Cada persona, mediante un autoexamen riguroso, debe ir descubriendo los factores que impiden su paz interior del mismo modo que el ruído perturba el silencio. En un exámen tal iremos descubriendo que hay factores externos y factores internos. Los factores externos productores de agitación o ansiedad, pueden ser muy diversos: dificultades, problemas familiares o profesionales, conflictos con los demás, desgracias más o menos imprevistas, soportar personas aviesas y tantos otros.
Pero donde más hay que escudriñar es en uno mismo, a la búsqueda de todo lo que dentro de nosotros nos inquieta y también qué actiudes desencadenan ansiedad. De la misma manera, reza un antiguo adagio que hay que saber donde está la espina para poder sacarla, necesitamos saber las causas que nos roban la paz interior y nos originan zozobra y angustia, para irlas superando.
Todos nos dejamos tomar por preocupaciones y disgustos banales, originamos innecesarias fricciones, somos víctimas de apego y odios, nos extraviamos en lo trivial y superfluo, y somos zarandeados por los pensamientos. Es necesario reorganizarnos interiormente, detenernos un tiempo al día y escucharnos y resolvernos.
La meditación nos enseña a sosegarnos, esclarecernos y recuperar fuerzas para nuestro día a día; pero tambien nos va facilitando una apreciación más real de las cosas, para darle importancia a lo que la tiene, pero quitársela a lo que no la tiene. A veces el pensamiento incontrolado o neurótico lo embrolla todo mucho más. Por eso es necesario remansarnos unos minutos, centrarnos y no dejarnos tomar por la inercia de pensamientos insanos y que en lugar de evitar el sufrimiento inútil, lo promueven. De la meditación brota un tipo de sabiduría que se basa no en el concepto, sino en la experiencia, y así luego, si nos entrenamos en ella, podremos vivir más meditativamente, o sea con mayor atención y ecuanimidad.
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