Mi descenso hace
unas semanas al abismo del subconsciente para desenterrar estos temores
primarios de los que os he hablado en los dos últimos artículos, ha supuesto
una verdadera tormenta interior, una caída a un pozo con paredes resbaladizas,
y un tener que mirar, cara a cara, a estos grandes miedos, y otros derivados,
que jamás habían sido iluminados tan directamente en el tiempo en el que llevo
trabajando en limpiar mi psique, mi sistema energético, mis memorias kármicas.
El trabajo con
el miedo a los “depredadores”, por ejemplo, te puede llevar unos días, mientras
lo sacas a la superficie, remueves, y transmutas, a saltar alarmado y ponerte
en tensión con solo que algún extraño te pare en la calle para preguntarte la
hora. Mi miedo al abandono, traído desde lo profundo del subconsciente y
transmutándose poco a poco, me llevó a sentir y creer que, literalmente,
me encontraba solo en el mundo, y me cerré durante varios días a todos, y todo,
a mi alrededor para no tener que “sufrir” al reconocerme así.
Cuanto dura el
proceso de sacar esto a la luz, verlo frente a frente, y tratar de desmontarlo,
es algo imposible de predecir. Aquellos que nos asisten, que llamamos guías,
que llamamos protectores, movían fichas alrededor para mostrar que me
acompañaban en el camino. Cuanto más quería estar solo para huir del mundo que
me predaba, más gente aparecía por doquier de “visita” o de “pasaba por aquí a
saludar”. Cuanto más débil estaba (mentalmente), más parecía acumularse la
energía a mi alrededor. Y todo esto, percibido solo dentro de la psique de uno
mismo, pues de “cara al exterior”, ni una sola expresión o acto ha denotado,
excepto los cambios de humor para con mi familia, la lucha interna que se vive
al tener la idea, y llevarla a la práctica, de enfrentarte a tus demonios.
Otro
ciclo de alquimia interior
Hace
algunas semanas, cuando os hablaba de la alquimia
interior, y sus fases,
posiblemente no dije que esto no es un proceso lineal, que se hace una vez y
listo. Es un proceso cíclico, pasas por una fase de ennegrecimiento (buscar y
detectar miedos, y aspectos negativos de uno mismo), te mueves a la fase de
blanqueamiento, para sanarlos y transmutarlos, entras en una temporada en la
fase de enrojecimiento y te sientes vivo y limpio como nunca. Pasa un cierto
tiempo, y algo detona (tu ser, tus guías, tu Yo superior), el inicio de otro
ciclo. Y esta vez la fase de ennegrecimiento te lleva más hondo que la
anterior, por lo que se hace más complejo enfrentarla y limpiarlo, y salir de
ella.
Ahora, superado
este último paso, recientemente veo que fue eso, otra vuelta cíclica del mismo
proceso alquímico, de ir a reconocer de nuevo las impurezas presentes en uno,
seguido por la fase de blanqueamiento, la limpieza y transmutación de estas,
pasando de nuevo a sentirte pletórico y tranquilo, en paz con el mundo y con
uno mismo.
De
Gandalf el Gris a Gandalf el Blanco
Todos
habéis visto, imagino, la trilogía de El Señor de los Anillos, para
mi, una de las que presenta el mayor número de simbolismos y alegorías de todo
tipo, muchas de ellas con profundo trasfondo “evolutivo” acerca del ser humano.
A mi siempre me ha gustado el papel de Gandalf, que empieza siendo Gandalf el
Gris, el mago que tiene componentes y partes de si que pertenecen tanto al
lado o polaridad positiva, como al lado o polaridad negativa. Sus luces y sus
sombras.
El blanco y el negro, mezclado, nos da el gris, el estado en el que la
mayoría de seres humanos nos encontramos en nuestro planeta.
En un momento de
la trama, el grupo que acompaña a Frodo, el portador del anillo, debe decidir
que camino escoger para seguir adelante, debido a obstáculos insurmontables que
les impiden el paso por donde querían ir. Frodo, entonces, decide que irán por
el reino de las montañas llamado Moria. Gandalf reacciona con horror ante tal
posibilidad, no quiere ir, tiene miedo, ya que conoce que algo se oculta en las
entrañas de Moria, en las minas. Un mal que no quiere enfrentar, y que,
simbólicamente, representa un viaje para enfrentarse a los aspectos más
negativos de uno mismo.
Aunque
Moria, como tal, es el nombre del monte en el que el Génesis narra cómo subió
Abraham con su primogénito Isaac para sacrificarlo a Dios, y también significa
en hebreo “Dios proveerá”, sus raíces más antiguas se hallan en las
tradiciones orientales esotéricas, y significa, literalmente, “los aspectos
más oscuros de la mente subconsciente”. Ir a Moria es descender al
abismo de lo más oscuro de uno mismo.
Así,
Gandalf, en el interior de Moria, se encuentra a un terrible demonio, llamado
Balrog, cuyo nombre, curiosamente, recuerda al del dios Baal de los cananeos,
el dios del mundo oculto, entre otras atribuciones, así como al dios Bel,
fenicio y babilónico, también asociado al Sol, pero en su lado oscuro, el lado
oscuro del conocimiento, el lado oscuro del poder (recordad el artículo sobre los sacrificios
a Bel de hace algunos días). Siguiendo con la historia, Gandalf
se bate con el demonio Balrog, y lo hace porque sabe que no tiene otro remedio.
No quiere hacerlo, quiere evitarlo si puede, pero, cuando llegan a Moria, sabe
que tiene que enfrentarse al mismo. En una de las escenas de la lucha,
voluntariamente se deja caer y arrastrar al abismo con
Balrog, que le tiene
sujeto, sin intentar por ningún otro medio escapar de la pelea o huir del
mismo.
El
abismo al que caen es el abismo de la mente, el abismo del subconsciente, de lo
oscuro, y en el se bate con el demonio, su lado oscuro (el lado oscuro de la
psique). Solo tras haberlo hecho, aparece, en la siguiente película, como
Gandalf el Blanco, aquel que se ha purificado, aquel que ha pasado
por la fase de blanqueamiento, y ha conseguido liberarse de las fuerzas de la
oscuridad, o al menos de una parte de ellas, que están presentes, principalmente,
en el interior de cada uno.
La perspectiva
de haber completado el ciclo te da la visión global de lo sucedido, pero es
realmente un infierno cuando lo estás pasando, a fin y al cabo, no es nada
externo contra lo que estás luchando, así que pocas señales de la contienda
trascienden a aquellos que te rodean, sin embargo, no hay batalla más cruenta
que aquella que se lidia contra lo más oscuro y recóndito de uno mismo, y que
raramente desea ser iluminado.
Todos llevamos
un Gandalf Gris dentro, un mago en potencia, que es capaz de transformar lo más
negro de si mismo en lo más luminoso y brillante, y salir de la contienda como
un nuevo Gandalf Blanco, para eso, claro, solo hay que hacer una cosa, mirar
hacia la Moria interior, y lanzarse al abismo de lo desconocido. La batalla, ya
os digo, por dura que sea, siempre vale la pena.
David Topi.
http://davidtopi.com/
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