En cualquier campo, sea el
político, el social, el científico, el religioso, el moral, se oye a la gente
hablar de responsabilidad. Presidentes, ministros, generales, directores,
padres, profesores, etc., todos saben que son responsables. Muchos seres humanos
y muchos acontecimientos dependen de ellos, de su conducta, de sus decisiones.
Pero en realidad la noción de responsabilidad se extiende mucho más allá,
porque todas las criaturas que existen están conectadas entre sí y se
influencian mutuamente. De esta manera, cada una, no sólo con sus actos sino
también con sus pensamientos y sus sentimientos, ejerce una influencia sobre
las demás.
Hagan lo que hagan, los
humanos son responsables. Pero lo ignoran o, aún sabiéndolo, no lo tienen
suficientemente en cuenta, por eso hay tantos sufrimientos en el mundo. Si
queréis manifestaros como seres útiles, benéficos, esforzaos por tomar cada una
de vuestras actividades como una ocasión de elevaros espiritualmente. Aunque os
parezca que lo que hacéis no tiene ningún efecto, en realidad siempre hay en
alguna parte, no se sabe dónde, algo bueno que se despierta y que recibe un
impulso.
Las lágrimas están
generalmente asociadas a la pena, pero en realidad, cualquier emoción puede
provocar lágrimas. Y como hay emociones de todas clases, las lágrimas son
también de todas clases. Hay lágrimas de pena, de ira, de despecho, y también
las hay de ternura, de gozo, de admiración. Un paisaje, un poema, un cuadro o
una música pueden llenar nuestros ojos de lágrimas, pero igualmente ciertas
conductas humanas cuando son particularmente bellas y nobles. ¡Y cuántos
místicos, al describir sus experiencias, han hablado de las lágrimas provocadas
por el éxtasis!
En la medida en que liberan
una cierta tensión interior, cualquiera que sea su origen, las lágrimas tienen
su utilidad. Pero, evidentemente, las lágrimas de gozo y de fascinación son las
más benéficas. No os sequéis estas lágrimas con la mano, porque son preciosas.
El Maestro Peter Deunov aconsejaba recogerlas en un pañuelo limpio y
conservarlas cuidadosamente, porque poseen una especie de poder mágico. Las
lágrimas de despecho, de ira, dejad que se sequen, porque no son más que un
poco de agua salada, pero conservad las lágrimas que han sido arrancadas de las
profundidades de vuestra alma.
Para tener unas nociones
justas sobre la naturaleza de este principio espiritual que llamamos alma, hay
primero que tomar conciencia de que no está encerrada en nuestro cuerpo físico:
se extiende mucho más allá y, aunque continúe animándole, viaja para visitar
las regiones del espacio más lejanas y las entidades que las habitan. Porque el
alma que habita en cada ser humano es una ínfima parte del Alma universal. Y se
siente tan limitada, tan apretada en el cuerpo, que su único deseo es
desplegarse en el espacio para fundirse en esta inmensidad a la que pertenece.
También es un error creer, como se hace generalmente, que el alma cabe
enteramente en el ser humano. En realidad, no, sólo una parte muy pequeña del
alma tiene en él su morada; la casi totalidad permanece exterior a él y lleva
una vida independiente en el océano cósmico.
Nuestra alma supera en
mucho a todo lo que podamos imaginarnos sobre ella: esta parte del Alma
universal que hay en nosotros tiende sin cesar hacia la inmensidad, hacia lo
infinito.
Aparentemente, no se ven
más que injusticias en la tierra. Algunos lo tienen todo: salud, belleza,
riquezas, talentos, virtudes, y otros tienen muy poco. Pero, en realidad, nada
de lo que los humanos han recibido en su nacimiento les ha sido dado por
casualidad, de forma arbitraria. Trabajaron en sus otras encarnaciones para
obtener todo lo que hoy poseen, tanto en el plano material como en los planos
psíquico y espiritual, la Justicia cósmica les ha distribuido los dones
equivalentes a sus esfuerzos.
Todo lo que poseemos es
pues la consecuencia de numerosas vidas de esfuerzos. Pero, ¡cuidado!, esto no
se nos ha dado definitivamente. Para conservar estas adquisiciones en las
próximas encarnaciones, cada uno debe servirse de ellas razonablemente, y sobre
todo hacer que los demás también se beneficien. Todos los dones que hemos
recibido al nacer, debemos hacerlos fructificar, y la mejor forma de hacerlos
fructificar, es utilizarlos, no sólo para nosotros, sino también para ayudar a
los demás tratando de facilitar su evolución.
Autor:
Omraam Mikhaël Aïvanhov
http://soyespiritual.com/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario