Secreto 2
El mundo está en ti
Para resolver el
misterio de la vida sólo necesitamos cumplir un mandamiento: vivir como una
célula. Sin embargo, no lo hacemos, y la razón resulta evidente: tenemos
nuestra manera de hacer las cosas. Nuestras células se alimentan del mismo
oxígeno y glucosa que nutrieron a las amibas hace dos billones de años, pero
nosotros preferimos los alimentos de moda, grasosos, azucarados y frívolos.
Pese a que nuestras células cooperan entre sí -con base en lineamientos
establecidos por la evolución en los helechos del periodo cretáceo, nosotros
encontramos un nuevo enemigo en el planeta cada década, cada año, cada mes. Lo
mismo podemos decir de otras desviaciones de la sabiduría exacta, completa y
casi perfecta de nuestros cuerpos.
Estos ejemplos
reflejan una situación de mayor alcance.
Para volver a la
sabiduría de la célula debemos aceptar que vivimos las consecuencias de
elecciones ajenas. Se nos enseñaron hábitos y creencias que ignoran por
completo el misterio de la vida. Estas creencias están contenidas unas en
otras, como esas cajas chinas que contienen siempre otra más pequeña:
Hay un mundo
material.
El mundo material
está lleno de objetos, sucesos y personas.
Yo soy una de esas
personas y no tengo una posición más elevada que las demás.
Para descubrir
quién soy debo explorar el mundo material.
Este conjunto de
creencias resulta limitante. En él no hay lugar para ningún acuerdo espiritual;
ni siquiera para el alma.
¿Para qué integrar
el misterio de la vida en un sistema que sabe de antemano qué es real? Por más
convincente que parezca el mundo material -y para vergüenza de la ciencia
moderna-, nadie ha podido demostrar que es real. Las personas comunes no están
al tanto de los avances de la ciencia, por lo que este grave problema no es
conocido. No obstante, cualquier neurólogo puede decirte que el cerebro no
ofrece ninguna prueba de que el mundo exterior existe en verdad, y sí muchas de
que no existe.
Todo lo que el
cerebro hace es recibir señales incesantes relacionadas con el equilibrio
químico, el consumo de oxígeno y la temperatura del cuerpo. A lo anterior se
suma una corriente discontinua de impulsos nerviosos. Esta enorme cantidad de
información no procesada tiene su origen en estallidos químicos que producen
cargas eléctricas. Éstas viajan en todas direcciones por una intrincada red de
finísimas células nerviosas, y una vez que llegan al cerebro (como un corredor
que lleva un mensaje a Roma desde los límites del imperio) la corteza las
combina y forma un conjunto aún más complejo de señales eléctricas y químicas.
La corteza no nos
dice nada sobre este procesamiento perpetuo de información, que es lo único que
ocurre dentro de la materia gris. Nosotros sólo percibimos el mundo material
con todas sus imágenes, sonidos, sabores, olores y texturas.
El cerebro nos ha
gastado una broma, un admirable juego de prestidigitación, pues no existe
conexión entre la información no procesada del cuerpo y nuestra percepción
subjetiva de un mundo exterior.
En lo que a nosotros
concierne, el mundo exterior podría ser un sueño. Cuando estoy dormido y sueño,
veo un mundo de sucesos tan vivido como el que veo durante la vigilia (aparte
de la vista, mis otros cuatro sentidos están presentes de manera irregular,
pero al menos un pequeño porcentaje de personas tiene los cinco: pueden tocar,
saborear, escuchar y oler con tanta intensidad como cuando están despiertos).
Sin embargo, cuando abro los ojos en la mañana, sé que esos sucesos tan reales
fueron producto de mi mente. Nunca he tomado el sueño por realidad porque doy
por hecho que los sueños no son reales.
¿Mi cerebro tiene
un sistema para crear el mundo de los sueños y otro para crear el de la
vigilia? No; en términos de función cerebral, el mecanismo de los sueños no se
esfuma cuando despierto. La misma corteza visual localizada en la parte trasera
de mi cabeza, hace que vea un objeto -un árbol, un rostro, e! cielo en la
memoria, en un sueño, en una foto o justo frente a mí. La ubicación de la
actividad neuronal cambia ligeramente entre una situación y otra, por lo que
puedo distinguir entre un sueño, una foto y el objeto; pero el proceso
fundamental siempre es el mismo: estoy creando un árbol, un rostro o el cielo a
partir de una maraña de nervios que lanzan estallidos químicos y cargas
eléctricas por todo el cuerpo. Por más que me esfuerce, jamás encontraré un
patrón de sustancias químicas y cargas eléctricas con forma de árbol” de rostro
o de ninguna otra cosa. Todo lo que hay es una tormenta de actividad
electroquímica.
Este embarazoso
problema -la incapacidad de demostrar la existencia de un mundo exterior-
socava la base del materialismo. Es así como llegamos al segundo misterio
espiritual: no estás en el mundo; el mundo está en ti.
La única razón por
la que las piedras son sólidas es que el cerebro interpreta una ráfaga de
señales eléctricas como tacto; la única razón por la que el sol brilla es que
el cerebro interpreta otra ráfaga de señales eléctricas como vista. No hay luz
solar en mi cerebro, cuyo interior es tan oscuro como una caverna de piedra
caliza sin importar cuan iluminado esté el mundo exterior.
En el momento en
que digo que el mundo entero se crea en mí, me doy cuenta de que tú podrías
decir lo mismo. ¿Estoy en tu sueño, tú estás en el mío, o estamos todos atrapados
en una extraña combinación de las versiones de cada uno sobre los
acontecimientos? Para mí, éste no es un problema sino la esencia de la
espiritualidad. Todos somos creadores. El misterio de cómo se combinan todos
estos puntos de vista individuales -de modo que tu mundo y el mío armonicen- es
lo que lleva a las personas a buscar respuestas espirituales. No hay duda de
que la realidad está llena de conflictos, pero también de armonía. Es liberador
darse cuenta de que como creadores generamos cada aspecto, bueno o malo, de
nuestra experiencia. Así, cada uno es el centro de la creación.
Antiguamente, estas
ideas se aceptaban de manera espontánea. Hace siglos la doctrina de la realidad
única constituía el centro de la vida espiritual. Religiones, pueblos y
tradiciones discrepaban muchísimo, pero todos coincidían en que el mundo es una
creación indivisa e imbuida de una inteligencia, un diseño creativo. El
monoteísmo llamó a esta realidad única Dios; India, Brahma; China, Tao. En
todos los casos, el individuo vivía dentro de esta inteligencia infinita, y sus
actos constituían el diseño total de la creación. No tenía que emprender
búsquedas espirituales para encontrar la realidad única: su vida estaba inmersa
en ella. El creador permeaba por igual cada partícula de la creación, y la
misma chispa divina animaba toda forma de vida.
En la actualidad
tildamos esta perspectiva como “mística” porque trata con lo invisible. Pero si
nuestros ancestros hubieran conocido el microscopio, ¿no habrían encontrado en
la conducta de las células la comprobación de su misticismo? La creencia en una
realidad inclusiva ubica a cada individuo en el centro de la existencia. El
símbolo místico de esta situación es un círculo con un punto en el centro: el
individuo (punto) es en realidad infinito (círculo). Es como la pequeña célula
cuyo punto de ADN la vincula con billones de años de evolución.
¿Pero podemos
considerar al concepto de la realidad única como místico? Durante el invierno
veo por mi ventana al menos un capullo colgando de una rama. Dentro de él una
oruga se ha convertido en crisálida, la cual surgirá en primavera como
mariposa. Todos conocemos esta transformación porque la vimos de niños o porque
leímos The Very Hungry Caterpillarde Eric Carie. Pero lo que ocurre en el interior
del capullo sigue siendo un misterio. Los órganos y tejidos de la oruga se
disuelven” forman una sopa amorfa y toman la estructura de una mariposa, la
cual no guarda ningún parecido con la oruga.
La ciencia no se
explica cómo se desarrolló esta metamorfosis. Resulta imposible imaginar que
los insectos la descubrieran por accidente: la complejidad química necesaria
para convertir una oruga en mariposa es insólita; la transformación requiere
miles de pasos interconectados minuciosamente. (Es como si llevaras tu
bicicleta a reparar y te entregaran a cambio un avión.)
Pero algo sabemos
sobre cómo se conforma esta delicada cadena de sucesos. Dos hormonas, juvenil y
ecdisona, regulan lo que a simple vista parece la disolución de la oruga.
Ambas indican a las
células dónde ir y cómo cambiar: unas deben morir, otras consumirse a sí mismas
y unas más convertirse en ojos, antenas y alas. Esto denota un ritmo frágil -y
milagroso- con un delicado equilibro entre creación y destrucción. El ritmo
depende de la duración del día, que a su vez deriva del movimiento de
traslación de la Tierra.
Así pues, el ritmo del cosmos ha estado íntimamente ligado al
nacimiento de las mariposas durante millones de años.
La ciencia se
concentra en las moléculas, pero en este asombroso ejemplo una inteligencia las
utiliza para lograr sus objetivos. El objetivo en este caso es formar una nueva
criatura sin desperdiciar ingredientes.
(Si hay una sola
realidad no podemos decir, como hace la ciencia, que la duración del día
provoca que las hormonas de la crisálida desencadenen la metamorfosis. La
duración del día y las hormonas provienen de la misma fuente creativa y
conforman la realidad única. Esa fuente utiliza ritmos cósmicos o moléculas
según su conveniencia. Así como la duración del día no provoca cambios en las
hormonas, éstas no motivan que el día cambie: ambas están vinculadas a una
inteligencia oculta que las crea simultáneamente. Si en un sueño o pintura un
niño golpea una pelota de béisbol, ésta no sale volando por los aires. Cada
sueño o pintura forma una unidad indivisible.)
Otro ejemplo: dos
proteínas que evolucionaron hace millones de años, la actina y la miosina,
permiten a los músculos de las alas de los insectos contraerse y relajarse.
Gracias a ellas los insectos aprendieron a volar. SÍ una de estas moléculas
está ausente, las alas crecen pero no baten, y por tanto son inútiles. Las
mismas proteínas son responsables del latido del corazón humano, y cuando una
está ausente, el pulso es ineficiente, débil y, en última instancia, puede
sobrevenir un ataque cardiaco.
La ciencia se
maravilla de que las moléculas se adaptan a lo largo de millones de años. ¿No
hay aquí una intención más profunda? Todos anhelamos volar, liberarnos de las
limitaciones. ¿No es éste el mismo impulso que expresó la naturaleza cuando los
insectos empezaron a volar? La prolactína que genera leche en el pecho de una
madre es la misma que impulsa al salmón a nadar contra corriente para
reproducirse y cambiar el agua salada por la dulce. La insulina de una vaca es
idéntica a la de una amiba: sirve para metabolizar carbohidratos, aunque una
vaca es millones de veces más compleja que una amiba. Por todo esto, no hay
nada místico en el concepto de una realidad totalmente interconectada.
¿Cómo fue que la
creencia en la realidad única se vino abajo? Había una alternativa que también
colocaba a cada individuo en el centro de su
propio mundo. Sin embargo, e vez de incluirlo lo hacía sentir solo y
aislado, impulsado por el deseo personal y no por una fuerza vital compartida o
por la comunión de las almas. Es la opción a la que llamamos ego, hedonismo”
ley del karma o -para usar un lenguaje religioso- expulsión del paraíso. Ha
penetrado hasta tal grado nuestra cultura que seguir al ego no parece ya una
elección. Desde niños hemos sido educados en la norma del “primero yo, después
yo y finalmente yo”. La competencia nos enseña que debemos luchar por lo que
deseamos. La amenaza de otros egos -que se sienten tan aislados y solos como
nosotros-, está siempre presente: nuestros planes podrían frustrarse si alguien
se nos adelantara.
Mi intención no es
censurar al ego ni responsabilizarlo de que las personas no sean felices,
sufran o no encuentren su verdadero yo, a Dios o al alma. Se dice que el ego
nos obnubila con sus exigencias, avaricia, egoísmo e inseguridad interminables,
lo cual es un punto de vista común pero errado. Lanzarlo a la oscuridad,
convertirlo en enemigo, sólo agudiza la división y la fragmentación. Si sólo
existe una realidad, debe abarcar todo. Excluir al ego es tan imposible como
suprimir el deseo.
La decisión de
vivir en aislamiento -algo que las células jamás eligen, excepto las
cancerígenas- originó un género especial de mitología. En todas las culturas se
habla de una edad de oro enterrada en un oscuro pasado. Este relato de
perfección degrada a los seres humanos, quienes creyeron que eran defectuosos
por naturaleza, que todos portamos la marca del pecado, que Dios no mira con
buenos ojos a estos hijos descarriados. El mito da a una elección la apariencia
de designio. La separación cobró vida propia, pero ¿desapareció la posibilidad
de la realidad única?
Para reconquistar
la realidad única debemos aceptar que el mundo está en nosotros. Este secreto
espiritual se basa en la naturaleza del cerebro, cuya función es crear el mundo
en todo momento. Si tu mejor amigo te llama por teléfono desde Tíbet, el sonido
de su voz es una sensación en tu cerebro; si se presenta en tu casa, su voz
seguirá siendo una sensación en la misma parte de tu cerebro, y lo mismo ocurrirá
cuando tu amigo se haya ido y su voz resuene en tu memoria. Una estrella en el
cielo parece lejana aunque también es una sensación en otra zona de tu cerebro.
Por tanto, la estrella está en ti. Ocurre lo mismo cuando degustas una naranja,
tocas una tela aterciopelada o escuchas a Mozart: toda experiencia se origina
en tu interior.
En este momento, la
vida centrada en el ego resulta totalmente convincente, razón por la cual ni
todo el dolor y sufrimiento que provoca nos decide a abandonarla. El dolor lastima
pero no muestra la salida. El debate sobre cómo terminar la guerra, por
ejemplo, ha resultado estéril porque se funda en la idea de que somos
individuos aislados; como tales, nos enfrentamos a “ellos”, los innumerables
individuos que quieren lo mismo que nosotros.
La violencia se
basa en la oposición nosotros-ellos. “Ellos” nunca se van ni se dan por
vencidos; luchan por proteger sus intereses. Mientras unos y otros tengamos
intereses distintos, el ciclo de violencia perdurará. Las consecuencias funestas
de esta postura pueden observarse en el organismo: en un cuerpo saludable,
todas las células se reconocen en las demás. Cuando esta percepción se corrompe
y ciertas células se convierten en “el otro”, el cuerpo arremete contra sí,
situación conocida como trastorno inmunológico, y provoca afecciones terribles
como artritis reumatoide y lupus. La agresión de un ser contra sí mismo se
fundamenta en un concepto erróneo, y aunque la medicina puede proporcionar
cierto alivio al cuerpo, es imposible curarlo sin corregir primero el concepto
equívoco.
Una acción
categórica en favor de la paz es renunciar al interés personal de una vez por
todas, lo que arranca la violencia de raíz. Esta idea puede resultar
desconcertante; nuestra reacción inmediata es: “¡Pero yo soy mi interés
personal en el mundo!” Por fortuna, esto no es exacto: el mundo está en ti, no
al revés. A esto se refería Cristo cuando nos apremió a alcanzar el reino de
Dios y preocuparnos por lo mundano después. Dios posee todo en virtud de haber
creado todo; si tú y yo creamos las percepciones que interpretamos como
realidad, nos pertenecen también.
La percepción es el
mundo; el mundo es percepción.
Esta idea echa por
tierra el drama de “nosotros contra ellos”. Todos formamos parte del único
proyecto trascendente: la creación de la realidad. Defender otros intereses
-dinero, propiedades, posición- sólo tendría sentido si fueran esenciales. Pero
el mundo material es consecuencia; nada en él es esencial. El único interés
personal valioso es la habilidad de crear libremente, con plena conciencia de
cómo se crea la realidad.
Puedo entender a
quienes encuentran tan repugnante al ego que quieren deshacerse de él. Sin
embargo, el ataque al ego es sólo un disfraz sutil del ataque a uno mismo. Su
destrucción no serviría de nada aun si pudiera lograrse. Es vital mantener la
maquinaria creativa intacta. Cuando lo despojamos de sus sueños feos, inseguros
y violentos, el ego deja de ser feo, inseguro y violento, y toma su lugar como
parte del misterio.
La realidad única
nos ha revelado un valioso secreto: quien crea es más importante que el mundo
entero. De hecho, es el mundo. Vale la pena hacer una pausa para asimilarlo. De
todas las ideas liberadoras que pueden cambiar la vida de una persona, quizá
ésta sea la más poderosa. Pero para llevarla a la práctica” para ser auténticos
creadores, debemos liberarnos de múltiples condicionamientos. Nadie nos pidió
que creyéramos en un mundo material, pero aprendimos a considerarnos seres
limitados. El mundo exterior debe ser mucho más poderoso; él marca la pauta, no
nosotros; él está primero y nosotros muy por detrás.
El mundo exterior
no te proporcionará respuestas espirituales mientras no asumas tu papel de
creador de la realidad. Esto parecerá extraño al principio, pero establecerá un
nuevo conjunto de creencias:
Todo lo que
experimento es un reflejo de mí.
Por tanto, no tiene
sentido tratar de escapar. No hay a dónde ir, y como creador de mi realidad, no
me interesaría huir aun si pudiera.
Mi vida es parte de
todas las demás.
Mi conexión con
todos los seres vivientes me impide tener enemigos. No siento necesidad de
oponerme, resistirme, vencer o destruir.
No necesito
controlar nada ni a nadie.
Puedo inducir
cambios transformando lo único que está bajo mi control: yo.
CAMBIA TU REALIDAD
PARA ALBERGAR
EL SEGUNDO SECRETO
Para vivir el
segundo secreto con toda su fuerza empieza por considerarte cocreador de todo
lo que te ocurre. Un ejercicio simple es contemplar lo que te rodea: conforme
tu mirada se pose en una silla, un cuadro o el color de las paredes, piensa:
“Esto es un reflejo
de mí. Esto también es un reflejo de mí” Permite que tu conciencia asimile
todo, y pregúntate:
¿Veo orden o
desorden?
¿Veo mi
singularidad?
¿Veo lo que siento
en realidad?
¿Veo lo que quiero
en realidad?
No todos los
objetos de tu entorno responderán claramente a estas preguntas. Si bien un
departamento iluminado y de alegres colores representa un estado de ánimo muy
distinto al de otro subterráneo y oscuro, un escritorio atestado de papeles
puede tener varios significados: desorden interior, temor a las
responsabilidades, exceso de obligaciones, desdén por los asuntos cotidianos,
etcétera. Esta pluralidad se explica porque todos manifestamos y ocultamos al
mismo tiempo quiénes somos. A veces expresamos nuestros sentimientos y otras
nos distanciamos de ellos, nos negamos o utilizamos válvulas de escape
aceptadas por la sociedad. El sofá que compraste sólo porque estaba de oferta,
la pared blanca que no te importó pintar de otro color y el cuadro que no
retiras porque es un obsequio de tus suegros, son también símbolos de tus
sentimientos. Sin entrar en detalles, es posible echar un vistazo al espacio
vital de una persona y determinar con bastante exactitud si está satisfecha o
insatisfecha con la vida, si tiene una identidad firme o débil, si es
conformista o inconformista, si prefiere el orden al caos, si se siente
confiado o desahuciado.
Ahora pasa a tu
círculo social. Cuando estés con tu familia o amigos, escucha con tu oído
interno lo que ocurre.
Pregúntate:
¿Escucho felicidad?
¿La presencia de
estas personas me hace sentir vivo y animado?
¿Percibo un
trasfondo de cansancio?
¿Se trata de un
encuentro rutinario o hay una verdadera interacción entre las personas?
Las respuestas te
ayudarán a valorar tu mundo y lo que ocurre en tu interior: quienes te rodean,
al igual que los objetos, son un espejo. Ahora concéntrate en el noticiario
nocturno, y en vez de pensar que los sucesos ocurren “allá afuera”, refiérelos
a tu persona. Pregúntate:
¿El mundo que veo
es seguro o amenazador?
¿El noticiario me
produce temor y consternación o me divierte y entretiene?
Cuando se trata de
una noticia mala, ¿presto atención sólo para entretenerme?
¿Qué parte de mí
representa este programa, la que pasa incesantemente de un problema a otro o la
que busca respuestas?
Este ejercicio
desarrolla una nueva clase de conciencia: empiezas a romper el hábito de
considerarte una entidad aislada. Descubres que el mundo entero está en tu
interior.
Ejercicio 2: lleva
el mundo a casa
Que seas un creador
no significa que tu ego lo sea. El ego está inextricablemente unido a tu
personalidad, la cual, obviamente, no creó todo lo que te rodea. La creación no
ocurre en ese nivel. Intentemos acercarnos al creador interior reflexionando
sobre una rosa.
Busca una rosa roja
y sostenía frente a ti. Huélela y piensa:
“Sin mí, esta flor
no tendría aroma”. Mira su intenso color rojo y piensa: “Sin mí, esta flor no
tendría color”. Acaricia los pétalos aterciopelados y piensa: “Sin mí, esta
flor no tendría textura”. Sí no mera por tus sentidos -vista, oído, tacto,
gusto y olfato- la rosa no sería más que átomos vibrando en el vacío.
Ahora reflexiona en
el ADN contenido en cada célula de la rosa. Visualiza billones de átomos
engarzados en esta doble hélice y piensa: “Mi ADN está mirando el ADN de esta
flor. No se trata de un observador mirando un objeto; es una forma de ADN
observando otra forma de ADN”. Observa cómo el ADN empieza a relucir hasta
convertirse en vibraciones invisibles de energía. Piensa: “La rosa se ha
desvanecido; ha vuelto a ser energía primigenia. Yo me he desvanecido y soy de
nuevo energía primigenia. Ahora, un campo de energía está mirando otro campo de
energía”.
Finalmente, observa
cómo las ondas de energía de cada uno se mezclan hasta desvanecer el límite que
los separa, como olas que se alzaran y cayeran en la vasta superficie de un mar
infinito. Piensa: “Toda la energía proviene de una fuente y vuelve a ella.
Cuando miro una rosa, una porción minúscula del infinito se eleva de la fuente
para experimentarse a sí misma”.
Este ejercicio nos
ha permitido conocer la realidad: un campo de energía infinito y silencioso
experimentó mediante un destello al objeto (rosa) y al sujeto (observador) sin
ir a ningún lado. La conciencia simplemente contempló un aspecto de su belleza
eterna. Su único móvil fue crear un momento de alegría. Tú y la rosa fueron los
polos opuestos de ese momento, pero no estaban separados: un mismo trazo
creativo los fundió en uno.
Secreto 3
Cuatro senderos
llevan a la unidad
Los secretos
espirituales restantes -la mayoría- se fundamentan en la existencia de la
realidad única. Si aún crees que se trata simplemente de una idea caprichosa,
tu experiencia de vida no cambiará. La realidad única no es una idea: es la
puerta a una participación totalmente novedosa en la vida. Imagina a una
persona que no conoce los aviones y sube a uno. Cuando la nave despega, este
individuo cae presa del pánico: “¿Qué nos sostiene? ¿Qué pasará si el avión
pesa demasiado? El aire no pesa, ¡y el avión está hecho de acero!” Hundido en
sus percepciones, el pasajero pierde el control y queda atrapado en una
experiencia que puede resultar desastrosa.
En la cabina, el
piloto se siente más retajado porque fue entrenado para volar: conoce la nave y
los controles que manipula. No hay razón para que sienta pánico, aunque el
temor de una falla mecánica siempre está presente. De sobrevenir un desastre,
estaría fuera de su control.
Ahora piensa en el
diseñador de aviones, quien puede construir cualquier nave con base en
principios aerodinámicos. Él tiene más control que el piloto porque, si
continúa experimentando, puede concebir un avión que jamás se estrelle (quizá
un planeador con alerones que no permitan el descenso sin importar el ángulo de
vuelo).
Esta progresión de
pasajero a diseñador simboliza un viaje espiritual. El pasajero está atrapado
en el mundo de los cinco sentidos; el vuelo se le antoja imposible porque
cuando compara el acero y el aire, no puede concebir que aquél se sostenga. El
piloto conoce los principios de la aerodinámica, los cuales trascienden los
cinco sentidos y se basan en una ley más profunda de la naturaleza: el
principio de Bernoulli.
Según éste, el aire
que fluye sobre una superficie curva provoca elevación. El diseñador trasciende
aún más: manipula las leyes de la naturaleza para obtener el efecto que desea.
En otras palabras, está más cerca de la fuente de la realidad y no actúa como
víctima de los cinco sentidos ni como participante pasivo de la ley natural,
sino como cocreador con la naturaleza.
Tú puedes emprender
este viaje pues no sólo es simbólico: el cerebro, que elabora cada visión,
sonido, sensación táctil, sabor y olor que experimentas, es una máquina
cuántica. Sus átomos están en contacto directo con las leyes naturales y,
mediante la magia de la conciencia, convierte cualquier deseo en una señal que
envía a la fuente de la ley natural. La definición más simple de conciencia es
conocimiento: son sinónimos. En cierta ocasión, durante una conferencia de
negocios, un ejecutivo me pidió una definición práctica y concreta de
conciencia. Pensé contestarle que es imposible definirla, pero dije casi sin
querer: “Conciencia es el potencial de la creación”. Pude ver cómo el rostro
del ejecutivo se iluminó. A mayor conciencia, mayor potencial para crear. La
conciencia pura, que subyace a todo, es potencial puro.
Pregúntate:
¿quieres ser víctima de los cinco sentidos o cocreador? Tus opciones son:
Camino a la
creación
Dependencia de los cinco sentidos. Separación, dualidad”
centrado en el ego, vulnerable al miedo, apartado de la fuente, limitado al
tiempo y el espacio.
Dependencia de la ley natural. Bajo control, menos
vulnerable al temor, aprovecha los recursos naturales, inventivo, consciente,
explora los límites del tiempo y el espacio.
Dependencia de la conciencia. Creativo, conocimiento
profundo de la ley natural, cercano a la fuente, los límites se desvanecen, las
intenciones se convierten en resultados trasciende el tiempo y el espacio.
Lo único que cambia
en el viaje que lleva de la separación a la realidad única es la conciencia.
Cuando dependes de los cinco sentidos consideras al mundo físico como la
realidad primaria. En él, tú quedas en segundo plano porque te ves como un
objeto sólido formado por átomos y moléculas. La única función de tu conciencia
es observar el mundo que está “allá fuera”.
Los cinco sentidos
son extremadamente engañosos: nos dicen que el sol se levanta por el Oriente y
se oculta por el Occidente, que la
Tierra es plana, que un objeto metálico no puede sostenerse
en el aire. El siguiente nivel de conciencia depende de las leyes naturales y
se alcanza mediante el pensamiento y la experimentación. El observador no se
deja engañar: puede descubrir la ley de la gravedad utilizando las matemáticas
y la experimentación. (Newton no tuvo que esperar hasta sentarse bajo un árbol
y ver caer una manzana; realizó mentalmente un experimento usando imágenes y
los números correspondientes. Einstein siguió el mismo método cuando imaginó el
funcionamiento de la relatividad.)
Cuando el cerebro
humano especula sobre las leyes naturales, el mundo material sigue estando
“allá fuera”. Tenemos más poder sobre la naturaleza, pero si este nivel de
conciencia fuera el más elevado (como piensan muchos científicos), Utopía sería
un logro tecnológico.
No obstante, el
cerebro no puede prescindir de sí mismo por siempre. Las leyes naturales que
mantienen los aviones en el aire también rigen los electrones del cerebro.
Tarde o temprano debemos preguntarnos: “¿Quién soy” quién realiza estos
pensamientos?” Es la pregunta que nos lleva a la conciencia pura. Si vaciamos
al cerebro de todo pensamiento -como durante la meditación- descubrimos que la
conciencia no está hueca ni es pasiva. Más allá de los límites del tiempo y el
espacio ocurre un proceso -uno solo-: la creación se crea a sí misma utilizando
la conciencia a manera de arcilla. La conciencia se convierte en las cosas del
mundo objetivo y en las experiencias del mundo subjetivo. Si descomponemos
cualquier experiencia en sus elementos primordiales, lo que obtenemos son ondas
invisibles en el campo cuántico.
No hay diferencia,
y gracias a un pase mágico supremo, el cerebro humano participa en el proceso
creativo. Basta prestar atención y concebir un deseo para poner en marcha la
creación.
Para lograr esto
debemos saber qué estamos haciendo. La víctima de los cinco sentidos (el hombre
pre-científico) y el estudioso de las leyes naturales (científicos y filósofos)
son tan creativos como quienes experimentan la conciencia pura (sabios, santos,
chamanes, siddhas, brujos), pero creen en limitaciones autoimpuestas. Y porque
creen en ellas las vuelven realidad. Esta es la maravilla y la paradoja del
viaje espiritual: sólo adquirirás pleno poder cuando te des cuenta de que has
utilizado ese poder todo el tiempo para restringirte. Tú eres el prisionero, el
carcelero y el héroe que abre la celda, todos a la vez.
Nuestro instinto
siempre lo supo. En los cuentos de hadas hay un vínculo mágico entre víctimas y
héroes. La rana sabe que es un príncipe y que basta un toque mágico para
volverlo a su forma original. En la mayoría de estas historias, la víctima está
en peligro y es incapaz de romper el hechizo por sí mismo. La rana necesita un
beso; la princesa dormida, alguien que atraviese el seto de espinas;
Cenicienta, un hada madrina con una varita mágica. En estos cuentos se refleja
nuestra creencia en la magia -convicción de las partes más antiguas de nuestro
cerebro-, así como el pesar por no dominarla.
Este dilema ha
frustrado a todos los que han querido abrazar la realidad única. Aun cuando se
adquiere sabiduría y comprobamos que nuestro cerebro produce todo lo que nos
rodea, resulta difícil localizar el interruptor que pone en marcha la creación.
Pero es posible hacerlo. Detrás de cada experiencia hay alguien que experimenta
y sabe qué está ocurriendo. Si logro colocarme en el lugar de quien
experimenta, estaré en el punto fijo alrededor del cual gira el mundo. El
proceso para llegar ahí comienza aquí y ahora.
Las experiencias se
manifiestan en una de cuatro formas: sentimiento, pensamiento, acción o,
simplemente, sensación de ser. Hay momentos inesperados en los cuales quien
experimenta posee con mayor viveza estas cuatro formas. Cuando esto ocurre
sentimos un cambio, una ligera diferencia respecto a la realidad ordinaria. La
siguiente es una lista de esos cambios sutiles tomados de una libreta que llevé
conmigo durante varias semanas:
SENTIMIENTOS:
Un sentimiento de
ligereza en mi cuerpo.
Una sensación de
fluidez en mi cuerpo.
La sensación de que
todo está bien, de que ocupo un lugar en el mundo.
Una sensación de
tranquilidad absoluta.
La sensación de
detenerme, de manera similar a un automóvil.
La sensación de
aterrizar en un lugar suave y seguro.
La sensación de que
no soy lo que parecía ser, que he estado representando un papel que no
corresponde a mi verdadero yo.
La sensación de que
hay algo más allá del cielo o detrás del espejo.
PENSAMIENTOS:
“Sé más de lo que
creo saber.”
“Necesito descubrir
qué es real”
“Necesito descubrir
quién soy en realidad “
Mi mente es menos
inquieta; quiere tranquilizarse.
Mis voces
interiores se han vuelto silenciosas.
MÍ diálogo interno
se ha detenido de súbito.
ACCIONES:
Siento de repente
que mis actos no me pertenecen.
Siento un poder
mayor que actúa por mi conducto.
Mis acciones
parecen simbolizar quién soy y por qué estoy aquí.
Estoy actuando con
integridad total.
Renuncié al control
y aquello que quise simplemente vino a mí.
Renuncié a la
lucha, y en vez de que las cosas se derrumbaran, mejoraron.
Mis acciones son
parte de un plan que no puedo distinguir pero sé que existe.
SENSACIONES DE SER:
q Me
doy cuenta de que estoy protegido.
q Me doy cuenta de que mi vida tiene un
propósito”, de que soy importante.
q Percibo que los sucesos aleatorios no
son tales sino que representan pautas sutiles.
q Me
doy cuenta de que soy único.
q Me
doy cuenta de que la vida se hace cargo de sí misma.
q Me
siento atraído al centro de las cosas.
q Me doy cuenta y me maravillo de que la
vida es infinitamente valiosa.
Esta lista parece
abstracta porque todo se refiere a la conciencia. No registré ninguno de los
miles de pensamientos, sentimientos y acciones que se referían a cuestiones
externas. Como cualquier persona, yo estaba pensando en mi próxima cita o
apresurándome para llegar a ella, atrapado en el tránsito, sintiéndome feliz o
malhumorado, confuso o seguro, concentrado o distraído. Todo es como el
contenido de una maleta mental que llenamos con miles de asuntos, pero la
conciencia no es la maleta ni lo que guardamos en ella.
La conciencia sólo
es ella misma: pura, viva, alerta, silente y llena de potencial. En ocasiones
experimentamos ese estado de pureza y surge alguno de los indicios mencionados
u otro similar. Algunos son palpables; surgen como sensaciones innegables en el
cuerpo. Otros brotan en un nivel más sutil que es difícil describir. Un
destello de algo atrapa repentinamente nuestra atención. Cualquiera de estas
señales es un hilo que puede conducirte más allá de pensamientos, sentimientos
o acciones. Si sólo hay una realidad, todas las pistas deben llevar al sitio
donde las leyes de la creación actúan libremente: la conciencia pura.
Una vez que tienes
un indicio prometedor, ¿cómo puedes liberarte del control del ego? El ego
defiende encarnizadamente su visión del mundo, y todos sabemos cuan vagas y
fugaces son las experiencias que no se adaptan a nuestro sistema de creencias.
Sir Kenneth Clark, reconocido historiador inglés de arte, relata en su
autobiografía la Revelación
que tuvo cuando estaba en una iglesia: supo con absoluta certeza que una
presencia omnipresente lo llenaba. Percibió, más allá del pensamiento, una
realidad sublime, luminosa, amorosa y sagrada.
En ese momento tuvo
que elegir entre seguir esta realidad trascendental o volver al arte. Prefirió
el arte, sin remordimientos. Aunque incomparable con aquella realidad más
elevada, éste era su amor terrenal. Eligió una de dos infinitudes: la de los
objetos bellos sobre la conciencia invisible. (Hay una ingeniosa caricatura que
muestra dos señales en la bifurcación de un sendero. Una apunta hacia “Dios” y
la otra hacia “Debates sobre Dios”. En este caso podríamos cambiarlas por
“Dios” y “Pinturas de Dios”.)
Muchas personas han
hecho elecciones similares. Para que el mundo físico que conoces sucumba uno de
los indicios debe expandirse. Los hilos de la experiencia deben urdir una nueva
pauta pues, como hebras independientes, son demasiado frágiles para competir
con el drama de placer y dolor al que estamos habituados.
Revisa de nuevo la
lista. Los límites entre las categorías son difusos. Entre sentir que estoy
seguro y saber que estoy seguro, por ejemplo, hay una diferencia mínima. Puedo
actuar como si tuviera la certeza de estar a salvo hasta que compruebo, sin
lugar a dudas, que mi existencia ha estado segura desde que nací. Es lo que
significa urdir una nueva pauta.
Puedo tramar
conexiones similares con cualquier ítem de la lista. Al conectar pensamiento,
sentimiento, acción y ser, quien experimenta se hace más real; aprendo a
colocarme en su lugar. Entonces pongo a prueba esta nueva realidad y verifico
sí tiene la fuerza suficiente para remplazar una imagen antigua y obsoleta de
mí.
Te propongo que
hagas una pausa y pongas esto en práctica. Elige algún ítem significativo -una
sensación o pensamiento que recuerdes- y conéctalo con las demás categorías.
Por ejemplo: “Me
doy cuenta de que soy único”. Esto significa que no existe nadie exactamente
como tú. ¿Qué sentimiento corresponde a ese descubrimiento? Quizá uno de
fortaleza y amor propio, o de ser como una flor con aroma” forma y color
únicos. También sientes que destacas y estás orgulloso de ello. De aquí puede
surgir el pensamiento: “No tengo que imitar a otras personas”, que te libera de
las opiniones de los demás sobre ti. Asimismo surge el deseo de actuar con
integridad, de mostrar al mundo que sabes quién eres. En consecuencia de una
pequeña sensación emerge una pauta completamente nueva: has encontrado el
camino de la conciencia expandida. SÍ exploras cualquier atisbo de la
conciencia comprobarás cuan rápido se expande; un solo hilo te llevará a un
exuberante tapiz. Pero esta metáfora no explica cómo cambiar la realidad. Para
dominar la conciencia pura debes aprender a vivirla.
Cuando una
experiencia es tan poderosa que nos motiva a cambiar las pautas de nuestra
vida, la llamamos revelación.
El valor de una
revelación no reside en lo novedoso o emocionante de la experiencia. Imagina
que vas caminando por la calle y te cruzas con un extraño. Sus ojos se
encuentran y por alguna razón se establece una conexión. No es sexual o romántica;
ni siquiera sospechas que esta persona pudiera significar algo en tu vida. La
revelación te dice que tú eres ese desconocido, tu experiencia se funde con la
de él. Puedes llamarlo sentimiento o pensamiento, no importa; lo revelador es
la expansión súbita. Eres lanzado fuera de tus estrechos límites, al menos por
un instante, y eso es lo que cuenta. Has
vislumbrado otra dimensión. Comparada con el hábito de encerrarte tras
las murallas del ego, esta nueva dimensión es más libre y ligera. Tienes la
sensación de que no cabes en tu cuerpo.
Otro ejemplo:
cuando contemplamos a un niño jugando, completamente abstraído y despreocupado,
es difícil no sentirnos sacudidos. ¿No es cierto que su inocencia parece
palpable en ese momento? ¿Puedes sentir -o anhelas sentir- la dicha del juego?
¿No te parece que el cuerpecito del niño es frágil como una pompa de jabón,
pero que estalla con la fuerza de la vida, de algo inmenso, eterno, invencible?
En un fascinante texto hindú titulado Sufras de Shiva, que data de hace cientos
de años, es posible encontrar listas similares de revelaciones. Cada una es un
atisbo de libertad y confronta de manera directa a quien experimenta sin
interferencias: contemplamos a una mujer hermosa y de repente vemos la belleza,
miramos hacia el cielo y de súbito vemos el infinito.
Ninguna persona,
por más estrecha que sea tu relación con ella, puede descifrar el significado
de tus revelaciones. El secreto reside única y exclusivamente en ti. En el
título de la obra mencionada, las palabras sufra y Shiva significan hilo y
Dios, respectivamente. Es decir, son las hebras que conducen a la fuente
eterna.
Los Sufras de Shiva
tienen un contexto más amplio que requiere seguir el camino abierto por una
revelación. Según la tradición védica, cada persona elige entre cuatro caminos
que corresponden a sentimiento, pensamiento, acción y ser.
A estos caminos se
les llamó yoga, palabra sánscrita que significa “unión”, debido a que la unidad
-la fusión con la realidad única- era su meta. Con el tiempo, los yogas se
utilizaron para definir el sendero adecuado al temperamento de cada persona,
aunque de hecho es posible seguir varios o todos a la vez:
Bhakti yoga lleva a
la unidad mediante el amor a Dios.
Karma yoga lleva a
la unidad mediante la acción desinteresada.
Jyana yoga lleva a
la unidad mediante el conocimiento.
Raja yoga lleva a
la unidad mediante la meditación y la renunciación.
El nombre del
cuarto camino significa literalmente “camino regio a la unión”. Este elogio se
debe a la creencia de que la meditación trasciende los otros tres caminos. Pero
el cuarto camino también es inclusivo: al seguirlo recorremos los cuatro a la
vez. La meditación va directamente a la esencia del ser, y esa esencia es la
que el amor a Dios, la acción desinteresada y el conocimiento pretenden
alcanzar.
Estos caminos no
son exclusivos de Oriente. Los yogas fueron las semillas, los medios que
pusieron la unidad a nuestro alcance. Todos podemos seguir el camino del
sentimiento porque todos tenemos sentimientos. Ocurre lo mismo con pensamiento,
acción y ser. El yoga propone que la unidad es posible para todos, desde
cualquier nivel. De hecho, la unidad está presente en cada momento de la vida
cotidiana. Nada de lo que me ocurre está fuera de la realidad única, nada se
desperdicia ni es aleatorio en el plan cósmico.
Veamos cómo podemos
vivir cada camino:
El sentimiento
señala el camino cuando experimentas y expresas amor. En este sendero, las
emociones personales se expanden hasta abarcar todo. El amor a uno mismo y a la
familia se transfigura en amor a la humanidad. En su expresión más elevada, es
tan poderoso que invita a Dios a manifestarse. El corazón anhelante encuentra
la paz máxima al unirse con el corazón de la creación.
El pensamiento
señala el camino cuando tu mente se tranquiliza y deja de especular. En este
camino acallas el diálogo interno en favor de claridad y quietud. Tu mente
necesita claridad para comprobar que no tiene que estar controlada.
El pensamiento
puede convertirse en conocimiento, esto es, en sabiduría. Con una mayor
claridad, tu intelecto analiza cualquier problema y descubre la solución.
Conforme tu conocimiento se expande, las preguntas personales se desvanecen. Lo
que tu mente quiere en realidad es conocer el misterio de la existencia. Las
preguntas tocan la puerta de la eternidad, y en ese momento sólo el Creador
puede responderlas.
En este camino, la
plenitud llega cuando tu mente se funde con la de Dios.
La acción
señala el camino cuando te rindes. En él se reduce el control del ego sobre los
actos. Ya no te desenvuelves impulsado por deseos egoístas. Al principio es
inevitable actuar por uno mismo, pues aun conducirse con desinterés produce
satisfacción personal. Sin embargo, con el tiempo las acciones se independizan
del ego. Una fuerza externa induce tus movimientos. En sánscrito, esta fuerza
universal recibe el nombre de Dharma. El camino de la acción se resume en una
frase: el karma da paso al Dharma. En otras palabras, el interés personal
desaparece mediante la realización de las acciones de Dios. Este camino alcanza
su plenitud cuando te rindes de manera tan completa que Dios se encarga de todo
lo que haces.
El ser
señala el camino cuando desarrollas un yo independiente del ego. Al principio,
el sentido del “yo” se relaciona con fragmentos de tu identidad real. “Yo” es
la suma de todo lo que te ha ocurrido desde que naciste. Esta identidad
superficial se revela como una ilusión, una máscara que oculta un “yo” mayor
presente en todos. Tu identidad real es una sensación de existencia pura y
simple a la que llamaremos “yo soy”. Todas las criaturas comparten el mismo “yo
soy”, y la plenitud ocurre cuando tu ser abarca tanto que incluye a Dios en tu
sensación de estar vivo. La unidad es un estado en el que nada queda fuera del
“yo soy”.
En Occidente, el yoga
es considerado un camino de renunciación, una forma de vida que exige separarse
de la familia y las pertenencias. Los yoguis que deambulaban con platillos para
limosnas en todos los pueblos de India simbolizaban esta clase de vida. Pero
esta imagen no significa necesariamente renunciación, la cual ocurre en el
interior y es independiente de nuestras posesiones materiales. Internamente
tomamos una decisión crucial: Estoy comenzando de nuevo. En otras palabras, a
lo que se renuncia es a viejas percepciones, no a las pertenencias.
Si tu corazón está
harto de la violencia y la división del mundo, tu única opción es comenzar de
nuevo. Dejar de concentrarte en los reflejos y dirigirte a la fuente. El universo, como cualquier espejo, es neutral:
refleja lo que está frente a él, sin juicios ni distorsiones. Cuando te
convenzas de ello habrás dado el paso decisivo hacia la renunciación; habrás
abandonado la creencia de que el mundo exterior tiene poder sobre ti. Como
ocurre siempre en el sendero a la unidad, vivir esta verdad es lo que la hará
verdadera.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL TERCER SECRETO
Para encontrar el camino a tu fuente debes permitir que la vida
siga el curso que desee. Toda experiencia tiene niveles mezquinos y sutiles;
éstos son más delicados, vivos y significativos que aquellos. A manera de
ejercicio, advierte cuando alcances niveles sutiles en tu conciencia, y
compáralos con los mezquinos. Por ejemplo:
q Amar a alguien es más sutil que guardarle
rencor o rechazarlo.
q Aceptar a alguien es más sutil que
criticarlo.
q Promover la paz es más sutil que fomentar
ira y violencia.
q Ver a alguien sin juzgarlo es más sutil
que criticarlo.
SÍ te permites sentirlo, el aspecto sutil de cada experiencia
tranquilizará tu mente y reducirá el estrés, el pensamiento errático y la
presión en el nivel emocional. La experiencia sutil es pacífica y armoniosa. Te
sientes en paz; no estás en conflicto con nadie; no hay dramas
desproporcionados ni necesidad de ellos.
Cuando lo hayas identificado, comienza a favorecer el aspecto
sutil de tu vida. Valora este nivel de conciencia; sólo si lo haces crecerá. SÍ
favoreces los niveles mezquinos, el mundo te devolverá el reflejo de tu
percepción y seguirá siendo divisivo, perturbador, estresante y amenazador. En
el nivel de la conciencia, la elección es tuya: en la diversidad infinita de la
creación, cada percepción da origen a un mundo que la refleja.
Ejercicio 2: meditación
Cualquier experiencia que te ponga en contacto con el nivel
silencioso de la conciencia puede llamarse meditación. Tal vez hayas
descubierto espontáneamente alguna rutina que te produzca una paz profunda. Si
no, puedes adoptar algunas de las prácticas formales de meditación de las
distintas tradiciones espirituales. La más sencilla es la que se desarrolla mediante
la respiración;
Siéntate en silencio y con los ojos cerrados en una habitación
iluminada con luz tenue y libre de distracciones (teléfono, llamadas a la
puerta). Luego de permanecer así unos minutos, toma conciencia de tu
respiración. Nota cómo el aire entra de manera suave y natural, y cómo sale de
igual manera. No intentes modificar el ritmo de tu respiración ni hacerla más
profunda o superficial.
Al concentrarte en tu respiración te sintonizas con la conexión
mente-cuerpo, la fina coordinación de pensamiento y prana (energía sutil de la
respiración). Algunas personas se concentran mejor en su respiración si repiten
un sonido: una sílaba al exhalar y otra al inhalar. El sonido ah-hum se utiliza
tradicionalmente para este propósito. (También puedes adoptar los mantras o
sonidos rituales que encontrarás en cualquier libro sobre espiritualidad
oriental.)
Practica esta meditación durante diez o veinte minutos dos veces
al día. Notarás que tu cuerpo se relaja. Como solemos acumular enormes
cantidades de cansancio y estrés, es posible quedarse dormido. No te preocupes
si esto ocurre, o si al calmarse tu mente surge una sensación o pensamiento.
Confía en la tendencia natural del cuerpo a liberar el estrés.
Esta meditación no implica peligro ni produce efectos secundarios
negativos en una persona saludable. (Un dolor o incomodidad continua podrían
ser síntomas de una enfermedad no diagnosticada; si estas sensaciones
persisten, consulta al médico.)
El efecto relajante perdurará y te sentirás más consciente de ti
mismo. Tal vez comprendas algo de repente o surja súbitamente un momento de
inspiración. Quizá te sientas más centrado; pueden presentarse chispazos
imprevistos de energía o conciencia. Los efectos varían de persona a persona,
por lo que debes mantenerte abierto a lo que venga. No obstante, el propósito
general de la meditación es el mismo para todos: aprender a relacionarse con la
conciencia, el nivel más puro de la experiencia.
Deepak Chopra: El Libro de los Secretos.
Deepak Chopra: El Libro de los Secretos.
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