sábado, 25 de noviembre de 2017

Aprende a escuchar tu cuerpo.


No podemos ignorar lo que nuestro cuerpo nos dice, ya que tiene todas las respuestas a nuestras sensaciones. No reprimas tus emociones: escucha a tu interior y déjalas brotar
Muchas enfermedades son el resultado o la consecuencia directa de un cúmulo de emociones reprimidas durante cierto tiempo. Hemos aprendido a vivir en alerta de forma permanente, lo cual nos impide tomar verdadera conciencia de lo que acontece en nuestro cuerpo.
Debemos aprender a escucharlo, pues en él se encuentra la respuesta a todas nuestras inquietudes y pesares, a los dolores que nos atormentan, a los pensamientos que nos preocupan o a los procesos de curación a los que no estamos atendiendo.
Así, por ejemplo, nuestro aparato digestivo es nuestro segundo cerebro, el cual actúa de manera independiente con respecto al cerebro de la cabeza. Los expertos llegan a afirmar incluso que el 95% de la serotonina que tenemos en nuestro cuerpo se produce en colaboración con el aparato digestivo. Esta es una de tantas razones por las que cada uno debe desarrollar su manera de sintonizar con sus necesidades corporales, pues el mundo de las sensaciones es tan inmenso que resultaría bastante simplista intentar organizar una guía para hacerlo.
¿Por dónde debemos empezar?
Por las cosas sencillas. Si estás cansado, descansa. Cuando tengas que ir al lavabo, ve. Si tienes ganas de llorar, hazlo.  Nota tus reacciones, tu respiración y tu corazón. Escucha a tu interior.
Por ejemplo, según lees esto, tu respiración se hace más rápida o más lenta. ¿La sientes? O, por ejemplo, leer sobre problemas gastrointestinales o sobre el ciclo menstrual, ¿te hace sentir algo especial?
Debemos permitirnos entender cómo se siente nuestro cuerpo y escucharlo. Si tenemos las piernas entumecidas, quizás deberíamos levantarnos y dar un paseo para espabilar a nuestro cuerpo.
Tenemos que fiarnos y reconocer en nuestro cuerpo la sabiduría innata que posee. Es descorazonador ver cómo, tras años y años de evolución, nos hemos ido desvinculando de nuestras sensaciones y de nuestras necesidades corporales.
Ni siquiera es necesario que sepamos qué le ocurre exactamente a nuestro cuerpo para responder a ello. O sea, no es necesario conocer la razón por la que se nos acelera el corazón, por la que tenemos ganas de llorar o por la que nos ha dado un calambre.
Es decir, la comprensión viene después de haberse permitido experimentar lo que se siente. Este proceso ocurre a la vez en el cuerpo y en el intelecto, por lo que cobra especial relevancia el hecho de que permitamos a cada sensación que se manifieste.
Una vez que hayas empezado a experimentar el desasosiego, la ansiedad o cualquier otra sensación o emoción, el proceso de elaboración se hace más complejo.
Cierra los ojos y dedica un momento a repasar lo sucedido en las últimas horas o en los últimos días. Seguramente esto pueda darte una pista sobre lo que ha desencadenado ciertos síntomas.
El pilar básico de la curación
Si no haces caso al mensaje por primera vez, te golpea con un martillo más grande la siguiente. Nuestras sensaciones y emociones tienen como objetivo ayudarnos a vivir de manera consciente, a participar de nuestras vivencias y a aprender a confiar en la sabiduría de nuestro cuerpo.
Digamos que, con el tiempo, hemos ido desligándonos y menospreciando nuestra capacidad de autopercepción y hemos acabado sintiendo que estamos en una situación de emergencia constante que requiere de nuestra actuación inmediata. Como consecuencia, posponemos lo realmente importante, como es atender al dolor que nos causan nuestras emociones. De esta manera, nuestro cuerpo nos habla cada vez más alto para llamar la atención, lo que puede tener consecuencias más que nefastas para nuestra salud.
La tristeza y el dolor, nuestros grandes aliados
Hemos aprendido a pensar que siempre debemos estar animados y sentirnos bien con la vida. Sin embargo, no hemos logrado entender que lo verdaderamente importante es sentir. No debemos desechar, menospreciar o infravalorar nuestra tristeza o nuestro dolor, pues son dos grandes maestros que la naturaleza ha dispuesto para ayudarnos a caminar por la vida.
Negar o no atender a estas emociones es una cuestión cultural que nos han ido imponiendo con el paso de los años. Por ejemplo, no nos enseñaron que tenemos una capacidad innata de hacer frente al dolor, y que nuestro cuerpo sabe hacerlo. De hecho, llorar es un manera más de canalizar nuestra energía y comprender a nuestro cuerpo, por eso no hay que reprimirse.
Es curioso cómo reprimimos la completa expresión de nuestras emociones a través de la toma de medicaciones o incluso de la práctica deportiva. Cuando realizamos estas tareas, producimos encefalinas: estas hormonas reprimen nuestras lágrimas, lo que nos impide canalizar nuestros sentimientos.
Para hacernos una idea de esto, las lágrimas de alegría y las de tristeza difieren en su composición y en las hormonas que las provocan, así como en su finalidad. Por esta razón es muy importante dejar que broten si nuestro cuerpo nos lo pide.
Cuando nos permitimos liberar a nuestras emociones, nuestro cuerpo y nuestra alma se sienten limpios. Tanto la alegría como la tristeza nos ayudan a digerir la vida.
Esto otorga tal claridad mental, que incluso en muchas ocasiones logramos ver demasiado tarde qué es lo que podíamos haber hecho o cómo deberíamos de habernos comportado en un determinado momento.
El dolor que pone fin al dolor
Creemos que una vida llena de esfuerzos y sacrificios es una vida más honorable que una vida llena de alegría. Dicho así suena muy duro, lo cual nos hace reflexionar sobre la presión a la que nosotros mismos nos sometemos. La realidad es que la única vía de libertad emocional llega cuando somos capaces de percibir de manera profunda un proceso que llevamos enterrando prácticamente desde que nacimos.
Para lograr esto, es necesario aligerar nuestra carga emocional y dar paso a una nueva actitud que nos ayude a generar sentimientos más saludables para nosotros.
Lo importante es no huir de lo que ocurre en nuestro cuerpo y ser capaces de resolver aquello que hemos intentado mantener dormido durante tanto tiempo.

Christiane Northrup. Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer.

Fuente: Compartiendo Luz con Sol


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