El tiempo no
existe. Ni aunque los relojes y los calendarios se empeñen en confirmarnos lo
contrario.
Sé capaz de verlo de otro modo: no hay “tiempo” –porque es un concepto que abarca también lo pasado y el futuro-, y sólo existe presente; el presente tiene diferentes intensidades y una duración variable, pero siempre es exclusivamente presente.
Sé capaz de verlo de otro modo: no hay “tiempo” –porque es un concepto que abarca también lo pasado y el futuro-, y sólo existe presente; el presente tiene diferentes intensidades y una duración variable, pero siempre es exclusivamente presente.
Prueba a creer que el tiempo es sólo un sentimiento, e incluso prueba a creer que no existe. Sé osado. Inténtalo.
Lo que llamamos tiempo sólo existe en el corazón de cada uno.
Existe la vida, sí, pero… ¿Qué es la vida?, ¿El espacio que media entre el nacimiento y la muerte?, ¿O la vida es Uno Mismo en cuanto Ser?
No existe “mi vida”: existe “la vida”.
No existe “yo”, porque “yo” no es más que una proyección condicionada, adulterada y efímera, del Ser.
Este “yo” con el que te identificas, no es más que una manifestación y forma temporal de la vida.
El arte de vivir es estar en el mundo pero no ser del mundo, como dice el dicho. Esto se puede interpretar de mil modos; uno de ellos, sería que hay que estar presente en cada presente -qué curioso juego de palabras, y más cuando un “presente” es, también, un regalo, o sea “el presente” que vivimos es un regalo- y no ser esclavo de los condicionamientos del cuerpo, del tiempo, de los variables estados de ánimo, de lo que “yo” cree que le pasa… o sea, no pertenecerle al mundo y sus altibajos.
Sólo existe el ahora, y hay que aprender a magnificarlo, porque realmente es irrepetible y magnífico, y hay que llenarlo de plenitud y de sentido.
El ser humano es Uno. Es la totalidad. Es indivisible.
En cambio, se empeña en fragmentarse: Dios por un lado, lo inconsciente por otro, el alma y las emociones por otra parte…
Parece como si de unas cosas se responsabilizase y de otras renegara o las calificara de ajenas. Sólo admite como él mismo, o suyo, lo bueno de sí. Los demás tienen la culpa del resto.
Hay aún más ideas que podría transmitirte, todas ciertas y, la mayoría, de ellas creíbles. Podría avasallarte con más ideas, saciarte, llenar tu cabeza de pensar para que se desespere y renuncie a seguir procesando datos y comparándolos con los que ya tiene o los que pudiera aportar de su cosecha. Saturación. Hartazgo. Demasiados conceptos… ¿Ya estás un poco harto? Bien. Eso es lo que pretendo. Entonces, sigamos.
Ahora empieza a borrarlos todos, a desecharlos, a desobedecerlos, y a sentir. Desde ti.
¿Qué siento?
No hagas trampas, no sigas leyendo. Responde a la pregunta que acabas de hacerte.
¿Qué siento?
Si respondes, has caído en mi plan de engañarte.
Si respondes, es porque, otra vez, tu mente se empeña en poner palabras a la mudez de los sentimientos
Te digo que sientas.
Que te sientas.
Dentro.
No te digo que pienses, que elucubres, que me des o te des una respuesta.
No quiero escuchar al ruidoso que aparece inmediatamente con su verborrea, ese que se entromete en todo y se cree al mando, sino al que está aún más al fondo. Al paciente, pausado, sabio, que sólo se manifiesta cuando terminas con la palabrería vacua, con la charlatanería trivial, y te quedas a esperar pacientemente, casi rendido, a que se manifieste.
Quiero el sentimiento sin voz ni explicaciones. Dímelo con un gesto o con una mirada.
Quiero esa emoción, ese sentir, esa comprensión tan rotunda como inexplicable, esa explosión y agitación de impresiones que no se pueden comunicar de ningún modo.
Tienes que acostumbrarte a dejar que pase la palabrería para llegar a la sabiduría. Todos somos sabios, sólo que no lo sabemos. Sabios que no saben lo elemental. Casi paradójico.
Y lo elemental es que traemos desde el nacimiento los instrumentos para manejarnos en este mundo: ojos, manos, oídos, conocimientos, mente, paciencia, etc.
Pero, salvo los muy básicos, no sabemos utilizarlos.
La propuesta es que aprendas a confiar en ti mismo.
Que te creas que realmente eres sabio y te exijas como a tal.
Que aprendas a conectar con la sabiduría, que no te ampares en que no eres inteligente, o muy listo, porque te pido que ni siquiera te conformes con esto, sino que vayas a por más: a por la sabiduría que asilas en lo más profundo de ti.
Para contactar con ella te serán útiles la paciencia, la confianza, la autoestima, la paz, la meditación, la relajación, la apertura, la curiosidad, la insatisfacción, el no conformismo…
Si ya llegas a sentir algo de lo que acabas de leer, o cuando aprendas a conectar con el sabio, vuelve al principio del artículo y léelo de nuevo, a ver si te parece distinto.
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