jueves, 4 de mayo de 2017

Metafísica: Clase II-46 - MÁS ALLÁ DEL TIEMPO HACIA LA ETERNIDAD. Por Alexiis


Nuestro intelecto es limitado y finito, no puede medir más que los segundos y minutos, y días de conciencia-tiempo que late incesantemente a través de los órganos físicos.

En cuanto se intenta entrar en una relación interior con el tiempo, uno se da cuenta de que vive siempre en el futuro. Los recuerdos del pasado, y las anticipaciones del futuro son semejantes a fantasmas incorpóreos e irreales, que vuelven a caer en la oscura nada, pues no podemos escapar al inexorable presente que devora cada minuto.

El presente siempre fluye hacia delante, se mueve irreversiblemente en una sola dirección hacia un futuro que se funde en Él como un afluente se echa en el río que alimenta. Hasta esta analogía es vaga y en parte falsa porque en realidad no hay ningún movimiento a través del espacio; sólo se puede decir que el movimiento del tiempo es único. En esta forma extraña moramos para siempre y sin poder apartarnos en el dominio del presente como si fuera la esencia de nuestra existencia. El pasado no es sino memoria y el futuro anticipación, pero el momento presente es preeminente debido a su realidad.

El momento presente es, además, el centro entre los dos extremos del pasado y del futuro. Esto basta para nuestro análisis y no hay necesidad de perderse en los dilatados espacios que se extienden hasta el infinito en cuanto uno mira hacia delante yo hacia atrás.
Pues cada evento pasado fue un evento presente cuando sucedió realmente. De la misma manera cada evento futuro sólo se podrá experimentar en el tiempo como un evento presente. El pasado y el futuro, cuando se analizan, se ven como manifestaciones del tiempo presente, que descansan por entero en él, y no poseen una existencia independiente fuera de la propia. En esto estriba el punto crucial de toda la cuestión.

En otras palabras, el tiempo es una cadena continua formada únicamente por sucesivos eslabones de acontecimientos presentes. Es imposible dividirla en un pasado absoluto y en un futuro absoluto porque en sí es indivisible; es un eterno ahora. La relación que existe entre el pasado y el futuro fue creada por el poder unificador de la memoria del hombre; existe en el hombre, no en el tiempo.

Únicamente el presente es el VERDADERO tiempo.
No se debe confundir el momento presente con un punto matemático en una línea que comienza y se extiende hasta el infinito. No está en ningún lugar del espacio, porque es inseparable de la manera como el hombre contempla el mundo. Es algo inherente al hombre mismo, o más exactamente, a su atención consciente.

El hombre se refiere siempre al tiempo, en última instancia, como a algún objeto o acontecimiento compuesto de objetos. Se necesita tiempo para mirar un objeto, no importa cuán breve sea el destello infinitesimal, pues su tamaño posee dimensiones y los ojos deben mover de un lado al otro y así bifurcar la mirada. En realidad nada aparece en un solo instante, sino siempre en una sucesión temporal, sólo por esta separación en el espacio un objeto adquiere su forma para que quien lo mira. ¿Pero quién puede medir el tiempo que toma este proceso dentro del momento presente? ¿Dónde empieza y se detiene el momento presente? Es imposible distinguir estos puntos pues en cuanto uno se fija un punto este instante ya pertenece al momento pasado. Por eso, es absolutamente imposible forjarse una idea correcta del presente.

Hablando científicamente, el presente desafía la observación y por consiguiente no se puede conocer. No posee duración, y por lo tanto es la entrada a un Absoluto Independiente del tiempo. En suma, cuando se lo aísla es verdaderamente una IDEA abstracta, que existe en nuestra mente.
Así llegamos a la curiosa posición de que "estar en el tiempo" significa "estar en el presente", y lo último a su vez significa "estar en la atemporalidad, es decir en la "eternidad". Y el sentido de la realidad que siempre hallamos en el momento presente deriva de esa oculta realidad de vida perdurable que es subyacente a él.

Así el lado más familiar de la vida contiene un profundo misterio. De ahí que estamos viviendo justamente aquí y ahora en la plenitud de la verdadera vida eterna, sólo que no nos damos cuenta, estamos por completo inconscientes de ello. Recuperar esta conciencia perdida revolucionaría necesariamente nuestra vida. Este es un punto de la más amplia y vital importancia.

Esto traslada inmediatamente todo el concepto del tiempo desde el mundo material al dominio no material o mental. Además, como siempre vivimos todas nuestras experiencias en el presente surge la implicación de que sólo conocemos el tiempo como una forma de conciencia del yo.
Aún más, si llegara a alterarse la velocidad de revolución de la tierra, el sentido del tiempo se alteraría de una manera correspondiente. Por ejemplo, la luna emplea 271/3 días nuestros para girar sobre sí misma, y si un ser humano pudiera viajar instantáneamente a la luna, encontraría allí el tiempo muy largo a causa del considerable retardo producido en su fluir por el día lunar 271/3 veces mayor que el día al cual estaba acostumbrado. De ahí que cada hombre tenga su idea individual del tiempo, la cual es una forma del principio de la relatividad. Finalmente, si pudiéramos viajar a una velocidad suficientemente grande alejándonos de la Tierra, al regresar al cabo de unos pocos minutos a la tierra veríamos con asombro que en nuestro planeta había transcurrido varios siglos.

Estos ejemplos nos demuestran que el tiempo no tiene existencia absoluta. No hay en realidad tal cosa como una medida absoluta del tiempo, sino nuestras impresiones mentales de ella: el tiempo es tal como lo PENSAMOS.
La nueva concepción científica del tiempo se vio forzada a admitir que no se puede trazar una imagen del tiempo; en realidad no puede ser objetivado y por lo tanto no puede ser examinado como la ciencia examina las demás cosas en la naturaleza. Sólo puede ser interpretado perspectivamente desde el interior de uno mismo.

No se lo puede representar exactamente como una línea trazada con tiza en un pizarrón, por ejemplo, como uno suele representar simbólicamente cualquier cosa en la Naturaleza, desde el diminuto átomo hasta el colosal sistema solar. Pues el observador y su acto de observación y el trazado de la línea están a tal punto fijos en el tiempo que la observación científica normal está viciada desde el comienzo. Todas las cosas externas son observadas desde el momento presente; pero como este último no es externo no puede ser observado como un objeto de pensamiento.

Por consiguiente, para cumplir con la última demanda de la ciencia y obtener una perspectiva interior del presente más profunda que el concepto superficial del tiempo que por lo general se sustenta por herencia racial, se debe contemplar ahora el tiempo como un factor puramente psicológico, no como algo que depende de mediciones astronómicas. Se debe cruzar el umbral de nuestro ser interior, lo cual no es un hecho tan extraño y extraordinario como parece.

Tal análisis tal vez sea poco conocido y pueda parecer extraño, pero está lleno de significación. Este es un estudio que, si se lo sigue con paciencia, estará seguramente libre de la superficialidad que suele desestimar el misterio del tiempo.
La idea del tiempo está inseparablemente conectada con la idea de movimiento. Es una sensación de sucesión. Así hay un movimiento de conceptos y de preceptos dentro de la mente, que se suceden unos a otros como las vistas en un rollo de película cinematográfica, un proceso que continúa a todo lo largo del día. También hay el movimiento del cuerpo físico hora tras hora, cuando no minuto tras minuto.

Es esta inherencia a una sucesión de impresiones mentales y sensaciones físicas y eventos a medida que pasan a través de la conciencia, lo que crea el sentido del tiempo y nuestros recuerdos personales, pues no hay movimiento sin el tiempo. Es el eterno caer de la atención en pensamientos que no son el pensamiento-yo lo que impide que nos encontremos cara a cara, por así decirlo, con nuestro verdadero yo. Por lo tanto, de ahí se sigue que hay una conexión entre estos dos factores y que mientras no se pueda liberar la atención de esos pensamientos y recuerdos, se seguirá prisionero del sentido del paso del tiempo.

La incapacidad de escapar a este movimiento constante explica por qué normalmente no tenemos conciencia de que los momentos presentes en realidad pasan uno a través del otro en un Absoluto Atemporal, y no es extienden uno al lado del otro, como se suele demostrar. Si nuestra conciencia pudiera EXPERIMENTAR DOS MOMENTOS que fueran completamente idénticos no habría transmisión de la memoria del primero al segundo, y entonces por necesidad habrá una caída en lo Absoluto.
El hombre común cree razonablemente que su vida consiste en un movimiento a través del tiempo, a través de momentos, días, semanas y años medidos.

Pero el hecho verdadero es que él, su verdadero yo, AQUELLO que está tras el intelecto, no se mueve en absoluto; por el contrario, permanece inmutablemente anclado en la eternidad.
La naturaleza relativa del tiempo nos invita a buscar el valor absoluto de eternidad que es subyacente a él, y que está aquí AHORA, no en algún futuro distante.
Cuando el pensamiento no existe, el paso del tiempo tampoco existe. Cuando la mente permanece en reposo, el tiempo también permanece en reposo. Esto sucede durante el sueño sin ensueños.

Es un hecho conocido y fue experimentado por varias personas que en el último destello de conciencia de una persona que está a punto de ahogarse y que precede a la inconciencia total, se percibe toda la vida pasada desfilando ante la mente. Los principales sucesos de cada año, desde la infancia hasta la madurez, se presentan de nuevo y no sólo se los ve sino que también se los vive otra vez, resumidos y con plena comprensión. Así un período de 50 años se vive en unos pocos segundos.

Pero hasta en el estado de vigilia es común que el sufrimiento alargue las horas, mientras que el placer las hace demasiado breves. Una enfermedad penosa se arrastra cansadoramente, con pesados pies, a través de nuestra vida, pero los días de éxtasis pasan tan rápidamente como una ráfaga de viento. Por eso, sólo obtenemos la sensación de la rapidez o lentitud del tiempo, y no su medición matemática, puesto que nuestra percepción del tiempo es algo enteramente subjetivo; es decir; ocurre dentro de la mente percipiente y es relativo a ella.
¡Tales son los engaños que la cambiante conciencia suele hacer con el sentido humano del tiempo! En forma similar, durante el sueño se puede experimentar una sucesión de sucesos soñados en unos pocos minutos que hubieran requerido horas para su cumplimiento en la conciencia despierta. De ahí deducimos que el tiempo en sí es puramente una condición mental.

Una extraordinaria prueba de que un cambio en la combinación de las sensaciones nerviosas, y de las impresiones mentales que resultan de ellas, modificará el sentido humano del tiempo es presentada por un artículo en el Morning Post, periódico londinense muy conocido:
"Vívidos recuerdos de la prolongación del tiempo han sido descriptos pro víctimas del shock eléctrico, y un hombre que veía pasar a una bicicleta a bastante velocidad después de haber recibido un "shock", declaró que podía ver cada rayo de la rueda de la bicicleta y que "me parecía que apenas giraba". El mismo hombre declaró que podía sentir cada cambio de la corriente alternada a una velocidad de sesenta ciclos por segundo".

Las sensaciones sucesivas pasan a través de nuestro campo e conciencia: si pasan a una velocidad normal, es decir la velocidad común a la humanidad en su totalidad, producen el sentido normal del tiempo. Pero cuando, como en este sorprendente caso - en que se demostró que el funcionamiento del tiempo residía, no en el Universo físico exterior, sino en la mente interna humana - el cerebro está anormalmente afectado, las sensaciones se demoran y pasan con retardo a través de la conciencia como en una especie de film pasado por una cámara de movimiento retardado.

Es muy conocido que cuando una persona está bajo anestesia durante una operación quirúrgica, o bajo la influencia de un narcótico, el sentido del tiempo puede elevarse a límites fantásticos o caer igualmente a fantásticas proporciones.
De esto se deduce que el sentido del tiempo está en la mente misma, en los preceptos y en los conceptos que son su producto. El tiempo, por consiguiente, no está fuera sino que pertenece al interior del organismo. No es una idea, ni un objeto para ser observado sino un concepto para ser pensado, y un producto derivado de la conciencia.
No posee existencia independiente e intrínseca fuera de la mente por la cual es concebido e imaginado. Su movimiento hacia delante es una de las condiciones esenciales de la conciencia común.

Cada experiencia externa que empieza en un momento particular, continúa por un cierto período y finalmente termina en otro momento particular, se mide a sí misma en el delicado instrumento de nuestra mentalidad. Un cambio fundamental que se produce en la mentalidad por fuerza afecta estas mediciones, elevándolas a una velocidad anormalmente rápida o reduciéndolas a una lentitud también anormal.

Nuestro sentido del tiempo es menos ilusorio que relativo. Nos parece cierto y real, sentimos que lo estamos atravesando, pero en realidad es nunca absoluto. Todo en nuestra observación de la Naturaleza es meramente asunto de punto de vista; pues nada puede evadir el estar relacionado con el observador. Un caminante que trepa por la ladera de una montaña puede percibir algo que está muy por encima de su cabeza, pero que es completamente invisible para el habitante de la llanura al pie de la montaña, empero el mismo caminante puede percibir la llanura desde la cual partió si mira hacia lo bajo. Desde el punto de vista de un hombre que no piensa, el tiempo es una realidad innegable. Desde un nivel más elevado, quizás no sea sino una idea que existe en la mente y que puede desaparecer o no sin influir en nuestra vida eterna, o como una imagen cinematográfica que destella por un breve instante sobre la pantalla blanca de la eternidad y se desvanece.

En todo caso, es claramente una proyección al mundo externo de las condiciones existentes, en nosotros, y por lo tanto relativa, ya que puede aparecer, desaparecer y reaparecer de acuerdo con nuestro condicionamiento interior.
En esta forma se demuestra que el tiempo es una creación del cerebro humano, algo que participa del orden psicológico; se lo puede llamar un concepto mental, una forma de conciencia, un movimiento subjetivo o un producto derivado del pensamiento, pero sin la colaboración del ser consciente el tiempo evidentemente no podría existir.

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LA EVOLUCIÓN ESPIRITUAL

La creencia de que la evolución es algo de carácter espiritual que consiste básicamente en ser cada día mejores personas, en ser "mas buenos", está tan extendida y arraigada en el mundo, independientemente de las convicciones religiosas que uno tenga y de la pertenencia - o no - a una u otra iglesia o escuela de pensamiento, que muchos buscadores han terminado admitiendo sin más esta concepción.

Y, sin embargo, concepción tan simplista sólo se explica por la igualmente extendida creencia de que tras la muerte seremos juzgados por un Dios omnipotente - al que algunos, por cierto, han revestido de atributos y características completamente humanas - y el veredicto dependerá de nuestras "buenas" o "malas" acciones.

Así lo piensan los judíos, los cristianos, los musulmanes, las religiones animistas y sincréticas e, incluso, las confesiones orientales que creen en la reencarnación.
Y el hecho de que para unos la "salvación" dependa de un solo juicio y para otros del comportamiento a lo largo de varias vidas consecutivas, no refleja, en cualquier caso, más que una diferencia de matiz que no afecta al fondo de la cuestión.

Y el fondo de la cuestión es que nadie necesita ser "salvado" porque nadie - sino uno mismo, su propia conciencia, el juez más implacable que existe y a quien no se puede engañar - va a juzgarle tras la muerte.
El fondo de la cuestión es que nadie necesita sacerdotes - profese la confesión religiosa que profese - que hagan de intermediarios entre él y Dios.

El fondo de la cuestión es que el espíritu es - por esencia - inmortal, en tanto manifestación de la Divinidad, y que su misión a lo largo de la existencia no es otra que la de aprender a conocer a esa Divinidad.
El fondo de la cuestión, en suma, es que evolucionar no es algo que pueda reducirse al ámbito del comportamiento ético, siendo éste importante. Antes bien, la evolución es algo que abarca al ser humano en forma integral.

Evolucionar supone, pues, adquirir cada día un mayor grado de conciencia y de conocimiento de las leyes del Universo, a través de las cuales se manifiesta - no importa cómo le llamemos - Dios o el Cosmos.
Evolucionar significa conocer la esencia de tales Leyes, o, lo que viene a ser lo mismo, comprender sus bases, conocer el sustrato que las rige aprendiendo en el transcurso de nuestro devenir inmortal - no importa lo que tardemos, el tiempo no existe para el espíritu - todo lo que se precisa para lograrlo; es decir, todas y cada una de las materias y disciplinas que, estando a nuestro alcance, nos ayuden a entender el funcionamiento de la vida y el Universo: Matemáticas, Física, Química, Astronomía, Filosofía, Biología, Antropología, Psicología, Informática, Medicina, etc., etc. En suma, el compendio de todo el conocimiento.
No te engañes, en el camino de la evolución del espíritu no basta con "ser buenos": hay que ser cada día más conscientes, es decir, más sabios.
Es hora de despertar.

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MALAS COSTUMBRES

No existen malas costumbres. Cualquier costumbre en sí misma - cualquier rito automático e inconscientes - es negativo. Pero una actitud específica - fumar, beber, tomar drogas, come dulces o hacer preguntas estúpidas - no es ni buena ni mala; cada acción tiene su precio y sus placeres.
Siendo consciente de los dos aspectos, te haces realista y responsable de tus actos. Sólo entonces dispones de la libre elección - hacer o no hacer.

Conoces el proverbio: "Cuando estés sentado, estate sentado; cuando estés de pie, estate de pie; hagas lo que hagas no vaciles". Una vez que hayas hecho tu elección obra plenamente. No seas como el evangelista que pensaba en rezar cuando le hacía el amor a su esposa, y pensaba en hacer el amor con su mujer cuando estaba rezando.
Más vale cometer un error con toda la fuerza de tu ser que evitar cuidadosamente los errores con un espíritu tembloroso. Ser responsable significa reconocer tanto el placer como su precio, hacer una elección sin inquietud.

¿Y la moderación?

¿La moderación? Es la mediocridad, el miedo y la confusión disfrazada. Es el engaño razonable del Diablo. Es el compromiso que no satisface a nadie. La moderación es para los débiles y para los vagos, para aquellos que son incapaces de adoptar una postura. Es para los que tienen miedo de reírse o de llorar, para quienes tienen miedo de vivir o de morir.
La moderación, es té tibio, ¡la bebida del Diablo!

sábado, 12 de diciembre de 2009

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