Lama Jampa Monlam, que vivió
en silencio meditativo durante treinta años
Tengo 90 años. Nací en
Tíbet, en una familia de nómadas, y vivo en Katmandú (Nepal). El propósito de
los políticos es, como el de todos, ser feliz. Hay que buscar las raíces de la
felicidad para cultivarla, y las del sufrimiento para abandonarlo. Hay mucho
desarrollo material, pero hace falta desarrollo interno.
Treinta años en silencio
meditativo?
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Dirigía un monasterio, pero
decidí abandonar para hacer ese largo retiro: comencé a los 49 años y acabé a
los 79.
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¿Por qué?
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Los médicos tibetanos son también
astrólogos y entienden el cuerpo humano como un todo conectado con el universo.
Mi médico astrólogo me dijo que mi vida terminaba a los 49 años.
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Y usted quería vivir más...
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Sí, porque no había tenido
tiempo de cultivar la paz y la felicidad en mi interior.
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¿Qué ha aprendido en esos
años?
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Al principio fue muy difícil
porque mi mente todavía no estaba domada, pero fui apaciguándola y entendiendo
poco a poco cómo actúa y por qué sufrimos.
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Pero si usted entró en un
monasterio a los seis años, ya meditaba, ya comprendía...
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Meditaba y practicaba para
desarrollar una mente de amor y gentileza hacia los otros, pero lo hacía a base
de voluntad y comprensión intelectual, pero yo no era una mente en paz.
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¿Cuál es la diferencia?
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Ahora cada célula de mi
cuerpo conoce la causa de nuestro sufrimiento y he podido desarrollar esa mente
de amor hacia los otros sin expectativas, sin esfuerzo ni condescendencia, sin
necesidad de planteármelo. Soy simplemente feliz.
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Entiendo.
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Ahora cuando la gente me
habla de su sufrimiento tengo la certeza de que ese sufrimiento está en su
interior, que no depende del afuera, y puedo guiarles hacia una mente clara.
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¿Cómo se hace?
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Desenmascarando los engaños
mentales, esas emociones aflictivas como el orgullo, el apego, el enfado y
otras mentes dañinas que son adventicias, que no forman parte intrínseca de
nuestra mente y, por lo tanto, se pueden eliminar.
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¿Por qué están tan
arraigados?
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Porque nos enseñan a hacer,
a ser, pero no quiénes somos.
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¿Cómo desarrollar esa mente
sabia en nuestras ajetreadas vidas?
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El mundo se ha hecho tan
pequeño, influimos tanto los uno en los otros, que es necesario que trabajemos
juntos. Científicos, psicólogos, representantes de diferentes religiones,
humanistas, filósofos..., juntos debemos cambiar el enfoque de fuera a dentro
por lo contrario.
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De dentro a fuera.
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Exacto, porque, si no, nada
tiene sentido. Nos casamos, tenemos hijos, amigos, trabajos…, y hacemos todo
eso para ser felices, sin éxito.
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Ya.
...Esas cosas buenas de la
vida en las que ponemos todas nuestras esperanzas están irremediablemente
unidas al sufrimiento si no somos capaces de observar la propia mente e
identificar las emociones dañinas. Estamos llenos de voces aflictivas (apego,
enfado, orgullo, avaricia, rabia, ego, miedo… ) y creemos que esas voces somos
nosotros.
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Es difícil corregir lo que
no identificas.
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Por eso necesitamos que la
ciencia, la sociología y la religión investiguen juntas y nos ayuden a
comprender. Juntos..., estemos juntos.
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Es una propuesta
interesante.
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De la misma manera que
hacemos yoga para tener nuestro cuerpo sano, debemos practicar para tener la
mente sana.
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¿De qué manera?
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Ejercicios cotidianos de
escucha a uno mismo, de conexión. Eso nos lleva a una mente positiva, que es la
única capaz de bondad. Comprender que el sufrimiento surge de ti mismo es algo
radicalmente transformador que cambia tu mirada hacia el mundo y, por tanto,
cambia el mundo. Es poderosísimo.
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¡Ha invertido usted 30 años!
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Toda la vida, porque la
desconexión de uno mismo es enfermedad, es confusión, es locura.
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Está claro.
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Mi gran responsabilidad es
mantener mi mente pura. Así he encontrado la felicidad dentro de mí y puedo
transmitir, irradiar felicidad a los otros, contagiarlos, cuando están a mi
lado.
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Dicen que entró usted en el
retiro con el pelo blanco y salió con el pelo negro.
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Yo le cortaba el pelo a un
lama anciano que vivía cerca de mi monasterio y que siempre bromeaba: “Tienes
el pelo completamente blanco, je je, pareces tú más anciano que yo, algo haces
mal”.
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¿Qué hacía mal?
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Me esforzaba. Comprendí que
para ser feliz tenía que soltar, estaba aferrado a mi sufrimiento. La felicidad
es salud. Fue así como mi pelo se volvió negro, y entonces comprendí.
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¿Por qué decidió abandonar
el retiro?
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Apenas comía. Una doctora
italiana, que me visitaba desde hacía muchos años, me propuso que fuera a su
país: “Así yo puedo nutrir tu cuerpo y tú ver un poco de mundo”. Me animé,
conocí a más personas que me pidieron que les diera algunas enseñanzas, y no supe
negarme.
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¿Qué le ha sorprendido del
mundo?
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La rueda del sufrimiento
humano.
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Quien sufre inflige
sufrimiento. ¿Cómo cultivar la felicidad genuina sin ser monje?
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Hay que estar alerta a
nuestro enemigo, la mente aflictiva cuyo producto es la rabia. Y cuando te
sientes ofendido por un comentario o una actitud ajena, hay que recurrir al
amor, la paciencia, la tolerancia y la amabilidad.
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Pero...
...Sin cuestionarlo, se ha
de convertir en un acto reflejo: acudir a la esencia.
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