La muerte
hace posible la vida
Imagino que sí la espiritualidad buscara en la Avenida Madison
asesoría para su comercialización, la propuesta sería: “Atemoriza a las
personas con la muerte”. Esta táctica ha funcionado durante miles de años,
porque todo lo que podemos ver de la muerte es que una vez que morimos, dejamos
de estar aquí, y esto provoca un profundo temor. No ha habido época en que las
personas no quisieran saber desesperadamente qué hay “al otro lado de la vida”.
Pero, ¿qué pasaría si no hubiera “otro lado”? Quizá la muerte es
relativa, no un cambio total. Después de todo, cada 10 de nosotros está
muriendo todos los días, y el momento que llamamos muerte es en realidad una
extensión de este proceso. San Pablo hablaba de morir para la muerte,
refiriéndose a tener una fe tan firme en la vida después de la muerte, y en la
salvación prometida por Cristo, que la mordiera su poder de provocar temor.
Pero morir para la muerte es también un proceso natural que ha estado en marcha
en las células durante billones de años. La vida está íntimamente entrelazada
con la muerte, como podemos ver cada vez que una célula cutánea es desechada.
Este proceso de exfoliación es el mismo mediante el cual un árbol deja caer sus
hojas —el término latino para “hojas” es folia—, y los biólogos tienden a
considerar a la muerte como un mecanismo para la regeneración de la vida.
No obstante, esta perspectiva ofrece poco consuelo cuando la hoja que
debe caer del árbol para dar lugar al siguiente retoño es uno mismo. En vez de
examinar la muerte desde un punto de vista impersonal, quisiera que nos
concentráramos en tu muerte, en el supuesto fin del tú que está vivo en este
momento y que quiere seguir estándolo. El prospecto de la muerte personal es un
tema que nadie quiere enfrentar; no obstante, si puedo mostrarte cuál es la
realidad de tu muerte, podrás vencer toda esa aversión y miedo y prestar más
atención tanto a la vida como a la muerte.
Sólo al enfrentar la muerte puedes desarrollar una pasión verdadera por
estar vivo. La pasión no es desesperación; no está impulsada por el miedo. Sin
embargo, justo en este momento, muchas personas creen que están arrebatando la
vida a las mandíbulas de la muerte, desesperados por el conocimiento de que su
tiempo en el planeta es muy breve. Pero cuando nos consideramos parte de la
eternidad, se termina este arrebatar las migajas de la mesa y en su lugar
recibimos la abundancia de la vida, de la que oímos hablar tanto y que pocas
personas poseen.
He aquí una pregunta simple: cuando seas abuelo, ya no serás bebé, adolescente
ni adulto joven. Cuando llegue el momento de ir al cielo, ¿cuál de estas
personas se presentará?
Casi todos se sienten totalmente desconcertados cuando se les plantea
esta pregunta, pero no es vana. La persona que eres hoy no es la misma que cuando
tenías diez años. Sin duda, tu cuerpo es completamente distinto al del niño de
diez años. Ninguna de las moléculas de tu cuerpo es la misma, ni tampoco tu
mente. Sin lugar a dudas, no piensas como un niño.
En esencia, el niño que fuiste está muerto. Desde la perspectiva del
niño de diez años, el bebé de dos años que alguna vez fuiste también está
muerto. La razón por la cual la vida parece continua es que tienes recuerdos y
deseos que te unen al pasado, pero éstos asimismo están cambiando siempre. Así como
tu cuerpo viene y va, tu mente lo hace con sus pensamientos y emociones
fugaces.
Sólo la conciencia contempladora puede ser considerada como ese
observador: sigue siendo la misma mientras todo lo demás cambia. El espectador
u observador de la experiencia es el yo a quien ocurren todas las experiencias.
Sería inútil aferrarte a quien eres en este momento en función del cuerpo y la
mente. (Las personas se sienten desconcertadas cuando piensan cuál yo llevarán
al cielo porque imaginan a un yo ideal que irá ahí o un ser que han prendado a
su imaginación. Sin embargo, en cierto nivel todos sabemos que nunca hubo una
edad que pareciera ideal.) La vida necesita refrescarse. Necesita renovarse. Si
pudieras vencer la muerte y seguir siendo quien eres —o quien eras en el que
consideras el mejor momento de tu vida— lo único que lograrías sería
momificarte.
A cada momento estás muriendo para poder seguir creándote.
Ya hemos visto que no estás en el mundo; el mundo está en ti. Éste, el
principio fundamental de la realidad única, también significa que no estás en
tu cuerpo; tu cuerpo está en ti.
No estás en tu mente; tu mente está en ti. No hay lugar en el cerebro
donde pueda encontrarse una persona. Tu cerebro no consume ni una molécula de
glucosa para mantener tu sentido del yo, pese a los millones de estallidos
sinápticos que sustentan todas las cosas que el yo está haciendo en el mundo.
Así, aunque decimos que el alma deja el cuerpo de una persona en el
momento de la muerte, sería más correcto decir que el cuerpo deja al alma. El
cuerpo ya está yendo y viniendo; ahora se va sin regresar. El alma no puede
irse porque no tiene dónde ir. Esta proposición tan radical necesita
explicación, pues si no vas a ningún lado cuando mueres, ya debes estar ahí. Es
una de las paradojas de la física cuántica cuya comprensión depende de saber de
dónde provienen las cosas por principio de cuentas.
A veces planteo a las personas preguntas como: “¿Qué comiste ayer?”
Cuando responden: “Ensalada de pollo” o “Bistec”, yo les pregunto: “¿Dónde
estaba ese recuerdo antes de que te preguntara?” Como ya vimos, no hay una
imagen de ensalada de pollo o de bistec impresa en tu cerebro, ni sabores u
olores de comida. Cuando traes un recuerdo a la mente, concretas un
acontecimiento. Las explosiones sinápticas producen el recuerdo, repleto de
imágenes, sabores y aromas si así lo deseas. Antes de concretarlos, los
recuerdos no están circunscritos, lo que significa que no tienen un lugar; son
parte de un campo potencial de energía o inteligencia. Esto es, tú tienes el
potencial de la memoria, que es infinitamente más vasto que un recuerdo
individual» pero imperceptible. Dicho campo se extiende de manera invisible en
todas direcciones; las dimensiones ocultas de las que hemos hablado pueden
entenderse como distintos campos inmersos en un campo infinito, que es el ser.
Tú eres el campo.
Todos cometemos un error al identificarnos con los acontecimientos que
vienen y van en el campo: son momentos, accidentes aislados en que el campo se
concreta momentáneamente. La realidad subyacente es potencial puro, que también
recibe el nombre de alma. Sé que esto suena muy abstracto, y los antiguos
sabios de India lo sabían también.
Contemplando la creación, que está llena de objetos de los sentidos,
forjaron un término especial, akasha, para referirse al alma. La palabra akasha
significa literalmente “espacio”, pero en un sentido amplio se refiere al
espacio del alma, el campo de la conciencia. Cuando mueres no vas a ninguna
parte porque ya estás en la dimensión del akasha, que está en todas partes. (En
la física cuántica, la partícula subatómica más diminuta está en todas partes
en el espacio-tiempo antes de ser localizada como partícula. Su existencia no
circunscrita es igualmente real, pero invisible.)
Imagina una casa con cuatro paredes y un techo. Si la casa se incendia,
las paredes y el techo se vienen abajo. Pero el espacio interior no se
modifica. Puedes contratar a un arquitecto para que diseñe una casa nueva, y
luego de que la construyas, el espacio interior seguirá sin modificarse. Al
construir una casa sólo estás dividiendo el espacio ilimitado en dentro y
fuera. Esta división es una ilusión. Los antiguos sabios decían que tu cuerpo
es como esa casa. Se construye cuando naces y se incendia cuando mueres, pero el
akasha, el espacio del alma, sigue inmutable; sigue siendo ilimitado.
Según estos antiguos sabios, la causa de todo sufrimiento de acuerdo con
el primer klesha, es no saber quiénes somos.
Si estamos en el campo ilimitado, la muerte no es en absoluto eso que
hemos temido.
El propósito de la muerte es que te imagines con una nueva forma y una
nueva ubicación en el tiempo y el espacio.
En otras palabras, tú te imaginas en esta vida específica, y al morir te
sumerges de nuevo en lo desconocido para imaginar tu siguiente forma. No
considero que ésta sea una conclusión mística (en parte porque he conversado
con físicos que apoyan esta posibilidad con base en su conocimiento de la
no-circunscripción de la energía y las partículas), pero no es mí intención
convertirte a la creencia en la reencarnación,
Sólo estamos siguiendo a una realidad hasta su fuente oculta. Justo
ahora estás creando pensamientos nuevos al concretar tu potencial; así, parece
razonable que el mismo proceso haya producido a quien eres ahora.
Tengo una televisión con control remoto, y cuando oprimo un botón puedo
cambiar de CNN, a MTV o a PBS. Mientras no accione el control remoto, esos
programas no existen en la pantalla; es como si no existieran en absoluto. No
obstante, sé que cada programa, entero e intacto, está en el aire como
vibraciones electromagnéticas que esperan ser seleccionadas,
Del mismo modo, tú existes en akasha antes de que tu cuerpo y mente
sintonicen la señal y la manifiesten en el mundo tridimensional. Tu alma es
como los múltiples canales disponibles en la televisión; tu karma —o acciones—
sintoniza el programa. Aunque no creas en una o en el otro, puedes convertir la
asombrosa transición de un potencial que flota en el espacio —como los programas
de televisión— a un acontecimiento categórico en el mundo tridimensional.
Entonces, ¿cómo será la muerte? Tal vez sea como cambiar de canal. La
imaginación seguirá haciendo lo que siempre ha hecho: proyectar imágenes nuevas
en la pantalla.
Algunas tradiciones creen que cuando una persona muere, ocurre un
proceso mediante el cual revive su karma para entender cuál fue el meollo de
esta vida y prepararse para establecer un nuevo acuerdo espiritual para la
siguiente. Se dice que en el momento de la muerte, la persona ve pasar toda su
vida, no a la velocidad del rayo —como experimentan quienes se están ahogando—
sino lentamente y con plena comprensión de cada una de las elecciones hechas
desde el nacimiento.
Si estás condicionado a pensar en términos de cielo e infierno, tu
experiencia será ir a uno u otro. (Recuerda que la concepción cristiana de esos
lugares no es igual en la versión islámica, ni a los miles de lokas del budismo
tibetano, que contempla una multitud de mundos después de la muerte.)
El mecanismo creativo de la conciencia producirá la experiencia de ese
otro lugar, mientras que para una persona que hubiera llevado la misma vida con
un sistema de creencias distinto, esas imágenes podrían parecer un sueño
extático, la representación de fantasías colectivas —como un cuento de hadas— o
el desarrollo de temas de la infancia.
Pero si fueras a otro mundo después de la muerte, ese mundo estará en ti
tanto como éste, ¿Eso significa que cielo e infierno no son reales? Asómate por
la ventana y mira un árbol. No tiene otra realidad excepto como un
acontecimiento en el espacio-tiempo concretado a partir del potencial infinito
del campo. En consecuencia, podemos decir que cielo e infierno son tan reales
como ese árbol, e igualmente irreales.
La ruptura absoluta entre la vida y la muerte es una ilusión.
Lo que preocupa a las personas ante la pérdida del cuerpo es que parece
una ruptura o interrupción terrible. Esta interrupción se concibe como
desaparecer en el vacío; es la extinción total de la persona. Pero esta
perspectiva, que suscita un miedo terrible, está limitada al ego. El ego ansia
la continuidad; quiere sentirse hoy como una extensión de ayer. Sin esa cuerda
para asirse, el viaje de un día al siguiente parecería inconexo, o al menos eso
es lo que teme el ego. Pero, ¿qué tanto te traumatiza concebir una imagen o un
deseo nuevos? Te sumerges en el campo de las posibilidades infinitas en
búsqueda de cualquier pensamiento nuevo, y vuelves con una imagen de los
trillones de ellas que podrían existir. En ese momento ya no eres la persona
que eras un segundo atrás.
Por lo tanto, estás aferrándote a una ilusión de continuidad.
Renuncia a ella en este momento y cumplirás la sentencia de San Pablo:
morir para la muerte. Comprenderás que has sido discontinuo todo el tiempo: has
cambiado constantemente, y constantemente te has sumergido en el océano de
posibilidades para engendrar algo nuevo.
La muerte puede considerarse una ilusión completa porque ya estás
muerto. Cuando piensas en quién eres en términos del yo, te remites a tu
pasado, un tiempo que ya no existe.
Los recuerdos son reliquias de un tiempo ido. El ego se mantiene intacto
mediante la repetición de lo que ya sabe. Pero la vida es, de hecho,
desconocida, como debe ser si queremos concebir nuevos pensamientos, deseos y
experiencias. SÍ eliges repetir el pasado, impides que la vida se renueve.
¿Recuerdas la primera vez que probaste un helado? Si no, observa a un
niño pequeño en su primer encuentro con un cono de helado. Su mirada te dirá
que está perdido en el éxtasis puro. Pero el segundo cono de helado, aunque el
niño niegue y patalee por él, es un poco menos maravilloso que el primero. Cada
repetición palidece gradualmente porque cuando se vuelve a lo conocido, es
imposible experimentarlo por vez primera. Hoy, por más que te guste el helado»
la experiencia de comerlo se ha convertido en un hábito. La sensación del gusto
no ha cambiado, pero tú sí. El acuerdo que estableciste con tu ego —mantener al
yo recorriendo los senderos de siempre— fue un mal acuerdo. Has elegido lo
opuesto a la vida, que es la muerte.
Técnicamente, hasta el árbol que ves por tu ventana es una imagen del
pasado. En el momento en que lo ves y lo procesas en tu cerebro, el árbol ya
avanzó en el nivel cuántico, fluyendo con el tejido vibrante del universo. Para
estar plenamente vivo debes sumergirte en el ámbito no circunscrito, donde
nacen las experiencias nuevas. Si desechas la idea de estar en el mundo te
darás cuenta de que siempre has vivido desde ese lugar discontinuo, no
circunscrito, llamado alma. Cuando mueras entrarás al mismo lugar desconocido,
y entonces tendrás una buena oportunidad de sentir que nunca estuviste más
vivo.
¿Por qué esperar? Tú puedes estar tan vivo como quieras mediante un
proceso conocido como rendición. Es el siguiente paso para vencer a la muerte.
En lo que va de este capítulo, la línea entre la vida y la muerte se ha
desdibujado tanto que concebir nuevos pensamientos, deseos y experiencias. SÍ
eliges repetir el pasado, impides que la vida se renueve.
Rendirse es...
q Atención plena.
q Apreciación de la riqueza de la vida.
q Abrirte a lo que está frente a ti.
q No juzgar.
q Ausencia de ego.
q Humildad.
q Ser receptivo a todas las
posibilidades.
q Permitir el amor.
La mayoría de las personas cree que la rendición es un acto difícil, si
no imposible. Connota rendirse a Dios, algo que pocos, salvo los más santos,
pueden enfrentar. ¿Cómo podemos identificar si el acto de la rendición ha
ocurrido? “Estoy haciendo esto por Dios” suena ejemplar, pero una cámara de
vídeo colocada en el ángulo superior de alguna habitación no podría distinguir
entre un acto realizado por Dios y el mismo acto realizado sin pensar en Dios.
Es mucho más fácil realizar la rendición por ti mismo y dejar que Dios
se manifieste si así lo desea. Ábrete a una pintura de Rembrandt o de Monet,
que es, al fin y al cabo, una creación tan gloriosa como cualquiera. Préstale
toda tu atención. Aprecia la profundidad de la imagen y el cuidado en su
ejecución. Ábrete a lo que está frente a ti y no permitas distracciones. No
juzgues de antemano que la pintura debe gustarte porque te han dicho que es
maravillosa. No te fuerces a responder para parecer inteligente o sensible.
Permite que la pintura sea el centro de tu atención, que es la esencia
de la humildad. Sé receptivo a cualquier reacción que puedas tener. Si todos
estos pasos de la rendición están presentes, un gran Rembrandt o Monet
despertará amor porque el artista simplemente está ahí, en toda su humanidad.
La rendición no es difícil en presencia de esta humanidad. Las personas
son más difíciles, pero la rendición a alguien sigue los mismos pasos que hemos
enumerado. Quizá la próxima vez que te sientes a cenar con tu familia decidas
concentrarte en un solo paso de la rendición, como prestar plena atención o no
juzgar.
Elige el paso que te parezca más sencillo o, mejor aún, el que sepas que
has excluido. La mayoría negamos la humildad cuando nos relacionamos con
nuestras familias. ¿Qué significa ser humilde con un niño, por ejemplo?
Significa considerar su opinión igual a la tuya. En el nivel de la conciencia,
es igual; tu ventaja de años como padre de familia sentado a la mesa no refuta
este hecho. Todos fuimos niños, y lo que entonces pensamos tuvo todo el peso y
la importancia que tiene la vida a cualquier edad, y quizá más. El secreto de
la rendición es que la realices en tu interior, sin tratar se satisfacer a
nadie más.
Tarde o temprano, todos llegamos a la inquietante presencia de una
persona longeva, débil o moribunda. En esta situación son posibles los mismos
pasos de la rendición. Si los sigues, la belleza de una persona agonizante es
tan evidente como la de un Rembrandt. La muerte inspira una clase de asombro
que puedes alcanzar cuando vas más allá de la reacción automática del miedo.
Hace poco percibí esta sensación de asombro cuando supe de un fenómeno
biológico que respalda la noción de que la muerte está completamente
entrelazada con la vida. Resulta que nuestros cuerpos han encontrado ya la
clave de la rendición.
El fenómeno se llama apoptosis. Esta extraña palabra, completamente
nueva para mí, nos lleva a un profundo viaje místico- Al volver de él, encontré
que mis percepciones sobre la vida y la muerte cambiaron. Al consultar
apoptosis en una fuente de internet, obtuve 357000 entradas, y la primera de
ellas definía la palabra en tono bíblico: “Para cada célula hay un tiempo para
vivir y un tiempo para morir”
La apoptosis es la muerte programada de las células, y aunque no nos
damos cuenta, todos morimos diariamente, de manera puntual, para mantenernos
vivos. Las células mueren porque quieren hacerlo. Una célula invierte
minuciosamente el proceso de nacimiento: se encoge, destruye sus proteínas
básicas y desmonta su propio ADN. En su superficie aparecen burbujas cuando
abre sus puertas al mundo exterior y expele todas las sustancias químicas
vitales, que serán devoradas por glóbulos blancos cual si fueran microbios
invasores. Cuando el proceso está terminado, la célula se ha disuelto sin dejar
rastro.
Es imposible no sentirse conmovido por este detallado relato del
sacrificio tan cuidadoso y metódico de una célula.
No obstante, la parte mística está todavía por venir. La apoptosis no
es, como podría suponerse, un método para deshacerse de células enfermas o
viejas. El proceso nos dio la, vida. En el vientre materno todos atravesamos
etapas primitivas de desarrollo en las que tuvimos colas de renacuajo,
branquias de pez, membranas entre los dedos y, por increíble que parezca,
demasiadas neuronas. La apoptosis se hizo cargo de estos vestigios indeseables.
En el caso del cerebro, el bebé recién nacido establece las conexiones neurales
necesarias eliminando el tejido cerebral excesivo con el que todos nacemos.
(Los neurólogos se sorprendieron al descubrir que el momento en que nuestro
cerebro cuenta con un mayor número de células es al nacer, y que éstas deben
reducirse por millones para que la inteligencia más elevada pueda tejer su
delicada red de conexiones. Durante mucho tiempo se pensó que la muerte
neuronal constituía un proceso patológico relacionado con el envejecimiento,
pero ahora todo el asunto debe reconsiderarse.)
No obstante, la apoptosis no termina en el vientre materno. Nuestros
cuerpos siguen prosperando gracias a la muerte. Las células inmunes que tragan
y consumen a las bacterias invasoras se volverían contra los tejidos del cuerpo
si no provocaran la muerte entre sí y se volvieran contra ellas mismas con los
mismos venenos utilizados con los invasores. Cuando una célula detecta que su
ADN está dañado o es defectuoso, sabe que el cuerpo padecería si ese defecto se
transmitiera.
Por fortuna, cada célula porta un gene tóxico conocido como p53 que
puede activar para provocarse la muerte.
Estos casos apenas son una mínima muestra. Los anatomistas saben desde
hace mucho que las células de la piel mueren en unos pocos días, que las
células de la retina, de la sangre y el estómago también tienen programadas
vidas cortas para que sus tejidos puedan reponerse rápidamente. Cada una muere
por una razón específica. Las células de la piel deben mudarse para que ésta se
mantenga flexible y no se convierta en una rígida armadura; las células del
estómago mueren en la potente combustión química que digiere los alimentos.
La muerte no puede ser nuestra enemiga si hemos dependido de ella desde
que estábamos en el vientre materno.
Considera esta paradoja: el cuerpo es capaz de repudiar la muerte y
producir células que vivan por siempre. Éstas no secretan p53 cuando detectan
defectos en su ADN. Por el contrario; renuentes a dictar su propia sentencia de
muerte, estas células rebeldes se dividen de manera incesante e invasora.
El cáncer, la más temida de las enfermedades, resulta del repudio del
cuerpo hacia la muerte, mientras que el suicidio programado es su boleto a la
vida. Ésta es la paradoja de la vida y la muerte encaradas frente a frente. La
idea mística de morir cada día resulta el hecho más concreto del cuerpo.
Esto significa que somos sumamente sensibles al equilibrio de las
fuerzas positivas y negativas, y cuando este equilibrio se pierde, la respuesta
natural es la muerte. Níetzsche señaló que los seres humanos son las únicas
criaturas que deben ser exhortadas a permanecer con vida. Él no podía saber que
esto es literalmente cierto. Las células reciben señales positivas que les dan
la instrucción de permanecer vivas, sustancias químicas llamadas factores de
crecimiento e interleukin-2. Si estas señales positivas dejan de enviarse, la
célula pierde su voluntad de vivir. Como el beso de la muerte en la mafia,.la
célula puede recibir mensajeros que se adhieren a sus receptores externos para
anunciarle que la muerte ha llegado. De hecho, a estos mensajeros químicos se
les conoce como “activadores de la muerte”.
Meses después de escribir este párrafo, conocí a un profesor de medicina
en Harvard, quien descubrió un hecho sorprendente. Hay una sustancia en las
células cancerígenas que activa nuevos vasos sanguíneos para proveerse de
alimento.
La investigación médica se ha concentrado en descubrir cómo bloquear
esta sustancia desconocida de manera que los tumores carezcan de alimento y
mueran. El profesor descubrió que la sustancia exactamente opuesta provoca
toxemia en las mujeres embarazadas, la cual puede ser letal. “¿Se da cuenta de
lo que esto significa?” dijo profundamente admirado. “El cuerpo puede liberar
sustancias químicas haciendo malabarismos con la vida y la muerte, pero la
ciencia ha ignorado totalmente a quien realiza los malabarismos. ¿No es cierto
que el secreto de la salud reside en esa parte de nosotros, y no en las
sustancias químicas utilizadas?” El hecho de que la conciencia pudiera ser el
ingrediente faltante, el factor X tras bambalinas, vino a él como una
revelación.
Los místicos también aquí se adelantaron a la ciencia, pues en muchas
tradiciones místicas leemos que todas las personas mueren en el momento justo y
que saben de antemano qué momento será ése. Pero me gustaría examinar con más
profundidad el concepto de muerte diaria, una elección que todos pasamos por
alto. Yo quiero verme como la misma persona día tras día para preservar mi
sentido de identidad; quiero habitar el mismo cuerpo todos los días porque es
demasiado extraño pensar que me está abandonando constantemente.
Sin embargo, debe hacerlo para que yo no sea una momia viviente. Al
seguir el complejo programa de la apoptosis, recibo un cuerpo nuevo por el
mecanismo de la muerte. Este proceso es tan sutil que pasa inadvertido. Los
niños de dos años no cambian su cuerpo por uno nuevo cuando cumplen tres. Todos
los días tienen el mismo cuerpo, y a la vez otro.
Sólo el proceso constante de renovación —un don que nos da la muerte— le
permite mantener el paso de cada etapa de desarrollo. Lo maravilloso es que uno
se siente la misma persona durante este cambio incesante.
A diferencia de lo que ocurre con la muerte celular, soy consciente de
cuándo nacen y mueren mis ideas. Para respaldar el paso del pensamiento
infantil al pensamiento adulto, la mente debe morir todos los días. Mis ideas
más preciadas mueren y nunca reaparecen; mis experiencias más intensas se
consumen en sus propias pasiones; mi respuesta a la pregunta “¿Quién soy?”
cambió completamente de los dos a los tres años, de los tres a los cuatro, y
así durante el transcurso de la vida.
Comprendemos la muerte cuando desechamos la ilusión de que la vida debe
ser continua. Toda la naturaleza tiene un ritmo; el universo muere a la
velocidad de la luz, pero se las arregla para crear este planeta y las formas
de vida que lo habitan. Nuestros cuerpos mueren a muchas velocidades distintas
a la vez, empezando con los fotones y siguiendo con la disolución química, la
muerte celular, la regeneración de tejidos y, finalmente, la muerte de todo el
organismo. ¿Qué es lo que nos produce tanto miedo?
Creo que la apoptosis nos rescata del miedo. La muerte de una sola
célula no afecta al cuerpo. Lo que cuenta no es el acto sino el plan: un
proyecto global controla el equilibrio de señales positivas y negativas a las
que todas las células responden. El plan está más allá del tiempo porque se
remonta a la construcción misma del tiempo. El plan va más allá del espacio porque
está en cada lugar del cuerpo y en ninguno a la vez. Cada célula se lleva
consigo el plan cuando muere, pero aun así, el plan sobrevive.
En la realidad única, las discusiones no se resuelven optando por una de
las partes; ambos argumentos son igualmente verdaderos. Así pues, no me cuesta
admitir que lo que ocurre después de la muerte es invisible para los ojos y no
puede demostrarse como un suceso material. Reconozco sin dudarlo que
normalmente no recordamos las vidas pasadas y podemos vivir muy bien sin
conocerlas. Sin embargo, no comprendo cómo alguien puede seguir siendo
materialista después de ver la apoptosis en acción. El argumento en contra de
la vida después de la muerte sólo parece convincente si ignoramos todo lo que
hemos descubierto sobre células, fotones, moléculas, pensamientos y el cuerpo
entero. Cada nivel de existencia nace y muere según su propio programa, que va
de menos de una millonésima de segundo al probable renacimiento de un nuevo
universo dentro de billones de años. La esperanza que yace más allá de la
muerte proviene de la promesa de la renovación. Sí te identificas
apasionadamente con la vida, y no con el desfile efímero de formas y fenómenos,
la muerte adopta su posición legítima como agente de la renovación. En uno de
sus poemas, Tagore se pregunta: “¿Qué ofrecerás cuando la muerte toque a tu
puerta?” Su respuesta refleja la alegría serena de quien se ha elevado sobre el
miedo que rodea a la muerte:
La plenitud de mi vida:
el vino dulce de los días de otoño y las noches de verano, mi modesto
tesoro recogido a
lo largo de los años, y horas colmadas de vida.
Ése será mi regalo
Cuando la muerte toque a mi puerta.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL DÉCIMO SECRETO
El décimo secreto dice que la vida y la muerte son naturalmente
compatibles. Tú puedes hacer tuyo este secreto despojándote de una imagen de ti
mismo perteneciente al pasado: una especie de exfoliación de tu propia imagen.
El ejercicio es muy sencillo: siéntate con los ojos cerrados e imagínate como
un niño. Utiliza la mejor imagen que recuerdes de un bebé, y si no recuerdas
una, invéntala.
Asegúrate de que el bebé está despierto y alerta. Llama su atención y
pídele que te vea a los ojos. Cuando hayan hecho contacto, sólo mírense un
momento hasta que ambos se sientan tranquilos y conectados entre sí. Ahora
invita al bebé a unirse a ti y mira la imagen desvanecerse lentamente en el
centro de tu pecho. Si quieres, puedes visualizar un campo de luz que absorbe
la imagen, o simplemente un sentimiento cálido en tu corazón.
Ahora imagínate como un niño pequeño. De nuevo, establece contacto, y
una vez que lo hayas hecho, pide a esa versión que se una a ti. Repite el
procedimiento con cualquier tú anterior que desees evocar. Si tienes recuerdos
especialmente vividos de cierta edad, permanece ahí más tiempo, pero el
objetivo último es que veas a todas las imágenes desvanecerse y desaparecer.
Continúa hasta tu edad actual, y entonces imagínate en etapas de mayor
edad. Termina con dos imágenes finales: tú como una persona muy longeva y tú en
el lecho de muerte. En cada caso establece contacto y absorbe esas imágenes.
Cuando tu imagen de moribundo haya desaparecido, permanece sentado
tranquilamente y siente lo que resta. Nadie puede imaginar realmente su propia
muerte porque, aun si llegaras al extremo —demasiado horripilante para muchos
de verte como un cadáver colocado en la tumba que se descompone en sus
elementos, el testigo permanecerá. La visualización de uno mismo como cadáver
es un antiguo ejercicio tántrico de India, y lo he puesto en práctica con los
grupos que dirijo. Casi todos entienden el meollo, que no tiene nada que ver
con lo horripilante: al ver que cada vestigio terrenal tuyo se desvanece,
comprendes que nunca lograrás extinguirte. La presencia del testigo, superviviente
supremo, señala el camino más allá de la danza de la vida y la muerte.
Ejercicio 2: morir conscientemente
Como todas las experiencias, la muerte es algo que creas y algo que te
ocurre. En muchas culturas orientales hay una práctica llamada “muerte
consciente” en que la persona participa activamente en la configuración del
proceso de muerte. Mediante la oración, rituales, medicación y asistencia de
los vivos, el moribundo inclina la balanza de “Experiencia que me está
ocurriendo” a “Yo estoy creando esta experiencia”.
En Occidente no contamos con una tradición de muerte consciente. De
hecho, dejamos solos a los moribundos en hospitales impersonales donde la
rutina es fría, terrorífica y deshumanizadora. Hay mucho por cambiar en este
aspecto.
Lo que puedes hacer personalmente en este momento es dirigir tu
conciencia al proceso de muerte, liberándolo de la ansiedad y el temor
excesivos.
Piensa en alguien cercano a ti, mayor de edad y cercano a la muerte.
Mírate en la habitación con esa persona (puedes imaginar la habitación si no
sabes exactamente dónde está).
Colócate dentro de su mente y su cuerpo. Obsérvate en detalle: siente la
cama, mira la luz que entra por la ventana, rodéate con los rostros de
familiares, médicos y enfermeras, si los hay.
Ahora ayuda a la persona en el cambio de enfrentar pasivamente la muerte
a crear activamente la experiencia.
Escúchate hablando con voz normal; no hay necesidad de ser solemne.
Reconforta y tranquiliza» pero concéntrate principalmente en cambiar la
conciencia de la persona de “Esto me está ocurriendo” a “Yo estoy haciendo
esto”. Hay muchos temas de los que se puede hablar (los he escrito en segunda
persona, como si se tratara de un amigo cercano):
Creo que has tenido una vida maravillosa. Cuéntame las mejores cosas que
recuerdes.
Puedes estar orgulloso de haberte convertido en una buena persona.
Has despertado mucho amor y respeto.
¿A dónde te gustaría ir ahora?
Dime qué sientes sobre lo que está ocurriendo. ¿Cómo lo cambiarías si
pudieras?
Si estás arrepentido de algo, háblame de ello. Te ayudaré a liberarte de
ese sentimiento.
No tienes necesidad de sentir pesar. Te ayudaré a liberarte del que aún
sientas.
Mereces estar tranquilo. Has realizado bien tu trayecto, y ahora que lo
has concluido, te ayudaré a volver a casa.
No creerás esto, pero te envidio. Estas a punto de ver qué hay detrás de
la cortina.
¿Hay algo que quieras para tu viaje?
Es posible, por supuesto, abordar estos temas en el lecho de alguien que
en verdad está muriendo. Pero una conversación imaginaria es una buena manera
de explorar en ti. El proceso no debe ser superficial ni apresurado: cada tema
podría extenderse durante una hora. Para estar realmente comprometido,
necesitarás sentir que estás prestándote mucha atención. Este ejercicio
suscitará sentimientos encontrados, pues todos experimentamos miedo y pesar
ante la muerte. Si alguien en tu vida murió antes de que pudieras despedirte
como hubieras querido, imagínate hablando con esa persona sobre los temas que
acabo de enumerar. El ámbito donde la vida y la muerte se funden está siempre
con nosotros, y al prestarle atención te conectas con un aspecto inestimable de
la conciencia. Morir con plena conciencia resulta totalmente natural si has
vivido con plena conciencia.
Secreto 11
El universo piensa
a través de ti
Hace poco tuve un breve encuentro con el destino; tan breve que pude
haberlo pasado por alto completamente. Un hombre que había dedicado su vida
entera a la espiritualidad vino a visitarme. Me habló de sus muchas visitas a
India y de la devoción por sus costumbres. Traía puestos amuletos que se venden
en templos y lugares sagrados; se sabía muchos cantos sagrados, o bhajans;
había sido bendecido por muchos santos en sus viajes. Algunos le habían
regalado mantras. Un mantra puede ser tan corto como una sílaba o tan largo
como una oración, pero es básicamente un sonido. ¿De qué manera puede ser un
regalo? Para alguien que conoce la tradición hindú, el regalo no es el mantra
sino el efecto que debe provocar, como riqueza o un buen matrimonio. Hay miles
de mantras y miles de resultados posibles.
Cuando le pregunté cómo se ganaba la vida, el hombre hizo un ademán
desdeñoso y dijo: “Oh, un poco de sanación,
un poco de psiquismo. Ya sabes, lectura de la mente. No le presto mucha
atención”.
Su actitud negligente me intrigó, y le pedí que me diera un ejemplo. Se
encogió de hombros. “Piensa en alguien y escribe una pregunta que quieras
hacerle.” La única persona que ocupaba mi mente ese día era mi esposa, quien
llevaba un tiempo visitando a la familia en Nueva Delhi. Recordé que debía
llamarla para preguntarle cuándo planeaba regresar. No habíamos determinado una
fecha porque algunos de los familiares eran mayores, y la estancia de mi esposa
dependía de su estado.
Escribí esto y miré a mi visitante. Él cerró los ojos y empezó a cantar
un extenso mantra. Luego de un minuto, dijo: “Martes. Estás pensando en tu
esposa y quieres saber cuándo volverá a casa”.
Tenía razón, y cuando se fue y pude hablar por teléfono con mi esposa,
comprobé que había acertado también en la fecha de su regreso. Lo felicité,
pero él sonrió e hizo el mismo ademán que significaba: “No es nada. Casi no le
presto atención”. Una hora después, estando solo, empecé a pensar sobre estos
sucesos psíquicos, que han dejado de ser una novedad debido a la gran atención
que los medios de comunicación prestan a los fenómenos paranormales.
En concreto, reflexioné sobre el libre albedrío y el determinismo. Este
hombre dijo que podía leer la mente, pero el regreso de mi esposa el martes no
estaba en mi mente.
Era un acontecimiento que podía ocurrir cualquier día de la semana;
incluso yo había supuesto que podría permanecer allá indefinidamente si las
circunstancias lo exigían.
El asunto del libre albedrío y el determinismo es, por supuesto, muy complejo.
En la realidad única, cada par de opuestos es, en última instancia, una
ilusión. Ya hemos desdibujado la división entre bien y mal y entre vida y
muerte. ¿Resultará que el libre albedrío es lo mismo que determinismo? Hay
mucho que depende de la respuesta.
LIBRE ALBEDRÍO =
q Independencia.
q Auto determinación.
q Capacidad de elegir.
q Control de los acontecimientos.
q El futuro está abierto.
DETERMINISMO =
q Dependencia de una voluntad externa.
q El yo determinado por el destino.
q Alguien más elige por ti.
q Ausencia de control de los
acontecimientos.
q El futuro está cerrado.
Estas frases esbozan lo que comúnmente se considera que está en juego.
Todo en la columna de libre albedrío suena atractivo. Todos queremos ser
independientes; tomar nuestras propias decisiones; despertar con la esperanza
de que el futuro está abierto y lleno de posibilidades infinitas. Por otra
parte, nada suena atractivo en la columna determinismo. Si alguien más ha
elegido por ti, si permaneces atado a un plan escrito antes de que nacieras, el
futuro no puede estar abierto. Al menos emocionalmente, el prospecto del libre
albedrío ha ganado ya la discusión.
Y en cierto nivel ya nadie necesita ahondar más. Si tú y yo somos
marionetas manejadas por un titiritero invisible —llámese Dios, destino o
karma—, entonces los hilos que tiran también son invisibles. No tenemos pruebas
de no estar realizando elecciones libres, excepto por esos momentos
espeluznantes como el descrito al principio, y quienes leen la mente no van a
cambiar la manera en que actuamos fundamentalmente.
Sin embargo, hay una razón para ahondar más, y se condensa en la palabra
vasana. En sánscrito, vasana es una causa inconsciente. Es el software de la
psique, la fuerza impulsora que te hace realizar algo cuando crees hacerlo
espontáneamente. Como tal, vasana es muy perturbadora. Imagina a un robot cuyas
acciones están impulsadas en su totalidad por un programa interno. Desde el
punto de vista del robot, no importa que el programa exista, hasta que algo
sale mal. La ilusión de no ser un robot se derrumba sí el software falla, pues
si el robot quiere hacer algo y no puede, ya conocemos la razón.
Vasana es determinismo que parece libre albedrío. Recuerdo a mi amigo
Jean, a quien conozco desde hace casi veinte años. Jean se considera muy espiritual,
y a principios de los noventa llegó al extremo de renunciar a su empleo en un
periódico de Denver para vivir en un ashram al oeste de Massachusetts. Pero la
atmósfera le pareció sofocante. “Son hinduistas clandestinos”, se quejó. “No
hacen más que rezar, cantar y meditar.” Jean decidió seguir con su vida. Se ha
enamorado de un par de mujeres sin casarse. No le gusta la idea de sentar
cabeza, y tiende a mudarse a un estado distinto cada cuatro años
aproximadamente. (Una vez me dijo que luego de hacer cuentas descubrió que ha
vivido en cuarenta casas diferentes desde que nació.)
Un día, Jean me llamó para contarme una historia. Durante la cita con
una mujer que había desarrollado un interés repentino en el sufismo, y mientras
se dirigían a casa, ella le dijo a Jean que según su maestro sufí, todas las
personas tienen una característica preponderante.
¿Te
refieres a lo más evidente de cada quien, como ser extrovertido o introvertido?
—preguntó Jean.
No,
no evidente —dijo ella—. Nuestra característica preponderante está oculta.
Actuamos con base en ella sin damos cuenta de que lo estamos haciendo.
Tan pronto escuchó esto, Jean se sintió emocionado.
“Me asomé por la ventana del auto, y de repente entendí”, me dijo. “Soy
indeciso. Sólo me siento cómodo cuando puedo tener ambos lados de una situación
sin comprometerme con ninguna.” De un momento a otro, muchas cosas cobraron
sentido. Jean pudo entender por qué entró en un ashram pero no se sintió parte
del grupo.
Entendió por qué se enamoraba de las mujeres, pero siempre se
concentraba en sus defectos. Muchas más cosas salieron a la luz. Jean se queja
de su familia pero siempre pasa la
Navidad con ellos. Se considera un experto en cada una de las
materias que ha estudiado —han sido muchas— pero no se gana la vida ejerciendo
ninguna de ellas. Es, sin lugar a dudas, un indeciso empedernido. Y como
sugirió la mujer con la que había salido, Jean no tenía idea de que su vasana,
que es de lo que estamos hablando, lo hacía pasar de una situación a otra sin
decidirse por ninguna.
Sólo piensa en ello —dijo con evidente sorpresa—.
Aquello que mejor me define es justo lo que nunca había notado.
Si las tendencias inconscientes continuaran obrando en la oscuridad, no
serían un problema. El software genético de los pingüinos o los ñúes los
impulsa a actuar sin conocimiento de que actúan de manera muy similar a los
demás pingüinos y ñúes. Pero los seres humanos, únicos entre todas las
criaturas vivientes, queremos echar abajo el vasana. No es suficiente ser un
peón que se cree rey. Ansiamos la seguridad de la libertad absoluta y su
resultado: un futuro completamente abierto. ¿Es esto razonable? ¿Es posible
siquiera?
En su texto clásico, Sufras del yoga, el sabio Patanjali nos informa que
hay tres clases de vasana. A la clase que induce un comportamiento agradable la
llama vasana blanco; a la que motiva un comportamiento desagradable la llama
vasana oscuro; a la que mezcla estas dos la llama vasana mixto. Yo diría que
Jean tenía vasana mixto: le gustaba la indecisión pero se perdía la recompensa
del amor duradero hacia otra persona, una aspiración que lo estimulara o una
visión compartida que lo vincularía con una comunidad. Mostraba las ventajas y
desventajas de quienes necesitan mantener abiertas todas las opciones. La meta
del aspirante espiritual es menoscabar el vasana de manera que pueda alcanzarse
la claridad. En la claridad tú sabes que no eres una marioneta; te has liberado
de los impulsos inconscientes que alguna vez te hicieron creer que actuabas
espontáneamente.
El secreto es que el estado de liberación no es el libre albedrío. El
libre albedrío es lo opuesto al determinismo, y en la realidad única, los
opuestos deben fundirse en uno. En el caso de la vida y la muerte, vimos que se
funden porque ambas son necesarias para renovar el flujo de la experiencia. El
libre albedrío y el determinismo se funden sólo cuando una discusión cósmica se
resuelve de una vez por todas. He aquí la discusión en su forma más simple.
Hay dos demandas relacionadas con la realidad última.
Una demanda proviene del mundo físico, donde los sucesos tienen causas y
efectos evidentes. La otra proviene del Ser absoluto, que no tiene causa. Sólo
uno de los demandantes tiene razón porque no pueden existir dos realidades
últimas.
Entonces, ¿cuál es?
Si el mundo físico es la realidad última, nuestra única opción es jugar
el juego de vasana. Toda tendencia tiene su causa en otra, y tan pronto
menoscabes una, estarás creando otra para remplazaría. No podemos ser un
producto terminado. Siempre hay algo que espera ser arreglado, atendido,
ajustado, pulido, limpiado o listo para desmoronarse. (Las personas que no
pueden enfrentar este hecho se vuelven perfeccíonistas: persiguen
constantemente la quimera de una existencia perfecta; aunque no se den cuenta,
tratan de vencer la ley de vasana, la cual dicta que ninguna causa puede
desaparecer, sólo transformarse en otra.) El mundo físico también se conoce
como el ámbito del karma, que tiene su propio aspecto cósmico. Karma, como
sabemos, significa “acción”, y la pregunta que debe plantearse respecto de la
acción es ésta: ¿Tuvo un comienzo? ¿Tiene un final? Toda persona que nace se ve
arrojado a un mundo de acción que ya
estaba en pleno funcionamiento. No hay pistas de que una primera acción haya
iniciado las cosas, ni podemos saber si una última acción detendrá todo. El
universo está dado, y pese a las teorías sobre el Big Bang, la posibilidad de
otros universos, o incluso de universos infinitos, significa que la cadena de
primeros sucesos podría extenderse para siempre.
Los antiguos sabios no ocupaban telescopios porque veían en un destello
de comprensión, que la mente está gobernada por causas y efectos; por tanto, no
puede ver más allá del karma. El pensamiento que tengo en este preciso instante
surgió del que tuve hace un segundo; el que tuve hace un segundo, del que tuve
el segundo anterior y así sucesivamente. Con Big Bang o sin él, mi mente es
prisionera del karma porque pensar es todo lo que puede hacer.
Hay otra alternativa, afirmaban los sabios. Tu mente puede ser. Así es
como el segundo demandante entró en el tribunal. La realidad última podría ser
el Ser mismo. El Ser no actúa, y por tanto, el karma jamás lo toca. Si el Ser
es la realidad última, el Juego de vasana ha concluido. En vez de preocuparnos
por causas y efectos, origen de todas las tendencias, simplemente podemos decir
no hay causa ni efecto.
Dije que vasana nos da una razón para profundizar en el libre albedrío.
Ahora vemos por qué. La persona contenta con seguir siendo una marioneta, no es
distinta al rebelde que grita que debe seguir siendo libre a toda costa. Ambos
están sujetos al karma; sus opiniones no suponen ninguna diferencia. Pero si
podemos identificarnos con un estado que no tiene vasanas, el libre albedrío y
el determinismo se funden; se convierten en simples instrucciones en el manual
del software kármico. En otras palabras, ambos son herramientas del Ser y no un
fin en sí mismos. Así, el karma pierde la discusión sobre ser la realidad
última.
¿Cómo puedo decir que la discusión está resuelta? Puedo afirmar que fue
resuelta por la autoridad ya que el acta espiritual registra a innumerables
sabios y santos, quienes testifican que el Ser es el fundamento último de la
existencia.
Pero como aquí no nos servimos de la autoridad, la prueba debe provenir
de la experiencia. Yo experimento que estoy vivo, lo que parece apoyar el caso
del karma, pues estar vivo consiste en una acción tras otra. Pero no puedo
estar vivo si el universo entero no lo está. La conclusión parecería absurda
sin un argumento previo. Pero hemos llegado bastante lejos para darnos cuenta
de que lo verdaderamente absurdo es estar vivos en un universo muerto. Nadie
antes de la era moderna se había sentido varado en una porción de roca y agua
sin más paisaje que un vacío negro. Me parece que esa imagen, la cual sustenta
la superstición de la ciencia, es horripilante y falsa. Mi cuerpo y el universo
están compuestos de las mismas moléculas, y por más que me esfuerce, no puedo
creer que un átomo de hidrógeno esté vivo dentro de mí y muerto tan pronto sale
de mis pulmones.
Mi cuerpo y el universo provienen de la misma fuente, obedecen a los
mismos ritmos, brillan con las mismas tormentas de actividad electromagnética.
Mi cuerpo no puede darse el lujo de debatir sobre quién creó el universo; cada
célula desaparecería en el instante en que dejara de crearse.
Por tanto, el universo debe estar viviendo y respirando a través de mí.
Soy una expresión de todo lo que existe.
En todo momento, la burbujeante actividad subatómica que mantiene en
marcha el universo está en cambio permanente; cada partícula aparece y
desaparece de la existencia miles de veces por segundo. En ese intervalo, yo
también aparezco y desaparezco, viajando de la existencia a la aniquilación y
vuelta a empezar, billones de veces al día. El universo se vale de este ritmo
ágil para detenerse y crear a continuación.
Lo mismo ocurre conmigo. Aunque mi mente es demasiado lenta para notar
la diferencia, no soy la misma persona cuando vuelvo de mis billones de viajes
al vacío. Cada uno de mis procesos celulares es repensado, reexaminado y
reorganizado.
La creación ocurre en niveles infinitesimales, y el resultado final es
el génesis perpetuo.
En un universo viviente no debemos responder preguntas sobre el creador.
En distintos momentos, las religiones han mencionado un dios único, dioses o
diosas múltiples, una fuerza vital invisible, una mente cósmica y —en la
religión actual de la física— un juego ciego del azar. Puedes elegir cualquiera
o todos porque lo más importante acerca del génesis eres tú. ¿Eres capaz de
verte como el punto alrededor del cual todo está girando?
Mira alrededor e intenta reconocer tu situación de manera integral.
Desde la perspectiva de un yo limitado resulta imposible ser el centro del
cosmos. Tu atención salta de un fragmento de situación a otro: una relación,
los incidentes del trabajo, tu economía, y quizá hasta alguna preocupación vaga
relacionada con una crisis política o la situación del mercado de valores. No
importa cuántos elementos intentes comprender; de esta manera no podrás ver tu
situación total. Desde la perspectiva de la totalidad, el universo está
pensando en ti. Sus pensamientos son invisibles, pero en última instancia se
manifiestan como tendencias —las ya conocidas vasanas— y en ocasiones tu
atención percibe el plan mayor porque en cada vida inevitablemente hay sucesos
cruciales, momentos decisivos, oportunidades> epifanías y grandes adelantos.
Para ti, un pensamiento es una imagen o una idea que flota en tu mente.
Para el universo (y con esa palabra me refiero a la inteligencia universal que
impregna la cantidad inconmensurable de galaxias, hoyos negros y polvo
interestelar) un pensamiento es un paso evolutivo. Es un acto creativo. Para
vivir verdaderamente en el centro de la realidad única, la evolución debe
adquirir un interés primordial para ti. Los acontecimientos secundarios de tu
vida se manejan solos. Piensa en tu cuerpo, que opera con dos clases distintas
de sistema nervioso. El sistema nervioso involuntario es automático; regula las
funciones cotidianas del cuerpo sin que tú intervengas. Cuando una persona cae
en coma, este sistema nervioso continúa trabajando más o menos normalmente,
manteniendo pulso, presión sanguínea, hormonas, electrolitos y cientos de otras
funciones en coordinación perfecta.
El otro sistema nervioso recibe el nombre de voluntario porque está
asociado a la voluntad o volición. El sistema nervioso voluntario lleva a cabo
los deseos; es su único propósito. Sin él, la vida sería exactamente como lo es
para una persona en estado de coma; sin avance alguno, congelada en una muerte
en vida.
El universo refleja la misma distinción. En el nivel material las
fuerzas no necesitan nuestra ayuda para mantener todo regulado de manera que la
vida pueda sostenerse. La ecología se estabiliza sola; las plantas y los
animales viven en armonía sin darse cuenta. Podríamos imaginar un mundo en el
que nada se expandiera más allá de la existencia elemental, donde las criaturas
se contentaran con comer, respirar y dormir. Pero tal mundo no existe. Hasta
organismos unicelulares como las amibas nadan en una dirección específica,
buscan alimento, avanzan hacia la luz y prefieren determinadas temperaturas. El
deseo está integrado al plan de la vida.
Por esto, no resulta descabellado buscar la segunda mitad del sistema
nervioso del universo, la mitad que gira alrededor del deseo. Cuando nuestro
cerebro lleva a cabo un deseo, el universo lo realiza al mismo tiempo. No hay
diferencia entre “quiero tener un hijo” y “el universo quiere tener un hijo”.
El embrión que empieza a crecer en el vientre materno se apoya en billones de
años de inteligencia, memoria,
creatividad y evolución. Aquello que llamamos feto es un individuo que
se ha integrado al cosmos con perfecta naturalidad. Pero, ¿por qué habría de
terminar ahí la fusión? El hecho de que experimentemos los deseos como
individuos no significa que el universo no esté actuando a través de nosotros,
así como considerar a nuestros hijos como propios no significa que no sean
también hijos de un enorme acervo genético. Ese acervo genético no tiene otro
padre que el universo.
En este momento flotas en perfecta unión con el cosmos.
No hay diferencia entre tu respiración y la de la selva tropical; entre
tu flujo sanguíneo y el de los ríos del mundo, entre tus huesos y los
acantilados de tierra caliza de Dover. Cada cambio del ecosistema ha influido
en ti en el nivel genético.
El universo recuerda su evolución mediante el registro que escribe en el
ADN. Esto significa que tus genes son el punto focal de todo lo que ocurre en
el mundo. Son tu línea de comunicación con la naturaleza como un todo, no sólo
con tu madre y tu padre.
Deja de lado todo lo que has leído acerca de que el ADN es una serie de
azúcares y aminoácidos base ensartados en una doble hélice. Ese modelo describe
la apariencia del ADN, pero no dice nada sobre la dinámica de la vida, del
mismo modo que el sistema de cables de una televisión no dice qué aparece en la
pantalla. Lo que se proyecta a través de tu ADN en este momento es la evolución
del universo. Tu siguiente deseo quedará registrado en su memoria, y el
universo puede avanzar hacia él o no hacerlo. Solemos pensar que la evolución
es una línea recta desde los organismos primitivos hasta los más complejos. Una
imagen más precisa sería la de una burbuja que se expande para abarcar más y
más del potencial de la vida.
Cuando
accedes a más inteligencia estás evolucionando.
q Si restringes tu mente a lo que ya
sabes o puedes predecir, tu evolución será más lenta.
Cuando
accedes a más creatividad estás evolucionando. Si intentas utilizar soluciones
viejas para resolver problemas nuevos, tu evolución será más lenta.
Cuando
accedes a más conciencia estás evolucionando. Si continúas utilizando una
mínima parte de tu conciencia, tu evolución será más lenta.
El universo está pendiente de tus elecciones, pues las evidencias
muestran de manera contundente que prefiere la evolución a la inmovilidad. En
sánscrito, la fuerza evolutiva recibe el nombre de Dharma, palabra cuya raíz
significa “conservar”. Sin ti, el Dharma estaría confinado a tres dimensiones.
Aunque casi no dedicamos tiempo a pensar en nuestra relación con una cebra, una
palmera o un alga, guardamos relación estrecha con cada una de ellas en la
cadena de la vida.
Los seres humanos extendimos esa cadena cuando la vida alcanzó cierto
límite en el aspecto físico. Después de todo, desde el punto de vista físico,
el planeta depende más de las algas y el plancton que de los humanos. El
universo quería una nueva perspectiva, y por ello debía crear creadores como él
mismo.
En cierta ocasión pregunté a un físico si a estas alturas ya todos sus
colegas consideraban que la realidad no está circunscrita. Él reconoció que sí.
-¿No
es lo mismo no circunscripción que omnisciencia? le pregunté- No hay distancia
en el tiempo ni distancia en el espacio. La comunicación es instantánea, y
todas las partículas están conectadas con todas las demás.
-Podría
ser —me dijo sin convenir del todo, pero permitiéndome continuar.
-Entonces,
¿por qué el universo se molesta en circunscribirse? Ya sabe todo. Ya incluye
todo, y en el nivel más profundo, ya encierra todos los sucesos que podrían
ocurrir.
-No
lo sé —dijo el físico—. Quizá sólo quería tomarse unas vacaciones.
Ésta no es una mala respuesta. El universo juega a través de nosotros.
¿Juega a qué? A ceder a alguien más el control para ver qué se le ocurre. Lo
único que el universo no puede experimentar es apartarse de sí. Por ello, en
cierto sentido, somos sus vacaciones.
El problema con dilemas como el libre albedrío y el determinismo es que
no dejan mucho tiempo para jugar. Éste es un universo recreativo. Nos
proporciona alimento, aire, agua y una enorme cantidad de paisajes para
explorar. Todo esto proviene de la parte automática de la inteligencia cósmica.
Avanza por sí misma, pero la parte que quiere jugar está conectada a la
evolución, y Dharma es su manera de decirnos cómo funciona el juego. Si
analizas cuidadosamente los momentos decisivos de tu vida comprobarás que
estabas prestando mucha atención al juego evolutivo.
Estar en el Dharma
Estabas
listo para avanzar. La experiencia de una realidad antigua estaba agotada y
lista para ser sustituida.
Estabas
listo para prestar atención. Cuando la oportunidad llegó, tú lo notaste y diste
el salto necesario.
El
entorno te respaldó. Cuando avanzaste, los acontecimientos sucedieron de forma
tal que un retroceso hubiera sido imposible.
Te
sentiste más pleno y libre en tu nuevo lugar.
Te
viste como una nueva persona.
Este conjunto de circunstancias internas y externas es lo que el Dharma
proporciona. Esto significa que cuando te sientes listo para avanzar, la
realidad cambia para mostrarte cómo. ¿Y si no estás listo para avanzar?
Entonces está el sistema de respaldo de vasana, que te hace avanzar mediante la
repetición de las tendencias incrustadas en ti desde el pasado. Cuando te
sientes atascado e incapaz de avanzar, normalmente es por las siguientes
circunstancias:
1. No estás listo para avanzar. La
experiencia de una realidad antigua sigue fascinándote. Sigues disfrutando tu
estilo de vida habitual o, si hay más dolor que felicidad, te has vuelto adicto
al dolor por alguna razón que permanece en el misterio.
2. No estás prestando atención. Tu
mente permanece absorta en distracciones. Esto suele ocurrir cuando hay un exceso
de estímulos externos. Mientras no estés alerta en tu interior, no podrás
identificar las señales que transmite la realidad única.
3. El entorno no te respalda.
Cuando intentas avanzar, las circunstancias te echan atrás. Esto significa que
debes aprender más o que todavía no es el momento. También puede suceder que en
un nivel profundo no estés convencido de avanzar; tu deseo consciente está en
conflicto con dudas e inseguridades más profundas.
4. Te sientes amenazado por la
expansión que deberías realizar y prefieres la seguridad de una imagen propia
limitada. Muchas personas se aferran a un estado restringido creyendo que los
protege. La realidad es que la mayor protección a la que podemos aspirar es la
de la evolución, la cual resuelve problemas por medio de la expansión y el
avance. Pero cada aspecto de ti debe poseer este conocimiento; basta con que
uno desee permanecer en un estado restringido para que la evolución se
entorpezca.
5. Sigues viéndote como la persona
antigua que se adaptó a una situación vieja. Ésta suele ser una elección
inconsciente. Las personas se identifican con su pasado e intentan utilizar sus
viejas percepciones para entender lo que ocurre. Como la percepción es todo,
considerarte demasiado débil, limitado, indigno o deficiente obstaculizará
cualquier avance.
La conclusión final es que el Dharma necesita que colabores con él. La
fuerza de conservación está en ti tanto como “allá fuera” en el universo o el
reino del alma.
La mejor manera de alinearnos con el Dharma es dar por hecho que está
escuchando. Da al universo oportunidad de responderte. Comienza una relación
con él como lo harías con otra persona. Desde hace dos años soy un abuelo
consentidor, y me sorprende que mi nieta Tara no tenga problemas para hablar
con árboles, rocas, el mar o el cielo. Ella da por descontado que hay
subjetividad en todas partes. “¿Ves esos dragones?”, dice señalando un espacio
vacío en mitad de la sala, nombrando a un dragón azul aquí y a uno rojo allá.
Le pregunto a Tara si le dan miedo los dragones, pero ella me asegura que
siempre han sido amigables.
Los niños habitan mundos imaginarios, no por la fantasía en sí sino para
poner a prueba sus instintos creativos. Tara es una creadora en formación, y si
se le privara de su relación con árboles, rocas y dragones, sería separada de
un poder que necesita crecer. A su edad, la vida de Tara es un juego
permanente, y en mi papel de abuelo procuro sumergirla en todo el amor y el
placer posibles. Su vasana será blanco si puedo ayudarla. Pero también sé que
su mayor reto ser ir más allá de todas las tendencias, buenas o malas. Deberá
cuidarse de mantenerse en el Dharma, y para quienes al crecer consideramos a la
vida como un asunto serio con pocas pausas para jugar, el Dharma espera nuestro
regreso a la cordura.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR EL
DECIMOPRIMER SECRETO
El decimoprimer secreto trata sobre cómo escapar de la esclavitud de
causas y efectos. El universo está vivo e impregnado de subjetividad. Causas y
efectos sólo son el mecanismo que utiliza para realizar lo que quiere. Y lo que
quiere es vivir y respirar a través de ti. Para descubrir la verdad sobre esto
necesitas relacionarte con el universo como si estuviera vivo.
De otra manera, ¿cómo podrías saber que lo está? A partir de hoy,
comienza a adoptar los siguientes hábitos:
q Habla con el universo.
q Escucha su respuesta.
q Establece una relación íntima con la
naturaleza.
q Contempla la vida en todas las cosas.
q Condúcete como un hijo del universo.
El primer paso, hablar con el universo, es el más importante. No implica
ir por ahí susurrando a las estrellas o iniciar una conversación cósmica
imaginaria. El hábito de considerar al mundo “allá fuera”, desconectado de ti,
está muy arraigado; todos compartimos un prejuicio cultural que reserva la vida
sólo para plantas y animales, y concede inteligencia exclusivamente al cerebro.
Tú puedes empezar a derribar esta creencia reconociendo cualquier pista de que
los mundos interno y externo están conectados. Ambos tienen la misma fuente;
están organizados por la misma inteligencia profunda; se responden entre sí.
Cuando digo que puedes hablar con el universo quiero decir que puedes
conectarte con él. Sí te sientes deprimido por un día gris y lluvioso, por
ejemplo, considera lo gris de tu interior y del exterior como el mismo fenómeno
con aspectos objetivo y subjetivo. Si vas de regreso a casa después de trabajar
y una intensa puesta de sol atrapa tu mirada, considera que la naturaleza
quería llamar tu atención, no que tú y la puesta de sol tuvieron solo un encuentro
accidental. En un nivel íntimo, tu existencia se entrelaza con el universo, no
por azar sino por intención.
Cuando veas que la vida existe en todas partes, reconoce lo que ves. Al
principio puedes sentirte extraño haciendo esto, pero eres un cocreador y
tienes el derecho de apreciar las pautas de conexión que has formado.
Conducirte como un hijo del universo no es un juego de fingimiento cósmico. En
el campo, tú existes en todas partes en el espacio-tiempo, un hecho científico
al que llevamos un paso adelante diciendo que este momento en el espacio-tiempo
tiene un propósito especial en tu mundo. Es tu mundo, y al responder a él de
esa manera, empezarás a notar que te responde:
q Algunos días todo sale bien.
q Algunos días todo sale mal.
q En ciertos momentos te sientes inmerso
en el ritmo de la naturaleza.
q En ciertos momentos sientes como si
desaparecieras en el cielo o el océano.
q A veces sabes que siempre has estado
aquí.
Son ejemplos generales, pero puedes estar alerta a momentos que parecen
hechos sólo para ti. ¿Por qué ciertos momentos parecen tener una magia
irrepetible? Sólo tú puedes saberlo, pero no lo sabrás si no te sintonizas
primero con el sentimiento. El símil más cercano que se me ocurre en esta clase
de relación privilegiada es la que se da entre personas que se aman: los
momentos ordinarios están impregnados de una presencia o peculiaridad que no
podría sentir una persona ajena. Algo totalmente irresistible atrae nuestra
atención cuando estamos enamorados; una vez que lo hemos experimentado, no se
olvida fácilmente. Sentimos como si estuviéramos dentro de la persona amada y
ésta dentro de nosotros. Nuestra fusión con algo más grande que nosotros es una
fusión de dos subjetividades. Se le ha llamado relación “yo y tú”, o la
sensación de ser como una ola en el océano infinito del Ser.
No permitas que nombres y conceptos te distraigan. No hay una manera
determinada para relacionarte con el universo. Sólo relaciónate a tu modo. Un
niño pequeño, como mi nieta, encuentra su camino hablando con árboles y dragones
invisibles. Ésa es su relación privilegiada. ¿Cuál será la tuya? Estremécete de
expectación y descúbrelo.
Secreto 12
No hay más tiempo
que el ahora
He tenido momentos en que toda mi vida cobra sentido. Yo sabía
exactamente quién era. Todas las personas presentes en mi vida estaban ahí por
una razón. Me resultaba obvio, sin lugar a dudas, que la razón era el amor,
pues entonces podía reírme de la absurda idea de tener enemigos o ser un
extraño en este mundo.
La perfección tiene una manera misteriosa de escabullirse dentro y fuera
del tiempo. Son pocos quienes no han sentido el momento que acabo de describir,
aunque no he conocido a nadie que pueda aferrarse a él. Las personas ansían
desesperadamente hacerlo, y con frecuencia este deseo motiva su vida
espiritual. En la tradición budista hay una gran cantidad de ejercicios
dedicados a la conciencia profunda, un estado en que podemos tomar conciencia
de los momentos perfectos. Sería maravilloso que todos fueran perfectos.
Pero para ser conscientes de ellos, primero debemos advertir cuándo no
somos conscientes de ellos, lo cual es difícil; después de todo, no estar
conscientes puede definirse como no saber que no estamos conscientes.
Esta capacidad de escabullirse me resultaba muy confusa hasta que alguien
me dijo: “Es como ser feliz. Cuando estás feliz, simplemente lo estás. No
tienes que pensar en ello. Pero llega un momento en que dices en voz alta: ‘En
verdad me siento feliz ahora’, y entonces comienza a desaparecer. De hecho,
para romper el hechizo basta con pensar las palabras ‘Estoy feliz ahora’.
Gracias a este ejemplo comprendí qué significa ser consciente: atrapar
el momento presente sin palabras ni pensamientos. Pocas cosas son tan fáciles
de describir y tan difíciles de hacer. El meollo del asunto es el tiempo. El
tiempo es escurridizo, como ese dichoso momento antes de que digas: “Estoy
feliz ahora”. ¿En verdad es fugaz ese momento, o es eterno?
La mayoría damos por hecho que el tiempo vuela, esto es, que pasa muy
rápidamente. Pero en el estado consciente» el tiempo no pasa en absoluto. Sólo
hay un instante de tiempo que se renueva una y otra vez con variedad infinita.
El secreto sobre el tiempo es, entonces, que existe sólo como solemos pensar en
él. Pasado, presente y futuro son sólo compartimentos mentales para cosas que
queremos mantener cerca o lejos de nosotros, y al decir que “el tiempo vuela”,
conspiramos para evitar que la realidad se nos acerque demasiado. ¿Es el tiempo
un mito que utilizamos para nuestra conveniencia?
Por todas partes hay libros que ensalzan las virtudes de vivir en el
momento presente. Hay buenas razones para ello, pues las cargas de la mente
provienen del pasado. En sí misma, la memoria es ingrávida, y el pasado también
debería serlo. Lo que llamamos “el ahora” es la desaparición del tiempo como un
obstáculo psicológico. Cuando retiras el obstáculo te liberas de la carga del
pasado o el futuro: has encontrado el estado de conciencia profunda (y también
la felicidad, ésa que no necesita palabras ni pensamientos). Nosotros somos
quienes hacemos del tiempo una carga psicológica: nos hemos convencido de que
las experiencias se acumulan a lo largo del tiempo.
q Soy mayor que tú, sé de qué estoy
hablando.
q He pasado varias veces por eso.
q Escucha la voz de la experiencia.
q Presta atención a tus mayores.
Estas fórmulas convierten en virtud la experiencia acumulada, no con
perspicacia o atención, sino simplemente por estar sin hacer nada. No obstante,
son en su mayor parte expresiones vanas. Todos sabemos en algún nivel que
cargar con la pesada maleta del tiempo es lo que ensombrece a las personas.
Vivir en el presente significa soltar esa maleta. Pero, ¿cómo se logra
eso? En la realidad única, el reloj sólo marca “ahora”.
El truco para soltar el pasado consiste en descubrir la manera de vivir
ahora como si fuera para siempre. Los fotones se mueven a la velocidad de
Planck, que es igual a la velocidad de la luz, mientras que las galaxias
evolucionan durante billones de años. Por tanto, si el tiempo es un río, debe
ser uno muy profundo y suficientemente ancho para contener la partícula más
pequeña del tiempo y la infinitud de la eternidad.
Esto implica que “ahora” es más complejo de lo que parece. ¿En qué
situación estamos en el ahora, cuando somos más activos y energizados, o más
quietos? Observa un río. En la superficie, la corriente es rápida y agitada; a
medía profundidad el flujo se hace más lento, y en el fondo, el légamo sólo es
agitado ligeramente. En el lecho de roca, el movimiento del agua no ejerce
efecto alguno. La mente es capaz de participar en todos los niveles del río.
Podemos desplazarnos con la corriente más rápida, que es lo que la mayoría
procura hacer en la vida cotidiana. Su versión del ahora es lo que tiene que
hacerse en este momento. Para ellos, el momento presente es un drama constante.
Tiempo es lo mismo que acción, tal como en la superficie del río.
Cuando se cansan demasiado por la carrera —o sienten que la están
perdiendo—, las personas apresuradas pueden reducir el paso, sólo para
descubrir con sorpresa cuan difícil es pasar de correr a caminar. Pero si
decides, “Está bien, simplemente seguiré adelante”, la vida trae nuevos
problemas, como obsesiones, pensamiento circular, y la llamada depresión
hiperactiva.
En cierto sentido, todos estos son desórdenes del tiempo.
Tagore tiene una frase maravillosa acerca de esto: “Somos demasiado
pobres como para llegar tarde”. En otras palabras, corremos por la vida como si
no pudiéramos desperdiciar un solo minuto. En el mismo poema, Tagore ofrece una
descripción perfecta de lo que encontramos después de que toda esa premura
llega donde quiere ir:
Y cuando terminó la frenética carrera
Pude ver la línea de meta
Hinchado de miedo a llegar demasiado tarde
Sólo para descubrir en el último minuto
Que aún hay tiempo.
Tagore reflexiona sobre el significado de correr por la vida como sí no
tuviéramos tiempo que perder, para descubrir al final que siempre tuvimos la
eternidad. Pero la mente tiene dificultades para ajustarse a un paso más lento
cuando está condicionada a hacer mal uso del tiempo. Una persona
obsesivo-compulsiva, por ejemplo, se siente aterrada por el reloj . Apenas hay
tiempo suficiente para limpiar la casa dos veces antes de que lleguen
invitados, para acomodar cuarenta pares de zapatos en el clóset y además
preparar la cena. ¿Cuándo se corrompió el tiempo?
Sin haber identificado la fuente de la obsesión, los psicólogos han
descubierto que la baja autoestima está acompañada por palabras negativas como
perezoso, aburrido, torpe, feo, perdedor, despreciable y fracasado, que se
repiten varios cientos de veces por hora. Esta repetición ininterrumpida es
síntoma de sufrimiento mental así como un vano intento por hallar una cura. La
misma palabra vuelve una y otra vez porque la persona desea desesperadamente
que se vaya pero no ha descubierto cómo expurgarla.
El pensamiento circular se relaciona con la obsesión, pero tiene más
etapas. En vez de rumiar una sola idea como “la casa no está suficientemente
limpia” o “debo ser perfecto”, la persona está atrapada en una lógica falsa. Un
ejemplo serían los individuos que se sienten indignos de ser amados. No importa
cuántas personas les expresen su amor, ellos no se consideran dignos de ser
amados porque piensan: “Yo quiero que me amen. Esta persona dice que me ama
pero yo no puedo sentirlo, así que debo ser indigna de amor. La única manera de
solucionar esto es logrando que me amen”. La lógica circular aflige a quienes
nunca se sienten suficientemente exitosos, seguros o deseados. La premisa
fundamental que los impulsa a actuar (“Soy un fracaso”, “Estoy en peligro”, “No
tengo la capacidad necesaria”) no cambia porque todos los resultados en el
exterior, buenos o malos, refuerzan la idea original.
Estos ejemplos nos traen a la “paradoja del ahora”. Mientras más rápido
corras sin avanzar, más lejos estarás del momento presente.
La depresión hiperactiva nos da una imagen clara de la paradoja, pues
las personas deprimidas se sienten inertes, congeladas en un instante y sin más
sentimiento que la desesperanza. Para ellos, el tiempo no avanza pero por su
mente pasan a toda prisa ideas y emociones fragmentarias. Parece inverosímil
que esta ráfaga de actividad mental ocurra en la cabeza de alguien incapaz
de levantarse de la cama por la mañanas.
En este caso la ráfaga mental está desconectada de la acción. Una persona
deprimida piensa miles de cosas, pero no lleva a la práctica ninguna.
Cuando estos problemas no están presentes, la mente aminora su marcha
sumergiéndose un poco más. Las personas que se dan tiempo a sí mismas buscan la
soledad, donde las exigencias externas son menores. En su estado natural, la
mente deja de reaccionar rápidamente si la estimulación externa desaparece. Es
como huir de las ondas superficiales del río para buscar en un lugar profundo
la corriente más tranquila. El momento presente se convierte en una especie de
remolino lento; los pensamientos siguen en movimiento, pero no son tan
insistentes como para hacernos avanzar.
Finalmente, hay personas que disfrutan más la quietud que la actividad,
y se sumergen tanto como pueden donde el agua deja de correr, un punto quieto y
profundo que les permite aislarse totalmente de las corrientes de la
superficie. En este centro estable se experimentan a sí mismas al máximo y al
mundo exterior al mínimo.
De una u otra forma, todos hemos experimentado estas distintas versiones
del momento presente, desde una carrera exhaustiva hasta un punto de calma
inmóvil. Pero, ¿qué hay del ahora que está justo frente a ti, este ahora? En la
realidad única no tiene duración. Términos relativos como rápido y lento,
pasado y futuro, carecen de significado. El momento presente incluye lo que es
más rápido que lo más rápido, y lo que es más lento que lo más lento. Sólo
cuando incluimos el río entero vivimos en la realidad única, y entonces vivimos
en un estado de conciencia que es siempre nuevo y siempre el mismo.
Entonces, ¿cómo llegamos ahí?
Para responder debemos referirnos a las relaciones.
Cuando te encuentras con alguien a quien conoces bien —digamos tu mejor
amigo—, ¿qué ocurre? Ambos se reúnen en un restaurante y su plática está llena
de temas viejos y familiares que les producen una sensación de tranquilidad.
Pero también quieren decir algo nuevo, pues de otro modo su relación
sería estática y aburrida. Ya se conocen muy bien, que es parte de ser los
mejores amigos, pero no son totalmente predecibles; el futuro traerá nuevos
acontecimientos, algunos felices y otros tristes. Dentro de diez años uno de
ustedes podría estar muerto, divorciado o convertido en un extraño.
Esta intersección entre nuevo y viejo, conocido y desconocido, es la
esencia de las relaciones, incluyendo las que mantienes con el tiempo, el
universo y contigo mismo. En última instancia, sólo mantienes una relación.
Conforme evolucionas, el universo también lo hace, y la intersección de los dos
es el tiempo. Sólo hay una relación porque nada más hay una realidad. Ya
mencioné los cuatro caminos del yoga, pero cada cual es un sabor de la
relación:
El
camino del conocimiento (Jyana yoga) tiene sabor a misterio. Percibes la
incomprensibilidad de la vida. Experimentas la maravilla de cada experiencia.
El
camino de la devoción (Bhakti yoga) tiene el sabor del amor. Experimentas la
dulzura de cada experiencia.
El
camino de la acción (Karma yoga) tiene el sabor del desprendimiento.
Experimentas la interconexión de cada experiencia.
El
camino de la meditación y el silencio interior (Raja yoga) tiene el sabor de la
quietud. Experimentas el ser en cada experiencia.
El tiempo existe para que experimentes estos sabores tan profundamente
como sea posible. En el camino de la devoción, si puedes experimentar aunque
sea un pequeño rayo de amor, es posible experimentar más amor. Cuando
experimentas ese poco más, se hace posible el siguiente grado de intensidad.
Así, el amor engendra amor hasta que alcanzas el punto de saturación, cuando te
fundes totalmente en el amor divino. A esto se refieren los místicos cuando
dicen que se sumergen en el océano del amor hasta ahogarse.
El tiempo despliega los grados de la experiencia para que alcances el
océano. Elige cualquier cualidad que te seduzca, y si la sigues lo suficiente,
con compromiso y pasión, te fundirás con el absoluto. Pues al final del camino,
todas las cualidades desaparecen, tragadas por el Ser. El tiempo no es flecha,
reloj, ni río; es, de hecho, una fluctuación en los sabores del Ser. En teoría,
la naturaleza pudo ser organizada sin una progresión de menos a más. Uno podría
experimentar amor, misterio o desprendimiento de manera aleatoria. Sin embargo,
la realidad no fue construida de esa manera, por lo menos no como se
experimenta mediante un sistema nervioso humano. Experimentamos la vida como
evolución. Las relaciones crecen desde el primer atisbo de atracción hasta la
intimidad profunda. (El amor a primera vista realiza el mismo viaje pero en cuestión
de minutos y no en semanas o meses.) Tu relación con el universo sigue el mismo
curso, si lo permites. El propósito del tiempo es ser el vehículo de la
evolución, pero si haces mal uso de él, se convierte en fuente de temor y
ansiedad.
q El mal uso del tiempo
q Sentirse ansioso por el futuro.
q Revivir el pasado.
q Arrepentirse de viejos errores.
q Revivir el ayer.
q Anticipar el mañana.
q Correr contra el reloj.
q Obsesionarse con la transitoriedad.
q Resistirse al cambio.
Cuando haces mal uso del tiempo, el problema no está en el nivel del
tiempo. Nada ha fallado en los relojes de la casa de quien pierde cinco horas
de sueño preocupándose por la posibilidad de morir de cáncer. El mal uso del
tiempo es sólo un síntoma de atención mal dirigida. Es imposible mantener una
relación con alguien a quien no prestas atención, y en tu relación con el
universo, la atención se presta aquí y ahora, o no se presta en absoluto. De
hecho, no hay más universo que el que percibes en este instante. Por tanto,
para relacionarte con el universo debes concentrarte en lo que está frente a
ti. Como dijo un maestro espiritual: “La totalidad de la creación es necesaria
para provocar el momento presente”.
SÍ tomas esto en serio, tu atención cambiará. En este momento, cada
situación en la que estás es una mezcla de pasado, presente y futuro. Imagina
que vas a solicitar un empleo.
Cuando te presentas al escrutinio de un extraño, tratando de controlar
el estrés y crear una buena impresión, no estás realmente en el ahora.
“¿Obtendré este empleo?” “¿Cómo me veo?” “¿Serán suficientes mis
recomendaciones?” “De cualquier forma, ¿en qué estará pensando esta persona?”
Pareciera que no puedes eludir los traspiés en la mezcla de pasado, presente y
futuro. Pero el ahora no puede ser una mezcla de lo viejo y lo nuevo. Debe ser
diáfano y abierto; de otro modo no estarías desplegándote, que es la razón de
ser del tiempo.
El momento presente es en realidad una abertura, y por tanto no tiene
duración: estás en el ahora cuando el tiempo deja de existir. Quizá la mejor
manera de vivir esta experiencia es darnos cuenta de que la palabra presente se
relaciona con la palabra presencia. Cuando el momento presente se llena de una
presencia que todo lo absorbe, en completa paz y con total satisfacción, estás
en el ahora.
La presencia no es una experiencia. La presencia se siente cuando la
conciencia está suficientemente abierta- La situación en curso no debe implicar
ninguna responsabilidad.
Paradójicamente, es posible que una persona sufra un dolor tan intenso
que la mente, incapaz de tolerarlo, decida abandonarlo de repente. Esto suele
suceder con el dolor psicológico; los soldados atrapados en el horror de la
batalla hablan de un momento de liberación en el que el intenso estrés es
remplazado por una súbita tranquilidad extática.
El éxtasis cambia todo. El cuerpo pierde su pesadez y lentitud; la mente
deja de experimentar su fondo de tristeza y temor. La personalidad es desechada
y remplazada por la dulzura de un elíxir. Esta dulzura puede permanecer mucho
tiempo en el corazón —algunos afirman que puede paladearse como la miel en la
boca— pero cuando se va, uno sabe sin lugar a dudas que lo ha perdido. En el
álbum de recortes de la mente colocamos una imagen de dicha perfecta que se
convierte, como el primer bocado de helado, en una meta inalcanzable que no
dejamos de perseguir, sólo para encontrar que el éxtasis permanece fuera de
nuestro alcance.
El secreto del éxtasis es que debes desecharlo cuando lo has vivido.
Sólo al alejarte puedes experimentar de nuevo el momento presente, el lugar
donde vive la presencia. La conciencia está en el ahora cuando se conoce a sí
misma. Si hacemos a un lado el vocabulario de dulzura, dicha y elíxir, la
cualidad que está ausente en la vida de la mayoría de las personas» el factor
más importante que les impide estar presentes, es la sobriedad.
Debes estar sobrio antes de experimentar el éxtasis. Ésta no es una
paradoja. Lo que estamos persiguiendo —llámese presencia, ahora, éxtasis— está
totalmente fuera del alcance.-No puedes perseguirlo, correr tras él, ordenarle
o persuadirlo de que venga a ti. Tus encantos personales resultan inútiles,
tanto como tus pensamientos y conocimientos.
La sobriedad comienza al entender, con toda seriedad, que debes desechar
prácticamente todas las estrategias utilizadas hasta ahora para obtener lo que
quieres. Si esto te parece fascinante, cumple el propósito de abandonar las
estrategias inútiles de esta manera:
q Sobriedad espiritual
q Comprométete a estar en el presente
q Advierte cuando no prestes atención.
q Escucha lo que dices en realidad.
q Observa cómo reaccionas.
q Apártate de los detalles.
q Sigue el ascenso y descenso de la
energía.
q Cuestiona a tu ego.
q Sumérgete en un entorno espiritual.
Estas instrucciones podrían provenir de un manual para cazadores de
fantasmas o de unicornios. El momento presente es más esquivo que éstos, pero
si deseas apasionadamente llegar a él, lo que necesitas es implementar el
programa para la sobriedad.
No prestar atención.
El primer paso no es místico ni extraordinario. Cuando notes que no
prestas atención, no te permitas divagar. Vuelve adonde-estás. Casi
instantáneamente descubrirás por qué te desviaste: estabas aburrido, ansioso,
inseguro, te preocupaba otra cosa o estabas anticipando un suceso. No evites
ninguno de estos sentimientos. Son hábitos arraigados de la conciencia, que te
has acostumbrado a seguir automáticamente. Cuando adviertes que te desvías de
lo que tienes frente a ti empiezas a recuperar el ahora.
Escuchar lo que dices.
Una vez que regreses de tu distracción, escucha las palabras que dices o
piensas. Las relaciones son impulsadas por las palabras. Escúchate y sabrás
cómo te relacionas con el universo en ese instante. Que no te confunda el hecho
de que haya otra persona frente a ti. Cualquier persona con la quien hables,
incluido tú, representa la realidad. Si estás quejándote de un mesero perezoso,
te quejas del universo. Si alardeas frente a alguien a quien quieres
impresionar, intentas impresionar al universo. Sólo hay una relación; escucha
cómo está en este momento.
Observa tu reacción.
Todas las relaciones son bilaterales; por tanto, el universo responderá
a todo lo que digas. Observa tu reacción. ¿Estás a la defensiva? ¿Consientes y
sigues adelante? ¿Te sientes seguro o inseguro? De nuevo, que no te distraiga
la persona con la cual te relacionas. Sintonízate con la respuesta del
universo, cerrando el círculo que abarca al observador y a lo observado.
Apártate de los detalles.
Antes de la sobriedad debiste hallar una manera de adaptarte a la
soledad que resulta de la ausencia de realidad. La realidad es totalidad, lo
abarca todo. Te sumerges y no hay nada más. En la ausencia de la totalidad
también ansias un abrazo similar que intentas encontrar en los fragmentos. En
otras palabras, buscaste perderte en los detalles, como si el caos y el
desorden pudieran saturarte hasta el punto de satisfacerte. Ahora sabes que esa
estrategia no funcionó, así que renuncia a ella. Apártate de los detalles.
Olvida el barullo. Ocúpate de él de la manera más eficiente posible, pero no lo
tomes en serio; no permitas que sea importante para lo que eres.
Sigue el ascenso y descenso de la energía.
Una vez que los detalles están fuera del camino, necesitas algo que
seguir. Tu atención quiere ir a alguna parte, así es que llévala al corazón de
la experiencia: es el ritmo respiratorio del universo que genera situaciones
nuevas, un ascenso y descenso de energía.
Advierte cómo la tensión conduce a la liberación, la excitación al
cansancio, el júbilo a la tranquilidad. Así como hay altas y bajas en todos los
matrimonios, tu relación con el universo asciende y desciende. Al principio
puedes experimentar estos vaivenes de manera emocional, pero procura evitarlo.
Éste es un ritmo mucho más profundo: comienza en silencio cuando se concibe una
nueva experiencia; pasa por un periodo de gestación conforme la experiencia
adquiere forma en silencio; comienza a acercarse al nacimiento insinuando cómo
cambiarán las cosas; finalmente, nace algo nuevo. Este “algo” puede ser una
persona, un suceso, un pensamiento, una intuición; en realidad, cualquier cosa.
Lo que todos tienen en común es ascenso y descenso de energía.
Necesitas conectarte con cada etapa porque en el momento presente una de
ellas está justo frente a ti.
Cuestiona a tu ego.
Todo este observar, notar y percibir no pasa inadvertido. Tu ego tiene
su manera “correcta” de hacer las cosas, y cuando rompas esa pauta, te hará
saber su descontento. El cambio provoca miedo, pero sobre todo es una amenaza
para el ego. Este miedo es sólo una táctica para someterte. No puedes combatir
las reacciones de tu ego porque eso sólo afianzará tu relación con él. Pero
puedes cuestionarlo, lo que significa cuestionarte a ti mismo desde una
distancia tranquilizadora. “¿Por qué estoy haciendo esto?” “¿No es éste un reflejo
automático?” “¿Hasta dónde he llegado en el pasado actuando así?” “¿No he
comprobado ya que esto no funciona?” Debes plantear obstinadamente estas
preguntas una y otra vez, no con la intención de vencer a tu ego sino de
reducir el control reflexivo que ejerce sobre tu comportamiento.
Sumérgete en un entorno espiritual.
Cuando analizas seriamente tu comportamiento comprendes que el ego te ha
mantenido aislado todo el tiempo. El quiere que pienses que la vida se vive en
la separación, pues con esa creencia puede justificar su aferramiento al yo y a
los intereses de éste. De manera muy similar, el ego intenta aferrarse a la
espiritualidad como si fuera una pertenencia nueva e invaluable. Para
contrarrestar esta tendencia, que sólo traerá más aislamiento, sumérgete en
otro mundo. Me refiero un mundo donde las personas buscan conscientemente
experiencias de presencia, donde hay una intención compartida de transformar la
dualidad en unidad. Puedes encontrar este entorno en los grandes textos
espirituales.
Como alguien que ha encontrado esperanza y consuelo inconmensurables en
estos escritos, te exhorto fervientemente a que te acerques a ellos. Pero
también hay un mundo viviente que debes buscar. Sumérgete en un contexto
espiritual acorde con tu definición de espíritu. Asimismo, prepárate para
sentirte decepcionado cuando llegues ahí, pues es inevitable que encuentres
mucha frustración entre personas que luchan con sus imperfecciones. La
agitación que encuentras es también la tuya.
Una vez que te comprometes a mantenerte sobrio, no hay nada más que
hacer. La presencia aparecerá por sí misma, y cuando lo haga, tu conciencia
sólo podrá estar en el ahora. Un momento en el ahora provoca un cambio interno
que se refleja en todas las células. Tu sistema nervioso aprende un modo de
procesar la realidad que no es viejo ni nuevo, conocido o desconocido. Nos
elevamos a un nuevo nivel del ser en el que rige la presencia, y rige de manera
absoluta. Cualquier otra experiencia es relativa y por tanto puede rechazarse,
olvidarse, ignorarse o desecharse. La presencia es el toque de la realidad, que
no puede rechazarse ni perderse. Cada encuentro nos vuelve un poco más reales.
Las pruebas de esto son muchas y variadas. La más inmediata tiene que
ver con el tiempo. Cuando el único momento es el ahora, nuestra experiencia
muestra las siguientes características:
1. El pasado y el futuro sólo
existen en la imaginación. Todo lo que hiciste carece de realidad; todo lo que
harás carece de realidad. Sólo lo que haces ahora es real.
2. El cuerpo al que alguna vez
llamaste “yo”, ya no es quien eres. La mente a la que alguna vez llamaste “yo”,
ya no es quien eres. Los abandonas fácilmente, sin esfuerzo. Ambos son patrones
temporales que el universo asumió por un instante antes de continuar.
3. Tu ser real se manifiesta en
este momento como pensamientos, emociones y sensaciones proyectados en la
pantalla de la conciencia. Los reconoces como el punto de encuentro del cambio
y la eternidad. Te ves a ti mismo exactamente del mismo modo.
Cuando te encuentras en el momento presente, no hay nada que hacer. El
río del tiempo puede fluir. Experimentas remolinos y corrientes, superficies y
profundidades, en un nuevo contexto: la inocencia. El momento presente es
inocente por naturaleza. El ahora resulta ser la única experiencia que no va a
ninguna parte. ¿Cómo es posible, si he dicho que el propósito del tiempo es
desplegar los pasos de la evolución? Ése es el misterio de misterios. Crecemos
pero la vida permanece eterna en su esencia. Imagina un universo que se expande
en dimensiones infinitas a velocidad infinita, completamente libre de crear en
todas partes a la vez. Para avanzar con él sólo necesitamos permanecer
absolutamente quietos.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR
EL DECIMOSEGUNDO SECRETO
El decimosegundo secreto es sobre cómo emplear el tiempo.
El mejor uso que puedes hacer de él es para reconectarte con tu ser. El
mal uso del tiempo se reduce a lo contrario: alejarte de tu ser. Siempre hay
tiempo suficiente para evolucionar porque tú y el universo se despliegan
Juntos. ¿Cómo puedes comprobarlo? Una manera es mediante la práctica sánscrita
llamada sankalpa. Cualquier intención o pensamiento tras del cual vaya tu
voluntad es un sankalpa. El término comprende la idea de medios: una vez que
has expresado un deseo o pensamiento que quieres realizar, ¿cómo obtienes
resultados? La respuesta depende en gran medida de tu relación con el tiempo
(la raíz etimológica kalpa significa tiempo).
Si
la eternidad es parte de tu ser, el deseo se realizará espontáneamente sin
demora. Tienes el poder de jugar con el tiempo tal como lo harías con cualquier
otra parte de tu mundo.
Si
la eternidad mantiene una relación indecisa con tu ser, algunos deseos se
realizarán espontáneamente y otros no.
q Habrá demoras y la preocupación de que
tal vez no obtengas lo deseado. Tu capacidad para dejarte ir con el tiempo es
poco firme pero está en desarrollo.
Si
la eternidad no tiene relación con nuestro ser, necesitarás trabajo y
determinación para obtener lo que quieres.
q No tienes poder sobre el tiempo. En vez
de jugar con él, estás sujeto a su marcha inexorable.
A partir de estas categorías generales podemos proyectar tres sistemas
de creencias. Considera con cuál te identificas mejor.
1. Me siento presionado por el
tiempo. No hay horas suficientes en el día para lograr todo lo que quiero. Las
demás personas reclaman mucho de mi tiempo y no puedo hacer más para mantener
todo en equilibrio. Lo que he obtenido en la vida ha sido mediante trabajo duro
y determinación. Hasta donde sé, éste es el camino de! éxito.
2. Me considero muy afortunado. He
logrado hacer muchas de las cosas que siempre quise. Aunque llevo una vida
ajetreada, encuentro la manera de tener tiempo para mí.
De vez en cuando las cosas se solucionan por sí
mismas. En el fondo, espero que mis deseos se realicen, pero no me molesto si
esto no ocurre.
3. Creo que el universo te da todo
lo que necesitas. Sin duda, éste ha sido mi caso. Me sorprende comprobar que
cada uno de mis pensamientos suscita alguna respuesta. Si no obtengo lo que
quiero, es porque algo dentro de mí lo
está bloqueando. Dedico mucho más tiempo a trabajar en mi conciencia
interna que a luchar con fuerzas externas.
Éstas son sólo instantáneas de sankalpa, pero la
mayoría de las personas cae dentro de alguna de estas categorías. Representan,
también de manera muy general, tres etapas de la evolución personal. Conviene
saber que existen, pues a muchos les parecerá difícil creer en una realidad
distinta a la primera, en la cual el trabajo duro y la determinación son los
únicos medios para obtener lo que se quiere.
Una vez que percibes algún indicio, por pequeño que
sea, de que los deseos pueden realizarse sin tanto esfuerzo, puedes avanzar a
una nueva etapa de crecimiento. El crecimiento se logra mediante la conciencia,
pero hoy puedes cambiar tu relación con el tiempo:
q Permitiré que el tiempo se despliegue
para mí.
q No olvidaré que siempre hay suficiente
tiempo.
q Seguiré mi propio ritmo.
q No haré mal uso del tiempo con
postergaciones y aplazamientos.
q No temeré lo que el tiempo traiga en el
futuro.
q No lamentaré lo que el tiempo trajo en
el pasado.
q Dejaré de correr contra el reloj.
Procura adoptar hoy sólo una de estas resoluciones
y comprueba cómo cambia tu realidad. El tiempo no es exigente, aunque todos
actuamos como si el reloj gobernara nuestra existencia (y aunque no creamos
esto, le seguimos la pista muy de cerca). La razón de ser del tiempo es
desplegarse de acuerdo con tus necesidades y deseos. Comenzará a hacerlo si
renuncias a la creencia contraria: que el tiempo es una carga.
Eres auténticamente libre
cuando no eres una persona
Hace muchos años, en un pequeño pueblo a las afueras de Nueva Delhi,
estuve en una habitación pequeña y mal ventilada con un hombre muy viejo y un
sacerdote joven. El sacerdote se sentó en el piso balanceándose de atrás hacia
adelante mientras recitaba palabras escritas con tinta en hojas de corteza de
aspecto antiguo. Yo escuchaba sin comprender en absoluto lo que entonaba el
sacerdote. Él era del extremo sur y su idioma, el tamil, me era desconocido.
Pero yo sabía que me estaba contando la historia de mi vida, pasada y futura.
Me pregunté cómo me había enredado en todo eso y empecé a retorcerme.
Fue
necesario un arduo trabajo de convencimiento por parte de un amigo para
llevarme a esa habitación. “No es solo ioyotish, es mucho más sorprendente”, me
dijo. La astrología hindú se llama jyoíish y se remonta a miles de años. La
consulta del astrólogo familiar es una práctica común en India, donde las
personas planean bodas, nacimientos y hasta transacciones rutinarias de
negocios con base en sus cartas astrológicas (Indira Gandhi fue una célebre
seguidora de la jyotish). Pero los tiempos modernos han contribuido a la
decadencia de la tradición. Yo, como hijo de la India moderna y más tarde
médico practicante en Occidente, había evitado sistemáticamente cualquier
contacto con la jyotish.
Pero mi amigo logró su cometido y tuve que admitir que sentía curiosidad
por lo que ocurriría. El sacerdote joven, vestido con una falda ceñida que dejaba
su pecho descubierto y con el cabello brillante por el aceite de coco —rasgos
típicos de los sureños— no trazó mi carta astral. Todas las cartas que
necesitaba habían sido trazadas cientos de años atrás. En otras palabras,
alguien se sentó bajo una palmera hace muchas generaciones, tomó un trozo de
corteza —conocido como nadí— y escribió mí vida en ella.
Estas nadis se hallan dispersas por toda India y sólo por azar puedes
encontrar una relacionada contigo. Mi amigo había buscado durante varios años
una para él; el sacerdote sacó un fajo entero para mí, ante la sorpresa y
deleite de mi amigo. Debes venir a la lectura, me insistió.
El anciano sentado al otro lado de la mesa traducía al hindi los cantos
del sacerdote. Debido a la coincidencia de fechas de nacimiento y a la
inevitable vaguedad cuando se habla de siglos, los nadis pueden superponerse
parcialmente, de tal suerte que las primeras hojas no se aplicaban a mí. Sin
embargo, hacía la tercera o cuarta hoja, el joven sacerdote de la voz monótona
empezó a leer datos sorprendentemente precisos: mi fecha de nacimiento, mi
nombre y el de mi esposa, el número de hijos que tenemos y el lugar donde
vivían, el día y la hora de la reciente muerte de mi padre, así como su nombre
exacto y el nombre de mi madre.
Al principio parecía haber un error: el nadi registraba un nombre
equivocado para mi madre, Suchinta, cuando en realidad se llama Pushpa. Este
error me inquietó, así que hice una pausa y fui a un teléfono para preguntarle
a ella. Mi madre me dijo, con gran sorpresa, que su nombre original era
Suchinta, pero como éste rima con la palabra que en hindú significa “triste”,
un tío sugirió que se lo cambiaran cuando cumpliera tres años. Colgué el
teléfono preguntándome qué significaba toda aquella experiencia, pues el joven
sacerdote también había leído que un pariente intervendría para cambiar el
nombre de mi madre. Nadie de mi familia había mencionado jamás este incidente,
prueba de que el sacerdote no estaba incurriendo en alguna lectura de la mente.
Diré en beneficio de los escépticos que
el joven sacerdote había pasado prácticamente toda su vida en un templo en el
sur de India y no hablaba inglés ni hindi. Ni él ni el anciano sabían quién era
yo. Pues bien, en esta escuela de jyotish, el astrólogo no apunta la fecha de
nacimiento de la persona ni bosqueja una carta astral para interpretarla. En
vez de ello, la persona llega a la casa del lector de nadis; éste le toma la
huella del pulgar y con base en eso localiza las cartas correspondientes (no
hay que olvidar que los nadis pueden estar perdidos o dispersos). El astrólogo
sólo lee lo que alguien escribió sobre esa persona hace, quizá, miles de años.
Y he aquí otro giro de este misterio: los nadis no versan acerca de todos los
individuos que vivirán en algún momento, ¡sólo sobre quienes algún día
acudirían a la casa del astrólogo para pedir una lectura!
Con profunda fascinación escuché
durante una hora información arcana de una vida pasada que yo había tenido en
un templo del sur de India» los pecados de aquella vida que habían provocado
dolorosos problemas en ésta y (después de un momento de duda cuando el lector
me preguntó si en verdad quería saber) el día de mi muerte. Para mi
tranquilidad, la fecha era lejana, aunque más tranquilizadora fue la promesa
del nadi acerca de que mi esposa y mis hijos tendrían largas vidas llenas de
amor y éxitos.
Me alejé del anciano y del joven sacerdote bajo el ardiente, cegador sol
de Delhi, casi mareado por la duda acerca de cómo cambiaría mi vida aquel
conocimiento. Pero lo importante no fueron los detalles de la lectura; he
olvidado casi todos y rara vez pienso en el incidente, excepto cuando mis ojos
se posan en una de aquellas hojas de corteza pulida, hoy enmarcada y exhibida
en un sitio de honor en nuestra casa. El
joven sacerdote me la entregó con una tímida sonrisa antes de que partiéramos.
La información que sí ejerció un pro-fundo impacto fue la fecha de mi muerte.
Tan pronto como la supe, sentí una profunda sensación de paz y una sobriedad
renovada que desde entonces ha modificado sutilmente mis prioridades.
Al reflexionar ahora en todo aquello, me gustaría que hubiera otro
nombre para la astrología, como “cognición no circunscrita”. Alguien que vivió
hace siglos me conocía mejor de lo que yo me conozco. Él me vio como una pauta
en el universo realizándose a sí misma y vinculada con patrones anteriores,
capa sobre capa. Sentí que con esa hoja de corteza recibí una prueba directa de
que no estoy restringido al cuerpo, la mente o las experiencias que llamo “yo”.
Cuando vives en el centro de la realidad única empiezas a percibir
patrones que vienen y se van. Al principio, estos patrones siguen pareciendo
personales. Tú los creas y eso produce una sensación de acoplamiento. Se sabe
que los artistas no coleccionan sus propias obras; lo que les produce
satisfacción es el acto creativo. Una vez concluida, la pintura pierde
vitalidad; se le ha exprimido todo el jugo. Lo mismo ocurre con los patrones
creados. La experiencia pierde su jugo cuando sabes que tú la has creado.
El concepto de distanciamiento, presente en todas las tradiciones
espirituales orientales, preocupa a muchas personas porque lo consideran
equivalente a pasividad y desinterés.
Pero en realidad se relaciona con el distanciamiento que siente
cualquier creador una vez terminada la obra. Cuando hemos creado y vivido una
experiencia, el distanciamiento surge con naturalidad. Sin embargo, no ocurre
de manera inmediata. Durante mucho tiempo permanecemos fascinados por el juego
de la dualidad, opuestos en conflicto constante.
En algún momento llegamos a estar preparados para vivir la experiencia
llamada metanoia, que en griego significa cambiar de opinión. Debido a que la
palabra apareció muchas veces en el Nuevo Testamento, adquirió más de un
significado espiritual. Significaba cambiar de opinión acerca de una vida
pecaminosa, luego contrajo la connotación de arrepentimiento, y finalmente se
amplió hasta significar salvación eterna. Pero sí salimos de los muros de la
teología, la metanoia es muy cercana a lo que aquí hemos llamado
transformación. Cambias tu sentido del yo de circunscrito a no circunscrito. En
vez de considerar “mía” cada experiencia, adviertes que todos los patrones del
universo son temporales. El universo revuelve una y otra vez su material básico
para crear nuevas formas, y durante un tiempo has llamado a una de esas formas
“yo”.
Pienso que la metanoia es el secreto detrás de la lectura de nadis. Un
remoto vidente miró dentro de sí y seleccionó una onda de la conciencia que
tenía el nombre Deepak acoplado a ella. Escribió el nombre junto con otros
detalles surgidos en el espacio-tiempo. Esto implica un nivel de con-ciencia
que debo alcanzar dentro de mí. Si pudiera verme como una onda en el campo de
luz (jyotish significa “luz” en sánscrito), encontraría la libertad que no
puedo lograr si sigo siendo quien soy dentro de mis límites aceptados. Si los
nombres de mis padres se supieron antes de mi nacimiento, y si la fecha de la
muerte de mi padre pudo calcularse gene-raciones antes de que naciera, estas precondiciones
están cerradas al cambio.
La libertad auténtica ocurre sólo en la conciencia no circunscrita.
La capacidad de cambiar de la conciencia circunscrita a la no
circunscrita es para mí el significado de la redención o salvación. Vamos a ese
lugar donde el alma vive sin tener que morir primero. En vez de exponer de
nuevo la metafísica de esto, permíteme reducir el tema de la no localidad a
algo que todos buscamos: la felicidad. El deseo de ser feliz es intensa-mente
personal y, por tanto, algo que encargamos al ego, cuyo objetivo único es que
“yo” sea feliz. Si resulta que la felicidad esta fuera de “mí”, en el ámbito de
la conciencia no circunscrita, ése sería un argumento convincente en favor de
la metanoia.
La
felicidad es algo complejo para los seres humanos. Nos resulta difícil
experimentarla sin recordar lo que puede destruirla. Algunas de éstas
sobreviven al pasado como heridas traumáticas; otras son proyecciones hacia el
futuro, como preocupaciones y anticipaciones de desastres.
No es culpa nuestra que la felicidad sea escurridiza. El juego de
opuestos es un drama cósmico y nuestras mentes han sido condicionadas por él.
La felicidad, como sabemos, es demasiado buena para durar. Y esto es cierto,
siempre y cuando la definas como “mi” felicidad; al hacerlo te atas a una rueda
que debe girar en sentido contrario. La metanoia, o conciencia no circunscrita,
resuelve este problema trascendiéndolo porque no hay otra manera. Los
ingredientes que integran tu vida están en conflicto. Aun si pudieras manipular
cada uno de manera que condujera sistemáticamente a la felicidad, subsiste el
problema sutil del sufrimiento imaginario.
Los terapeutas pasan años liberando a las personas de todo lo que ellas
imaginan que podría salir mal en sus vidas, cosas que nada tienen que ver con
las circunstancias reales.
Esto me recuerda la experiencia que vivió un colega hace años cuando yo
estaba en capacitación. Él tenía una paciente muy aprensiva que acudía cada
pocos meses a hacerse una revisión completa, aterrada por la posibilidad de
contraer cáncer. Los rayos X siempre resultaban negativos, pero ella insistía,
cada vez tan preocupada como las anteriores. Final-mente luego de muchos años,
los rayos X mostraron que en efecto tenía un tumor maligno. Con aspecto
triunfante gritó: “¿Ven? ¡Se los dije!” El sufrimiento imaginario es tan real
como cualquier otro, y en ocasiones se fusionan.
El hecho de que alguien se aferré a la infelicidad con tanta fuerza como
otros lo hacen a la felicidad resulta desconcertante, hasta que analizamos
cuidadosamente la conciencia
circunscrita.
La conciencia circunscrita está presa en la frontera entre el ego y el
universo. Este lugar produce ansiedad.
Por un lado, el ego obra como si tuviera el control. Navegas por el
mundo con la asunción tácita de que eres importante y obtener lo que deseas es
importante. Pero el universo es vasto y las fuerzas de la naturaleza,
impersonales. La sensación de control del ego y el engreimiento parecen una
absoluta ilusión cuando consideras que los seres humanos apenas son una mota en
el lienzo del universo. No hay seguridad para quien sabe en el fondo que su
posición en el centro de la creación es ilusoria: la evidencia física de
nuestra insignificancia resulta aplastante.
¿Pero es posible escapar? En su propio ámbito, el ego dice no. Tu
personalidad es un patrón kármico aferrado feroz-mente a sí mismo. Sin embargo,
cuando te distancias de la conciencia circunscrita abandonas el juego del ego,
esto es, te apartas totalmente del problema de encontrar la felicidad del “yo”
El individuo no puede ser aplastado por el universo si no hay tal individuo.
Mientras vincules tu identidad con alguna parte de tu personalidad, por pequeña
que sea, todo lo demás viene por añadidura. Es como entrar en un teatro y
escuchar a un actor decir “ser o no ser”. Al instante conocemos al personaje,
su historia y su trágico destino.
Los actores pueden descartar un papel y adoptar otro con un rápido
ajuste mental. El cambio de Hamiet a Macbeth no se hace palabra por palabra;
simplemente evocas el personaje correcto. Más aún, cuando cambias de un
personaje a otro te trasladas a lugares distintos: Escocia en vez de Dinamarca,
una tienda de brujas al lado del camino en vez de un castillo cerca del Mar del
Norte.
Una manera de renunciar a la conciencia circunscrita es dar-te cuenta de
que ya lo has hecho. Cuando vamos a casa el día de Acción de Gracias, tal vez
representemos automáticamente el papel del niño que fuimos. En el trabajo
personificamos un papel distinto al que adoptamos durante las vacaciones.
Nuestra mente es tan eficiente para almacenar papeles opuestos que hasta los
niños más pequeños saben cambiar fácilmente de uno a otro. Cuando se han utilizado cámaras ocultas para
observar a niños de tres años jugar sin la supervisión de adultos, los padres
frecuentemente se sorprenden al ver la transformación que sufren sus hijos. El
niño dulce, obediente y conciliador puede convertirse en un violento bravucón.
Algunos psicólogos infantiles afirman que la crianza desempeña un papel menor
en el desarrollo del niño. Dos pequeños criados bajo el mismo techo y la misma
atención de sus padres, pueden ser tan diferentes fuera de casa que resulte
imposible reconocerlos como hermanos. Pero sería más correcto decir que los
niños aprenden muchos papeles simultáneamente y que el aprendido en casa es
sólo uno de ellos. Además, no deberíamos esperar que fuera de otro modo.
Si puedes reconocer esto en ti, la
conciencia no circunscrita está a sólo un paso. Todo lo que necesitas es darte
cuenta de que todos tus papeles existen de manera simultánea. Al igual que un
actor, mantienes a tus personajes en un lugar más allá del tiempo y el espacio.
Macbeth y Hamiet se encuentran simultáneamente en la memoria del actor. Para
representarlos en el escenario hacen falta horas, pero su hogar auténtico no es
un sitio donde pasen las horas. El papel completo está en la conciencia, en
silencio pero completo en todos sus detalles.
Del mismo modo, tú almacenas esos papeles superpuestos en un sitio que
es más tu hogar que el escenario donde representas los dramas. SÍ intentas
separar estos papeles superpuestos, encontrarás que ninguno de ellos eres tú.
Tú eres quien oprime el botón mental que permite al papel cobrar vida. De tu
amplio repertorio seleccionas situaciones que representan el karma personal, y
cada ingrediente encaja a la perfección para producir la ilusión de que eres un
ego individual.
El tú real está distanciado de cualquier papel, escenario o drama. Desde
el punto de vista espiritual, el distanciamiento no es un fin en sí mismo; es
algo que se desarrolla hasta alcanzar una clase de maestría, con la cual puedes
cambiar de la conciencia circunscrita a la no circunscrita siempre que quieras.
A esto se refieren los Sutras de Shiva cuando dicen que usemos la memoria sin permitirle
utilizarnos. Pones en práctica el distanciamiento cuando renuncias a tus
papeles memorizados, con lo cual te liberas del karma adjunto a cada uno de
ellos. Si intentas cambiar tu karma parte por parte obtendrás resultados
limitados, pero ese modelo mejorado de ti no será más libre que el anterior.
Si en verdad existe un secreto para la felicidad, sólo puede encontrarse
en la fuente de la felicidad, que tiene las siguientes características:
La fuente de la felicidad es...
q No circunscrita.
q Distanciada.
q Impersonal.
q Universal.
q Ajena al cambio.
q Esencial.
Esta lista descompone la metanoia en sus partes constitutivas. Metanoia
significaba originalmente cambio de opinión, y creo que los mismos elementos
resultan pertinentes:
No circunscrita. Antes de cambiar de opinión debes salir de ti mismo para adquirir una
perspectiva más amplia. El ego trata de reducir todos los asuntos a: “¿Qué
obtendré de esto?” Cuando reformulas la pregunta como “¿Qué obtendremos de
esto?” o “¿Qué obtendrán todos de esto?” tu corazón se sentirá inmediatamente
menos confinado y constreñido.
Distanciada. Si tienes
interés en un resultado específico, no puedes permitirte un cambio de actitud.
Los límites han sido establecidos; todos han decidido de qué lado ponerse. El ego insiste en que mantener tu mirada en
el premio —esto es, el resultado que él quiere— es de suma importancia. Pero
gracias al desprendimiento te das cuenta de que muchos resultados podrían
beneficiarte. Trabajas en favor del que de-seas, pero permaneces suficientemente
desprendido para cambiar de actitud cuando tu corazón te lo diga.
Impersonal. Las
situaciones parecen ocurrirle a las personas, pero en realidad se desarrollan a
partir de causas kármicas más profundas. El universo se despliega para sí
mismo, produciendo todas las causas necesarias. No tomes este proceso de manera
personal. El juego de causa y efecto es eterno. Tú eres parte de este ascenso y
descenso perpetuo, y sólo montando las olas evitarás que te hundan. El ego toma
todo de manera personal excluyendo toda guía o propósito más elevado. Si
puedes, ten conciencia de que un plan cósmico está desarrollándose, y valora el
tapiz increíblemente tejido por lo que es: un diseño sin parangón.
Universal. Cierta vez,
cuando me esforzaba en comprender el concepto budista de la muerte del ego —que
entonces me parecía frío y desalmado—, alguien me tranquilizó diciendo: “No es
que destruyas lo que eres. Simplemente ex-tiendes tu sentido del ‘yo” desde tu
pequeño ego hasta el ego cósmico”. Es una gran propuesta, pero lo que me gustó
de esta versión es que nada queda excluido. Empezamos a ver cada situación como
parte de nuestro mundo, y aunque ese sentido de inclusión empiece modestamente
—mi familia, mí casa, mi vecindario— puede crecer de manera natural. El hecho
mismo de que al ego le parezca absurdo decir mi mundo, mi galaxia, mi universo,
implica que se impone un cambio que no puede hacer por sí mismo. La idea clave
es tener en mente que la conciencia es universal, por más que tu ego te haga
sentir confinado.
Más allá del cambio. La felicidad a la que estás acostumbrado viene y va. En vez de imaginar
un manantial seco, piensa en la atmósfera. En ella siempre hay humedad, y en
ocasiones se libera en forma de lluvia. Los días en que no llueve no hacen
desaparecer la humedad; ésta siempre se halla presente en el aire, esperando a
precipitarse tan pronto cambien las condiciones. Tú puedes adoptar la misma
actitud con respecto a la felicidad, la cual siempre está presente en la
conciencia sin tener que precipitarse en todo momento: se muestra cuando las
condiciones cambian. Las personas tienen distintas líneas de fondo emocionales,
y algunas experimentan más alegría, optimismo y satisfacción que otras.
Esta variedad manifiesta la diversidad de la creación. No podemos esperar que el desierto y
la selva tropical se comporten del mismo modo. No obstante, estas diferencias
de carácter son superficiales. Todos podemos acceder a la misma felicidad
inmutable en nuestra conciencia. Ten presente esta verdad y no utilices las
altas y bajas de tu felicidad personal como pretexto para no realizar el viaje
a la fuente.
Esencia. La esencia no
es algo único. Es uno de los muchos sabores de la esencia. Cierta vez, un
discípulo se quejó con su maestro de que todo el tiempo que había dedicado al
trabajo espiritual no lo había hecho feliz. “Tu trabajo en este momento no es
ser feliz”, respondió con prontitud el maestro. “Tu trabajo es llegar a ser
real.” La esencia es real, y cuando la atrapas, la felicidad viene con ella
porque todas las cualidades de la esencia vienen con ella. Buscar la felicidad
como un fin en sí mismo resulta limitado; podrás sentirte afortunado si logras
satisfacer los requerimientos de tu ego para una vida feliz. Si en vez de eso
te esfuerzas por lograr un cambio total de conciencia, la felicidad llegará
como un obsequio de la conciencia.
Deepak Chopra: El libro de los secretos.
Deepak Chopra: El libro de los secretos.
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