Una
paciente me contaba que, trabajando con el tema de cómo sus dolores pasaban de
un lado al otro sin encontrar bienestar (tiene parálisis cerebral), de pronto
se le ocurrió: “cuando tomo aire, tomo a Dios; cuando exhalo, me
entrego (y entrego el dolor)”. Sintió una enorme paz cuando lo hizo y
sus dolores comenzaron a ceder.
Percíbelo
ahora: al inhalar, tu cuerpo se carga, se expande, se prepara para la
acción. Al exhalar, se contrae, se relaja, se rinde. Lo común en la
sociedad que vivimos es lo primero: un cuerpo tenso, saturado, listo para
actuar, con una respiración de tomar (que llega al extremo en los ataques de
ansiedad o de pánico). Lo segundo es visto como debilidad o, en el mejor
de los casos, como algo para realizar en los raros momentos de ocio o de
vacaciones (que en realidad son más momentos para actuar: no se sabe
simplemente estar).
Esta
noción de HACER continuamente está haciendo estragos. Hemos confundido
tanto este tema que pensamos que tenemos que hacer para ser. Así, creemos
que, cuanto más hacemos (y tenemos), más somos. Es entendible entonces la
gran frustración que desanima a muchos: si hacen tantas cosas, si tienen tantas
cosas, ¿por qué no se sienten mejor, por qué tanto vacío, por qué todavía no
son suficientes?
La
razón es que SER no es una actividad. Es una entrega. Ya somos. Lo
que nos impide rendirnos a esta verdad es que pensamos que no somos… bastante,
bastante buenos, capaces, hermosos, creativos, amorosos, inteligentes,
adecuados, lo que sea. En esta inhabilidad para aceptarnos como somos,
para apreciar la multitud que contenemos, para trazar un rumbo pleno y lleno de
enriquecedores aprendizajes encontramos el dominio del Ego. Como él fue
instrumentado para llevar a cabo los designios del alma, implementa lo que
sabe: hacer. Es necesario ponerlo nuevamente en su lugar y tomarnos el
tiempo de conocernos, de aceptarnos, de entregarnos a nosotros mismos y hacer
desde el corazón. De esta forma, todo se simplifica.
Con
otra paciente, embarazada, comentábamos lo difícil que nos resulta hacer esto y
confiar. En cierta forma, encontramos seguridad en los problemas y
dificultades. Como dice “Uno”:
“Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel y es mucha,
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina”
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel y es mucha,
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina”
¡Qué
necesidad?! diría yo… Pero, así estamos. Haciendo un tango de todas
las cosas y sintiéndonos cómodos en la batalla del diario vivir. Porque,
por otra parte, ¿cómo es ser, hacer, tener, crecer desde parámetros más
amorosos, simples, conectados a lo divino, concientes, abundantes,
creativos? ¡No lo sabemos! Y esto da miedo… tememos lo nuevo… y “mejor
malo conocido que bueno por conocer”…
Hace
poco, leí en una canalización que “la Confianza es un don. ¿En qué
consiste este don? Confiar es saber que cada quien recibe información, que cada
quien puede ser el artífice de su propio propósito, que cada quien tiene el impulso
necesario para auscultar verdades y para develarlas donde corresponda. Si cada
quien observara con Certeza qué verdades se le develan, se abrirían las puertas
y se descorrerían los velos de una manera mucho más afianzada”.
La
confianza se expresa en el cuerpo en una musculatura eutónica, en una postura
con gracia y potencia, en una respiración libre y amplia. En la mente, en
actitudes abiertas, innovadoras, creativas. En el corazón, en una
relación aceptante y amante con uno mismo y con los demás. En la
sociedad, en una actividad que manifieste el máximo potencial y servicio, en
prosperidad y crecimiento. En lo divino, en la entrega a
Dios. Inhalo a Dios y exhalo entregándome al Dios que
Yo soy.
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