Para poder adentramos en el taoísmo deberemos tratar de situamos en el adecuado estado mental. Es tan imposible esforzamos por entrar en ese estado mental como tratar de amansar la turbulencia de las aguas con el simple movimiento de nuestra mano. En este sentido, el punto de partida idóneo consiste en olvidar lo que sabemos o creemos saber, suspender nuestros juicios y regresar al estado en el que nos hallábamos cuando éramos bebés, antes de aprender el lenguaje y el nombre de las cosas.
En ese estado, en el que nuestros sentidos se hallan sumamente aguzados y nuestro cuerpo está muy despierto, es imposible realizar ningún comentario intelectual o verbal acerca de lo que ocurre.
En ese estado sólo sentimos lo que es sin nombrarlo de ningún modo. No sabemos absolutamente nada de algo llamado mundo externo relacionado con algo llamado mundo interno. No sabemos quiénes somos y tampoco tenemos la menor idea acerca de lo que significan las palabras yo y tú, ya que ése es un estado anterior a todo aquello. En ese estado ignoramos lo que es el auto-control, no conocemos la diferencia existente entre el ruido de un coche en el exterior y un pensamiento errabundo que penetra en nuestra mente, porque ambos son, simplemente, cosas que ocurren. No identificamos la presencia de un pensamiento que puede ser sólo la imagen de una nube que discurre ante el ojo de nuestra mente o el rastro del movimiento de un automóvil, porque ambos son tan sólo cosas que suceden, como nuestra respiración, la luz y todo cuanto nos rodea... incluso nuestra vacilante respuesta a todo ello.
En ese estado somos simplemente incapaces de hacer nada. No hay nada que se suponga que debamos hacer. Nadie nos obliga a hacer nada. Somos absolutamente incapaces de hacer otra cosa distinta a ser conscientes del zumbido ―del zumbido visual, del zumbido auditivo, del zumbido táctil, del zumbido olfativo, etcétera,― todo es zumbido, un zumbido que perdura de continuo. Y, como eso es lo que hay, no queda más remedio que observarlo.
Pero no nos preguntemos quién está observando porque todavía carecemos de información al respecto. No sabemos que, para poder observar algo, se requiere de un observador. Esta es una idea extraña que todavía no conocemos. Según Lao Zi: "El erudito aprende algo nuevo cada día; el hombre del tao desaprende algo cada día, hasta que acaba regresando a la no acción". Seamos conscientes, simplemente, sin comentario alguno, sin la menor idea revoloteando en nuestra cabeza. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Pero no es que tratemos de ser conscientes, sino que simplemente lo somos. Se darán cuenta, claro está, de que no pueden detener el comentario que se desata en el interior de sus cabezas pero, al menos, pueden considerarlo como un zumbido más. Escuchen, pues, el parloteo de su pensamiento como si estuviesen escuchando el silbido del agua hirviendo en una tetera.
Tampoco sabemos de qué somos conscientes, sobre todo cuando lo consideramos de una forma global ya que sólo existe la sensación de que algo está sucediendo. Pero, en realidad, en ese estado de no conceptualización, ni siquiera podríamos afirmar que algo sucede porque ésa ya es una idea, una formulación verbal. Obviamente, no puedo decir que algo sucede a menos que lo haga en referencia a algo que no sucede ya que sólo puedo conocer el movimientocuando lo comparo con el reposo y para hablar del primero debería referirme también al segundo. Así que puede que lo que reposa no suceda y que lo que está en movimiento estésucediendo, pero no voy a utilizar ese concepto porque, para que tuviera sentido, me vería obligado a incluirlos a ambos. La afirmación "aquí" excluye lo que no está aquí y la afirmación "esto" excluye a aquello y, de ese modo, me veo relegado al silencio. ¿Entienden ustedes de qué estamos hablando? Eso es lo que, en chino, se denomina tao y con ello, precisamente, vamos a empezar.
El significado etimológico del término tao es el de "camino" o "curso", como cuando, por ejemplo, hablamos del curso de la naturaleza. Lao Zi dijo que el tao "emana de sí mismo", es decir, actúa espontáneamente (ziran). Observemos nuevamente lo que está ocurriendo ahora mismo. Si abordamos este momento desde una perspectiva primordial nos daremos cuenta de que estamos presenciando un suceso o, dicho en otras palabras, de que, desde ese punto de vista ―al que podríamos denominar docta ignorancia― no existe diferencia alguna entre lo que hacemos y lo que nos ocurre. Todo forma parte del mismo proceso y nuestros pensamientos pasan del mismo modo en que lo hacen los automóviles, las nubes y las estrellas.
Cuando un occidental escucha este tipo de afirmaciones, cree que se está hablando de una especie de fatalismo o determinismo porque, en el fondo de su mente, todavía alberga dos ilusiones. Una de ellas es que lo que está sucediendo le ocurre a él y, en consecuencia, se siente víctima de las circunstancias. Pero resulta que, cuando estamos asentados en la ignorancia primordial, no existe un yo diferenciado de lo que ocurre y, por tanto, las cosas no nos suceden a nosotros, sino que simplemente suceden, eso es todo. Y lo mismo podríamos decir con respecto al "yo", a lo que llamamos yo o a lo que llamaremos yo, porque ese supuesto "yo" también forma parte de lo que está sucediendo, también forma parte del universo... aunque, estrictamente hablando, el universo carece de partes. Nosotros llamamos partes a ciertos rasgos del universo, pero resulta imposible separarlas del resto sin destruir a todo el conjunto y, lo que todavía es más importante, sin convertirlas en algo inexistente.
La otra ilusión que se evidencia cuando nos experimentamos a nosotros mismos y al universo como algo que ocurre simultáneamente, es que lo que ahora está sucediendo no es la consecuencia necesaria de lo que sucedió en el pasado. En la ignorancia primordial no sabemos nada de todo eso y no podemos hablar de causa y de efecto. Porque, si somos realmente ingenuos, veremos que el pasado es la consecuencia de lo que está ocurriendo ahora, que el movimiento va hacia atrás, hacia el pasado, como la estela que deja el barco a su paso. En última instancia, todos los ecos van alejándose de nosotros hasta acabar desapareciendo. Todo está comenzando en este instante, lo que llamamos futuro es nada, el gran vacío del que todo dimana. Si cerramos los ojos y nos dedicamos exclusivamente a escuchar la realidad, nos daremos cuenta de la existencia de un trasfondo de silencio del que emanan todos los sonidos. Todos los sonidos se originan en el silencio. Si cerramos los ojos y escuchamos, veremos que los sonidos provienen de la nada y luego flotan, hasta que su eco va desvaneciéndose y acaba convirtiéndose en un recuerdo, en una especie de eco. Es muy sencillo, todo se origina ahora y, por tanto, es espontáneo, no está determinado (ésa no es más que una noción filosófica) y tampoco es fruto del azar (porque ése es otro concepto filosófico). Nosotros distinguimos lo ordenado de lo aleatorio aunque ignoramos lo que es el azar. ¿Qué es "lo que emana de sí mismo"? Digamos, de paso, que el término latino sui generis significa brotar espontáneamente, el mismo significado, por cierto, del nacimiento virginal. Y eso, precisamente, es lo que ocurre con el mundo, con el tao.
Pero tal vez todo esto nos asuste y nos lleve a preguntarnos: "¿Quién se ocupa de todo si las cosas ocurren espontáneamente? Es evidente que yo no soy quien hace las cosas, pero espero que haya un dios o alguien que se ocupe de ello". Pero ¿por qué debería haber alguien que se ocupara de todo? Tengamos en cuenta que, en tal caso, aparecería una nueva preocupación adicional con la que previamente no habíamos contado, es decir: "¿Quién vigila al vigilante mientras éste está ocupado vigilando?". ¿Quién cuida al cuidador? ¿Quién vigila a Dios? Quizás pudiéramos, entonces, responder: "Dios no necesita que nadie se ocupe de él". Pero, en tal caso, tampoco necesitaríamos de todo eso.
Fuente: Alan Watts. Taoísmo (Ed. Kairós, 2003)
https://www.nodualidad.info
No hay comentarios.:
Publicar un comentario