Personas
enteras.
Sentimos
vergüenza y se nos sonroja la cara: Alcanza con una simple emoción para que la
sangre se desplace por el cuerpo y se acumule en el rostro; es una sencilla
evidencia de que ante las situaciones cotidianas respondemos como personas
enteras.
El
hecho de que el cuerpo, las emociones y la mente conformen una unidad con
nuestro entorno no es una novedad; por ejemplo Aristóteles dijo: “Psique (alma)
y cuerpo reaccionan complementariamente una con otro. Un cambio en el estado de
la psique produce un cambio en la estructura del cuerpo, y a la inversa, un
cambio en la estructura del cuerpo produce un cambio en la estructura de la
psique”.
Hoy
en día la comunidad científica reconoce que la mente, las emociones y el cuerpo
están vinculados físicamente a través de sus vehículos y receptores de
información. La salud de una persona esta relacionada con lo que suceda en cada
una de dichos aspectos y con el equilibrio logrado entre ellos; dedicar tiempo
a cuidar y desarrollar por igual nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestra
mente, es ocuparnos de nuestra salud integral… y esto es algo que nadie puede
hacer por nosotros.
El
estrés nuestro de cada día.
Cuando
hablamos de salud, cada vez más recurrimos al uso de una palabra: Estrés. En
nuestros tiempos, esta especie de “epidemia invisible” puede afectar por igual
a un individuo, a una familia, como así también a una empresa.
Con
la palabra estrés hacemos referencia al conjunto de alteraciones (mentales,
emocionales y físicas) activadas ante situaciones percibidas como exigencias
desbordantes o amenazantes.
Antiguamente
el estrés cumplía el propósito de preparar a los seres humanos para responder a
estados de emergencia que le representaban una amenaza física. El preservar la
propia vida, generalmente requería de respuestas rápidas y vigorosas tales como
el huir o pelear. Para lograr de manera inmediata más fuerza y energía, el
cerebro envía señales químicas que activan la secreción de hormonas que
provocan una reacción en cadena en el organismo: el corazón late más rápido y
la presión arterial sube; la sangre es desviada de los intestinos a los
músculos para huir del peligro o actuar rápidamente, y el nivel de insulina
aumenta para permitir que el cuerpo metabolice más energía.
En
la vida de nuestros antepasados los estados de emergencia duraban a lo sumo
unos pocos minutos. Echa la descarga necesaria durante la acción y una vez
superada la emergencia, el nivel de hormonas secretadas y los procesos
fisiológicos volvían a su estado normal. Eran reacciones que duraban un breve
período de tiempo, por lo cual no resultaban dañinas. Pero si esta situación
persiste, la fatiga resultante será nociva para la salud general del individuo.
En
nuestra moderna sociedad, el mecanismo del estrés es activado no tanto por
peligros momentáneos sino a causa de estados de exigencia prolongados. Dentro
del contexto de la vida moderna, con demasiada frecuencia y durante mucho
tiempo, entramos en la fase de continua alerta. Una reacción que a corto plazo
es funcional, a largo plazo se transforma en disfuncional y nociva para la
salud. Aquí es donde el estrés empieza a “pasar factura”.
Un
cable a tierra.
Cuando
los períodos de estrés son prolongados, es saludable alivianar las presiones o
exigencias que nos desbordan y ponen en riesgo nuestra integridad.
El
ejercicio físico tiene múltiples beneficios para nuestra salud integral. Es
útil para “descargar y desenchufarnos”; al practicarlo liberamos endorfinas que
producen la sensación de felicidad y relajación. Tiene un efecto protector a
largo plazo, reducimos los niveles de tensión neuromuscular y prevenimos el
padecer los síntomas y las múltiples enfermedades asociadas al estrés.
Por
el trajín mental-emocional de los quehaceres diarios, muchas veces quedamos
agotados y embotados; es fácil tentarnos a quedarnos en el sillón o tirarnos en
la cama, muchas veces para continuar dándole estériles vueltas y vueltas a
nuestros problemas. Sin embargo, suele ser el cuerpo el que menos se movió
durante todo el día y lo que necesitamos es justamente eso: mover el cuerpo.
Cuando lo hacemos, aunque a veces “cuesta arrancar”, descubrimos que teníamos
muchas más energías físicas de las que creíamos tener. Al terminar, siempre nos
queda un “gustito de placer, de misión cumplida”, porque internamente sabemos
que al satisfacer las necesidades de nuestro cuerpo, nos estamos ocupando y
cuidando a nosotros mismos como personas enteras. Entonces, disponemos de
energías renovadas para retomar nuestras tareas con mayor vitalidad y encontrar
soluciones donde antes veíamos solamente problemas.
Hay
muchas opciones de actividad física (caminar, correr, bailar, ir al gimnasio,
jugar al fútbol, nadar, hacer yoga, expresión corporal, tai chi chuan, etc.).
Es importante encontrar la actividad que más nos guste, la que resulte más
adecuada a mi manera de ser, aquella que más disfrutemos por el solo echo de
hacerla… sin presiones, más allá del resultado a futuro.
Reivindicación
de la pausa.
Vivimos
una sociedad que privilegia la acción en la tarea, por encima de la pausa. Sin
embargo ambas son igual de legítimas, necesarias y complementarias.
Por
donde miremos en la vida encontraremos ritmos… altos y bajos: el día y la
noche, las estaciones del año, las escalas musicales, el movimiento de las
mareas, los latidos del corazón, etc. Pretender anular o minimizar la secuencia
del ritmo de todas las cosas sería perturbar el íntimo proceso de la vida e
incrementar los generadores de estrés.
Nuestro
cuerpo, nuestras emociones y nuestra mente también tienen un ritmo para la
acción y para la pausa; cuando por apuro salteamos estos ritmos, perdemos de
vista que necesita cada uno de ellas para optimizar su eficiencia. En cambio,
cuanto más los escuchemos y respetemos, seremos más vitales en la realización
de nuestras metas y sin los insalubres efectos del estrés.
Juan
Antonio Currado.
Lic. en Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Por información sobre Asistencia Psicológica o Charlas/Talleres, escribime a sincronicidad.consciente@gmail.com
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