Carl Rogers, célebre psicólogo humanista, fue uno de los primeros en profundizar en el principio de congruencia o coherencia. En 1950, lo definió como una alianza entre la experiencia y la conciencia.
Sería, básicamente, el resultado de cada cosa vivida y de lo que hemos aprendido de ellas para actuar de manera consecuente con nuestra propia escala de valores, sentimientos y deseos.
Si Rogers se preocupó por ahondar en este concepto fue por una razón. Algo que puede verse a menudo en terapia es la incoherencia, la clara distancia entre lo que uno necesita y lo que hace por sí mismo.
Son muchas las personas que acuden en busca de ayuda porque sienten que se han alejado por completo de su «yo ideal». Su realidad ha perdido sentido porque ven una clara diferencia entre lo que quieren y lo que hacen, entre lo que sienten y lo que reciben.
Si el principio de coherencia se quiebra, emerge el malestar y el sufrimiento. Esta es una realidad tristemente común en la que vale la pena detenernos.
«La buena vida es un proceso, no un estado del ser. Es una dirección, no un destino».
-Carl Rogers-
El principio de coherencia puede ser a veces motivo de problemas
El principio de coherencia ha sido estudiado, entre otros, por el escritor y psicólogo de la Universidad de Arizona Robert B. Cialdini. Uno de sus libros más conocidos es sin duda Pre-suasión: un método revolucionario para influir y persuadir. En este trabajo, profundiza en esta teoría para aportarnos un nuevo e interesante enfoque.
Ese matiz que introduce el doctor Cialdini es el siguiente: a veces, en nuestro intento por cuidar de nuestra coherencia, nos vemos en situaciones contradictorias que resultan problemáticas. Un ejemplo podría ser que nos definamos como ecologistas y como personas férreamente comprometidas con el cuidado del medio ambiente y, sin embargo, seguimos utilizando energías contaminantes.
En efecto, hay situaciones en las que experimentamos una especie de sanción social por defender ciertas cosas y no ser completamente coherentes con ellas. Asimismo, todo ello se complica aún más si queremos inspirar a otros, si nuestro deseo es llegar a otras personas a través de nuestros valores y comportamientos.
¿Qué podemos hacer en estas circunstancias? ¿Somos quizá más incongruentes de lo que pensamos?
El principio coherencia y las pequeñas disonancias
Hay circunstancias en las que uno no puede cumplir 100 % con el principio de coherencia. Pueden no gustarnos las discusiones y discrepancias y tener que lidiar con ellas con frecuencia. Es posible que defendamos unas ideas políticas y tengamos una pareja que defiende las opuestas. Es posible que nos encanten los niños pero hayamos decidido no tenerlos.
A pesar de estas aparentes incongruencias, hay una serie de hechos que debemos considerar:
En realidad, una persona puede seguir siendo coherente a pesar de las aparentes incongruencias cotidianas. Al fin y al cabo, como señalaba el propio Carl Rogers, el principio de coherencia se sirve de la propia conciencia de cada uno.
Es decir, si yo no experimento disonancia alguna, si mi percepción sigue viendo armonía entre lo que siento y lo que hago, no hay problema. Al fin y al cabo, nuestro entorno es increíblemente complejo y estamos obligados a lidiar con cada estímulo, con cada persona, circunstancia e imprevisto como bien podemos.
Lo esencial es que, en todo momento, siga existiendo un equilibrio interno. Siempre habrá situaciones que atenten por completo con nuestros principios, esas en las que reaccionamos con convicción para defender nuestra coherencia. Otras veces, estamos obligados a hacer pequeñas concesiones porque los beneficios nos interesan y mantenemos, a pesar de todo, la homeostasis interna (como por ejemplo, tener una pareja con otros ideales pero con quien la convivencia es feliz y satisfactoria).
A pesar de las presiones, seamos congruentes. Es cuestión de valentía
Somos conscientes de que, a veces, nuestros pensamientos y comportamientos no están alineados. Esta disonancia puede darse de manera ocasional sin mayores consecuencias.
Ahora bien, lo más lesivo se da cuando se vulnera de manera continuada el principio de coherencia. Carl Rogers lo relaciona a su vez con la teoría del yo, una de sus contribuciones más importantes.
Cuando incumplimos el principio de coherencia de forma persistente se da una clara distancia entre el yo ideal y el yo percibido. Es decir, entre aquello que yo hago y percibo sobre mi persona y lo que me gustaría ser hay un abismo y ese abismo me genera sufrimiento.
Asimismo, esa falta de armonía termina generando diversas estrategias mentales con las que nos esforzamos (inútilmente) en encontrar un equilibrio. Construimos, por ejemplo, disonancias cognitivas. Son conflictos internos que surgen cuando mantenemos ideas contrapuestas, lo cual nos lleva tarde o temprano a terminar justificando algo que va en contra de nuestros valores en un vano intento por reducir ese sufrimiento psicológico.
Recurrimos también a complejos mecanismos de defensa para apaciguar esas contradicciones, estrategias completamente inútiles porque todo ello se traduce en un mayor nivel de frustración y ansiedad.
Para concluir, si queremos garantizar nuestro bienestar psicológico, es imprescindible cuidar de nuestro principio de coherencia. Hacerlo es un acto de valentía diario.
El ejercicio saludable de ser y actuar de acuerdo a nuestros valores en cada momento puede ser complicado en ocasiones, pero ese esfuerzo garantizará que el músculo de la autoestima esté en plena forma. Intentémoslo.
Valeria Sabater
Atrévete a ser feliz.
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