Todos, en algún que otro momento, hemos
asumido el papel de víctimas. Sin embargo, hay personas que se convierten en
víctimas permanentes, sufren lo que podríamos considerar como un “victimismo
crónico”. Estas personas se disfrazan de falsas víctimas, ya sea de forma
consciente o inconsciente, para simular una agresión inexistente y, de paso,
culpar a los demás, liberándose de toda responsabilidad.
En
realidad, el victimismo crónico no es una patología, pero podría desembocar en
un trastorno paranoide, cuando la persona insiste en culpar continuamente a los
demás de los males que padece. Además, esta forma de afrontar el mundo, de por
sí, conduce a una visión pesimista de la realidad, que produce malestar, tanto
en la persona que se queja como en quien recibe la culpa.
En
muchos casos, la persona que abraza el victimismo crónico termina alimentando
sentimientos muy negativos, como el resentimiento y la ira, que desembocan en
un victimismo agresivo. Es el típico caso de quien no se limita a lamentarse
sino que ataca y acusa a los demás, mostrándose intolerante y vulnerando
continuamente sus derechos como personas.
Radiografía de una víctima crónica
– Deforman la realidad.
Este tipo de personas creen
firmemente que la culpa de lo que les sucede es de los demás, nunca es suya. En
realidad, el problema es que tienen una visión deformada de la realidad, poseen
un locus de control externo, y creen que tanto las cosas positivas como las
negativas que ocurren en su vida no dependen directamente de su voluntad, sino
de las circunstancias externas. Además, sobredimensionan los aspectos
negativos, desarrollando un pesimismo exacerbado que les llevan a centrarse
solo en las cosas negativas que les suceden, obviando las positivas.
– Hallan consuelo en el lamento.
Estas personas creen que son
víctimas de los demás y de las circunstancias, por lo que no se sienten
culpable ni responsables de nada de lo que les sucede. Como resultado, lo único
que les queda es lamentarse. De hecho, suelen encontrar placer en el acto de
quejarse porque así asumen mejor su papel de “pobres víctimas” y logran llamar
la atención de los demás. Estas personas no piden ayuda para solucionar sus
problemas, solo se lamentan de sus desdichas en la búsqueda desenfrenada de
compasión y protagonismo.
– Buscan culpables continuamente. Las personas que asumen el papel de víctimas eternas,
desarrollan una actitud recelosa, suelen creer que los demás siempre actúan de
mala fe, solo para ponerles la zancadilla. Por eso, suelen tener un afán casi
morboso por descubrir agravios nimios, sentirse discriminados o maltratados,
solo para reafirmar su papel de víctimas. Así, terminan desarrollando una
hipersensibilidad y se convierten en especialistas en formar una tormenta en un
vaso de agua.
– Son incapaces de realizar una autocrítica sincera.
Estas personas están convencidas de que no tienen la
culpa de nada, por lo que no hay nada que criticar en sus comportamientos. Como
la responsabilidad es de los demás, no aceptan las críticas constructivas y,
mucho menos, realizan un examen de conciencia a fondo que les lleve a cambiar
su actitud. Para estas personas, los errores y defectos de los demás son
intolerables, mientras que los propios son una simple sutileza. Después de
todo, las víctimas son ellos.
¿Cuáles son sus estrategias?
Para
que una persona pueda asumir el papel de víctima, tiene que haber un culpable.
Por tanto, debe desarrollar una serie de estrategias que le permitan lograr que
la otra persona asuma la culpabilidad en el asunto. Si no somos conscientes de
estas estrategias, es probable que caigamos en sus redes y que incluso estemos
dispuestos a cargar con toda la culpa sobre nuestras espaldas.
1. Retórica victimista
Básicamente,
la retórica de esta persona se dirige a descalificar los argumentos de su
adversario. Sin embargo, en realidad no refuta sus afirmaciones con otros
argumentos que sean más válidos, sino que se encarga de que la otra persona asuma,
sin darse cuenta, el papel de atacante.
¿Cómo
lo hace? Simplemente asume el rol de víctima en la discusión, de forma que la
otra persona quede como alguien autoritario, poco empático o hasta agresivo. Es
lo que se conoce en el ámbito de la argumentación como “retórica centrista” ya
que la persona se encarga de mostrar a su adversario como un extremista, en
lugar de preocuparse por refutar sus afirmaciones. De esta manera, cualquier
argumento que esgrima su adversario, será solo una demostración de su mala
fe.
Por
ejemplo, si una persona se atreve a contrastar una afirmación con un hecho
irrefutable o con estadísticas provenientes de fuentes fiables, la víctima no
le responderá con hechos sino que dirá algo así como: “Siempre me estás
atacando, ahora dices que miento” o “Estás intentando imponer tu punto
de vista, haz el favor de disculparte”.
2. Retirada victimista
En
algunos casos, el discurso de la víctima está dirigido a eludir su
responsabilidad y evitar tener que disculparse o reconocer su error. Por eso,
intentará escabullirse de la situación. Para lograrlo, su estrategia consiste
en desprestigiar el argumento del vencedor, pero sin llegar a reconocer que
estaba equivocado.
¿Cómo
lo hace? Una vez más, asume el rol de víctima, juega con los datos a su antojo
y los manipula a su conveniencia con el objetivo de sembrar la confusión.
Básicamente, esta persona proyectará sus errores en el otro.
Por
ejemplo, si una persona le responde con un dato comprobado, que niega su
afirmación anterior, la víctima no reconocerá su error. En todo caso, intentará
hacer una retirada digna y dirá algo así como: “Ese hecho no niega lo que he
dicho. Por favor, no cree más confusión y caos” o “Me está culpando de
confundir a los demás, no tiene educación, es evidente que es inútil discutir
con usted porque no atiende a razones”, cuando en realidad quien crea el
desconcierto es él mismo.
3. Manipulación emocional
Una
de las estrategias preferidas de las víctimas crónicas es la manipulación
emocional. Cuando esta persona conoce
bastante bien a su interlocutor, no dudará en jugar con sus emociones para
poner el tablero a su favor y adoptar el rol de víctima. De hecho, estas
personas son muy hábiles reconociendo emociones, por lo que utilizan cualquier resquicio
de duda o culpa en su beneficio.
¿Cómo
lo hacen? Descubren el punto débil de su adversario y explotan la empatía que
este puede sentir. De esta forma, terminan envolviéndole en su tela de araña,
para que esa persona adopte toda la responsabilidad y el papel de verdugo,
mientras ellos se quedan cómodos en su rol de víctimas y pueden seguir
lamentándose.
Por
ejemplo, una madre que no quiere reconocer sus errores, puede poner la culpa en
el hijo diciendo cosas del tipo: “Con todo lo que he hecho por ti, y así me
pagas”. Sin embargo, este tipo de manipulación también es muy común en las
relaciones de pareja, entre amigos e incluso en el ámbito laboral.
¿Cómo enfrentar a este tipo de personas?
El
primer paso consiste en darse cuenta de que estamos ante una persona que asume
el rol de víctima. Luego, se trata de resistir el embate y no dejar que nos
enrede en su juego. Lo más sensato es decirle que no tenemos tiempo para
escuchar sus lamentaciones, que si quiere ayuda o una solución, con gusto le
ayudaremos, pero que no estamos dispuestos a perder tiempo y energía escuchando
continuamente sus quejas.
Recuerda
que lo más importante es que estas personas no te arruinen el día descargando
en ti su dosis de negatividad y, sobre todo, que no te hagan sentir culpable.
No olvides que solo te puede herir emocionalmente, aquel al que le des
suficiente poder.
Jennifer Delgado
http://paradigmaterrestre.com/
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