Detrás de todas las manifestaciones de la vida
existe un poder único, una Realidad única. Esta forma está más allá de todas
las formas, de todos los modos per se expresa a través y mediante los modos y
las formas que existen, visibles e invisibles.
Nosotros podemos abrirnos a este poder creador
yendo también más allá de nosotros mismos, yendo más allá de nuestras personas.
Esto se realiza abriéndonos al silencio. El silencio nos conecta con esta
fuerza creadora y entonces nos convertimos en canales directos, en expresiones
directas de esta acción creativa constante.
El silencio es el poder más grande que existe.
Porque todo lo que existe son aspectos parciales del silencio. Todo lo que
existe se genera en lo que no existe, en lo que no aparece. Todo lo que existe
son aspectos parciales de algo que está más allá de lo que llamamos existencia
manifiesta. Abrirse al silencio es abrirse al potencial total, incondicional.
Efectos del
silencio.
a) En primer lugar, nuestra mente se aclara, se
armoniza y se ahonda. Nuestra vida es una permanente "centrifugación"
hacia nuestro exterior de todas nuestras impresiones, ideas, datos, en una
constante mezcla entre sí. En el silencio permitimos que todo esto se pose y se
estructure por sí mismo. En el silencio conseguimos que nuestra consciencia
capte lo que existe en profundidad detrás de las capas más aparentes de nuestra
mente, de nuestra afectividad y de toda nuestra sensibilidad.
b) En el silencio, por el hecho de ahondar el punto
de la consciencia, aumenta la potencia de nuestra mente y de toda nuestra
personalidad de un modo extraordinario. Gracias al silencio se desarrolla
nuestra sensibilidad interna, es decir, que nos capacitamos para afinar nuestra
percepción, percepción sutil. Esta percepción abarca, en las vías
supraconcientes, todas las vías intuitivas. En las vías conscientes, el poder
captar en profundidad el presente de la persona y sus situaciones. Y, a nivel
subconsciente, nos vincula con toda la vida en cualquiera de sus formas y
manifestaciones.
c) Percibimos, descubrimos, vivenciamos esta unidad
profunda que hay detrás de toda la multiplicidad de formas y manifestaciones.
Lo vivenciamos como experiencia y deja de ser una idea o creencia.
d) Gracias al silencio profundo viene la paz. La
auténtica paz, la paz de la que surge luego toda actividad.
e) Nos conduce a la realización de la identidad
propia que hay en cada uno de nosotros. Nos lleva a descubrir la persona que se
encuentra detrás de todas las manifestaciones personales y a la persona que
está detrás de todas la manifestaciones que atribuimos al exterior.
f) Gracias al silencio podemos acumular fuerzas
físicas, afectivas, mentales y espirituales para la acción posterior.
g) Nos ponemos en sintonía con el poder creador
único, y éste se expresa entonces en nosotros y a través de nosotros.
Descubrimos que nosotros somos expresión de algo que está más allá de nosotros
y que esta consciencia de realidad de lo que está más allá es algo siempre
nuevo, siempre diferente, y no obstante, siempre idéntico.
Es decir, que el silencio es el campo más
revolucionario de la vida. Así, nuestra vida, al abrirse al silencio y al vivir
desde el silencio es, en sí misma, una creación constante. Ya no somos nosotros
quienes quieren producir un resultado, somos la creación. Todos nuestros actos
se convierten en una expresión de este proceso creativo. Ya no vivimos
pendientes de juicios, de objetivos, vivimos descubriendo en cada momento esta
profundidad inmensa del instante que, también en cada momento, se derrama, se
vierte al exterior de un modo totalmente nuevo, imprevisto, creativo. Todos los
actos de la vida se convierten en actos de una importancia total, porque
dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos.
Dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta
Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las
cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino la razón de ser, el por qué de
las cosas. Y este por qué o razón de ser es esta presencia inmutable y eterna
que está detrás de cada momento de manifestación. En ese instante, los actos
más pequeños de nuestra vida, los más elementales, como las cosas más grandes,
todo tiene la misma trascendencia, porque todo parte de la misma realidad
eterna.
Vivir de esta manera implica vivir en una unidad
constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza
que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como
"yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia
total. En lo sucesivo, cuando miramos, por ejemplo, a la naturaleza, no
necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con
otra naturaleza ni con nosotros mismos.
La percepción, el sujeto y la cosa
percibida forman una sola unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta
distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte
en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.
Hacia el
silencio. Requisitos.
Existen unos requisitos que son esenciales cumplir
para poder ir hacia el silencio.
Mientras estemos teniendo interiormente problemas
de deseos, de emociones, de conflictos, nos será muy difícil vivir en silencio,
porque estos deseos, estos miedos, estas complicaciones que están reprimidas en
nuestro interior, buscan constantemente una solución y huida. De esta forma,
nuestra mente está siendo constantemente empujada a pensar, soñar imaginar. La
gran dificultad que tenemos para poder estar en paz es la propia guerra que
está en marcha en nuestro interior.
Por ello, para alcanzar el silencio, es necesario
primero que solucionemos ese estado de guerra. Y esto sólo lo lograremos cuando
aprendamos a vivir la actividad, la acción, la lucha y el esfuerzo. Tan sólo el
vivir la vida de cada día mucho más consciente, intensa e inteligentemente, es
lo que va permitiendo que vayamos liquidando todas estas cuentas pendientes que
mantenemos con la vida en nuestro interior.
Sólo después de esto viene la paz.
De otro modo, la paz no la podemos buscar, porque toda paz que busquemos será
un artificio, no es la verdadera paz. La paz no hay que buscarla, viene ella
sola. La paz está siempre ahí, lo único que nos impide vivirla es precisamente
todas las cargas que tenemos dentro de fuerzas, de problemas, de emociones.
Por lo tanto, el primer requisito para llegar a
descubrir el silencio es que el silencio sea consecuencia de una acción total,
de una acción consciente, en donde no huyamos de las cosas, en donde no estemos
jugando al escondite con nosotros mismos ni con ningún aspecto de la vida,
donde afrontemos las dificultades y movilicemos todos nuestros recursos
mentales, afectivos, vitales, morales y de todo orden. Sólo una vida
vivida en intensidad es la que luego va acompañada por la auténtica paz.
Gracias al esfuerzo de vivir de un modo intenso,
consciente, la personalidad se organiza, se estructura y se fortalece. Nuestra
mente adquiere la capacidad de controlar sus impulsos y coordinar todas las
fuerzas internas en relación con el exterior.
Estamos en esta vida por una razón inteligente. Y
la vida, tal como funciona, a pesar de todo, tiene un fin bueno, necesario, que
es que aprendamos a distinguir lo que es superior de lo que es inferior, y
aprendamos a hacer que en nosotros lo superior dirija a lo inferior. Y si esto
no se hace se produce conflicto y dolor en la vida de las personas.
Para el trabajo de estructuración de la
personalidad y actualización de los recursos que tenemos en nuestro interior es
absolutamente necesario tener acceso a un nivel superior de silencio. También
es imprescindible que estemos orientados, de un modo estable, hacia el
descubrimiento de lo más importante, de la verdad.
En la práctica del silencio también es esencial que
en todo momento mantengamos la autoconsciencia y que tengamos la máxima
lucidez.
La práctica del
silencio.
El silencio, el reposo de nuestro yo personal, nos
debería acompañar, y lo podemos ejercitar, en la vida cotidiana y en todas las
prácticas de trabajo interior.
*****
El silencio consciente.
El silencio consciente nace cuando uno se da cuenta de su capacidad de influencia en el entorno a través del poder distorsionador de la palabra que brota de la ignorancia y de la falta de conocimiento de uno mismo. El silencio es el escenario imprescindible para que se produzca el encuentro con la claridad de percepción que conduce a lo real.
La forma más elevada de silencio interior es la que surge de la consciencia. Únicamente de la consciencia y de su silencio podemos ver el ruido disonante de aquello que llamamos nuestro interior como del exterior. La consciencia y el silencio que le acompaña nos permiten obrar adecuadamente.
Hay algo más allá de la mente que habita en el silencio del interior de la propia mente. Detrás de todas las variadas manifestaciones de la vida existe un poder único, una inteligencia única. Esta realidad está más allá de todos los diferentes modos y formas de la existencia, visibles e invisibles y se expresa a través y mediante ellas. Los seres humanos podemos abrirnos a este inmenso poder creador llevando nuestra consciencia más allá de nosotros mismos, yendo más allá de la limitación de la propia personalidad. Y esto ocurre cuando se es consciente y uno se abre al silencio. La consciencia y el silencio que de ella nace conecta con esta fuerza creadora y, de esta forma, el ser humano se convierte en un canal, en una expresión directa de esta acción creativa constante y eterna. Abrirnos por la consciencia al silencio es abrirnos al potencial total e incondicionado.
La consciencia y su silencio transforman la vida. Al entrar en ellos se ve y se escucha la vida con una actitud silenciosa, acogedora, receptiva y benevolente. La mente entonces se aclara, se permite que surja la armonía y se aprecia con profundidad la totalidad de la vida.
Parte del existir consiste en un volcar hacia el exterior impresiones, sentimientos y pensamientos, todo ello mezclado entre sí. En este silencio se permite que todo ello “se pose” y se estructure por sí mismo. En el silencio, la consciencia capta lo que existe en profundidad detrás de las capas más aparentes de la mente, de la afectividad y de toda la sensibilidad.
En el silencio consciente la percepción se afina y aumenta la potencia de la mente y de toda la personalidad de un modo extraordinario. Gracias a él se desarrolla la sensibilidad, que llega hasta la percepción sutil. Esta percepción abarca todas las vías intuitivas, el poder captar en profundidad el propio presente en todas las situaciones y vincula a la persona con toda la vida, en cualquiera de sus formas y manifestaciones.
Por el silencio consciente se percibe, se descubre y se vivencia la Unidad profunda que hay detrás de toda la multiplicidad de formas y manifestaciones. Se vive como una realidad, y deja de ser una idea o creencia más o menos romántica. Gracias al silencio profundo viene la paz, la auténtica paz, la paz de la que surge luego toda auténtica actividad, todo obrar adecuado. El silencio consiente conduce a la realización de la identidad propia que hay en cada alma. Lleva a descubrir a la persona que se encuentra detrás de todas las manifestaciones personales y a la persona que está detrás de todas las manifestaciones que atribuimos al exterior. También se puede reponer y acumular fuerzas físicas, afectivas, mentales y espirituales que permiten obrar adecuadamente. En él se sintoniza con el poder creador único y éste se expresa entonces en uno mismo y a través de uno. Descubrimos que somos la expresión de algo que está más allá de nosotros y que esta consciencia de lo que en realidad está más allá es algo siempre nuevo, siempre diferente, y no obstante, siempre idéntico.
Al abrirse nuestra vida a la consciencia y a su silencio experimentamos una Creación constante, tanto que nos damos cuenta que somos la misma Creación. Ya no somos nosotros quienes deseamos producir un resultado, sino que somos la Creación. Todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos, se convierten en una expresión de este proceso creativo. Con este conocimiento dejamos de vivir en un nivel superficial, pendientes de juicios y de deseos. Vamos descubriendo, a cada momento, la profundidad misma del instante. Todos los actos de la vida se convierten en actos de una importancia total. Dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos; dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino la razón de ser, el por qué de las cosas; y este por qué o razón de ser está empapado de la presencia inmutable y eterna que está detrás de cada momento de manifestación. En ese instante, los actos más pequeños de nuestra vida, los más elementales, como las cosas más grandes, todo tiene la misma trascendencia, porque todo parte de la misma realidad eterna.
Vivir de esta manera implica vivir en una Unidad constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como "yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia total. En lo sucesivo, cuando miramos por ejemplo a la naturaleza no necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con otra naturaleza ni con nosotros mismos. La percepción, el sujeto y la cosa percibida forman una sola Unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.
El silencio consciente nace cuando uno se da cuenta de su capacidad de influencia en el entorno a través del poder distorsionador de la palabra que brota de la ignorancia y de la falta de conocimiento de uno mismo. El silencio es el escenario imprescindible para que se produzca el encuentro con la claridad de percepción que conduce a lo real.
La forma más elevada de silencio interior es la que surge de la consciencia. Únicamente de la consciencia y de su silencio podemos ver el ruido disonante de aquello que llamamos nuestro interior como del exterior. La consciencia y el silencio que le acompaña nos permiten obrar adecuadamente.
Hay algo más allá de la mente que habita en el silencio del interior de la propia mente. Detrás de todas las variadas manifestaciones de la vida existe un poder único, una inteligencia única. Esta realidad está más allá de todos los diferentes modos y formas de la existencia, visibles e invisibles y se expresa a través y mediante ellas. Los seres humanos podemos abrirnos a este inmenso poder creador llevando nuestra consciencia más allá de nosotros mismos, yendo más allá de la limitación de la propia personalidad. Y esto ocurre cuando se es consciente y uno se abre al silencio. La consciencia y el silencio que de ella nace conecta con esta fuerza creadora y, de esta forma, el ser humano se convierte en un canal, en una expresión directa de esta acción creativa constante y eterna. Abrirnos por la consciencia al silencio es abrirnos al potencial total e incondicionado.
La consciencia y su silencio transforman la vida. Al entrar en ellos se ve y se escucha la vida con una actitud silenciosa, acogedora, receptiva y benevolente. La mente entonces se aclara, se permite que surja la armonía y se aprecia con profundidad la totalidad de la vida.
Parte del existir consiste en un volcar hacia el exterior impresiones, sentimientos y pensamientos, todo ello mezclado entre sí. En este silencio se permite que todo ello “se pose” y se estructure por sí mismo. En el silencio, la consciencia capta lo que existe en profundidad detrás de las capas más aparentes de la mente, de la afectividad y de toda la sensibilidad.
En el silencio consciente la percepción se afina y aumenta la potencia de la mente y de toda la personalidad de un modo extraordinario. Gracias a él se desarrolla la sensibilidad, que llega hasta la percepción sutil. Esta percepción abarca todas las vías intuitivas, el poder captar en profundidad el propio presente en todas las situaciones y vincula a la persona con toda la vida, en cualquiera de sus formas y manifestaciones.
Por el silencio consciente se percibe, se descubre y se vivencia la Unidad profunda que hay detrás de toda la multiplicidad de formas y manifestaciones. Se vive como una realidad, y deja de ser una idea o creencia más o menos romántica. Gracias al silencio profundo viene la paz, la auténtica paz, la paz de la que surge luego toda auténtica actividad, todo obrar adecuado. El silencio consiente conduce a la realización de la identidad propia que hay en cada alma. Lleva a descubrir a la persona que se encuentra detrás de todas las manifestaciones personales y a la persona que está detrás de todas las manifestaciones que atribuimos al exterior. También se puede reponer y acumular fuerzas físicas, afectivas, mentales y espirituales que permiten obrar adecuadamente. En él se sintoniza con el poder creador único y éste se expresa entonces en uno mismo y a través de uno. Descubrimos que somos la expresión de algo que está más allá de nosotros y que esta consciencia de lo que en realidad está más allá es algo siempre nuevo, siempre diferente, y no obstante, siempre idéntico.
Al abrirse nuestra vida a la consciencia y a su silencio experimentamos una Creación constante, tanto que nos damos cuenta que somos la misma Creación. Ya no somos nosotros quienes deseamos producir un resultado, sino que somos la Creación. Todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos, se convierten en una expresión de este proceso creativo. Con este conocimiento dejamos de vivir en un nivel superficial, pendientes de juicios y de deseos. Vamos descubriendo, a cada momento, la profundidad misma del instante. Todos los actos de la vida se convierten en actos de una importancia total. Dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos; dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino la razón de ser, el por qué de las cosas; y este por qué o razón de ser está empapado de la presencia inmutable y eterna que está detrás de cada momento de manifestación. En ese instante, los actos más pequeños de nuestra vida, los más elementales, como las cosas más grandes, todo tiene la misma trascendencia, porque todo parte de la misma realidad eterna.
Vivir de esta manera implica vivir en una Unidad constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como "yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia total. En lo sucesivo, cuando miramos por ejemplo a la naturaleza no necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con otra naturaleza ni con nosotros mismos. La percepción, el sujeto y la cosa percibida forman una sola Unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.
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