lunes, 28 de septiembre de 2015

Deepak Chopra: El libro de los secretos. Secretos: 10, 11 y 12.


Secreto 10

La muerte
hace posible la vida


Imagino que sí la espiritualidad buscara en la Avenida Madison asesoría para su comercialización, la propuesta sería: “Atemoriza a las personas con la muerte”. Esta táctica ha funcionado durante miles de años, porque todo lo que podemos ver de la muerte es que una vez que morimos, dejamos de estar aquí, y esto provoca un profundo temor. No ha habido época en que las personas no quisieran saber desesperadamente qué hay “al otro lado de la vida”.
Pero, ¿qué pasaría si no hubiera “otro lado”? Quizá la muerte es relativa, no un cambio total. Después de todo, cada 10 de nosotros está muriendo todos los días, y el momento que llamamos muerte es en realidad una extensión de este proceso. San Pablo hablaba de morir para la muerte, refiriéndose a tener una fe tan firme en la vida después de la muerte, y en la salvación prometida por Cristo, que la mordiera su poder de provocar temor. Pero morir para la muerte es también un proceso natural que ha estado en marcha en las células durante billones de años. La vida está íntimamente entrelazada con la muerte, como podemos ver cada vez que una célula cutánea es desechada. Este proceso de exfoliación es el mismo mediante el cual un árbol deja caer sus hojas —el término latino para “hojas” es folia—, y los biólogos tienden a considerar a la muerte como un mecanismo para la regeneración de la vida.
No obstante, esta perspectiva ofrece poco consuelo cuando la hoja que debe caer del árbol para dar lugar al siguiente retoño es uno mismo. En vez de examinar la muerte desde un punto de vista impersonal, quisiera que nos concentráramos en tu muerte, en el supuesto fin del tú que está vivo en este momento y que quiere seguir estándolo. El prospecto de la muerte personal es un tema que nadie quiere enfrentar; no obstante, si puedo mostrarte cuál es la realidad de tu muerte, podrás vencer toda esa aversión y miedo y prestar más atención tanto a la vida como a la muerte.
Sólo al enfrentar la muerte puedes desarrollar una pasión verdadera por estar vivo. La pasión no es desesperación; no está impulsada por el miedo. Sin embargo, justo en este momento, muchas personas creen que están arrebatando la vida a las mandíbulas de la muerte, desesperados por el conocimiento de que su tiempo en el planeta es muy breve. Pero cuando nos consideramos parte de la eternidad, se termina este arrebatar las migajas de la mesa y en su lugar recibimos la abundancia de la vida, de la que oímos hablar tanto y que pocas personas poseen.
He aquí una pregunta simple: cuando seas abuelo, ya no serás bebé, adolescente ni adulto joven. Cuando llegue el momento de ir al cielo, ¿cuál de estas personas se presentará?
Casi todos se sienten totalmente desconcertados cuando se les plantea esta pregunta, pero no es vana. La persona que eres hoy no es la misma que cuando tenías diez años. Sin duda, tu cuerpo es completamente distinto al del niño de diez años. Ninguna de las moléculas de tu cuerpo es la misma, ni tampoco tu mente. Sin lugar a dudas, no piensas como un niño.
En esencia, el niño que fuiste está muerto. Desde la perspectiva del niño de diez años, el bebé de dos años que alguna vez fuiste también está muerto. La razón por la cual la vida parece continua es que tienes recuerdos y deseos que te unen al pasado, pero éstos asimismo están cambiando siempre. Así como tu cuerpo viene y va, tu mente lo hace con sus pensamientos y emociones fugaces.
Sólo la conciencia contempladora puede ser considerada como ese observador: sigue siendo la misma mientras todo lo demás cambia. El espectador u observador de la experiencia es el yo a quien ocurren todas las experiencias. Sería inútil aferrarte a quien eres en este momento en función del cuerpo y la mente. (Las personas se sienten desconcertadas cuando piensan cuál yo llevarán al cielo porque imaginan a un yo ideal que irá ahí o un ser que han prendado a su imaginación. Sin embargo, en cierto nivel todos sabemos que nunca hubo una edad que pareciera ideal.) La vida necesita refrescarse. Necesita renovarse. Si pudieras vencer la muerte y seguir siendo quien eres —o quien eras en el que consideras el mejor momento de tu vida— lo único que lograrías sería momificarte.
A cada momento estás muriendo para poder seguir creándote.

Ya hemos visto que no estás en el mundo; el mundo está en ti. Éste, el principio fundamental de la realidad única, también significa que no estás en tu cuerpo; tu cuerpo está en ti.
No estás en tu mente; tu mente está en ti. No hay lugar en el cerebro donde pueda encontrarse una persona. Tu cerebro no consume ni una molécula de glucosa para mantener tu sentido del yo, pese a los millones de estallidos sinápticos que sustentan todas las cosas que el yo está haciendo en el mundo.
Así, aunque decimos que el alma deja el cuerpo de una persona en el momento de la muerte, sería más correcto decir que el cuerpo deja al alma. El cuerpo ya está yendo y viniendo; ahora se va sin regresar. El alma no puede irse porque no tiene dónde ir. Esta proposición tan radical necesita explicación, pues si no vas a ningún lado cuando mueres, ya debes estar ahí. Es una de las paradojas de la física cuántica cuya comprensión depende de saber de dónde provienen las cosas por principio de cuentas.
A veces planteo a las personas preguntas como: “¿Qué comiste ayer?” Cuando responden: “Ensalada de pollo” o “Bistec”, yo les pregunto: “¿Dónde estaba ese recuerdo antes de que te preguntara?” Como ya vimos, no hay una imagen de ensalada de pollo o de bistec impresa en tu cerebro, ni sabores u olores de comida. Cuando traes un recuerdo a la mente, concretas un acontecimiento. Las explosiones sinápticas producen el recuerdo, repleto de imágenes, sabores y aromas si así lo deseas. Antes de concretarlos, los recuerdos no están circunscritos, lo que significa que no tienen un lugar; son parte de un campo potencial de energía o inteligencia. Esto es, tú tienes el potencial de la memoria, que es infinitamente más vasto que un recuerdo individual» pero imperceptible. Dicho campo se extiende de manera invisible en todas direcciones; las dimensiones ocultas de las que hemos hablado pueden entenderse como distintos campos inmersos en un campo infinito, que es el ser.



Tú eres el campo.

Todos cometemos un error al identificarnos con los acontecimientos que vienen y van en el campo: son momentos, accidentes aislados en que el campo se concreta momentáneamente. La realidad subyacente es potencial puro, que también recibe el nombre de alma. Sé que esto suena muy abstracto, y los antiguos sabios de India lo sabían también.
Contemplando la creación, que está llena de objetos de los sentidos, forjaron un término especial, akasha, para referirse al alma. La palabra akasha significa literalmente “espacio”, pero en un sentido amplio se refiere al espacio del alma, el campo de la conciencia. Cuando mueres no vas a ninguna parte porque ya estás en la dimensión del akasha, que está en todas partes. (En la física cuántica, la partícula subatómica más diminuta está en todas partes en el espacio-tiempo antes de ser localizada como partícula. Su existencia no circunscrita es igualmente real, pero invisible.)
Imagina una casa con cuatro paredes y un techo. Si la casa se incendia, las paredes y el techo se vienen abajo. Pero el espacio interior no se modifica. Puedes contratar a un arquitecto para que diseñe una casa nueva, y luego de que la construyas, el espacio interior seguirá sin modificarse. Al construir una casa sólo estás dividiendo el espacio ilimitado en dentro y fuera. Esta división es una ilusión. Los antiguos sabios decían que tu cuerpo es como esa casa. Se construye cuando naces y se incendia cuando mueres, pero el akasha, el espacio del alma, sigue inmutable; sigue siendo ilimitado.
Según estos antiguos sabios, la causa de todo sufrimiento de acuerdo con el primer klesha, es no saber quiénes somos.
Si estamos en el campo ilimitado, la muerte no es en absoluto eso que hemos temido.                           
El propósito de la muerte es que te imagines con una nueva forma y una nueva ubicación en el tiempo y el espacio.   
En otras palabras, tú te imaginas en esta vida específica, y al morir te sumerges de nuevo en lo desconocido para imaginar tu siguiente forma. No considero que ésta sea una conclusión mística (en parte porque he conversado con físicos que apoyan esta posibilidad con base en su conocimiento de la no-circunscripción de la energía y las partículas), pero no es mí intención convertirte a la creencia en la reencarnación,
Sólo estamos siguiendo a una realidad hasta su fuente oculta. Justo ahora estás creando pensamientos nuevos al concretar tu potencial; así, parece razonable que el mismo proceso haya producido a quien eres ahora.
Tengo una televisión con control remoto, y cuando oprimo un botón puedo cambiar de CNN, a MTV o a PBS. Mientras no accione el control remoto, esos programas no existen en la pantalla; es como si no existieran en absoluto. No obstante, sé que cada programa, entero e intacto, está en el aire como vibraciones electromagnéticas que esperan ser seleccionadas,
Del mismo modo, tú existes en akasha antes de que tu cuerpo y mente sintonicen la señal y la manifiesten en el mundo tridimensional. Tu alma es como los múltiples canales disponibles en la televisión; tu karma —o acciones— sintoniza el programa. Aunque no creas en una o en el otro, puedes convertir la asombrosa transición de un potencial que flota en el espacio —como los programas de televisión— a un acontecimiento categórico en el mundo tridimensional.
Entonces, ¿cómo será la muerte? Tal vez sea como cambiar de canal. La imaginación seguirá haciendo lo que siempre ha hecho: proyectar imágenes nuevas en la pantalla.
Algunas tradiciones creen que cuando una persona muere, ocurre un proceso mediante el cual revive su karma para entender cuál fue el meollo de esta vida y prepararse para establecer un nuevo acuerdo espiritual para la siguiente. Se dice que en el momento de la muerte, la persona ve pasar toda su vida, no a la velocidad del rayo —como experimentan quienes se están ahogando— sino lentamente y con plena comprensión de cada una de las elecciones hechas desde el nacimiento.
Si estás condicionado a pensar en términos de cielo e infierno, tu experiencia será ir a uno u otro. (Recuerda que la concepción cristiana de esos lugares no es igual en la versión islámica, ni a los miles de lokas del budismo tibetano, que contempla una multitud de mundos después de la muerte.)
El mecanismo creativo de la conciencia producirá la experiencia de ese otro lugar, mientras que para una persona que hubiera llevado la misma vida con un sistema de creencias distinto, esas imágenes podrían parecer un sueño extático, la representación de fantasías colectivas —como un cuento de hadas— o el desarrollo de temas de la infancia.
Pero si fueras a otro mundo después de la muerte, ese mundo estará en ti tanto como éste, ¿Eso significa que cielo e infierno no son reales? Asómate por la ventana y mira un árbol. No tiene otra realidad excepto como un acontecimiento en el espacio-tiempo concretado a partir del potencial infinito del campo. En consecuencia, podemos decir que cielo e infierno son tan reales como ese árbol, e igualmente irreales.
La ruptura absoluta entre la vida y la muerte es una ilusión.
Lo que preocupa a las personas ante la pérdida del cuerpo es que parece una ruptura o interrupción terrible. Esta interrupción se concibe como desaparecer en el vacío; es la extinción total de la persona. Pero esta perspectiva, que suscita un miedo terrible, está limitada al ego. El ego ansia la continuidad; quiere sentirse hoy como una extensión de ayer. Sin esa cuerda para asirse, el viaje de un día al siguiente parecería inconexo, o al menos eso es lo que teme el ego. Pero, ¿qué tanto te traumatiza concebir una imagen o un deseo nuevos? Te sumerges en el campo de las posibilidades infinitas en búsqueda de cualquier pensamiento nuevo, y vuelves con una imagen de los trillones de ellas que podrían existir. En ese momento ya no eres la persona que eras un segundo atrás.
Por lo tanto, estás aferrándote a una ilusión de continuidad.
Renuncia a ella en este momento y cumplirás la sentencia de San Pablo: morir para la muerte. Comprenderás que has sido discontinuo todo el tiempo: has cambiado constantemente, y constantemente te has sumergido en el océano de posibilidades para engendrar algo nuevo.
La muerte puede considerarse una ilusión completa porque ya estás muerto. Cuando piensas en quién eres en términos del yo, te remites a tu pasado, un tiempo que ya no existe.
Los recuerdos son reliquias de un tiempo ido. El ego se mantiene intacto mediante la repetición de lo que ya sabe. Pero la vida es, de hecho, desconocida, como debe ser si queremos concebir nuevos pensamientos, deseos y experiencias. SÍ eliges repetir el pasado, impides que la vida se renueve.
¿Recuerdas la primera vez que probaste un helado? Si no, observa a un niño pequeño en su primer encuentro con un cono de helado. Su mirada te dirá que está perdido en el éxtasis puro. Pero el segundo cono de helado, aunque el niño niegue y patalee por él, es un poco menos maravilloso que el primero. Cada repetición palidece gradualmente porque cuando se vuelve a lo conocido, es imposible experimentarlo por vez primera. Hoy, por más que te guste el helado» la experiencia de comerlo se ha convertido en un hábito. La sensación del gusto no ha cambiado, pero tú sí. El acuerdo que estableciste con tu ego —mantener al yo recorriendo los senderos de siempre— fue un mal acuerdo. Has elegido lo opuesto a la vida, que es la muerte.
Técnicamente, hasta el árbol que ves por tu ventana es una imagen del pasado. En el momento en que lo ves y lo procesas en tu cerebro, el árbol ya avanzó en el nivel cuántico, fluyendo con el tejido vibrante del universo. Para estar plenamente vivo debes sumergirte en el ámbito no circunscrito, donde nacen las experiencias nuevas. Si desechas la idea de estar en el mundo te darás cuenta de que siempre has vivido desde ese lugar discontinuo, no circunscrito, llamado alma. Cuando mueras entrarás al mismo lugar desconocido, y entonces tendrás una buena oportunidad de sentir que nunca estuviste más vivo.
¿Por qué esperar? Tú puedes estar tan vivo como quieras mediante un proceso conocido como rendición. Es el siguiente paso para vencer a la muerte. En lo que va de este capítulo, la línea entre la vida y la muerte se ha desdibujado tanto que concebir nuevos pensamientos, deseos y experiencias. SÍ eliges repetir el pasado, impides que la vida se renueve.

Rendirse es...

q  Atención plena.
q  Apreciación de la riqueza de la vida.
q  Abrirte a lo que está frente a ti.
q  No juzgar.
q  Ausencia de ego.
q  Humildad.
q  Ser receptivo a todas las posibilidades.
q  Permitir el amor.
La mayoría de las personas cree que la rendición es un acto difícil, si no imposible. Connota rendirse a Dios, algo que pocos, salvo los más santos, pueden enfrentar. ¿Cómo podemos identificar si el acto de la rendición ha ocurrido? “Estoy haciendo esto por Dios” suena ejemplar, pero una cámara de vídeo colocada en el ángulo superior de alguna habitación no podría distinguir entre un acto realizado por Dios y el mismo acto realizado sin pensar en Dios.

Es mucho más fácil realizar la rendición por ti mismo y dejar que Dios se manifieste si así lo desea. Ábrete a una pintura de Rembrandt o de Monet, que es, al fin y al cabo, una creación tan gloriosa como cualquiera. Préstale toda tu atención. Aprecia la profundidad de la imagen y el cuidado en su ejecución. Ábrete a lo que está frente a ti y no permitas distracciones. No juzgues de antemano que la pintura debe gustarte porque te han dicho que es maravillosa. No te fuerces a responder para parecer inteligente o sensible.
Permite que la pintura sea el centro de tu atención, que es la esencia de la humildad. Sé receptivo a cualquier reacción que puedas tener. Si todos estos pasos de la rendición están presentes, un gran Rembrandt o Monet despertará amor porque el artista simplemente está ahí, en toda su humanidad.
La rendición no es difícil en presencia de esta humanidad. Las personas son más difíciles, pero la rendición a alguien sigue los mismos pasos que hemos enumerado. Quizá la próxima vez que te sientes a cenar con tu familia decidas concentrarte en un solo paso de la rendición, como prestar plena atención o no juzgar.
Elige el paso que te parezca más sencillo o, mejor aún, el que sepas que has excluido. La mayoría negamos la humildad cuando nos relacionamos con nuestras familias. ¿Qué significa ser humilde con un niño, por ejemplo? Significa considerar su opinión igual a la tuya. En el nivel de la conciencia, es igual; tu ventaja de años como padre de familia sentado a la mesa no refuta este hecho. Todos fuimos niños, y lo que entonces pensamos tuvo todo el peso y la importancia que tiene la vida a cualquier edad, y quizá más. El secreto de la rendición es que la realices en tu interior, sin tratar se satisfacer a nadie más.
Tarde o temprano, todos llegamos a la inquietante presencia de una persona longeva, débil o moribunda. En esta situación son posibles los mismos pasos de la rendición. Si los sigues, la belleza de una persona agonizante es tan evidente como la de un Rembrandt. La muerte inspira una clase de asombro que puedes alcanzar cuando vas más allá de la reacción automática del miedo. Hace poco percibí esta sensación de asombro cuando supe de un fenómeno biológico que respalda la noción de que la muerte está completamente entrelazada con la vida. Resulta que nuestros cuerpos han encontrado ya la clave de la rendición.
El fenómeno se llama apoptosis. Esta extraña palabra, completamente nueva para mí, nos lleva a un profundo viaje místico- Al volver de él, encontré que mis percepciones sobre la vida y la muerte cambiaron. Al consultar apoptosis en una fuente de internet, obtuve 357000 entradas, y la primera de ellas definía la palabra en tono bíblico: “Para cada célula hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir”
La apoptosis es la muerte programada de las células, y aunque no nos damos cuenta, todos morimos diariamente, de manera puntual, para mantenernos vivos. Las células mueren porque quieren hacerlo. Una célula invierte minuciosamente el proceso de nacimiento: se encoge, destruye sus proteínas básicas y desmonta su propio ADN. En su superficie aparecen burbujas cuando abre sus puertas al mundo exterior y expele todas las sustancias químicas vitales, que serán devoradas por glóbulos blancos cual si fueran microbios invasores. Cuando el proceso está terminado, la célula se ha disuelto sin dejar rastro.
Es imposible no sentirse conmovido por este detallado relato del sacrificio tan cuidadoso y metódico de una célula.
No obstante, la parte mística está todavía por venir. La apoptosis no es, como podría suponerse, un método para deshacerse de células enfermas o viejas. El proceso nos dio la, vida. En el vientre materno todos atravesamos etapas primitivas de desarrollo en las que tuvimos colas de renacuajo, branquias de pez, membranas entre los dedos y, por increíble que parezca, demasiadas neuronas. La apoptosis se hizo cargo de estos vestigios indeseables. En el caso del cerebro, el bebé recién nacido establece las conexiones neurales necesarias eliminando el tejido cerebral excesivo con el que todos nacemos. (Los neurólogos se sorprendieron al descubrir que el momento en que nuestro cerebro cuenta con un mayor número de células es al nacer, y que éstas deben reducirse por millones para que la inteligencia más elevada pueda tejer su delicada red de conexiones. Durante mucho tiempo se pensó que la muerte neuronal constituía un proceso patológico relacionado con el envejecimiento, pero ahora todo el asunto debe reconsiderarse.)
No obstante, la apoptosis no termina en el vientre materno. Nuestros cuerpos siguen prosperando gracias a la muerte. Las células inmunes que tragan y consumen a las bacterias invasoras se volverían contra los tejidos del cuerpo si no provocaran la muerte entre sí y se volvieran contra ellas mismas con los mismos venenos utilizados con los invasores. Cuando una célula detecta que su ADN está dañado o es defectuoso, sabe que el cuerpo padecería si ese defecto se transmitiera.
Por fortuna, cada célula porta un gene tóxico conocido como p53 que puede activar para provocarse la muerte.
Estos casos apenas son una mínima muestra. Los anatomistas saben desde hace mucho que las células de la piel mueren en unos pocos días, que las células de la retina, de la sangre y el estómago también tienen programadas vidas cortas para que sus tejidos puedan reponerse rápidamente. Cada una muere por una razón específica. Las células de la piel deben mudarse para que ésta se mantenga flexible y no se convierta en una rígida armadura; las células del estómago mueren en la potente combustión química que digiere los alimentos.
La muerte no puede ser nuestra enemiga si hemos dependido de ella desde que estábamos en el vientre materno.
Considera esta paradoja: el cuerpo es capaz de repudiar la muerte y producir células que vivan por siempre. Éstas no secretan p53 cuando detectan defectos en su ADN. Por el contrario; renuentes a dictar su propia sentencia de muerte, estas células rebeldes se dividen de manera incesante e invasora.
El cáncer, la más temida de las enfermedades, resulta del repudio del cuerpo hacia la muerte, mientras que el suicidio programado es su boleto a la vida. Ésta es la paradoja de la vida y la muerte encaradas frente a frente. La idea mística de morir cada día resulta el hecho más concreto del cuerpo.
Esto significa que somos sumamente sensibles al equilibrio de las fuerzas positivas y negativas, y cuando este equilibrio se pierde, la respuesta natural es la muerte. Níetzsche señaló que los seres humanos son las únicas criaturas que deben ser exhortadas a permanecer con vida. Él no podía saber que esto es literalmente cierto. Las células reciben señales positivas que les dan la instrucción de permanecer vivas, sustancias químicas llamadas factores de crecimiento e interleukin-2. Si estas señales positivas dejan de enviarse, la célula pierde su voluntad de vivir. Como el beso de la muerte en la mafia,.la célula puede recibir mensajeros que se adhieren a sus receptores externos para anunciarle que la muerte ha llegado. De hecho, a estos mensajeros químicos se les conoce como “activadores de la muerte”.
Meses después de escribir este párrafo, conocí a un profesor de medicina en Harvard, quien descubrió un hecho sorprendente. Hay una sustancia en las células cancerígenas que activa nuevos vasos sanguíneos para proveerse de alimento.
La investigación médica se ha concentrado en descubrir cómo bloquear esta sustancia desconocida de manera que los tumores carezcan de alimento y mueran. El profesor descubrió que la sustancia exactamente opuesta provoca toxemia en las mujeres embarazadas, la cual puede ser letal. “¿Se da cuenta de lo que esto significa?” dijo profundamente admirado. “El cuerpo puede liberar sustancias químicas haciendo malabarismos con la vida y la muerte, pero la ciencia ha ignorado totalmente a quien realiza los malabarismos. ¿No es cierto que el secreto de la salud reside en esa parte de nosotros, y no en las sustancias químicas utilizadas?” El hecho de que la conciencia pudiera ser el ingrediente faltante, el factor X tras bambalinas, vino a él como una revelación.
Los místicos también aquí se adelantaron a la ciencia, pues en muchas tradiciones místicas leemos que todas las personas mueren en el momento justo y que saben de antemano qué momento será ése. Pero me gustaría examinar con más profundidad el concepto de muerte diaria, una elección que todos pasamos por alto. Yo quiero verme como la misma persona día tras día para preservar mi sentido de identidad; quiero habitar el mismo cuerpo todos los días porque es demasiado extraño pensar que me está abandonando constantemente.
Sin embargo, debe hacerlo para que yo no sea una momia viviente. Al seguir el complejo programa de la apoptosis, recibo un cuerpo nuevo por el mecanismo de la muerte. Este proceso es tan sutil que pasa inadvertido. Los niños de dos años no cambian su cuerpo por uno nuevo cuando cumplen tres. Todos los días tienen el mismo cuerpo, y a la vez otro.
Sólo el proceso constante de renovación —un don que nos da la muerte— le permite mantener el paso de cada etapa de desarrollo. Lo maravilloso es que uno se siente la misma persona durante este cambio incesante.
A diferencia de lo que ocurre con la muerte celular, soy consciente de cuándo nacen y mueren mis ideas. Para respaldar el paso del pensamiento infantil al pensamiento adulto, la mente debe morir todos los días. Mis ideas más preciadas mueren y nunca reaparecen; mis experiencias más intensas se consumen en sus propias pasiones; mi respuesta a la pregunta “¿Quién soy?” cambió completamente de los dos a los tres años, de los tres a los cuatro, y así durante el transcurso de la vida.
Comprendemos la muerte cuando desechamos la ilusión de que la vida debe ser continua. Toda la naturaleza tiene un ritmo; el universo muere a la velocidad de la luz, pero se las arregla para crear este planeta y las formas de vida que lo habitan. Nuestros cuerpos mueren a muchas velocidades distintas a la vez, empezando con los fotones y siguiendo con la disolución química, la muerte celular, la regeneración de tejidos y, finalmente, la muerte de todo el organismo. ¿Qué es lo que nos produce tanto miedo?
Creo que la apoptosis nos rescata del miedo. La muerte de una sola célula no afecta al cuerpo. Lo que cuenta no es el acto sino el plan: un proyecto global controla el equilibrio de señales positivas y negativas a las que todas las células responden. El plan está más allá del tiempo porque se remonta a la construcción misma del tiempo. El plan va más allá del espacio porque está en cada lugar del cuerpo y en ninguno a la vez. Cada célula se lleva consigo el plan cuando muere, pero aun así, el plan sobrevive.
En la realidad única, las discusiones no se resuelven optando por una de las partes; ambos argumentos son igualmente verdaderos. Así pues, no me cuesta admitir que lo que ocurre después de la muerte es invisible para los ojos y no puede demostrarse como un suceso material. Reconozco sin dudarlo que normalmente no recordamos las vidas pasadas y podemos vivir muy bien sin conocerlas. Sin embargo, no comprendo cómo alguien puede seguir siendo materialista después de ver la apoptosis en acción. El argumento en contra de la vida después de la muerte sólo parece convincente si ignoramos todo lo que hemos descubierto sobre células, fotones, moléculas, pensamientos y el cuerpo entero. Cada nivel de existencia nace y muere según su propio programa, que va de menos de una millonésima de segundo al probable renacimiento de un nuevo universo dentro de billones de años. La esperanza que yace más allá de la muerte proviene de la promesa de la renovación. Sí te identificas apasionadamente con la vida, y no con el desfile efímero de formas y fenómenos, la muerte adopta su posición legítima como agente de la renovación. En uno de sus poemas, Tagore se pregunta: “¿Qué ofrecerás cuando la muerte toque a tu puerta?” Su respuesta refleja la alegría serena de quien se ha elevado sobre el miedo que rodea a la muerte:
La plenitud de mi vida:
el vino dulce de los días de otoño y las noches de verano, mi modesto tesoro recogido a
lo largo de los años, y horas colmadas de vida.
Ése será mi regalo

Cuando la muerte toque a mi puerta.




CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL DÉCIMO SECRETO

El décimo secreto dice que la vida y la muerte son naturalmente compatibles. Tú puedes hacer tuyo este secreto despojándote de una imagen de ti mismo perteneciente al pasado: una especie de exfoliación de tu propia imagen. El ejercicio es muy sencillo: siéntate con los ojos cerrados e imagínate como un niño. Utiliza la mejor imagen que recuerdes de un bebé, y si no recuerdas una, invéntala.
Asegúrate de que el bebé está despierto y alerta. Llama su atención y pídele que te vea a los ojos. Cuando hayan hecho contacto, sólo mírense un momento hasta que ambos se sientan tranquilos y conectados entre sí. Ahora invita al bebé a unirse a ti y mira la imagen desvanecerse lentamente en el centro de tu pecho. Si quieres, puedes visualizar un campo de luz que absorbe la imagen, o simplemente un sentimiento cálido en tu corazón.
Ahora imagínate como un niño pequeño. De nuevo, establece contacto, y una vez que lo hayas hecho, pide a esa versión que se una a ti. Repite el procedimiento con cualquier tú anterior que desees evocar. Si tienes recuerdos especialmente vividos de cierta edad, permanece ahí más tiempo, pero el objetivo último es que veas a todas las imágenes desvanecerse y desaparecer.
Continúa hasta tu edad actual, y entonces imagínate en etapas de mayor edad. Termina con dos imágenes finales: tú como una persona muy longeva y tú en el lecho de muerte. En cada caso establece contacto y absorbe esas imágenes.
Cuando tu imagen de moribundo haya desaparecido, permanece sentado tranquilamente y siente lo que resta. Nadie puede imaginar realmente su propia muerte porque, aun si llegaras al extremo —demasiado horripilante para muchos de verte como un cadáver colocado en la tumba que se descompone en sus elementos, el testigo permanecerá. La visualización de uno mismo como cadáver es un antiguo ejercicio tántrico de India, y lo he puesto en práctica con los grupos que dirijo. Casi todos entienden el meollo, que no tiene nada que ver con lo horripilante: al ver que cada vestigio terrenal tuyo se desvanece, comprendes que nunca lograrás extinguirte. La presencia del testigo, superviviente supremo, señala el camino más allá de la danza de la vida y la muerte.

Ejercicio 2: morir conscientemente

Como todas las experiencias, la muerte es algo que creas y algo que te ocurre. En muchas culturas orientales hay una práctica llamada “muerte consciente” en que la persona participa activamente en la configuración del proceso de muerte. Mediante la oración, rituales, medicación y asistencia de los vivos, el moribundo inclina la balanza de “Experiencia que me está ocurriendo” a “Yo estoy creando esta experiencia”.
En Occidente no contamos con una tradición de muerte consciente. De hecho, dejamos solos a los moribundos en hospitales impersonales donde la rutina es fría, terrorífica y deshumanizadora. Hay mucho por cambiar en este aspecto.
Lo que puedes hacer personalmente en este momento es dirigir tu conciencia al proceso de muerte, liberándolo de la ansiedad y el temor excesivos.
Piensa en alguien cercano a ti, mayor de edad y cercano a la muerte. Mírate en la habitación con esa persona (puedes imaginar la habitación si no sabes exactamente dónde está).
Colócate dentro de su mente y su cuerpo. Obsérvate en detalle: siente la cama, mira la luz que entra por la ventana, rodéate con los rostros de familiares, médicos y enfermeras, si los hay.
Ahora ayuda a la persona en el cambio de enfrentar pasivamente la muerte a crear activamente la experiencia.
Escúchate hablando con voz normal; no hay necesidad de ser solemne. Reconforta y tranquiliza» pero concéntrate principalmente en cambiar la conciencia de la persona de “Esto me está ocurriendo” a “Yo estoy haciendo esto”. Hay muchos temas de los que se puede hablar (los he escrito en segunda persona, como si se tratara de un amigo cercano):
Creo que has tenido una vida maravillosa. Cuéntame las mejores cosas que recuerdes.
Puedes estar orgulloso de haberte convertido en una buena persona.
Has despertado mucho amor y respeto.
¿A dónde te gustaría ir ahora?
Dime qué sientes sobre lo que está ocurriendo. ¿Cómo lo cambiarías si pudieras?
Si estás arrepentido de algo, háblame de ello. Te ayudaré a liberarte de ese sentimiento.
No tienes necesidad de sentir pesar. Te ayudaré a liberarte del que aún sientas.
Mereces estar tranquilo. Has realizado bien tu trayecto, y ahora que lo has concluido, te ayudaré a volver a casa.
No creerás esto, pero te envidio. Estas a punto de ver qué hay detrás de la cortina.
¿Hay algo que quieras para tu viaje?
Es posible, por supuesto, abordar estos temas en el lecho de alguien que en verdad está muriendo. Pero una conversación imaginaria es una buena manera de explorar en ti. El proceso no debe ser superficial ni apresurado: cada tema podría extenderse durante una hora. Para estar realmente comprometido, necesitarás sentir que estás prestándote mucha atención. Este ejercicio suscitará sentimientos encontrados, pues todos experimentamos miedo y pesar ante la muerte. Si alguien en tu vida murió antes de que pudieras despedirte como hubieras querido, imagínate hablando con esa persona sobre los temas que acabo de enumerar. El ámbito donde la vida y la muerte se funden está siempre con nosotros, y al prestarle atención te conectas con un aspecto inestimable de la conciencia. Morir con plena conciencia resulta totalmente natural si has vivido con plena conciencia.


Secreto 11
El universo piensa
a través de ti


Hace poco tuve un breve encuentro con el destino; tan breve que pude haberlo pasado por alto completamente. Un hombre que había dedicado su vida entera a la espiritualidad vino a visitarme. Me habló de sus muchas visitas a India y de la devoción por sus costumbres. Traía puestos amuletos que se venden en templos y lugares sagrados; se sabía muchos cantos sagrados, o bhajans; había sido bendecido por muchos santos en sus viajes. Algunos le habían regalado mantras. Un mantra puede ser tan corto como una sílaba o tan largo como una oración, pero es básicamente un sonido. ¿De qué manera puede ser un regalo? Para alguien que conoce la tradición hindú, el regalo no es el mantra sino el efecto que debe provocar, como riqueza o un buen matrimonio. Hay miles de mantras y miles de resultados posibles.
Cuando le pregunté cómo se ganaba la vida, el hombre hizo un ademán desdeñoso y dijo: “Oh, un poco de sanación,  un poco de psiquismo. Ya sabes, lectura de la mente. No le presto mucha atención”.
Su actitud negligente me intrigó, y le pedí que me diera un ejemplo. Se encogió de hombros. “Piensa en alguien y escribe una pregunta que quieras hacerle.” La única persona que ocupaba mi mente ese día era mi esposa, quien llevaba un tiempo visitando a la familia en Nueva Delhi. Recordé que debía llamarla para preguntarle cuándo planeaba regresar. No habíamos determinado una fecha porque algunos de los familiares eran mayores, y la estancia de mi esposa dependía de su estado.
Escribí esto y miré a mi visitante. Él cerró los ojos y empezó a cantar un extenso mantra. Luego de un minuto, dijo: “Martes. Estás pensando en tu esposa y quieres saber cuándo volverá a casa”.
Tenía razón, y cuando se fue y pude hablar por teléfono con mi esposa, comprobé que había acertado también en la fecha de su regreso. Lo felicité, pero él sonrió e hizo el mismo ademán que significaba: “No es nada. Casi no le presto atención”. Una hora después, estando solo, empecé a pensar sobre estos sucesos psíquicos, que han dejado de ser una novedad debido a la gran atención que los medios de comunicación prestan a los fenómenos paranormales.
En concreto, reflexioné sobre el libre albedrío y el determinismo. Este hombre dijo que podía leer la mente, pero el regreso de mi esposa el martes no estaba en mi mente.
Era un acontecimiento que podía ocurrir cualquier día de la semana; incluso yo había supuesto que podría permanecer allá indefinidamente si las circunstancias lo exigían.

El asunto del libre albedrío y el determinismo es, por supuesto, muy complejo. En la realidad única, cada par de opuestos es, en última instancia, una ilusión. Ya hemos desdibujado la división entre bien y mal y entre vida y muerte. ¿Resultará que el libre albedrío es lo mismo que determinismo? Hay mucho que depende de la respuesta.
LIBRE ALBEDRÍO =
q  Independencia.
q  Auto determinación.
q  Capacidad de elegir.
q  Control de los acontecimientos.
q  El futuro está abierto.

DETERMINISMO =
q  Dependencia de una voluntad externa.
q  El yo determinado por el destino.
q  Alguien más elige por ti.
q  Ausencia de control de los acontecimientos.
q  El futuro está cerrado.

Estas frases esbozan lo que comúnmente se considera que está en juego. Todo en la columna de libre albedrío suena atractivo. Todos queremos ser independientes; tomar nuestras propias decisiones; despertar con la esperanza de que el futuro está abierto y lleno de posibilidades infinitas. Por otra parte, nada suena atractivo en la columna determinismo. Si alguien más ha elegido por ti, si permaneces atado a un plan escrito antes de que nacieras, el futuro no puede estar abierto. Al menos emocionalmente, el prospecto del libre albedrío ha ganado ya la discusión.
Y en cierto nivel ya nadie necesita ahondar más. Si tú y yo somos marionetas manejadas por un titiritero invisible —llámese Dios, destino o karma—, entonces los hilos que tiran también son invisibles. No tenemos pruebas de no estar realizando elecciones libres, excepto por esos momentos espeluznantes como el descrito al principio, y quienes leen la mente no van a cambiar la manera en que actuamos fundamentalmente.
Sin embargo, hay una razón para ahondar más, y se condensa en la palabra vasana. En sánscrito, vasana es una causa inconsciente. Es el software de la psique, la fuerza impulsora que te hace realizar algo cuando crees hacerlo espontáneamente. Como tal, vasana es muy perturbadora. Imagina a un robot cuyas acciones están impulsadas en su totalidad por un programa interno. Desde el punto de vista del robot, no importa que el programa exista, hasta que algo sale mal. La ilusión de no ser un robot se derrumba sí el software falla, pues si el robot quiere hacer algo y no puede, ya conocemos la razón.
Vasana es determinismo que parece libre albedrío. Recuerdo a mi amigo Jean, a quien conozco desde hace casi veinte años. Jean se considera muy espiritual, y a principios de los noventa llegó al extremo de renunciar a su empleo en un periódico de Denver para vivir en un ashram al oeste de Massachusetts. Pero la atmósfera le pareció sofocante. “Son hinduistas clandestinos”, se quejó. “No hacen más que rezar, cantar y meditar.” Jean decidió seguir con su vida. Se ha enamorado de un par de mujeres sin casarse. No le gusta la idea de sentar cabeza, y tiende a mudarse a un estado distinto cada cuatro años aproximadamente. (Una vez me dijo que luego de hacer cuentas descubrió que ha vivido en cuarenta casas diferentes desde que nació.)
Un día, Jean me llamó para contarme una historia. Durante la cita con una mujer que había desarrollado un interés repentino en el sufismo, y mientras se dirigían a casa, ella le dijo a Jean que según su maestro sufí, todas las personas tienen una característica preponderante.
¿Te refieres a lo más evidente de cada quien, como ser extrovertido o introvertido? —preguntó Jean.

No, no evidente —dijo ella—. Nuestra característica preponderante está oculta. Actuamos con base en ella sin damos cuenta de que lo estamos haciendo.

Tan pronto escuchó esto, Jean se sintió emocionado.
“Me asomé por la ventana del auto, y de repente entendí”, me dijo. “Soy indeciso. Sólo me siento cómodo cuando puedo tener ambos lados de una situación sin comprometerme con ninguna.” De un momento a otro, muchas cosas cobraron sentido. Jean pudo entender por qué entró en un ashram pero no se sintió parte del grupo.
Entendió por qué se enamoraba de las mujeres, pero siempre se concentraba en sus defectos. Muchas más cosas salieron a la luz. Jean se queja de su familia pero siempre pasa la Navidad con ellos. Se considera un experto en cada una de las materias que ha estudiado —han sido muchas— pero no se gana la vida ejerciendo ninguna de ellas. Es, sin lugar a dudas, un indeciso empedernido. Y como sugirió la mujer con la que había salido, Jean no tenía idea de que su vasana, que es de lo que estamos hablando, lo hacía pasar de una situación a otra sin decidirse por ninguna.
Sólo piensa en ello —dijo con evidente sorpresa—.
Aquello que mejor me define es justo lo que nunca había notado.
Si las tendencias inconscientes continuaran obrando en la oscuridad, no serían un problema. El software genético de los pingüinos o los ñúes los impulsa a actuar sin conocimiento de que actúan de manera muy similar a los demás pingüinos y ñúes. Pero los seres humanos, únicos entre todas las criaturas vivientes, queremos echar abajo el vasana. No es suficiente ser un peón que se cree rey. Ansiamos la seguridad de la libertad absoluta y su resultado: un futuro completamente abierto. ¿Es esto razonable? ¿Es posible siquiera?
En su texto clásico, Sufras del yoga, el sabio Patanjali nos informa que hay tres clases de vasana. A la clase que induce un comportamiento agradable la llama vasana blanco; a la que motiva un comportamiento desagradable la llama vasana oscuro; a la que mezcla estas dos la llama vasana mixto. Yo diría que Jean tenía vasana mixto: le gustaba la indecisión pero se perdía la recompensa del amor duradero hacia otra persona, una aspiración que lo estimulara o una visión compartida que lo vincularía con una comunidad. Mostraba las ventajas y desventajas de quienes necesitan mantener abiertas todas las opciones. La meta del aspirante espiritual es menoscabar el vasana de manera que pueda alcanzarse la claridad. En la claridad tú sabes que no eres una marioneta; te has liberado de los impulsos inconscientes que alguna vez te hicieron creer que actuabas espontáneamente.
El secreto es que el estado de liberación no es el libre albedrío. El libre albedrío es lo opuesto al determinismo, y en la realidad única, los opuestos deben fundirse en uno. En el caso de la vida y la muerte, vimos que se funden porque ambas son necesarias para renovar el flujo de la experiencia. El libre albedrío y el determinismo se funden sólo cuando una discusión cósmica se resuelve de una vez por todas. He aquí la discusión en su forma más simple.
Hay dos demandas relacionadas con la realidad última.
Una demanda proviene del mundo físico, donde los sucesos tienen causas y efectos evidentes. La otra proviene del Ser absoluto, que no tiene causa. Sólo uno de los demandantes tiene razón porque no pueden existir dos realidades últimas.
Entonces, ¿cuál es?
Si el mundo físico es la realidad última, nuestra única opción es jugar el juego de vasana. Toda tendencia tiene su causa en otra, y tan pronto menoscabes una, estarás creando otra para remplazaría. No podemos ser un producto terminado. Siempre hay algo que espera ser arreglado, atendido, ajustado, pulido, limpiado o listo para desmoronarse. (Las personas que no pueden enfrentar este hecho se vuelven perfeccíonistas: persiguen constantemente la quimera de una existencia perfecta; aunque no se den cuenta, tratan de vencer la ley de vasana, la cual dicta que ninguna causa puede desaparecer, sólo transformarse en otra.) El mundo físico también se conoce como el ámbito del karma, que tiene su propio aspecto cósmico. Karma, como sabemos, significa “acción”, y la pregunta que debe plantearse respecto de la acción es ésta: ¿Tuvo un comienzo? ¿Tiene un final? Toda persona que nace se ve arrojado a un mundo de acción que  ya estaba en pleno funcionamiento. No hay pistas de que una primera acción haya iniciado las cosas, ni podemos saber si una última acción detendrá todo. El universo está dado, y pese a las teorías sobre el Big Bang, la posibilidad de otros universos, o incluso de universos infinitos, significa que la cadena de primeros sucesos podría extenderse para siempre.
Los antiguos sabios no ocupaban telescopios porque veían en un destello de comprensión, que la mente está gobernada por causas y efectos; por tanto, no puede ver más allá del karma. El pensamiento que tengo en este preciso instante surgió del que tuve hace un segundo; el que tuve hace un segundo, del que tuve el segundo anterior y así sucesivamente. Con Big Bang o sin él, mi mente es prisionera del karma porque pensar es todo lo que puede hacer.
Hay otra alternativa, afirmaban los sabios. Tu mente puede ser. Así es como el segundo demandante entró en el tribunal. La realidad última podría ser el Ser mismo. El Ser no actúa, y por tanto, el karma jamás lo toca. Si el Ser es la realidad última, el Juego de vasana ha concluido. En vez de preocuparnos por causas y efectos, origen de todas las tendencias, simplemente podemos decir no hay causa ni efecto.
Dije que vasana nos da una razón para profundizar en el libre albedrío. Ahora vemos por qué. La persona contenta con seguir siendo una marioneta, no es distinta al rebelde que grita que debe seguir siendo libre a toda costa. Ambos están sujetos al karma; sus opiniones no suponen ninguna diferencia. Pero si podemos identificarnos con un estado que no tiene vasanas, el libre albedrío y el determinismo se funden; se convierten en simples instrucciones en el manual del software kármico. En otras palabras, ambos son herramientas del Ser y no un fin en sí mismos. Así, el karma pierde la discusión sobre ser la realidad última.
¿Cómo puedo decir que la discusión está resuelta? Puedo afirmar que fue resuelta por la autoridad ya que el acta espiritual registra a innumerables sabios y santos, quienes testifican que el Ser es el fundamento último de la existencia.
Pero como aquí no nos servimos de la autoridad, la prueba debe provenir de la experiencia. Yo experimento que estoy vivo, lo que parece apoyar el caso del karma, pues estar vivo consiste en una acción tras otra. Pero no puedo estar vivo si el universo entero no lo está. La conclusión parecería absurda sin un argumento previo. Pero hemos llegado bastante lejos para darnos cuenta de que lo verdaderamente absurdo es estar vivos en un universo muerto. Nadie antes de la era moderna se había sentido varado en una porción de roca y agua sin más paisaje que un vacío negro. Me parece que esa imagen, la cual sustenta la superstición de la ciencia, es horripilante y falsa. Mi cuerpo y el universo están compuestos de las mismas moléculas, y por más que me esfuerce, no puedo creer que un átomo de hidrógeno esté vivo dentro de mí y muerto tan pronto sale de mis pulmones.
Mi cuerpo y el universo provienen de la misma fuente, obedecen a los mismos ritmos, brillan con las mismas tormentas de actividad electromagnética. Mi cuerpo no puede darse el lujo de debatir sobre quién creó el universo; cada célula desaparecería en el instante en que dejara de crearse.
Por tanto, el universo debe estar viviendo y respirando a través de mí. Soy una expresión de todo lo que existe.
En todo momento, la burbujeante actividad subatómica que mantiene en marcha el universo está en cambio permanente; cada partícula aparece y desaparece de la existencia miles de veces por segundo. En ese intervalo, yo también aparezco y desaparezco, viajando de la existencia a la aniquilación y vuelta a empezar, billones de veces al día. El universo se vale de este ritmo ágil para detenerse y crear a continuación.
Lo mismo ocurre conmigo. Aunque mi mente es demasiado lenta para notar la diferencia, no soy la misma persona cuando vuelvo de mis billones de viajes al vacío. Cada uno de mis procesos celulares es repensado, reexaminado y reorganizado.
La creación ocurre en niveles infinitesimales, y el resultado final es el génesis perpetuo.
En un universo viviente no debemos responder preguntas sobre el creador. En distintos momentos, las religiones han mencionado un dios único, dioses o diosas múltiples, una fuerza vital invisible, una mente cósmica y —en la religión actual de la física— un juego ciego del azar. Puedes elegir cualquiera o todos porque lo más importante acerca del génesis eres tú. ¿Eres capaz de verte como el punto alrededor del cual todo está girando?
Mira alrededor e intenta reconocer tu situación de manera integral. Desde la perspectiva de un yo limitado resulta imposible ser el centro del cosmos. Tu atención salta de un fragmento de situación a otro: una relación, los incidentes del trabajo, tu economía, y quizá hasta alguna preocupación vaga relacionada con una crisis política o la situación del mercado de valores. No importa cuántos elementos intentes comprender; de esta manera no podrás ver tu situación total. Desde la perspectiva de la totalidad, el universo está pensando en ti. Sus pensamientos son invisibles, pero en última instancia se manifiestan como tendencias —las ya conocidas vasanas— y en ocasiones tu atención percibe el plan mayor porque en cada vida inevitablemente hay sucesos cruciales, momentos decisivos, oportunidades> epifanías y grandes adelantos.
Para ti, un pensamiento es una imagen o una idea que flota en tu mente. Para el universo (y con esa palabra me refiero a la inteligencia universal que impregna la cantidad inconmensurable de galaxias, hoyos negros y polvo interestelar) un pensamiento es un paso evolutivo. Es un acto creativo. Para vivir verdaderamente en el centro de la realidad única, la evolución debe adquirir un interés primordial para ti. Los acontecimientos secundarios de tu vida se manejan solos. Piensa en tu cuerpo, que opera con dos clases distintas de sistema nervioso. El sistema nervioso involuntario es automático; regula las funciones cotidianas del cuerpo sin que tú intervengas. Cuando una persona cae en coma, este sistema nervioso continúa trabajando más o menos normalmente, manteniendo pulso, presión sanguínea, hormonas, electrolitos y cientos de otras funciones en coordinación perfecta.
El otro sistema nervioso recibe el nombre de voluntario porque está asociado a la voluntad o volición. El sistema nervioso voluntario lleva a cabo los deseos; es su único propósito. Sin él, la vida sería exactamente como lo es para una persona en estado de coma; sin avance alguno, congelada en una muerte en vida.
El universo refleja la misma distinción. En el nivel material las fuerzas no necesitan nuestra ayuda para mantener todo regulado de manera que la vida pueda sostenerse. La ecología se estabiliza sola; las plantas y los animales viven en armonía sin darse cuenta. Podríamos imaginar un mundo en el que nada se expandiera más allá de la existencia elemental, donde las criaturas se contentaran con comer, respirar y dormir. Pero tal mundo no existe. Hasta organismos unicelulares como las amibas nadan en una dirección específica, buscan alimento, avanzan hacia la luz y prefieren determinadas temperaturas. El deseo está integrado al plan de la vida.
Por esto, no resulta descabellado buscar la segunda mitad del sistema nervioso del universo, la mitad que gira alrededor del deseo. Cuando nuestro cerebro lleva a cabo un deseo, el universo lo realiza al mismo tiempo. No hay diferencia entre “quiero tener un hijo” y “el universo quiere tener un hijo”. El embrión que empieza a crecer en el vientre materno se apoya en billones de años de inteligencia, memoria,
creatividad y evolución. Aquello que llamamos feto es un individuo que se ha integrado al cosmos con perfecta naturalidad. Pero, ¿por qué habría de terminar ahí la fusión? El hecho de que experimentemos los deseos como individuos no significa que el universo no esté actuando a través de nosotros, así como considerar a nuestros hijos como propios no significa que no sean también hijos de un enorme acervo genético. Ese acervo genético no tiene otro padre que el universo.
En este momento flotas en perfecta unión con el cosmos.       
No hay diferencia entre tu respiración y la de la selva tropical; entre tu flujo sanguíneo y el de los ríos del mundo, entre tus huesos y los acantilados de tierra caliza de Dover. Cada cambio del ecosistema ha influido en ti en el nivel genético.
El universo recuerda su evolución mediante el registro que escribe en el ADN. Esto significa que tus genes son el punto focal de todo lo que ocurre en el mundo. Son tu línea de comunicación con la naturaleza como un todo, no sólo con tu madre y tu padre.
Deja de lado todo lo que has leído acerca de que el ADN es una serie de azúcares y aminoácidos base ensartados en una doble hélice. Ese modelo describe la apariencia del ADN, pero no dice nada sobre la dinámica de la vida, del mismo modo que el sistema de cables de una televisión no dice qué aparece en la pantalla. Lo que se proyecta a través de tu ADN en este momento es la evolución del universo. Tu siguiente deseo quedará registrado en su memoria, y el universo puede avanzar hacia él o no hacerlo. Solemos pensar que la evolución es una línea recta desde los organismos primitivos hasta los más complejos. Una imagen más precisa sería la de una burbuja que se expande para abarcar más y más del potencial de la vida.

Cuando accedes a más inteligencia estás evolucionando.
q  Si restringes tu mente a lo que ya sabes o puedes predecir, tu evolución será más lenta.
Cuando accedes a más creatividad estás evolucionando. Si intentas utilizar soluciones viejas para resolver problemas nuevos, tu evolución será más lenta.
Cuando accedes a más conciencia estás evolucionando. Si continúas utilizando una mínima parte de tu conciencia, tu evolución será más lenta.


El universo está pendiente de tus elecciones, pues las evidencias muestran de manera contundente que prefiere la evolución a la inmovilidad. En sánscrito, la fuerza evolutiva recibe el nombre de Dharma, palabra cuya raíz significa “conservar”. Sin ti, el Dharma estaría confinado a tres dimensiones. Aunque casi no dedicamos tiempo a pensar en nuestra relación con una cebra, una palmera o un alga, guardamos relación estrecha con cada una de ellas en la cadena de la vida.
Los seres humanos extendimos esa cadena cuando la vida alcanzó cierto límite en el aspecto físico. Después de todo, desde el punto de vista físico, el planeta depende más de las algas y el plancton que de los humanos. El universo quería una nueva perspectiva, y por ello debía crear creadores como él mismo.
En cierta ocasión pregunté a un físico si a estas alturas ya todos sus colegas consideraban que la realidad no está circunscrita. Él reconoció que sí.
-¿No es lo mismo no circunscripción que omnisciencia? le pregunté- No hay distancia en el tiempo ni distancia en el espacio. La comunicación es instantánea, y todas las partículas están conectadas con todas las demás.

-Podría ser —me dijo sin convenir del todo, pero permitiéndome continuar.
-Entonces, ¿por qué el universo se molesta en circunscribirse? Ya sabe todo. Ya incluye todo, y en el nivel más profundo, ya encierra todos los sucesos que podrían ocurrir.
-No lo sé —dijo el físico—. Quizá sólo quería tomarse unas vacaciones.

Ésta no es una mala respuesta. El universo juega a través de nosotros. ¿Juega a qué? A ceder a alguien más el control para ver qué se le ocurre. Lo único que el universo no puede experimentar es apartarse de sí. Por ello, en cierto sentido, somos sus vacaciones.
El problema con dilemas como el libre albedrío y el determinismo es que no dejan mucho tiempo para jugar. Éste es un universo recreativo. Nos proporciona alimento, aire, agua y una enorme cantidad de paisajes para explorar. Todo esto proviene de la parte automática de la inteligencia cósmica. Avanza por sí misma, pero la parte que quiere jugar está conectada a la evolución, y Dharma es su manera de decirnos cómo funciona el juego. Si analizas cuidadosamente los momentos decisivos de tu vida comprobarás que estabas prestando mucha atención al juego evolutivo.
Estar en el Dharma
Estabas listo para avanzar. La experiencia de una realidad antigua estaba agotada y lista para ser sustituida.
Estabas listo para prestar atención. Cuando la oportunidad llegó, tú lo notaste y diste el salto necesario.
El entorno te respaldó. Cuando avanzaste, los acontecimientos sucedieron de forma tal que un retroceso hubiera sido imposible.
Te sentiste más pleno y libre en tu nuevo lugar.
Te viste como una nueva persona.

Este conjunto de circunstancias internas y externas es lo que el Dharma proporciona. Esto significa que cuando te sientes listo para avanzar, la realidad cambia para mostrarte cómo. ¿Y si no estás listo para avanzar? Entonces está el sistema de respaldo de vasana, que te hace avanzar mediante la repetición de las tendencias incrustadas en ti desde el pasado. Cuando te sientes atascado e incapaz de avanzar, normalmente es por las siguientes circunstancias:
1. No estás listo para avanzar. La experiencia de una realidad antigua sigue fascinándote. Sigues disfrutando tu estilo de vida habitual o, si hay más dolor que felicidad, te has vuelto adicto al dolor por alguna razón que permanece en el misterio.

2. No estás prestando atención. Tu mente permanece absorta en distracciones. Esto suele ocurrir cuando hay un exceso de estímulos externos. Mientras no estés alerta en tu interior, no podrás identificar las señales que transmite la realidad única.

3. El entorno no te respalda. Cuando intentas avanzar, las circunstancias te echan atrás. Esto significa que debes aprender más o que todavía no es el momento. También puede suceder que en un nivel profundo no estés convencido de avanzar; tu deseo consciente está en conflicto con dudas e inseguridades más profundas.

4. Te sientes amenazado por la expansión que deberías realizar y prefieres la seguridad de una imagen propia limitada. Muchas personas se aferran a un estado restringido creyendo que los protege. La realidad es que la mayor protección a la que podemos aspirar es la de la evolución, la cual resuelve problemas por medio de la expansión y el avance. Pero cada aspecto de ti debe poseer este conocimiento; basta con que uno desee permanecer en un estado restringido para que la evolución se entorpezca.

5. Sigues viéndote como la persona antigua que se adaptó a una situación vieja. Ésta suele ser una elección inconsciente. Las personas se identifican con su pasado e intentan utilizar sus viejas percepciones para entender lo que ocurre. Como la percepción es todo, considerarte demasiado débil, limitado, indigno o deficiente obstaculizará cualquier avance.

La conclusión final es que el Dharma necesita que colabores con él. La fuerza de conservación está en ti tanto como “allá fuera” en el universo o el reino del alma.
La mejor manera de alinearnos con el Dharma es dar por hecho que está escuchando. Da al universo oportunidad de responderte. Comienza una relación con él como lo harías con otra persona. Desde hace dos años soy un abuelo consentidor, y me sorprende que mi nieta Tara no tenga problemas para hablar con árboles, rocas, el mar o el cielo. Ella da por descontado que hay subjetividad en todas partes. “¿Ves esos dragones?”, dice señalando un espacio vacío en mitad de la sala, nombrando a un dragón azul aquí y a uno rojo allá. Le pregunto a Tara si le dan miedo los dragones, pero ella me asegura que siempre han sido amigables.
Los niños habitan mundos imaginarios, no por la fantasía en sí sino para poner a prueba sus instintos creativos. Tara es una creadora en formación, y si se le privara de su relación con árboles, rocas y dragones, sería separada de un poder que necesita crecer. A su edad, la vida de Tara es un juego permanente, y en mi papel de abuelo procuro sumergirla en todo el amor y el placer posibles. Su vasana será blanco si puedo ayudarla. Pero también sé que su mayor reto ser ir más allá de todas las tendencias, buenas o malas. Deberá cuidarse de mantenerse en el Dharma, y para quienes al crecer consideramos a la vida como un asunto serio con pocas pausas para jugar, el Dharma espera nuestro regreso a la cordura.


CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR EL
DECIMOPRIMER SECRETO

El decimoprimer secreto trata sobre cómo escapar de la esclavitud de causas y efectos. El universo está vivo e impregnado de subjetividad. Causas y efectos sólo son el mecanismo que utiliza para realizar lo que quiere. Y lo que quiere es vivir y respirar a través de ti. Para descubrir la verdad sobre esto necesitas relacionarte con el universo como si estuviera vivo.
De otra manera, ¿cómo podrías saber que lo está? A partir de hoy, comienza a adoptar los siguientes hábitos:
q  Habla con el universo.
q  Escucha su respuesta.
q  Establece una relación íntima con la naturaleza.
q  Contempla la vida en todas las cosas.
q  Condúcete como un hijo del universo.
El primer paso, hablar con el universo, es el más importante. No implica ir por ahí susurrando a las estrellas o iniciar una conversación cósmica imaginaria. El hábito de considerar al mundo “allá fuera”, desconectado de ti, está muy arraigado; todos compartimos un prejuicio cultural que reserva la vida sólo para plantas y animales, y concede inteligencia exclusivamente al cerebro. Tú puedes empezar a derribar esta creencia reconociendo cualquier pista de que los mundos interno y externo están conectados. Ambos tienen la misma fuente; están organizados por la misma inteligencia profunda; se responden entre sí.
Cuando digo que puedes hablar con el universo quiero decir que puedes conectarte con él. Sí te sientes deprimido por un día gris y lluvioso, por ejemplo, considera lo gris de tu interior y del exterior como el mismo fenómeno con aspectos objetivo y subjetivo. Si vas de regreso a casa después de trabajar y una intensa puesta de sol atrapa tu mirada, considera que la naturaleza quería llamar tu atención, no que tú y la puesta de sol tuvieron solo un encuentro accidental. En un nivel íntimo, tu existencia se entrelaza con el universo, no por azar sino por intención.
Cuando veas que la vida existe en todas partes, reconoce lo que ves. Al principio puedes sentirte extraño haciendo esto, pero eres un cocreador y tienes el derecho de apreciar las pautas de conexión que has formado. Conducirte como un hijo del universo no es un juego de fingimiento cósmico. En el campo, tú existes en todas partes en el espacio-tiempo, un hecho científico al que llevamos un paso adelante diciendo que este momento en el espacio-tiempo tiene un propósito especial en tu mundo. Es tu mundo, y al responder a él de esa manera, empezarás a notar que te responde:
q  Algunos días todo sale bien.
q  Algunos días todo sale mal.
q  En ciertos momentos te sientes inmerso en el ritmo de la naturaleza.
q  En ciertos momentos sientes como si desaparecieras en el cielo o el océano.
q  A veces sabes que siempre has estado aquí.
Son ejemplos generales, pero puedes estar alerta a momentos que parecen hechos sólo para ti. ¿Por qué ciertos momentos parecen tener una magia irrepetible? Sólo tú puedes saberlo, pero no lo sabrás si no te sintonizas primero con el sentimiento. El símil más cercano que se me ocurre en esta clase de relación privilegiada es la que se da entre personas que se aman: los momentos ordinarios están impregnados de una presencia o peculiaridad que no podría sentir una persona ajena. Algo totalmente irresistible atrae nuestra atención cuando estamos enamorados; una vez que lo hemos experimentado, no se olvida fácilmente. Sentimos como si estuviéramos dentro de la persona amada y ésta dentro de nosotros. Nuestra fusión con algo más grande que nosotros es una fusión de dos subjetividades. Se le ha llamado relación “yo y tú”, o la sensación de ser como una ola en el océano infinito del Ser.
No permitas que nombres y conceptos te distraigan. No hay una manera determinada para relacionarte con el universo. Sólo relaciónate a tu modo. Un niño pequeño, como mi nieta, encuentra su camino hablando con árboles y dragones invisibles. Ésa es su relación privilegiada. ¿Cuál será la tuya? Estremécete de expectación y descúbrelo.


 Secreto 12
No hay más tiempo
que el ahora


He tenido momentos en que toda mi vida cobra sentido. Yo sabía exactamente quién era. Todas las personas presentes en mi vida estaban ahí por una razón. Me resultaba obvio, sin lugar a dudas, que la razón era el amor, pues entonces podía reírme de la absurda idea de tener enemigos o ser un extraño en este mundo.
La perfección tiene una manera misteriosa de escabullirse dentro y fuera del tiempo. Son pocos quienes no han sentido el momento que acabo de describir, aunque no he conocido a nadie que pueda aferrarse a él. Las personas ansían desesperadamente hacerlo, y con frecuencia este deseo motiva su vida espiritual. En la tradición budista hay una gran cantidad de ejercicios dedicados a la conciencia profunda, un estado en que podemos tomar conciencia de los momentos perfectos. Sería maravilloso que todos fueran perfectos.
Pero para ser conscientes de ellos, primero debemos advertir cuándo no somos conscientes de ellos, lo cual es difícil; después de todo, no estar conscientes puede definirse como no saber que no estamos conscientes.
Esta capacidad de escabullirse me resultaba muy confusa hasta que alguien me dijo: “Es como ser feliz. Cuando estás feliz, simplemente lo estás. No tienes que pensar en ello. Pero llega un momento en que dices en voz alta: ‘En verdad me siento feliz ahora’, y entonces comienza a desaparecer. De hecho, para romper el hechizo basta con pensar las palabras ‘Estoy feliz ahora’.
Gracias a este ejemplo comprendí qué significa ser consciente: atrapar el momento presente sin palabras ni pensamientos. Pocas cosas son tan fáciles de describir y tan difíciles de hacer. El meollo del asunto es el tiempo. El tiempo es escurridizo, como ese dichoso momento antes de que digas: “Estoy feliz ahora”. ¿En verdad es fugaz ese momento, o es eterno?
La mayoría damos por hecho que el tiempo vuela, esto es, que pasa muy rápidamente. Pero en el estado consciente» el tiempo no pasa en absoluto. Sólo hay un instante de tiempo que se renueva una y otra vez con variedad infinita. El secreto sobre el tiempo es, entonces, que existe sólo como solemos pensar en él. Pasado, presente y futuro son sólo compartimentos mentales para cosas que queremos mantener cerca o lejos de nosotros, y al decir que “el tiempo vuela”, conspiramos para evitar que la realidad se nos acerque demasiado. ¿Es el tiempo un mito que utilizamos para nuestra conveniencia?
Por todas partes hay libros que ensalzan las virtudes de vivir en el momento presente. Hay buenas razones para ello, pues las cargas de la mente provienen del pasado. En sí misma, la memoria es ingrávida, y el pasado también debería serlo. Lo que llamamos “el ahora” es la desaparición del tiempo como un obstáculo psicológico. Cuando retiras el obstáculo te liberas de la carga del pasado o el futuro: has encontrado el estado de conciencia profunda (y también la felicidad, ésa que no necesita palabras ni pensamientos). Nosotros somos quienes hacemos del tiempo una carga psicológica: nos hemos convencido de que las experiencias se acumulan a lo largo del tiempo.

q  Soy mayor que tú, sé de qué estoy hablando.
q  He pasado varias veces por eso.
q  Escucha la voz de la experiencia.
q  Presta atención a tus mayores.

Estas fórmulas convierten en virtud la experiencia acumulada, no con perspicacia o atención, sino simplemente por estar sin hacer nada. No obstante, son en su mayor parte expresiones vanas. Todos sabemos en algún nivel que cargar con la pesada maleta del tiempo es lo que ensombrece a las personas.
Vivir en el presente significa soltar esa maleta. Pero, ¿cómo se logra eso? En la realidad única, el reloj sólo marca “ahora”.
El truco para soltar el pasado consiste en descubrir la manera de vivir ahora como si fuera para siempre. Los fotones se mueven a la velocidad de Planck, que es igual a la velocidad de la luz, mientras que las galaxias evolucionan durante billones de años. Por tanto, si el tiempo es un río, debe ser uno muy profundo y suficientemente ancho para contener la partícula más pequeña del tiempo y la infinitud de la eternidad.
Esto implica que “ahora” es más complejo de lo que parece. ¿En qué situación estamos en el ahora, cuando somos más activos y energizados, o más quietos? Observa un río. En la superficie, la corriente es rápida y agitada; a medía profundidad el flujo se hace más lento, y en el fondo, el légamo sólo es agitado ligeramente. En el lecho de roca, el movimiento del agua no ejerce efecto alguno. La mente es capaz de participar en todos los niveles del río. Podemos desplazarnos con la corriente más rápida, que es lo que la mayoría procura hacer en la vida cotidiana. Su versión del ahora es lo que tiene que hacerse en este momento. Para ellos, el momento presente es un drama constante. Tiempo es lo mismo que acción, tal como en la superficie del río.
Cuando se cansan demasiado por la carrera —o sienten que la están perdiendo—, las personas apresuradas pueden reducir el paso, sólo para descubrir con sorpresa cuan difícil es pasar de correr a caminar. Pero si decides, “Está bien, simplemente seguiré adelante”, la vida trae nuevos problemas, como obsesiones, pensamiento circular, y la llamada depresión hiperactiva.
En cierto sentido, todos estos son desórdenes del tiempo.
Tagore tiene una frase maravillosa acerca de esto: “Somos demasiado pobres como para llegar tarde”. En otras palabras, corremos por la vida como si no pudiéramos desperdiciar un solo minuto. En el mismo poema, Tagore ofrece una descripción perfecta de lo que encontramos después de que toda esa premura llega donde quiere ir:
Y cuando terminó la frenética carrera
Pude ver la línea de meta
Hinchado de miedo a llegar demasiado tarde
Sólo para descubrir en el último minuto
Que aún hay tiempo.
Tagore reflexiona sobre el significado de correr por la vida como sí no tuviéramos tiempo que perder, para descubrir al final que siempre tuvimos la eternidad. Pero la mente tiene dificultades para ajustarse a un paso más lento cuando está condicionada a hacer mal uso del tiempo. Una persona obsesivo-compulsiva, por ejemplo, se siente aterrada por el reloj . Apenas hay tiempo suficiente para limpiar la casa dos veces antes de que lleguen invitados, para acomodar cuarenta pares de zapatos en el clóset y además preparar la cena. ¿Cuándo se corrompió el tiempo?
Sin haber identificado la fuente de la obsesión, los psicólogos han descubierto que la baja autoestima está acompañada por palabras negativas como perezoso, aburrido, torpe, feo, perdedor, despreciable y fracasado, que se repiten varios cientos de veces por hora. Esta repetición ininterrumpida es síntoma de sufrimiento mental así como un vano intento por hallar una cura. La misma palabra vuelve una y otra vez porque la persona desea desesperadamente que se vaya pero no ha descubierto cómo expurgarla.
El pensamiento circular se relaciona con la obsesión, pero tiene más etapas. En vez de rumiar una sola idea como “la casa no está suficientemente limpia” o “debo ser perfecto”, la persona está atrapada en una lógica falsa. Un ejemplo serían los individuos que se sienten indignos de ser amados. No importa cuántas personas les expresen su amor, ellos no se consideran dignos de ser amados porque piensan: “Yo quiero que me amen. Esta persona dice que me ama pero yo no puedo sentirlo, así que debo ser indigna de amor. La única manera de solucionar esto es logrando que me amen”. La lógica circular aflige a quienes nunca se sienten suficientemente exitosos, seguros o deseados. La premisa fundamental que los impulsa a actuar (“Soy un fracaso”, “Estoy en peligro”, “No tengo la capacidad necesaria”) no cambia porque todos los resultados en el exterior, buenos o malos, refuerzan la idea original.
Estos ejemplos nos traen a la “paradoja del ahora”. Mientras más rápido corras sin avanzar, más lejos estarás del momento presente.
La depresión hiperactiva nos da una imagen clara de la paradoja, pues las personas deprimidas se sienten inertes, congeladas en un instante y sin más sentimiento que la desesperanza. Para ellos, el tiempo no avanza pero por su mente pasan a toda prisa ideas y emociones fragmentarias. Parece inverosímil que esta ráfaga de actividad mental ocurra en la cabeza de alguien incapaz de  levantarse de la cama por la mañanas. En este caso la ráfaga mental está desconectada de la acción. Una persona deprimida piensa miles de cosas, pero no lleva a la práctica ninguna.
Cuando estos problemas no están presentes, la mente aminora su marcha sumergiéndose un poco más. Las personas que se dan tiempo a sí mismas buscan la soledad, donde las exigencias externas son menores. En su estado natural, la mente deja de reaccionar rápidamente si la estimulación externa desaparece. Es como huir de las ondas superficiales del río para buscar en un lugar profundo la corriente más tranquila. El momento presente se convierte en una especie de remolino lento; los pensamientos siguen en movimiento, pero no son tan insistentes como para hacernos avanzar.
Finalmente, hay personas que disfrutan más la quietud que la actividad, y se sumergen tanto como pueden donde el agua deja de correr, un punto quieto y profundo que les permite aislarse totalmente de las corrientes de la superficie. En este centro estable se experimentan a sí mismas al máximo y al mundo exterior al mínimo.
De una u otra forma, todos hemos experimentado estas distintas versiones del momento presente, desde una carrera exhaustiva hasta un punto de calma inmóvil. Pero, ¿qué hay del ahora que está justo frente a ti, este ahora? En la realidad única no tiene duración. Términos relativos como rápido y lento, pasado y futuro, carecen de significado. El momento presente incluye lo que es más rápido que lo más rápido, y lo que es más lento que lo más lento. Sólo cuando incluimos el río entero vivimos en la realidad única, y entonces vivimos en un estado de conciencia que es siempre nuevo y siempre el mismo.
Entonces, ¿cómo llegamos ahí?
Para responder debemos referirnos a las relaciones.
Cuando te encuentras con alguien a quien conoces bien —digamos tu mejor amigo—, ¿qué ocurre? Ambos se reúnen en un restaurante y su plática está llena de temas viejos y familiares que les producen una sensación de tranquilidad.
Pero también quieren decir algo nuevo, pues de otro modo su relación sería estática y aburrida. Ya se conocen muy bien, que es parte de ser los mejores amigos, pero no son totalmente predecibles; el futuro traerá nuevos acontecimientos, algunos felices y otros tristes. Dentro de diez años uno de ustedes podría estar muerto, divorciado o convertido en un extraño.
Esta intersección entre nuevo y viejo, conocido y desconocido, es la esencia de las relaciones, incluyendo las que mantienes con el tiempo, el universo y contigo mismo. En última instancia, sólo mantienes una relación. Conforme evolucionas, el universo también lo hace, y la intersección de los dos es el tiempo. Sólo hay una relación porque nada más hay una realidad. Ya mencioné los cuatro caminos del yoga, pero cada cual es un sabor de la relación:
El camino del conocimiento (Jyana yoga) tiene sabor a misterio. Percibes la incomprensibilidad de la vida. Experimentas la maravilla de cada experiencia.
El camino de la devoción (Bhakti yoga) tiene el sabor del amor. Experimentas la dulzura de cada experiencia.
El camino de la acción (Karma yoga) tiene el sabor del desprendimiento. Experimentas la interconexión de cada experiencia.
El camino de la meditación y el silencio interior (Raja yoga) tiene el sabor de la quietud. Experimentas el ser en cada experiencia.

El tiempo existe para que experimentes estos sabores tan profundamente como sea posible. En el camino de la devoción, si puedes experimentar aunque sea un pequeño rayo de amor, es posible experimentar más amor. Cuando experimentas ese poco más, se hace posible el siguiente grado de intensidad. Así, el amor engendra amor hasta que alcanzas el punto de saturación, cuando te fundes totalmente en el amor divino. A esto se refieren los místicos cuando dicen que se sumergen en el océano del amor hasta ahogarse.
El tiempo despliega los grados de la experiencia para que alcances el océano. Elige cualquier cualidad que te seduzca, y si la sigues lo suficiente, con compromiso y pasión, te fundirás con el absoluto. Pues al final del camino, todas las cualidades desaparecen, tragadas por el Ser. El tiempo no es flecha, reloj, ni río; es, de hecho, una fluctuación en los sabores del Ser. En teoría, la naturaleza pudo ser organizada sin una progresión de menos a más. Uno podría experimentar amor, misterio o desprendimiento de manera aleatoria. Sin embargo, la realidad no fue construida de esa manera, por lo menos no como se experimenta mediante un sistema nervioso humano. Experimentamos la vida como evolución. Las relaciones crecen desde el primer atisbo de atracción hasta la intimidad profunda. (El amor a primera vista realiza el mismo viaje pero en cuestión de minutos y no en semanas o meses.) Tu relación con el universo sigue el mismo curso, si lo permites. El propósito del tiempo es ser el vehículo de la evolución, pero si haces mal uso de él, se convierte en fuente de temor y ansiedad.
q  El mal uso del tiempo
q  Sentirse ansioso por el futuro.
q  Revivir el pasado.
q  Arrepentirse de viejos errores.
q  Revivir el ayer.
q  Anticipar el mañana.
q  Correr contra el reloj.
q  Obsesionarse con la transitoriedad.
q  Resistirse al cambio.
Cuando haces mal uso del tiempo, el problema no está en el nivel del tiempo. Nada ha fallado en los relojes de la casa de quien pierde cinco horas de sueño preocupándose por la posibilidad de morir de cáncer. El mal uso del tiempo es sólo un síntoma de atención mal dirigida. Es imposible mantener una relación con alguien a quien no prestas atención, y en tu relación con el universo, la atención se presta aquí y ahora, o no se presta en absoluto. De hecho, no hay más universo que el que percibes en este instante. Por tanto, para relacionarte con el universo debes concentrarte en lo que está frente a ti. Como dijo un maestro espiritual: “La totalidad de la creación es necesaria para provocar el momento presente”.
SÍ tomas esto en serio, tu atención cambiará. En este momento, cada situación en la que estás es una mezcla de pasado, presente y futuro. Imagina que vas a solicitar un empleo.
Cuando te presentas al escrutinio de un extraño, tratando de controlar el estrés y crear una buena impresión, no estás realmente en el ahora. “¿Obtendré este empleo?” “¿Cómo me veo?” “¿Serán suficientes mis recomendaciones?” “De cualquier forma, ¿en qué estará pensando esta persona?” Pareciera que no puedes eludir los traspiés en la mezcla de pasado, presente y futuro. Pero el ahora no puede ser una mezcla de lo viejo y lo nuevo. Debe ser diáfano y abierto; de otro modo no estarías desplegándote, que es la razón de ser del tiempo.
El momento presente es en realidad una abertura, y por tanto no tiene duración: estás en el ahora cuando el tiempo deja de existir. Quizá la mejor manera de vivir esta experiencia es darnos cuenta de que la palabra presente se relaciona con la palabra presencia. Cuando el momento presente se llena de una presencia que todo lo absorbe, en completa paz y con total satisfacción, estás en el ahora.
La presencia no es una experiencia. La presencia se siente cuando la conciencia está suficientemente abierta- La situación en curso no debe implicar ninguna responsabilidad.
Paradójicamente, es posible que una persona sufra un dolor tan intenso que la mente, incapaz de tolerarlo, decida abandonarlo de repente. Esto suele suceder con el dolor psicológico; los soldados atrapados en el horror de la batalla hablan de un momento de liberación en el que el intenso estrés es remplazado por una súbita tranquilidad extática.
El éxtasis cambia todo. El cuerpo pierde su pesadez y lentitud; la mente deja de experimentar su fondo de tristeza y temor. La personalidad es desechada y remplazada por la dulzura de un elíxir. Esta dulzura puede permanecer mucho tiempo en el corazón —algunos afirman que puede paladearse como la miel en la boca— pero cuando se va, uno sabe sin lugar a dudas que lo ha perdido. En el álbum de recortes de la mente colocamos una imagen de dicha perfecta que se convierte, como el primer bocado de helado, en una meta inalcanzable que no dejamos de perseguir, sólo para encontrar que el éxtasis permanece fuera de nuestro alcance.
El secreto del éxtasis es que debes desecharlo cuando lo has vivido. Sólo al alejarte puedes experimentar de nuevo el momento presente, el lugar donde vive la presencia. La conciencia está en el ahora cuando se conoce a sí misma. Si hacemos a un lado el vocabulario de dulzura, dicha y elíxir, la cualidad que está ausente en la vida de la mayoría de las personas» el factor más importante que les impide estar presentes, es la sobriedad.
Debes estar sobrio antes de experimentar el éxtasis. Ésta no es una paradoja. Lo que estamos persiguiendo —llámese presencia, ahora, éxtasis— está totalmente fuera del alcance.-No puedes perseguirlo, correr tras él, ordenarle o persuadirlo de que venga a ti. Tus encantos personales resultan inútiles, tanto como tus pensamientos y conocimientos.
La sobriedad comienza al entender, con toda seriedad, que debes desechar prácticamente todas las estrategias utilizadas hasta ahora para obtener lo que quieres. Si esto te parece fascinante, cumple el propósito de abandonar las estrategias inútiles de esta manera:
q  Sobriedad espiritual
q  Comprométete a estar en el presente
q  Advierte cuando no prestes atención.
q  Escucha lo que dices en realidad.
q  Observa cómo reaccionas.
q  Apártate de los detalles.
q  Sigue el ascenso y descenso de la energía.
q  Cuestiona a tu ego.
q  Sumérgete en un entorno espiritual.
Estas instrucciones podrían provenir de un manual para cazadores de fantasmas o de unicornios. El momento presente es más esquivo que éstos, pero si deseas apasionadamente llegar a él, lo que necesitas es implementar el programa para la sobriedad.

No prestar atención.
El primer paso no es místico ni extraordinario. Cuando notes que no prestas atención, no te permitas divagar. Vuelve adonde-estás. Casi instantáneamente descubrirás por qué te desviaste: estabas aburrido, ansioso, inseguro, te preocupaba otra cosa o estabas anticipando un suceso. No evites ninguno de estos sentimientos. Son hábitos arraigados de la conciencia, que te has acostumbrado a seguir automáticamente. Cuando adviertes que te desvías de lo que tienes frente a ti empiezas a recuperar el ahora.

Escuchar lo que dices.
Una vez que regreses de tu distracción, escucha las palabras que dices o piensas. Las relaciones son impulsadas por las palabras. Escúchate y sabrás cómo te relacionas con el universo en ese instante. Que no te confunda el hecho de que haya otra persona frente a ti. Cualquier persona con la quien hables, incluido tú, representa la realidad. Si estás quejándote de un mesero perezoso, te quejas del universo. Si alardeas frente a alguien a quien quieres impresionar, intentas impresionar al universo. Sólo hay una relación; escucha cómo está en este momento.

Observa tu reacción.
Todas las relaciones son bilaterales; por tanto, el universo responderá a todo lo que digas. Observa tu reacción. ¿Estás a la defensiva? ¿Consientes y sigues adelante? ¿Te sientes seguro o inseguro? De nuevo, que no te distraiga la persona con la cual te relacionas. Sintonízate con la respuesta del universo, cerrando el círculo que abarca al observador y a lo observado.

Apártate de los detalles.
Antes de la sobriedad debiste hallar una manera de adaptarte a la soledad que resulta de la ausencia de realidad. La realidad es totalidad, lo abarca todo. Te sumerges y no hay nada más. En la ausencia de la totalidad también ansias un abrazo similar que intentas encontrar en los fragmentos. En otras palabras, buscaste perderte en los detalles, como si el caos y el desorden pudieran saturarte hasta el punto de satisfacerte. Ahora sabes que esa estrategia no funcionó, así que renuncia a ella. Apártate de los detalles. Olvida el barullo. Ocúpate de él de la manera más eficiente posible, pero no lo tomes en serio; no permitas que sea importante para lo que eres.

Sigue el ascenso y descenso de la energía.
Una vez que los detalles están fuera del camino, necesitas algo que seguir. Tu atención quiere ir a alguna parte, así es que llévala al corazón de la experiencia: es el ritmo respiratorio del universo que genera situaciones nuevas, un ascenso y descenso de energía.

Advierte cómo la tensión conduce a la liberación, la excitación al cansancio, el júbilo a la tranquilidad. Así como hay altas y bajas en todos los matrimonios, tu relación con el universo asciende y desciende. Al principio puedes experimentar estos vaivenes de manera emocional, pero procura evitarlo. Éste es un ritmo mucho más profundo: comienza en silencio cuando se concibe una nueva experiencia; pasa por un periodo de gestación conforme la experiencia adquiere forma en silencio; comienza a acercarse al nacimiento insinuando cómo cambiarán las cosas; finalmente, nace algo nuevo. Este “algo” puede ser una persona, un suceso, un pensamiento, una intuición; en realidad, cualquier cosa. Lo que todos tienen en común es ascenso y descenso de energía.
Necesitas conectarte con cada etapa porque en el momento presente una de ellas está justo frente a ti.

Cuestiona a tu ego.
Todo este observar, notar y percibir no pasa inadvertido. Tu ego tiene su manera “correcta” de hacer las cosas, y cuando rompas esa pauta, te hará saber su descontento. El cambio provoca miedo, pero sobre todo es una amenaza para el ego. Este miedo es sólo una táctica para someterte. No puedes combatir las reacciones de tu ego porque eso sólo afianzará tu relación con él. Pero puedes cuestionarlo, lo que significa cuestionarte a ti mismo desde una distancia tranquilizadora. “¿Por qué estoy haciendo esto?” “¿No es éste un reflejo automático?” “¿Hasta dónde he llegado en el pasado actuando así?” “¿No he comprobado ya que esto no funciona?” Debes plantear obstinadamente estas preguntas una y otra vez, no con la intención de vencer a tu ego sino de reducir el control reflexivo que ejerce sobre tu comportamiento.


Sumérgete en un entorno espiritual.

Cuando analizas seriamente tu comportamiento comprendes que el ego te ha mantenido aislado todo el tiempo. El quiere que pienses que la vida se vive en la separación, pues con esa creencia puede justificar su aferramiento al yo y a los intereses de éste. De manera muy similar, el ego intenta aferrarse a la espiritualidad como si fuera una pertenencia nueva e invaluable. Para contrarrestar esta tendencia, que sólo traerá más aislamiento, sumérgete en otro mundo. Me refiero un mundo donde las personas buscan conscientemente experiencias de presencia, donde hay una intención compartida de transformar la dualidad en unidad. Puedes encontrar este entorno en los grandes textos espirituales.
Como alguien que ha encontrado esperanza y consuelo inconmensurables en estos escritos, te exhorto fervientemente a que te acerques a ellos. Pero también hay un mundo viviente que debes buscar. Sumérgete en un contexto espiritual acorde con tu definición de espíritu. Asimismo, prepárate para sentirte decepcionado cuando llegues ahí, pues es inevitable que encuentres mucha frustración entre personas que luchan con sus imperfecciones. La agitación que encuentras es también la tuya.
Una vez que te comprometes a mantenerte sobrio, no hay nada más que hacer. La presencia aparecerá por sí misma, y cuando lo haga, tu conciencia sólo podrá estar en el ahora. Un momento en el ahora provoca un cambio interno que se refleja en todas las células. Tu sistema nervioso aprende un modo de procesar la realidad que no es viejo ni nuevo, conocido o desconocido. Nos elevamos a un nuevo nivel del ser en el que rige la presencia, y rige de manera absoluta. Cualquier otra experiencia es relativa y por tanto puede rechazarse, olvidarse, ignorarse o desecharse. La presencia es el toque de la realidad, que no puede rechazarse ni perderse. Cada encuentro nos vuelve un poco más reales.
Las pruebas de esto son muchas y variadas. La más inmediata tiene que ver con el tiempo. Cuando el único momento es el ahora, nuestra experiencia muestra las siguientes características:
1. El pasado y el futuro sólo existen en la imaginación. Todo lo que hiciste carece de realidad; todo lo que harás carece de realidad. Sólo lo que haces ahora es real.

2. El cuerpo al que alguna vez llamaste “yo”, ya no es quien eres. La mente a la que alguna vez llamaste “yo”, ya no es quien eres. Los abandonas fácilmente, sin esfuerzo. Ambos son patrones temporales que el universo asumió por un instante antes de continuar.

3. Tu ser real se manifiesta en este momento como pensamientos, emociones y sensaciones proyectados en la pantalla de la conciencia. Los reconoces como el punto de encuentro del cambio y la eternidad. Te ves a ti mismo exactamente del mismo modo.

Cuando te encuentras en el momento presente, no hay nada que hacer. El río del tiempo puede fluir. Experimentas remolinos y corrientes, superficies y profundidades, en un nuevo contexto: la inocencia. El momento presente es inocente por naturaleza. El ahora resulta ser la única experiencia que no va a ninguna parte. ¿Cómo es posible, si he dicho que el propósito del tiempo es desplegar los pasos de la evolución? Ése es el misterio de misterios. Crecemos pero la vida permanece eterna en su esencia. Imagina un universo que se expande en dimensiones infinitas a velocidad infinita, completamente libre de crear en todas partes a la vez. Para avanzar con él sólo necesitamos permanecer absolutamente quietos.

CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL DECIMOSEGUNDO SECRETO

El decimosegundo secreto es sobre cómo emplear el tiempo.
El mejor uso que puedes hacer de él es para reconectarte con tu ser. El mal uso del tiempo se reduce a lo contrario: alejarte de tu ser. Siempre hay tiempo suficiente para evolucionar porque tú y el universo se despliegan Juntos. ¿Cómo puedes comprobarlo? Una manera es mediante la práctica sánscrita llamada sankalpa. Cualquier intención o pensamiento tras del cual vaya tu voluntad es un sankalpa. El término comprende la idea de medios: una vez que has expresado un deseo o pensamiento que quieres realizar, ¿cómo obtienes resultados? La respuesta depende en gran medida de tu relación con el tiempo (la raíz etimológica kalpa significa tiempo).
Si la eternidad es parte de tu ser, el deseo se realizará espontáneamente sin demora. Tienes el poder de jugar con el tiempo tal como lo harías con cualquier otra parte de tu mundo.
Si la eternidad mantiene una relación indecisa con tu ser, algunos deseos se realizarán espontáneamente y otros no.
q  Habrá demoras y la preocupación de que tal vez no obtengas lo deseado. Tu capacidad para dejarte ir con el tiempo es poco firme pero está en desarrollo.
Si la eternidad no tiene relación con nuestro ser, necesitarás trabajo y determinación para obtener lo que quieres.
q  No tienes poder sobre el tiempo. En vez de jugar con él, estás sujeto a su marcha inexorable.
A partir de estas categorías generales podemos proyectar tres sistemas de creencias. Considera con cuál te identificas mejor.

1. Me siento presionado por el tiempo. No hay horas suficientes en el día para lograr todo lo que quiero. Las demás personas reclaman mucho de mi tiempo y no puedo hacer más para mantener todo en equilibrio. Lo que he obtenido en la vida ha sido mediante trabajo duro y determinación. Hasta donde sé, éste es el camino de! éxito.

2. Me considero muy afortunado. He logrado hacer muchas de las cosas que siempre quise. Aunque llevo una vida ajetreada, encuentro la manera de tener tiempo para mí.
De vez en cuando las cosas se solucionan por sí mismas. En el fondo, espero que mis deseos se realicen, pero no me molesto si esto no ocurre.

3. Creo que el universo te da todo lo que necesitas. Sin duda, éste ha sido mi caso. Me sorprende comprobar que cada uno de mis pensamientos suscita alguna respuesta. Si no obtengo lo que quiero, es porque algo dentro de mí lo  está bloqueando. Dedico mucho más tiempo a trabajar en mi conciencia interna que a luchar con fuerzas externas.

Éstas son sólo instantáneas de sankalpa, pero la mayoría de las personas cae dentro de alguna de estas categorías. Representan, también de manera muy general, tres etapas de la evolución personal. Conviene saber que existen, pues a muchos les parecerá difícil creer en una realidad distinta a la primera, en la cual el trabajo duro y la determinación son los únicos medios para obtener lo que se quiere.
Una vez que percibes algún indicio, por pequeño que sea, de que los deseos pueden realizarse sin tanto esfuerzo, puedes avanzar a una nueva etapa de crecimiento. El crecimiento se logra mediante la conciencia, pero hoy puedes cambiar tu relación con el tiempo:
q  Permitiré que el tiempo se despliegue para mí.
q  No olvidaré que siempre hay suficiente tiempo.
q  Seguiré mi propio ritmo.
q  No haré mal uso del tiempo con postergaciones y aplazamientos.
q  No temeré lo que el tiempo traiga en el futuro.
q  No lamentaré lo que el tiempo trajo en el pasado.
q  Dejaré de correr contra el reloj.
Procura adoptar hoy sólo una de estas resoluciones y comprueba cómo cambia tu realidad. El tiempo no es exigente, aunque todos actuamos como si el reloj gobernara nuestra existencia (y aunque no creamos esto, le seguimos la pista muy de cerca). La razón de ser del tiempo es desplegarse de acuerdo con tus necesidades y deseos. Comenzará a hacerlo si renuncias a la creencia contraria: que el tiempo es una carga.

Eres auténticamente libre
cuando no eres una persona

Hace muchos años, en un pequeño pueblo a las afueras de Nueva Delhi, estuve en una habitación pequeña y mal ventilada con un hombre muy viejo y un sacerdote joven. El sacerdote se sentó en el piso balanceándose de atrás hacia adelante mientras recitaba palabras escritas con tinta en hojas de corteza de aspecto antiguo. Yo escuchaba sin comprender en absoluto lo que entonaba el sacerdote. Él era del extremo sur y su idioma, el tamil, me era desconocido. Pero yo sabía que me estaba contando la historia de mi vida, pasada y futura. Me pregunté cómo me había enredado en todo eso y empecé a retorcerme.
Fue necesario un arduo trabajo de convencimiento por parte de un amigo para llevarme a esa habitación. “No es solo ioyotish, es mucho más sorprendente”, me dijo. La astrología hindú se llama jyoíish y se remonta a miles de años. La consulta del astrólogo familiar es una práctica común en India, donde las personas planean bodas, nacimientos y hasta transacciones rutinarias de negocios con base en sus cartas astrológicas (Indira Gandhi fue una célebre seguidora de la jyotish). Pero los tiempos modernos han contribuido a la decadencia de la tradición. Yo, como hijo de la India moderna y más tarde médico practicante en Occidente, había evitado sistemáticamente cualquier contacto con la jyotish.

Pero mi amigo logró su cometido y tuve que admitir que sentía curiosidad por lo que ocurriría. El sacerdote joven, vestido con una falda ceñida que dejaba su pecho descubierto y con el cabello brillante por el aceite de coco —rasgos típicos de los sureños— no trazó mi carta astral. Todas las cartas que necesitaba habían sido trazadas cientos de años atrás. En otras palabras, alguien se sentó bajo una palmera hace muchas generaciones, tomó un trozo de corteza —conocido como nadí— y escribió mí vida en ella.
Estas nadis se hallan dispersas por toda India y sólo por azar puedes encontrar una relacionada contigo. Mi amigo había buscado durante varios años una para él; el sacerdote sacó un fajo entero para mí, ante la sorpresa y deleite de mi amigo. Debes venir a la lectura, me insistió.
El anciano sentado al otro lado de la mesa traducía al hindi los cantos del sacerdote. Debido a la coincidencia de fechas de nacimiento y a la inevitable vaguedad cuando se habla de siglos, los nadis pueden superponerse parcialmente, de tal suerte que las primeras hojas no se aplicaban a mí. Sin embargo, hacía la tercera o cuarta hoja, el joven sacerdote de la voz monótona empezó a leer datos sorprendentemente precisos: mi fecha de nacimiento, mi nombre y el de mi esposa, el número de hijos que tenemos y el lugar donde vivían, el día y la hora de la reciente muerte de mi padre, así como su nombre exacto y el nombre de mi madre.

Al principio parecía haber un error: el nadi registraba un nombre equivocado para mi madre, Suchinta, cuando en realidad se llama Pushpa. Este error me inquietó, así que hice una pausa y fui a un teléfono para preguntarle a ella. Mi madre me dijo, con gran sorpresa, que su nombre original era Suchinta, pero como éste rima con la palabra que en hindú significa “triste”, un tío sugirió que se lo cambiaran cuando cumpliera tres años. Colgué el teléfono preguntándome qué significaba toda aquella experiencia, pues el joven sacerdote también había leído que un pariente intervendría para cambiar el nombre de mi madre. Nadie de mi familia había mencionado jamás este incidente, prueba de que el sacerdote no estaba incurriendo en alguna lectura de la mente.
Diré en beneficio de los escépticos que el joven sacerdote había pasado prácticamente toda su vida en un templo en el sur de India y no hablaba inglés ni hindi. Ni él ni el anciano sabían quién era yo. Pues bien, en esta escuela de jyotish, el astrólogo no apunta la fecha de nacimiento de la persona ni bosqueja una carta astral para interpretarla. En vez de ello, la persona llega a la casa del lector de nadis; éste le toma la huella del pulgar y con base en eso localiza las cartas correspondientes (no hay que olvidar que los nadis pueden estar perdidos o dispersos). El astrólogo sólo lee lo que alguien escribió sobre esa persona hace, quizá, miles de años. Y he aquí otro giro de este misterio: los nadis no versan acerca de todos los individuos que vivirán en algún momento, ¡sólo sobre quienes algún día acudirían a la casa del astrólogo para pedir una lectura!

Con profunda fascinación escuché durante una hora información arcana de una vida pasada que yo había tenido en un templo del sur de India» los pecados de aquella vida que habían provocado dolorosos problemas en ésta y (después de un momento de duda cuando el lector me preguntó si en verdad quería saber) el día de mi muerte. Para mi tranquilidad, la fecha era lejana, aunque más tranquilizadora fue la promesa del nadi acerca de que mi esposa y mis hijos tendrían largas vidas llenas de amor y éxitos.

Me alejé del anciano y del joven sacerdote bajo el ardiente, cegador sol de Delhi, casi mareado por la duda acerca de cómo cambiaría mi vida aquel conocimiento. Pero lo importante no fueron los detalles de la lectura; he olvidado casi todos y rara vez pienso en el incidente, excepto cuando mis ojos se posan en una de aquellas hojas de corteza pulida, hoy enmarcada y exhibida en un sitio de honor en nuestra casa.  El joven sacerdote me la entregó con una tímida sonrisa antes de que partiéramos. La información que sí ejerció un pro-fundo impacto fue la fecha de mi muerte. Tan pronto como la supe, sentí una profunda sensación de paz y una sobriedad renovada que desde entonces ha modificado sutilmente mis prioridades.
Al reflexionar ahora en todo aquello, me gustaría que hubiera otro nombre para la astrología, como “cognición no circunscrita”. Alguien que vivió hace siglos me conocía mejor de lo que yo me conozco. Él me vio como una pauta en el universo realizándose a sí misma y vinculada con patrones anteriores, capa sobre capa. Sentí que con esa hoja de corteza recibí una prueba directa de que no estoy restringido al cuerpo, la mente o las experiencias que llamo “yo”.
Cuando vives en el centro de la realidad única empiezas a percibir patrones que vienen y se van. Al principio, estos patrones siguen pareciendo personales. Tú los creas y eso produce una sensación de acoplamiento. Se sabe que los artistas no coleccionan sus propias obras; lo que les produce satisfacción es el acto creativo. Una vez concluida, la pintura pierde vitalidad; se le ha exprimido todo el jugo. Lo mismo ocurre con los patrones creados. La experiencia pierde su jugo cuando sabes que tú la has creado.
El concepto de distanciamiento, presente en todas las tradiciones espirituales orientales, preocupa a muchas personas porque lo consideran equivalente a pasividad y desinterés.  Pero en realidad se relaciona con el distanciamiento que siente cualquier creador una vez terminada la obra. Cuando hemos creado y vivido una experiencia, el distanciamiento surge con naturalidad. Sin embargo, no ocurre de manera inmediata. Durante mucho tiempo permanecemos fascinados por el juego de la dualidad, opuestos en conflicto constante.
En algún momento llegamos a estar preparados para vivir la experiencia llamada metanoia, que en griego significa cambiar de opinión. Debido a que la palabra apareció muchas veces en el Nuevo Testamento, adquirió más de un significado espiritual. Significaba cambiar de opinión acerca de una vida pecaminosa, luego contrajo la connotación de arrepentimiento, y finalmente se amplió hasta significar salvación eterna. Pero sí salimos de los muros de la teología, la metanoia es muy cercana a lo que aquí hemos llamado transformación. Cambias tu sentido del yo de circunscrito a no circunscrito. En vez de considerar “mía” cada experiencia, adviertes que todos los patrones del universo son temporales. El universo revuelve una y otra vez su material básico para crear nuevas formas, y durante un tiempo has llamado a una de esas formas “yo”.

Pienso que la metanoia es el secreto detrás de la lectura de nadis. Un remoto vidente miró dentro de sí y seleccionó una onda de la conciencia que tenía el nombre Deepak acoplado a ella. Escribió el nombre junto con otros detalles surgidos en el espacio-tiempo. Esto implica un nivel de con-ciencia que debo alcanzar dentro de mí. Si pudiera verme como una onda en el campo de luz (jyotish significa “luz” en sánscrito), encontraría la libertad que no puedo lograr si sigo siendo quien soy dentro de mis límites aceptados. Si los nombres de mis padres se supieron antes de mi nacimiento, y si la fecha de la muerte de mi padre pudo calcularse gene-raciones antes de que naciera, estas precondiciones están cerradas al cambio.
La libertad auténtica ocurre sólo en la conciencia no circunscrita.
La capacidad de cambiar de la conciencia circunscrita a la no circunscrita es para mí el significado de la redención o salvación. Vamos a ese lugar donde el alma vive sin tener que morir primero. En vez de exponer de nuevo la metafísica de esto, permíteme reducir el tema de la no localidad a algo que todos buscamos: la felicidad. El deseo de ser feliz es intensa-mente personal y, por tanto, algo que encargamos al ego, cuyo objetivo único es que “yo” sea feliz. Si resulta que la felicidad esta fuera de “mí”, en el ámbito de la conciencia no circunscrita, ése sería un argumento convincente en favor de la metanoia.
La felicidad es algo complejo para los seres humanos. Nos resulta difícil experimentarla sin recordar lo que puede destruirla. Algunas de éstas sobreviven al pasado como heridas traumáticas; otras son proyecciones hacia el futuro, como preocupaciones y anticipaciones de desastres.

No es culpa nuestra que la felicidad sea escurridiza. El juego de opuestos es un drama cósmico y nuestras mentes han sido condicionadas por él. La felicidad, como sabemos, es demasiado buena para durar. Y esto es cierto, siempre y cuando la definas como “mi” felicidad; al hacerlo te atas a una rueda que debe girar en sentido contrario. La metanoia, o conciencia no circunscrita, resuelve este problema trascendiéndolo porque no hay otra manera. Los ingredientes que integran tu vida están en conflicto. Aun si pudieras manipular cada uno de manera que condujera sistemáticamente a la felicidad, subsiste el problema sutil del sufrimiento imaginario.
Los terapeutas pasan años liberando a las personas de todo lo que ellas imaginan que podría salir mal en sus vidas, cosas que nada tienen que ver con las circunstancias reales.
Esto me recuerda la experiencia que vivió un colega hace años cuando yo estaba en capacitación. Él tenía una paciente muy aprensiva que acudía cada pocos meses a hacerse una revisión completa, aterrada por la posibilidad de contraer cáncer. Los rayos X siempre resultaban negativos, pero ella insistía, cada vez tan preocupada como las anteriores. Final-mente luego de muchos años, los rayos X mostraron que en efecto tenía un tumor maligno. Con aspecto triunfante gritó: “¿Ven? ¡Se los dije!” El sufrimiento imaginario es tan real como cualquier otro, y en ocasiones se fusionan.
El hecho de que alguien se aferré a la infelicidad con tanta fuerza como otros lo hacen a la felicidad resulta desconcertante, hasta que analizamos cuidadosamente la conciencia
circunscrita. La conciencia circunscrita está presa en la frontera entre el ego y el universo. Este lugar produce ansiedad.  Por un lado, el ego obra como si tuviera el control. Navegas por el mundo con la asunción tácita de que eres importante y obtener lo que deseas es importante. Pero el universo es vasto y las fuerzas de la naturaleza, impersonales. La sensación de control del ego y el engreimiento parecen una absoluta ilusión cuando consideras que los seres humanos apenas son una mota en el lienzo del universo. No hay seguridad para quien sabe en el fondo que su posición en el centro de la creación es ilusoria: la evidencia física de nuestra insignificancia resulta aplastante.

¿Pero es posible escapar? En su propio ámbito, el ego dice no. Tu personalidad es un patrón kármico aferrado feroz-mente a sí mismo. Sin embargo, cuando te distancias de la conciencia circunscrita abandonas el juego del ego, esto es, te apartas totalmente del problema de encontrar la felicidad del “yo” El individuo no puede ser aplastado por el universo si no hay tal individuo. Mientras vincules tu identidad con alguna parte de tu personalidad, por pequeña que sea, todo lo demás viene por añadidura. Es como entrar en un teatro y escuchar a un actor decir “ser o no ser”. Al instante conocemos al personaje, su historia y su trágico destino.
Los actores pueden descartar un papel y adoptar otro con un rápido ajuste mental. El cambio de Hamiet a Macbeth no se hace palabra por palabra; simplemente evocas el personaje correcto. Más aún, cuando cambias de un personaje a otro te trasladas a lugares distintos: Escocia en vez de Dinamarca, una tienda de brujas al lado del camino en vez de un castillo cerca del Mar del Norte.
Una manera de renunciar a la conciencia circunscrita es dar-te cuenta de que ya lo has hecho. Cuando vamos a casa el día de Acción de Gracias, tal vez representemos automáticamente el papel del niño que fuimos. En el trabajo personificamos un papel distinto al que adoptamos durante las vacaciones. Nuestra mente es tan eficiente para almacenar papeles opuestos que hasta los niños más pequeños saben cambiar fácilmente de uno a otro.  Cuando se han utilizado cámaras ocultas para observar a niños de tres años jugar sin la supervisión de adultos, los padres frecuentemente se sorprenden al ver la transformación que sufren sus hijos. El niño dulce, obediente y conciliador puede convertirse en un violento bravucón. Algunos psicólogos infantiles afirman que la crianza desempeña un papel menor en el desarrollo del niño. Dos pequeños criados bajo el mismo techo y la misma atención de sus padres, pueden ser tan diferentes fuera de casa que resulte imposible reconocerlos como hermanos. Pero sería más correcto decir que los niños aprenden muchos papeles simultáneamente y que el aprendido en casa es sólo uno de ellos. Además, no deberíamos esperar que fuera de otro modo.
Si puedes reconocer esto en ti, la conciencia no circunscrita está a sólo un paso. Todo lo que necesitas es darte cuenta de que todos tus papeles existen de manera simultánea. Al igual que un actor, mantienes a tus personajes en un lugar más allá del tiempo y el espacio. Macbeth y Hamiet se encuentran simultáneamente en la memoria del actor. Para representarlos en el escenario hacen falta horas, pero su hogar auténtico no es un sitio donde pasen las horas. El papel completo está en la conciencia, en silencio pero completo en todos sus detalles.

Del mismo modo, tú almacenas esos papeles superpuestos en un sitio que es más tu hogar que el escenario donde representas los dramas. SÍ intentas separar estos papeles superpuestos, encontrarás que ninguno de ellos eres tú. Tú eres quien oprime el botón mental que permite al papel cobrar vida. De tu amplio repertorio seleccionas situaciones que representan el karma personal, y cada ingrediente encaja a la perfección para producir la ilusión de que eres un ego individual.
El tú real está distanciado de cualquier papel, escenario o drama. Desde el punto de vista espiritual, el distanciamiento no es un fin en sí mismo; es algo que se desarrolla hasta alcanzar una clase de maestría, con la cual puedes cambiar de la conciencia circunscrita a la no circunscrita siempre que quieras. A esto se refieren los Sutras de Shiva cuando dicen que usemos la memoria sin permitirle utilizarnos. Pones en práctica el distanciamiento cuando renuncias a tus papeles memorizados, con lo cual te liberas del karma adjunto a cada uno de ellos. Si intentas cambiar tu karma parte por parte obtendrás resultados limitados, pero ese modelo mejorado de ti no será más libre que el anterior.
Si en verdad existe un secreto para la felicidad, sólo puede encontrarse en la fuente de la felicidad, que tiene las siguientes características:
La fuente de la felicidad es...
q  No circunscrita.
q  Distanciada.
q  Impersonal.
q  Universal.
q  Ajena al cambio.
q  Esencial.

Esta lista descompone la metanoia en sus partes constitutivas. Metanoia significaba originalmente cambio de opinión, y creo que los mismos elementos resultan pertinentes:
No circunscrita. Antes de cambiar de opinión debes salir de ti mismo para adquirir una perspectiva más amplia. El ego trata de reducir todos los asuntos a: “¿Qué obtendré de esto?” Cuando reformulas la pregunta como “¿Qué obtendremos de esto?” o “¿Qué obtendrán todos de esto?” tu corazón se sentirá inmediatamente menos confinado y constreñido.
Distanciada. Si tienes interés en un resultado específico, no puedes permitirte un cambio de actitud. Los límites han sido establecidos; todos han decidido de qué lado ponerse.  El ego insiste en que mantener tu mirada en el premio —esto es, el resultado que él quiere— es de suma importancia. Pero gracias al desprendimiento te das cuenta de que muchos resultados podrían beneficiarte. Trabajas en favor del que de-seas, pero permaneces suficientemente desprendido para cambiar de actitud cuando tu corazón te lo diga.
Impersonal. Las situaciones parecen ocurrirle a las personas, pero en realidad se desarrollan a partir de causas kármicas más profundas. El universo se despliega para sí mismo, produciendo todas las causas necesarias. No tomes este proceso de manera personal. El juego de causa y efecto es eterno. Tú eres parte de este ascenso y descenso perpetuo, y sólo montando las olas evitarás que te hundan. El ego toma todo de manera personal excluyendo toda guía o propósito más elevado. Si puedes, ten conciencia de que un plan cósmico está desarrollándose, y valora el tapiz increíblemente tejido por lo que es: un diseño sin parangón.

Universal. Cierta vez, cuando me esforzaba en comprender el concepto budista de la muerte del ego —que entonces me parecía frío y desalmado—, alguien me tranquilizó diciendo: “No es que destruyas lo que eres. Simplemente ex-tiendes tu sentido del ‘yo” desde tu pequeño ego hasta el ego cósmico”. Es una gran propuesta, pero lo que me gustó de esta versión es que nada queda excluido. Empezamos a ver cada situación como parte de nuestro mundo, y aunque ese sentido de inclusión empiece modestamente —mi familia, mí casa, mi vecindario— puede crecer de manera natural. El hecho mismo de que al ego le parezca absurdo decir mi mundo, mi galaxia, mi universo, implica que se impone un cambio que no puede hacer por sí mismo. La idea clave es tener en mente que la conciencia es universal, por más que tu ego te haga sentir confinado.
Más allá del cambio. La felicidad a la que estás acostumbrado viene y va. En vez de imaginar un manantial seco, piensa en la atmósfera. En ella siempre hay humedad, y en ocasiones se libera en forma de lluvia. Los días en que no llueve no hacen desaparecer la humedad; ésta siempre se halla presente en el aire, esperando a precipitarse tan pronto cambien las condiciones. Tú puedes adoptar la misma actitud con respecto a la felicidad, la cual siempre está presente en la conciencia sin tener que precipitarse en todo momento: se muestra cuando las condiciones cambian. Las personas tienen distintas líneas de fondo emocionales, y algunas experimentan más alegría, optimismo y satisfacción que otras.
Esta variedad manifiesta la diversidad de la creación. No podemos esperar que el desierto y la selva tropical se comporten del mismo modo. No obstante, estas diferencias de carácter son superficiales. Todos podemos acceder a la misma felicidad inmutable en nuestra conciencia. Ten presente esta verdad y no utilices las altas y bajas de tu felicidad personal como pretexto para no realizar el viaje a la fuente.
Esencia. La esencia no es algo único. Es uno de los muchos sabores de la esencia. Cierta vez, un discípulo se quejó con su maestro de que todo el tiempo que había dedicado al trabajo espiritual no lo había hecho feliz. “Tu trabajo en este momento no es ser feliz”, respondió con prontitud el maestro. “Tu trabajo es llegar a ser real.” La esencia es real, y cuando la atrapas, la felicidad viene con ella porque todas las cualidades de la esencia vienen con ella. Buscar la felicidad como un fin en sí mismo resulta limitado; podrás sentirte afortunado si logras satisfacer los requerimientos de tu ego para una vida feliz. Si en vez de eso te esfuerzas por lograr un cambio total de conciencia, la felicidad llegará como un obsequio de la conciencia.
Deepak Chopra: El libro de los secretos.


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