Una característica de estos tiempos es la excesiva preponderancia que se le otorga a la mente. Mucha de la búsqueda de propósito y plenitud está centralizada en tener pensamientos positivos y repetir afirmaciones como loros, sin conectar con las sombras que inevitablemente están detrás de cualquier carencia o necesidad. Es una meta inhumana, porque somos una dualidad e integrarla es parte de la labor. Cuanto más queremos huir de lo “malo”, con brillantes sustitutos falsos de amor, más nos persigue la oscuridad. Aceptarla y entregarnos a la totalidad obra milagros.
Por otro lado, corremos detrás de modelos perfectos, de gurúes trascendentales, de técnicas con ocho pasos impecables a la felicidad, olvidando que el aprendizaje es “prueba y error”,que exigir no equivocarnos es una ilusión egoica. Ser humanos es ser frágiles, dubitativos, temerosos, cambiantes también. Logramos la fortaleza, la certeza, la madurez, la confianza, la autoestima, pasando por todo lo que nos hace crecer, enfrentando los miedos, conociendo nuestro potencial y liberándolo con tantas caídas como ascensos, con tantas derrotas como renacimientos.
Pasamos de los pecados capitales de la religión a los nuevos pecados de la nueva era:“tenemos que” meditar, asistir a cursos de mejoramiento, comer sano, hacer yoga, hablar en positivo, ser buenos y cariñosos, leer muchos libros, ir a retiros, etc. Si no lo hacemos, nos sentimos culpables… como antes… ¿Qué cambió entonces? Siguen los modelos externos y las exigencias para lograrlo.
Esa es la razón por la que nos cuesta confiar en nosotros: nadie nos lo enseñó. Los modelos, los objetivos, la validación, la motivación, vienen de afuera. Actuamos como niños desvalidos esperando instrucciones y creemos que nuestros Niños Interiores son así. ¡Qué enorme desvarío! Aunque algunos han sufrido las carencias esenciales al aprendizaje, muchos han sobrevivido a toda clase de situaciones con valor, resiliencia, imaginación, creatividad, alegría, inocencia, entereza, humor, tantas cualidades maravillosas que se conservan intactas, esperando que los contactemos.
Cuando algo me cuesta o me da miedo, inmediatamente recurro a mi Niña Interna. Tiene una fuerza impresionante, una sonrisa que me calienta el corazón, una creatividad inagotable. Yo le prometo (y lo hago) que la voy a cuidar, que le voy a dar lo que necesita, que me voy a ocupar de los aspectos “adultos” del tema, pero le pido que me acompañe con su espíritu poderoso, inocente y amoroso. Ella es la conexión con mi Alma.
Esto es lo que no comprendemos: los temas que repetimos y que son nuestros aprendizajes están mediados por los Niños Internos, ellos son las llaves que abrirán las puertas al potencial luminoso y amoroso que traemos. Al conectarnos con sus cualidades, nos conducen por el camino más sencillo y auténtico hacia nuestro diseño único.
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