Ella hablaba y hablaba; su
mente crepitaba con pensamientos encendidos; se quemaba lentamente, mientras
echaba más leños al fuego. En su sufrimiento, se notaba cierta
satisfacción de encontrar cada vez más combustible para mantener encendida la
hoguera. Cuando parecía llegar al máximo ardor, sin encontrar soluciones,
le tiré agua en forma de aire (paradojas de la vida) y le dije: “Respira,
aprecia la energía entrar como un soplo fresco y nuevo; siente el cuerpo, el
suelo bajo tus pies, los huesos contra la silla, suelta los músculos; sigue
respirando, libera los pesos y las cargas con la exhalación, deja que la tierra
los queme en su centro; accede a tu corazón, escúchalo latir, cada vez más
lenta y profundamente, siente la paz que siempre yace en su interior; conecta
con tu Ser, observa esa Luz que ya creciendo en tu corazón y que se va
extendiendo por tu cuerpo y más allá de él; percibe el silencio, el vacío del
que todo nace, ábrete, expándete, sé tú en todo tu esplendor; ¿qué decides
ahora?”. Y ella renació simple y esencialmente a la verdad de su
presencia, encontrándose.
Parece
un cuento pero es una realidad que no contactamos porque vivimos en la mente. El
cuerpo es esa imagen que hay que adelgazar, vestir y mostrar; es esa máquina
que debe trabajar sin descanso para cumplir los deseos del ego; es esa molestia
que se queja, duele y expresa (pero no escuchamos hasta que es tarde). El
Ser es esa idealización que leemos en los libros y que conectamos a veces como
una huida de la realidad, como algo que nos hace sentir superiores en medio de
la mediocridad, como un descanso del ajetreo y el vacío.
El
poder que le hemos dado a la mente es proporcional a la falta de sentido y
propósito que sentimos. Navegamos entre miles de pensamientos
cotidianos, inútiles y fatuos, y naufragamos al final del día para volver a
reflotarlos al comienzo de otro idéntico, porque son los mismos, repetidos sin
cesar. No hay nada nuevo en el mundo de la mente aunque así lo parece: es
una publicidad que vende siempre el mismo producto en un aviso distinto, cada
vez más lujoso y subyugante.
La
mente es nuestra dueña, a su vez esclava de la homogeneización de la
sociedad. No hay autenticidad, originalidad, creatividad.
Ellas solo pueden nacer de la conexión real al cuerpo, que está siempre en el
aquí y ahora. La mente (el ego) está en el tiempo lineal, navegando
entre el pasado y el futuro, sin anclar en el presente casi nunca. Pero
la Vida sucede en ESTE momento, en este instante de eternidad, donde y
cuando todo lo posible se hace realidad si lo aprehendemos.
Debemos
reeducar nuestra mente para que sea solo un testigo objetivo; para que se
comunique y te permita expresarte; para que participe en tu proceso de
autodescubrimiento pero SIN TOMAR DECISIÓN, permitiendo que las conexiones del
cuerpo (a la intuición, a la disponibilidad del momento, a la claridad de las
emociones, al Ser, a lo que sea la Autoridad de cada uno) elijan lo mejor para
nosotros y los demás.
Nos
puede llevar mucho tiempo hacer esto pero no hay salida real si no ponemos a la
mente en el lugar que le corresponde y aprendemos a estar en Presencia,
sintiendo el cuerpo, el entorno, las energías, las miradas, las caricias, los
sabores, los instantes luminosos, las maravillas cotidianas disfrazadas
de intrascendencia, la música de la eternidad sonando de fondo,
invitándonos a ser foco vital y esencial.
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