedes superar los riesgos si sabes que hay inteligencia infinita operando
en la dimensión oculta de tu vida. En el nivel de esta inteligencia, tus
elecciones siempre están respaldadas. El propósito de evaluar los riesgos sería
ver si tu línea de acción es razonable; el análisis de los riesgos no debe
desestimar los factores más importantes, evaluados en el nivel de la conciencia
profunda;
¿Siento
que esta elección es adecuada para mí?
¿Me
interesa lo que conduce a esta elección?
¿Me
agradan las personas implicadas?
¿Esta
decisión es buena para mi familia en conjunto?
¿Esta
decisión es apropiada en esta etapa de mi vida?
¿Me
siento justificado moralmente para tomar esta decisión?
¿Esta
decisión me ayudará a crecer?
¿Tendré
oportunidad de ser más creativo y sentirme inspirado por lo que estoy a punto
de hacer?
Cuando estas cosas salen mal las elecciones no resultan.
Los riesgos pueden ser pertinentes pero no decisivos. Quienes pueden
evaluar sus elecciones en el nivel profundo de la conciencia se alinean con la
inteligencia infinita, y por tanto tienen más posibilidades de éxito que
quienes hacen muchos cálculos.
En caso de duda. Es difícil dejar ir cuando no sabes sí tomaste la
decisión correcta. La duda persiste y nos ata al pasado. Muchas relaciones
terminan en divorcio debido a la falta de compromiso, pero esa falta de
compromiso no se desarrolló con el tiempo; estaba presente desde el principio y
nunca se resolvió. Es importante no tomar decisiones fundamentales si tienes
dudas. El universo favorece las acciones cuando han comenzado. Esto significa
que al tomar una dirección, pones en marcha un mecanismo que es muy difícil
revertir. ¿Puede una mujer casada sentirse soltera simplemente porque así lo
desea? ¿Puedes sentir que no eres hijo de tus padres simplemente porque crees
que sería mejor tener otros?
En ambos casos, los lazos con una situación, una vez dada, son fuertes.
Sin embargo, cuando tienes dudas, detienes momentáneamente al universo: no
favorece ninguna dirección en particular.
Esta pausa tiene un aspecto bueno y otro malo. El bueno es que te das
espacio para tomar conciencia de más cosas, y con más conciencia, el futuro
puede ofrecerte nuevas razones para actuar de una u otra manera. El aspecto
malo es que la inercia no es productiva: sin elecciones no puedes crecer ni
evolucionar. Si las dudas persisten, debes liberarte del estancamiento. La
mayoría de las personas lo alcanza zambulléndose en la siguiente elección,
viviendo la vida al azar: “Esto no funcionó. Lo mejor será que haga otra cosa,
no importa qué”.
Por lo general, las personas que eligen de manera arbitraria
(incursionando imprudentemente por la casa vecina, el próximo empleo, la
siguiente relación que se presenta) resultan ser calculadoras en exceso. Pasan
tanto tiempo evaluando los riesgos, analizando pros y contras, y valorando las
peores situaciones posibles, que ninguna elección parece correcta y la
frustración los impulsa a terminar en el punto muerto. Irónicamente, estos
saltos irracionales a veces funcionan. El universo tiene más cosas guardadas
para nosotros de las que podemos predecir, y las malas elecciones con
frecuencia se resuelven favorablemente porque nuestras aspiraciones ocultas
saben a dónde vamos.
Aun así, la duda resulta destructiva para esa cualidad que la conciencia
intenta llevar a ti: el conocimiento. En un nivel profundo, tú eres el
conocedor de la realidad. La duda es síntoma de que no te has vinculado con tu
conocedor interno.
Normalmente significa que te estás dejando fuera de ti mismo cuando
debes hacer una elección. Tu decisión estará basada en factores externos. Para
la mayoría de las personas, los factores externos más fuertes se reducen a lo
que otras piensan, porque adaptarse es el camino de la menor resistencia.
Pero adaptarse es como asumir la inercia. La aceptación social es el
menor común denominador del yo: es tú como unidad social en vez de tú como
persona única. Descubre quién eres en realidad; que adaptarte sea lo último que
pienses. Ello ocurrirá o no ocurrirá, pero en cualquier caso ya no tendrás más
dudas sobre ti.
No existe una fórmula para eliminar las dudas porque el encuentro con el
conocedor interior es una tarea personal. Debes comprometerte a expandir tu
conciencia. No dudes de esto. Si miras hacia dentro y sigues el camino que
lleva a tu inteligencia interna, el conocedor estará ahí esperándote.
Ver las posibilidades.
Sería mucho más fácil dejar ir los resultados si cada elección resultara
bien. ¿Y por qué no debiera ser así? En la realidad única no hay oportunidades
malgastadas, sólo nuevas oportunidades. Pero a la personalidad centrada en el
ego le gusta que las cosas estén conectadas. Llegar en segundo lugar hoy es
mejor que haber llegado en tercer lugar ayer, y mañana quiero llegar en
primero. Esta clase de pensamiento lineal refleja una concepción burda del
progreso.
El crecimiento real ocurre en muchas dimensiones. Lo que te ocurre puede
influir en tu manera de pensar, sentir, relacionarte con los demás, comportarte
en una situación determinada, adaptarte al entorno, percibir el futuro o a ti
mismo. Todas estas dimensiones deben evolucionar para que tú lo hagas. Intenta
ver las posibilidades en todo lo que ocurra. Sí no consigues lo que esperabas o
deseabas, pregúntate; “¿Hacia dónde debo ver?” Esta actitud resulta muy
liberadora.
En una dimensión u otra, todos los sucesos de la vida se resuelven en
una de dos cosas: o son buenos para ti, o plantean lo que necesitas ver para
crear el bien en ti. En la evolución ganas de todas maneras, aseveración que
proviene no de un optimismo ciego sino de lo que, de nuevo, observamos en el
cuerpo. Todo lo que ocurre dentro de una célula es parte de su operación
saludable o una señal de que se debe rectificar.
La energía no se gasta al azar ni caprichosamente sólo para ver qué
ocurre. La vida también se corrige a sí misma de este modo. Como elector puedes
actuar por capricho; puedes seguir caminos arbitrarios o irracionales. Pero la
maquinaría subyacente de la conciencia no se altera. Ella sigue obedeciendo los
mismos principios;
Adaptarse
a tus deseos.
Mantener
todo en equilibrio.
Armonizar
tu vida individual con la vida del cosmos.
Hacerte
consciente de lo que haces.
Mostrarte
las consecuencias de tus actos.
Hacer
tu vida tan real como sea posible.
Como tienes libre albedrío, puedes ignorar estos principios por
completo. Todos lo hacemos en un momento u otro. Pero no puedes alterarlos. La
vida depende de ellos. Son la base de la existencia, aunque tus deseos vayan o
vengan, y la base de la existencia es inmutable. Una vez que asimilas esta
verdad, puedes alinearte con cualquier posibilidad que se cruce en tu camino,
confiando en que la ganancia segura es la actitud que la vida ha mostrado
durante billones de años.
Encontrar la corriente de la alegría.
Mi imaginación quedó cautivada por un episodio de las aventuras de
Carlos Castañeda, cuando su maestro Don Juan lo envía con una bruja que tiene
la capacidad de adoptar la percepción de cualquier criatura. La bruja permite a
Castañeda sentirse exactamente como una lombriz de tierra. ¿Qué percibe él?
Enorme excitación y poder. En vez de ser la minúscula criatura ciega que la
lombriz parece a ojos humanos. Castañeda se siente como una excavadora que
aparta cada grano de tierra como si se tratara de una roca: es imponente y
poderoso. En vez de parecerle un trabajo pesado, la excavación es motivo de
euforia, la euforia de alguien que puede mover montañas con su cuerpo.
En tu vida hay una corriente de alegría igualmente elemental e
inamovible. Una lombriz nada más se conoce a sí misma, por lo que no puede
desviarse de la corriente de la alegría. Tú puedes dispersar tu conciencia en
cualquier dirección, y con ello, distraerte de la corriente. No podrás dejar ir
tu imagen ni tu mente inquieta hasta que sientas, sin lugar a dudas, una
alegría palpable en ti mismo. El renombrado maestro espiritual J. Krishnamurti
comentó de pasada algo que me resultó conmovedor. Las personas no se dan
cuenta, dijo, de cuan importante es despertar cada mañana con una canción en el
corazón. Cuando leí eso, hice una prueba. Pedí en mi interior escuchar la
canción, y durante algunas semanas, sin otra participación de mi voluntad,
percibí una canción; era lo primero que venía a mi mente cuando despertaba.
Pero también sé que Krishnamurti hablaba metafóricamente: la canción
significa alegría en la existencia, una alegría independiente de buenas o malas
elecciones. Pedirte esto a ti mismo es lo más fácil y lo más difícil. Pero no
permitas que pase de largo, no importa cuan compleja se haga tu vida. Mantén
ante ti la visión de liberar tu mente, y cuando lo logres, serás acogido por
una corriente de felicidad.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL SEXTO SECRETO
El sexto secreto trata sobre la vida sin elecciones. Como todos tomamos
nuestras decisiones muy en serio, adoptar esta actitud requiere un cambio
importante. Puedes empezar hoy con un sencillo ejercicio. Siéntate unos minutos
y evalúa algunas de las elecciones más importantes hechas a lo largo de los
años. Toma una hoja de papel y traza dos columnas encabezadas así: “Buena
elección” y “Mala elección”.
En cada columna escribe al menos cinco elecciones relacionadas con los
momentos que consideres más memorables y decisivos de tu vida hasta ahora.
Probablemente empezarás con los momentos decisivos que compartimos casi todas
las personas (la relación importante que se vino abajo, el empleo que
rechazaste o que no obtuviste, la decisión de elegir una profesión), pero
asegúrate de incluir elecciones privadas que sólo tú conoces (la pelea de la
que huiste, la persona que no te atreviste a confrontar, el momento de valor
cuando venciste un temor profundo).
Cuando tengas tu lista, piensa en una cosa buena que haya resultado de
malas elecciones y una cosa mala que haya resultado de elecciones buenas. Este
ejercicio permite desechar etiquetas y entrar en contacto con la flexibilidad
real de la vida. Si prestas atención, comprobarás que no sólo una sino muchas
cosas buenas resultaron de malas decisiones, mientras que muchas cosas malas
están enmarañadas en decisiones buenas. Por ejemplo, puedes tener un empleo
maravilloso pero estar involucrado en una relación terrible en el trabajo, o
haber chocado tu auto mientras te dirigías a él. Puedes estar feliz de ser
madre pero saber que ello restringe drásticamente tu libertad personal. Puedes
ser soltero y estar muy satisfecho de todo lo obtenido por ti mismo, pero
también te has perdido del crecimiento que resulta de estar casado con alguien
a quien amas profundamente.
Ninguna de las decisiones que has tomado te lleva en línea recta adonde
estás ahora. Echaste un vistazo a algunos caminos y avanzaste algunos pasos
antes de dar marcha atrás.
Seguiste algunos caminos sin salida y otros que se perdieron luego de
muchas intersecciones. En última instancia, todos están conectados con los
demás. Libérate de la idea de que tu vida consiste en elecciones buenas y malas
que conducen tu destino en línea recta. Tu vida es producto de tu conciencia.
Toda elección deriva de esto, así como todo paso hacia el crecimiento.
Deepak Chopra: El libro de los secretos.
Deepak Chopra: El libro de los secretos.
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