Se
cuenta que, durante una de esas semanas de meditación, uno de los discípulos
fue atrapado robando. El joven fue denunciado ante Bankei, para que este lo expulsara.
Sin embargo, Bankei ignoró el caso.
Días
más tarde, volvieron a atrapar al discípulo cometiendo un acto similar pero,
una vez más, Bankei ignoró el asunto. Aquella situación enfureció a los otros
discípulos, que redactaron una petición pidiendo que el ladrón abandonara el
monasterio ya que no lo consideraban digno de estar allí. Si el maestro zen no
lo hacía, serían ellos quienes abandonarían el monasterio.
Cuando
Bankei leyó la petición, reunió a todos sus discípulos y se dirigió a ellos:
-
Sois personas sabias - les dijo. – Conocéis la diferencia entre lo correcto y
lo que no está bien. Podéis iros a otro monasterio a proseguir vuestro
aprendizaje, si así lo deseáis. Sin embargo, este pobre joven ni siquiera sabe
distinguir el bien del mal. ¿Quién le enseñará si no lo hago yo? Lo mantendré a
mi lado hasta que aprenda.
Un
torrente de lágrimas inundó el rostro del discípulo que había robado. En ese
preciso momento, todo deseo de robar había desaparecido.
Todos pueden criticar, pocos pueden perdonar y ser
compasivos
Algunas
veces, una simple historia puede enseñarnos mucho más que un libro de
filosofía. El enorme poder de las historias se debe a que sortean las barreras
de lo racional, llegando a tocar las fibras emocionales, que son las que
generan el conocimiento más profundo.
De
hecho, en el budismo se afirma que todo lo que merece la pena aprender, no
puede ser enseñado. Se refiere a que los grandes aprendizajes, esos que nos
cambian y transforman nuestra manera de ver el mundo, provienen del interior.
Bankei
nos brinda una gran lección a través de esta sencilla historia y nos recuerda
algo que gran parte de nuestra sociedad parece haber olvidado: la crítica dice
más de quien critica, que de quien es criticado. Si queremos dejar huellas y
construir realmente un mundo mejor, deberíamos practicar mucho más el perdón y
la compasión.
Bankei
nos invita a reflexionar sobre la facilidad con la que podemos darle la espalda
a las personas que se equivocan, aquellas que no comparten nuestros puntos de
vista o las que se comportan de manera contraria a nuestros valores. En vez de
tender un puente, preferimos catalogarlas como “personas tóxicas” y
alejarnos.
A nivel social a veces se producen auténticos linchamientos mediáticos, que refuerzan la idea de que está bien criticar, aunque no conozcamos a la persona, sus motivos y ni siquiera tengamos la certeza de que actuó mal. Lo hacemos porque nos reconforta pensar que existen el bien y el mal absolutos, esa idea nos transmite una ilusoria sensación de orden y seguridad.
Al juzgar al otro pretendemos colocarnos por encima, asegurándonos de que somos "mejores" porque no actuaremos de la misma forma. Así negamos la dualidad que existe en nuestro interior, y, de cierta forma, la proyectamos sobre el otro. Negamos los valores y actitudes negativas que nos asustan y creemos ver en el otro.
A nivel social a veces se producen auténticos linchamientos mediáticos, que refuerzan la idea de que está bien criticar, aunque no conozcamos a la persona, sus motivos y ni siquiera tengamos la certeza de que actuó mal. Lo hacemos porque nos reconforta pensar que existen el bien y el mal absolutos, esa idea nos transmite una ilusoria sensación de orden y seguridad.
Al juzgar al otro pretendemos colocarnos por encima, asegurándonos de que somos "mejores" porque no actuaremos de la misma forma. Así negamos la dualidad que existe en nuestro interior, y, de cierta forma, la proyectamos sobre el otro. Negamos los valores y actitudes negativas que nos asustan y creemos ver en el otro.
Por
supuesto, tampoco se trata de premiar los malos comportamientos, no hay dudas
de que la sociedad debe mantener cierto orden, y por ello existen las reglas y
castigos para quienes las incumplen. Tampoco se trata de asumir una postura
masoquista poniendo la otra mejilla, en ciertos casos, alejarse de algunas
personas es lo único que podemos hacer para preservar nuestro equilibrio
emocional. Sin embargo, antes de apresurarnos a criticar a los demás y
expulsarlos de nuestra vida con la etiqueta de “tóxicos”, sería conveniente tomarnos
el tiempo para intentar ayudarles.
Sentir
compasión por una persona vulnerable o que está sufriendo es una respuesta
natural, nuestro cerebro está "programado" para ello. Perdonar a
quien se ha equivocado y tenderle la mano para ayudarle a cambiar es mucho más
complicado porque exige un acto consciente en el que debemos ser capaces de
ponernos en el lugar de la otra persona. Este acto no solo demanda un gran
esfuerzo sino también una gran confianza en uno mismo.
Sin embargo, si nos detuviésemos un momento para mirar más profundo, más allá del comportamiento, podríamos ver a la persona. Un estudio realizado en la Universidad de California reveló que las personas más críticas y mordaces suelen ser también las más vulnerables emocionalmente ya que utilizan la crítica como estrategia defensiva para esconder su fragilidad.
Sin embargo, si nos detuviésemos un momento para mirar más profundo, más allá del comportamiento, podríamos ver a la persona. Un estudio realizado en la Universidad de California reveló que las personas más críticas y mordaces suelen ser también las más vulnerables emocionalmente ya que utilizan la crítica como estrategia defensiva para esconder su fragilidad.
Esta
preciosa historia zen nos anima a no apresurarnos a juzgar a las personas y
aprender a perdonar, para ayudar desde la compasión a quienes no cuentan con
las mismas herramientas que nosotros. A veces para ayudar basta con dar el
ejemplo y mostrar que somos capaces de perdonar, sentir compasión y ser
tolerantes.
Fuentes:
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