El hombre común va irresponsablemente de un pensamiento a otro y deja que su mente trabaje como se le da la gana. Sin embargo, en cierto modo es responsable de sus pensamientos, y a su vez ellos reaccionarán, como en realidad reaccionan, sobre el conjunto de su vida material. Eliminar con prudencia los pensamientos indeseables y sustentar los más selectos es algo que ve vagamente. Al parecer, afirmar que hay una conexión entre lo que un hombre piensa y lo que le sucede en el mundo material es fantástico y tirado por los cabellos, pero aquellos que han practicado los métodos aconsejados aquí durante varios y observado el resultado de las prácticas en su vida, saben que esto no es una fantasía sino la verdad, y que la vida exterior de un hombre muchas veces es el reflejo de su mundo mental.
Desdichadamente, nuestra época está tan saturada de opiniones materialistas sobre la vida que ya no recuerda más ni cree en los poderes mentales más sutiles del hombre. Tal pérdida, sin embargo, no puede alterar ni tampoco altera el hecho fundamental de que existen. Mientras preferimos seguir en nuestra ignorancia espiritual, seguiremos tanteando nuestro camino con nuestros ojos cegados por el materialismo. De ello resultará mucho sufrimiento innecesario y una completa inhabilidad para sondear los propósitos más profundos de la Naturaleza y el destino de nuestra raza.
Para lograr el control de nuestros desparramados pensamientos y sentimientos debemos establecer una soberanía que hemos perdido. El hombre debe tener un dominio completo de su mente si quiere cumplir perfectamente la evolución a que lo destina la Naturaleza. Puede desdeñar esta tarea considerando que no merece el trabajo que hay que tomarse, pero tendrá la culpa de esta pérdida, pues la incapacidad de controla el pensamiento conduce por misteriosas ramificaciones a toda clase de sufrimientos. Porque es una verdad trillada que muchas decisiones, eventos y sucesos de nuestra vida sufren la fuerte influencia de nuestro modo habitual de pensamiento.
Por consiguiente, el cambio de este modo de pensamiento equivale hasta cierto punto al cambio de circunstancias y medio ambiente de nuestra existencia, como también al logro de la confianza en sí y del bienestar interior. Además, debemos realizar el milagro interior de conquistar la mente antes de poder realizar cualquier milagro exterior. Por lo tanto, ninguna práctica puede ser más importante para aquellos a quienes la vida no satisface, que este control de pensamiento. Y en esta época práctica, en la cual los hombres prefieren resultados tangibles a teorías intangibles, de seguro es un poderoso argumento decir al mundo: "¡Haz esto! Sigue esta práctica y con el tiempo hallarás que la corriente de la vida fluye por canales más fáciles, a lo largo de caminos más soleados y escenas más agradables".
Aunque sólo fuera por estas razones, debe prestarse la mayor atención a la vida-pensamiento. Pero hay otras y más elevadas razones por las cuales es preciso reformar la mente, ya que a través de la mente se puede penetrar los misterios del reino de los cielos y descubrir por sí mismo si el alma existe y cómo es en realidad. Un principio fundamental, el de la certidumbre de nuestra existencia espiritual, no puede obtenerse nunca de pruebas objetivas, sino corriendo riesgos intelectuales y emocionales.
A través de la mente rectamente dirigida el yo más profundo se abre al hombre, y así cruza el oculto santuario para llegar a un estado más divino. Dicha dirección, que recibe diversos nombres, como "quietud mental", "meditación", "yoga", y "misticismo", remodela la mente y obliga al pensamiento a servir al hombre, en lugar de tiranizarlo. Y es tal el valor supremo de todas las prácticas de quietud mental que Ignacio de Loyola, el Fundador de la Orden de los Jesuitas, una vez confesó al Padre Laynez que una hora de meditación en Manfesa le reveló más verdades acerca de las cosas celestiales que cuanto hubieran podido enseñarle todas las doctrinas y teologías puestas juntas.
Antes de empezar la elevada aventura del alma, para comenzar se debe llenar una condición preliminar. Es esta:
ES MENESTER HALLAR EN LAS VEINTICUATRO HORAS DEL DÍA UN PERIODO FIJO ALREDEDOR DE MEDIA HORA, EN QUE UNO SE PUEDE APARTAR DE LAS ACTIVIDADES ORDINARIAS Y QUEDARSE, EN LA QUIETUD Y TRANQUILIDAD, A SOLAS CON LOS PROPIOS PENSAMIENTOS.
Aquel cuyas circunstancias son tan rigurosas que no puede dedicar media hora a tan elevado propósito, puede consagrarle diariamente veinte o quince minutos. No es tanto el tiempo que se consagra a esta tarea como la calidad del pensamiento y la conciencia alerta y concentrada con que se conduce uno en esos pocos minutos. Pero la mayoría de la gente que lamenta carecer de tiempo para la meditación, por regla general, se las arregla para tener tiempo para el placer, para ir al teatro, al cine y ver las últimas películas, etc., etc. ¿No tendrán acaso, tiempo para tener una cita con Yo Divino?
Lo que en realidad les sucede es que la molestia, el esfuerzo y el pequeño sacrificio que exige la meditación les parece carente de valor, y los beneficios que promete, en cierto modo remotos, vagos e indefinidos. Empero, si comprendieran bien de qué se trata, entenderían que los breves instantes consagrados a la quietud mental son los más inapreciables momentos de la vida, infinitamente importantes porque otorgan tesoros eternos y beneficios precisos a quienes esforzada y pacientemente los buscan. Estos momentos de sacrificio, que se consagran a la quietud mental, no se consagran en vano.
El tiempo que se piensa dedicar a las prácticas diarias se determinará de antemano y, naturalmente, se fijará sólo después de tomar en consideración los deberes particulares impuestos por el medio en que se vive y las condiciones sociales. No es necesario, ni tampoco debe hacérselo, descuidar los deberes cotidianos del trabajo y del hogar a fin de hallar tiempo para estas prácticas espirituales, sin embargo, no debe llegarse al punto de decir que se carece en absoluto de tiempo.
El momento elegido será aquel menos molesto para nuestros deberes diarios y el que cause menos inconvenientes a las personas con que vivimos. Sin embargo hay ciertas horas del día en que estas prácticas son particularmente señaladas por la Naturaleza, y cuando son más fáciles y fructíferas. Estas horas son, aproximadamente, las de la mañana después del amanecer, y las del atardecer antes del crepúsculo.
Los beneficios que se obtienen en la mañana temprano se deben a que la mente está aún fresca, tranquila y no perturbada. Las agitaciones del día aún no han rizado su plácida superficie. Y la ventaja de practicar en ese momento estriba en que los resultados nos "acompañan" todo el resto del día, logrando así que nuestra vida y nuestro trabajo transcurran en una atmósfera en que sus resonancias perduran. La quietud mental proporciona el más hermoso comienzo de un día de trabajo. Cuando se la logra plenamente, nos pone en relación con el Infinito y en Armonía con el Universo.
Esta armonía interior produce una armonía externa en todos los asuntos que ha que tratar durante el día. Disminuye la posibilidad de agitadas discordias, ayuda a que se pase agradablemente el día, y crea una reserva de serenidad y sabiduría con la cual podremos hacer frente a cualquier problema. Luego aparecen inspiraciones e ideas como su placentero fruto. El amanecer es el momento más apropiado.
Hay que entregarse a esta meditación con una suerte de paciencia sublime, sin prisa, y sin estar turbado por pensamientos de lo que se debe hacer después en el mundo exterior.
El atardecer conviene más a ciertas personas, pues cansadas del día de trabajo, buscan con placentera anticipación un momento de descanso y relajamiento; ya que la meditación es un cambio para la mente y un descanso definido.
Tanto el amanecer como el atardecer son "períodos de unión" según la tradición de los yoghis, cuando las fuerzas espirituales son particularmente activas en la atmósfera de nuestro planeta. Los períodos que siguen inmediatamente al amanecer y los que preceden inmediatamente al atardecer, son los granes puntos de reunión en la regulación del tiempo por la Naturaleza, cuando las fuerzas de la actividad diaria se encuentran con las de la quietud nocturna; y cuando estas fuerzas se mezclan, se crea una tranquilidad sutil y colmada que tiene profunda influencia en la mente de la humanidad sensible. En esos momentos hay más posibilidades, y a veces es más fácil, de entrar en contacto con el alma más profunda del hombre.
Una vez que se haya fijado l ahora, hay que atenerse a ella con determinación. Así se crea un firme hábito del tiempo que, con el correr de los meses o los años, convierte la hora de quietud mental en una parte definida del programa del día, de modo que si se pierde, se siente su falta de la misma manera que se siente hambre cuando se pierde una comida.
No se aconseja elegir un momento que sigue inmediatamente a una comida, pues la energía que requiere el cuerpo para el trabajo de la digestión tiende a hacer la mente menos alerta y más lerda, y de ahí que sea inepta para la refinada y sutil práctica de la concentración. De hecho, se obtienen los mejores resultados cuando se medita con el estómago vacío o ligeramente cargado.
Sea cual fuere el momento elegido, hay dos días en todos los meses que tienen un papel especial en este sistema. Entonces debe hacerse un esfuerzo definido, no sólo para seguir con la práctica, sino también para consagrarle un período más largo. Estos días son aquellos en que el sol y la luna entra en conjunción y en oposición, es decir, la s noches de luna nueva y de luna llena. En tales ocasiones fuerzas espirituales son liberadas sobre el mundo y el aspirante debe sacar provecho de ellas, pues necesita toda la ayuda que pueda obtener y estas fuerzas constituyen una especie de "gracia" para las almas listas y que esperan recibirlas en la meditación.
No debe sorprendernos la existencia de tales influencias con respecto a las divisiones del tiempo señaladas por los cuerpos celestiales, si recordamos que la influencia de la luna se deja sentir sobre millones de toneladas de agua que se ponen en movimiento con las mareas de los océanos, y que también se deja sentir sobre el delicado crecimiento de las plantas. ¿Por qué no habría de influir con el sol, en la vida interior del hombre? Los psiquiatras saben desde hace mucho que también influye en los sentimientos humanos, pues los locos sufren las peores y las más livianas crisis de su enfermedad particularmente en esos dos días del mes.
Se debe tener cuidado, por lo tanto, de practicar por más tiempo en la tarde o la noche del primer día de la luna nueva o de la luna llena, o en el amanecer siguiente. Vale la pena dedicarle una hora en vez de media hora, pues así se facilita el logro de nuestra finalidad. La potencia espiritual de estas dos fases del sol y la luna fue reconocida por casi todos los antiguos sabios y videntes.
Ahora debemos considerar, desde el punto de vista práctico, las condiciones físicas. Primero, hay que darse un baño completo o, por lo menos, lavarse la cara y las manos hasta los codos, antes de empezar la meditación. Esto establece correctas condiciones de pureza magnética. Luego hay la cuestión de la postura del cuerpo. Acostado de espaldas o de costado no conviene porque habitualmente es la postura del sueño y tiende a privar a la mente de su agudeza y desvelo. La mejor postura corporal es, entonces, la de estar sentado, con la espalda recta y firme.
El mejor asiento, ya sea una alfombra, una silla o un diván, es el que es cómodo y agradable y el que menos distraiga la mente del tema elegido debido a una postura molesta. No se requieren contorsiones físicas ni postura de yoga para seguir este sendero. Los tobillos deben cruzarse, en cuyo caso las manos deben colocarse una encima de la otra con las palmas vueltas hacia arriba, o las piernas pueden descansar en el suelo, en cuyo caso conviene poner las manos sobre las rodillas. Sea cual fuere la posición que se adopte, se debe elegir aquella en la cual se siente uno más cómodo y se recuerda menos la existencia del cuerpo por media hora. Cada vez que se hacen las prácticas uno debe ponerse en la misma posición.
Las prácticas deben efectuarse en lo posible en un lugar de completa soledad y de tranquilidad perfecta, y si se las hace en una habitación, ha y que cerrarla con llave para prevenir la entrada intempestiva de alguna persona. Aún mejor, si se vive cerca del campo, es preciso elegir algún lugar retirado en el bosque, o en la orilla de un río o en la ladera de una colina, donde la belleza y el silencio de la naturaleza ayudarán nuestras aspiraciones espirituales.
Sin embargo, aún el clima mental y la influencia emocional de un cuarto pueden mejorarse mucho manteniéndolo cuidadosamente limpio, adornándolo con coloridas flores e inspirados cuadros y por la agradable armonía del ornato de las paredes y la elección del mobiliario. Todas estas cosas ayudan tanto al cuerpo como a la mente a sentirse cómodos y tienden a crear la necesaria atmósfera inspiradora. Aquellos a quienes les agrada, pueden quemar un poco de incienso, también, pero deben usar sólo incienso de buena calidad y cuyo perfume les cause placer.
Un frío un calor fuera de lo normal hace que el cuerpo se sienta incómodo y que la meditación se vuelva más difícil. En caso de un frío excesivo se debe disponer de calefacción y usar ropa de abrigo adecuada. Empero no hay que caer en el extremo opuesto y calentar demasiado una habitación, pues un aire sofocante embota la mente.
Durante todo el tiempo de la meditación conviene que el alumno mantenga los ojos cerrados a fin de facilitar la concentración y eliminar toda impresión exterior capaz de distraer.
Entonces se debe empezar a relajarse completamente y a eliminar las tensiones. En las primeras etapas de las prácticas, es aconsejable interrumpir de vez en cuando la meditación y prestar atención al estado del cuerpo. ¿Está en tensión? ¿Están tensos los músculos? ¿Y los nervios tensos? De esta manera hay que corregirse constantemente y formar hábitos apropiados de postura.
Conviene poner en el tocadiscos una buena música antes de empezar la concentración. Aires como "Stille Nacht, Heilige Nacht", o el "Ave María" de Schubert, exaltan la mente y hacen que se vuelva hacia adentro.
La cadena de razonamientos debe ser severamente lógica y el objeto especial de la meditación tiene menos importancia de cuanto cree la mayoría de los novicios; lo que es realmente importante es la calidad de la concentrada atención que se le presta, el poder mantener los pensamientos fijos en este objeto por un tiempo dado. Los pensamientos que carecen de poder de concentración son fugaces, están escritos en la arena. Cuando, después de una larga práctica de varios años y el ejercicio de un gran poder de voluntad, la multitud de impresiones mentales deja de girar a través del cerebro, y se llega a concentrar la mente en un solo punto, aparece una nueva etapa, pero no la alcanza quien no haya logrado bastante pode de concentración mental para mantener la atención fija sin interrupción alguna sobre un solo punto, concepto o idea, sin recaer en la mediumnidad psíquica y convertirse en canal para seres muchos más bajos que el Yo Superior.
La concentración consiste en detener el siempre cambiante y habitual vagabundeo del intelecto, y en mantenerlo firmemente dirigido a una sola línea de movimiento, por una profunda penetración en un pensamiento especial. Para lograrlo es menester ignorar las impresiones y las sensaciones físicas suscitadas en nosotros por el medio que nos rodea, silenciar el ruido de la vida mundanal en la quietud mental, impedir la entrada del enjambre de pensamientos extraños por la práctica de un control consciente de la mente durante la media hora de meditación. En suma, mientras se piensa a fondo en un tema elegido, debe de haber una resistencia voluntaria a los impactos de percepción que nos llegan del exterior y a la irrupción de pensamientos extraños que nos llegan del interior. No se puede inmediatamente destruirlos o borrarlos, pero se puede tener el inquebrantable propósito, el ideal de mantenerse incólume como la roca contra la cual las olas se echan en vano, incapaces de moverla de sus firmes cimientos.
Durante la primera mitad de esta práctica se siente una urgencia casi incontrolable de abandonarlo y de ocuparse en cualquier otra cosa. La mente se resiste amargamente a que la aparten de sus acostumbrados caminos, rechaza la tiranía de verse obligada a replegarse interiormente, aunque acepta con alegría la tiranía aún mayor de su externalización a todo lo largo del día. La inquietud de la mente es lo primero que descubren generalmente todo aquellos que practican la meditación. Esta inquietud es confirmada por los primeros esfuerzos y al principio conduce al desaliento. Los primeros esfuerzos tanteantes dejan un regusto de fracaso y de cansancio.
Se comprende entonces por qué una pequeña fracción de nuestros pensamientos es verdaderamente nuestra, y que el resto es una multitud indisciplinada y rebelde. Si se cede a estos sentimientos negativos, se va derecho al fracaso. Sin embargo, si se acepta el hecho de que esta tarea es seria y difícil, aunque perfectamente posible y merecedora de que se la emprenda, y sin desmayo se sigue practicando, entonces llegará el día en que recibiremos la recompensa, y que en el tumulto del alma se producirá un delicioso silencio, y la inclinación hacia el exterior quedará destrozada por completo.
Hasta ahora hemos obedecido sin resistir este movimiento constante de la mente y cedido a él; en cuanto queremos detener su incesante agitación, muy naturalmente se produce una fuerte resistencia. Era de esperar. Por lo tanto, hay que aceptar el hecho de su inevitabilidad y en lugar de abandonar la práctica, pues parece carente de inspiración y estéril, hay que insistir paciente y esperanzadamente a fin de que el intelecto se vigorice con el correr de los meses.
Porque la mente fue capturada por el cuerpo y puesta a su servicio; la finalidad de la meditación es la de invertir este proceso y liberar a la mente de su tiránica dominación a fin de que pueda reunirse con su verdadero señor, el Yo Superior. Cuando se evade del abrazo de la meditación y permite que las sensaciones exteriores o el olvido del tema se impongan a nuestra atención, hay que hacer una cosa valiente y difícil; impedir sus vagabundeos; tratar de hacerla introspectiva y, pacientemente, hacer que su atención retorne a su propio foco, por más cansador que sea y más veces haya que hacerlo. PARA OBTENER EL ÉXITO FINAL SON ESENCIALES LA PACIENCIA Y LA INDIFERENCIA.
La concentración del pensamiento es lo mismo que montar una mula empecinada que constantemente se aparta del camino que debe seguir; cada vez que el jinete se da cuenta que su cabalgadura se sale del camino, debe forzarla a volver a él. El Yo Superior Interno es siempre accesible, pero nuestros pensamientos errantes deben convertirse en su sustento; fuimos durante tanto tiempo hijos pródigos que nos costará mucho retornar al hogar. Por lo tanto la paciencia es necesaria en estos esfuerzos.
Agregaremos una observación final para eliminar una confusión que se produce con frecuencia en la mente de aquellos que adoptan el sendero de la concentración. El mantenimiento de una línea de consecutivos pensamientos secuenciales, o meditación, es sólo el proceso preliminar e intermedio de este camino. Es un estado de transición. La concentración adelantada o contemplación, consiste en una fijación de la atención a un solo pensamiento, objeto o persona, dejando que permanezca en la atención y no entregándose a otros pensamientos acerca de ello.
Por eso, un pensar consecutivo eficaz es el esfuerzo inicial que nos conduce a la concentración, pero en sí no es la concentración final, pues involucra el paso de una sucesión de pensamientos. La verdadera concentración sólo atañe a un objeto o pensamiento. Debemos aprender a contemplar el intelecto como una máquina de pensar, a la que se puede descartar temporariamente cuando ha cumplido su finalidad, pero que no es necesario vigilarla siempre. La acción mental disciplinada debe ser seguida por el descanso mental controlado, el descanso que, al abrir el momento presente, nos admite en la eternidad y libera el pensador del capullo de pensamientos que teje incesantemente.
Estos ejercicios al comienzo parecen extremadamente aburridos al hombre común, pues se ocupa de algo que no es tangible, de algo que no puede tocar ni sentir con sus manos ni ver con sus ojos. Posiblemente le disguste ser arrancado de las amarras que lo atan al mundo físico, y verse de pronto tanteando en un mundo mental tan vago, pero que en realidad tienen la mayor importancia para su bienestar. Es muy probable que se deje arrastrar a menudo por estos pensamientos, pero no debe ceder por debilidad a sus halagos; tiene que desechar su pereza espiritual, atraído, si es necesario, por el pensamiento de la elevada retribución que lo espera en su camino, retribución cuyo valor no puede ser medido por ninguna norma material, pues se presentan con cualquier figura y forma; armonía material, contento emocional, satisfacción mental y, sobre todo, sabiduría espiritual. No hay dinero en el mundo que pueda pagar estas cosas, y deben ser suficiente tentación para que un hombre se entregue a la tarea diaria del descubrimiento en sí, sin importársele cuánto trabajo y cuánto tiempo puede llevarle esta tarea.
Los obstáculos y las dificultades existen; son naturales y casi siempre comunes a todos los novicios. La mente, inevitable y empecinadamente, se aparta como una mula del tema elegido o se desliga del cuadro escogido. Muchas veces estos lapsos pasan desapercibidos por un tiempo; entonces, de pronto, el hombre que medita se da cuenta que en vez de pensar en una sola cosa, estaba pensando en una docena de cosas distintas, o que ha olvidado la finalidad misma de su meditación. La mayoría de los hombres se dejan arrastrar todo el día por una corriente de precipitados pensamientos y deseos, o se abandonan a un aprisa frenética y disparatada; la meditación es un esfuerzo para arribar a una isla donde se puede recordar tranquilamente el dominio de sí; de ahí que es inevitable que la corriente se oponga a este esfuerzo.
El estudiante sólo debe dedicar a estas prácticas unos breves momentos todos los días. Todo el resto del día, puede ocuparse de sus asuntos de una manera perfectamente normal, usando su intelecto tan activamente como antes. El efecto de este diario aquietar del intelecto, empero, se evidenciará gradualmente en toda suerte de resultados notables.
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LA MUJER
Un fragmento poético e impresionante de alabanza a la mujer hecha por Jesús:
"Por entonces una anciana, que se había acercado al grupo para oír mejor a Jesús, fue apartada a un lado por uno de los hombres disfrazados, que se puso delante de ella.
"A lo que Jesús dijo: "No está bien que un hijo aparte a su madre para ocupar el primer sitio. Quien no honra siempre a su madre, el ser más sagrado después de Dios, o es digno del nombre de hijo.
"Escuchad, pues, lo que voy a deciros: honrad a la mujer, pues es la madre del mundo, y toda la verdad de la creación divina descansa en ella.
"Ella es la base de todo cuanto existe de Bueno y Hermoso, como también el germen de la Vida y la Muerte. Toda la existencia del hombre depende de ella, pues es su apoyo espiritual y natural en sus trabajos.
"Ella os trae al mundo en medio de dolores; con el sudor de su frente vigila vuestro crecimiento, y hasta el momento de su muerte le causáis las más vívidas inquietudes. Bendecidla y honradla, pues es vuestro único amigo y vuestro sostén en la tierra. respetadla y defendedla; si obráis así, os ganaréis su amor y su corazón y os haréis gratos a Dios; por eso se os perdonarán muchas culpas.
"Amad del mismo modo a vuestra mujeres y honradlas; pues mañana serán madres y después abuelas de todo un pueblo.
"Sed condescendientes con la mujer; su amor ennoblece al hombre, suaviza su endurecido corazón, amansa a la fiera salvaje y hace de ella un dulce cordero.
"La mujer y la madre - un tesoro incalculable que os ha dado Dios -, son las más hermosas galas de la Creación, y de ellas nacerá todo cuanto habitará en el mundo.
"Al igual que el Dios de los ejércitos al principio de los tiempos separó la luz de las tinieblas y la tierra firme de las aguas, la mujer posee el don divino de separar en el hombre las buenas intenciones de los malos pensamientos.
"Y por eso os digo que vuestros mejores pensamientos hacia Dios deben pertenecer a la mujer y a las esposas, porque la mujer es para vosotros el templo divino, donde conseguiréis más fácilmente la felicidad completa.
"Cread en ese templo vuestra fuerza moral: allí olvidaréis vuestros pesares y vuestros fracasos, y allí recuperaréis las fuerzas perdidas, que os serán necesarias para ayudar a vuestro prójimo.
"No lo sometáis a ninguna humillación; pues precisamente con ello os humillarías a vosotros mismos y perderíais el sentimiento del amor, sin el cual nada perdura.
"Proteged a vuestra mujer, para que ella os proteja, a vosotros y a toda vuestra familia. Todo lo que vosotros hagáis por vuestra madre, vuestra esposa, por una viuda o por otra mujer que lo necesite, lo habréis hecho por vuestro Dios."
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EL ESFUERZO
¿Somos esclavos de lo que nos sucede o amos de las circunstancias? ¿Debemos sujetarnos a ellas o luchar con todas nuestras fuerzas? ¿Si el hoy precede de ayer, el ayer de anteayer, y siempre un día cualquiera procede del anterior, podrá alguna vez el equivocado convertirse en virtuoso? ¿No estamos limitados por una inexorable fatalidad?
La primera pregunta puede considerarse contestada, somos, en parte esclavos de las circunstancias y en parte, sus amos. Esclavos por lo que nos queda de ignorancia y sus amos por los poderes que adquirimos por el conocimiento. La segunda pregunta es más compleja. Supongamos que somos victimas de una fuerza enorme contra la cual toda lucha parece vana. ¿Sería de utilidad para nosotros luchar contra ella?
Sí, lo sería, y un momento de reflexión lo probará. Tomamos por caso un mal hábito físico, herencia del pasado, tal como la beodez o la lujuria. El hombre que no conoce la Ley de Acción y Reacción, o sea el Karma, dice desesperado: "No puedo hacer nada contra esto" y se entrega sin resistir a su vicio dominante; creando así una atadura más con éste y consolidándolo. El hombre que sabe cómo actúa el Karma, dice:
"Puede ser que fracase, pero debo luchar todo lo que pueda, aunque al final sucumba". Y así lo hace, sosteniendo un rudo asalto contra su enemigo, que es una fuerza que proviene del pasado y que por fin lo vence, haciéndolo recaer en su vicio.
Sin embargo, el enérgico esfuerzo que ha hecho este hombre, ha roto numerosos hilos de la apretada red de su Karma, y en cuanto el enemigo vuelva a atacarlo, los restantes hilos serán menos fuertes y Él podrá actuar con más ventaja, hasta que después de muchos esfuerzos y fracasos, pueda romper todo obstáculo y liberarse del tirano.
El hombre, que por sus malos deseos, malos pensamientos y malas acciones, ha creado en él un vicio, puede destruir ese vicio con buenos deseos, buenos pensamientos y buenas acciones. Nosotros tejemos y destejemos nuestro Karma y "el hombre crea su destino".
Tengan ánimo pues lo que se sienten ligados y atados por el pasado. Es necesario ser valientes y luchar con toda el alma para llegar a ser libres absoluta e inevitablemente, y ser amos en lugar de esclavos.
La Ley es siempre la Ley. Ella nos ha atado y ella nos liberará; es inmutable. Lo que por ella hemos hecho en nuestra ignorancia, lo desharemos también por ella al adquirir conocimiento.
Nada ni nadie puede oponerse a esto.
Annie Besant.
domingo, 13 de diciembre de 2009
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