sábado, 4 de enero de 2020

Cuando la ansiedad y la ira controlan nuestra mente


Hay épocas en que la ansiedad y la ira confluyen en nuestro interior de manera convulsa, molesta y hasta autodestructiva. Estamos ante dos realidades emocionales que a menudo conviven juntas, aunque suele ser la ira contenida y reprimida durante meses o años la que consigue que, tarde o temprano, nos dejemos llevar por la deriva de los trastornos de ansiedad.


Es común que el origen de estas dimensiones tan complejas esté en nuestra ineficiente habilidad para gestionar emociones. Lo decimos muy a menudo, incidimos en ello de forma constante, pero esta materia sigue siendo nuestro asunto pendiente.

Al fin y al cabo, nadie nos ha explicado nunca qué hacer con la frustración, con la contradicción, con el miedo o la picazón de esa rabia que surge en más de una situación cotidiana.

Así, y solo como sencillo ejemplo, el vínculo entre la ansiedad y la ira aparece de manera habitual en los contextos laborales. Soportar durante mucho tiempo unas condiciones de trabajo complejas, en medio de un clima hostigante y con excesiva carga de responsabilidades suele generar un convulso estado emocional en el que se entremezclan muchas sensaciones, pensamientos, sentimientos…

A la ira evidente por sentirnos manipulados o incluso explotados laboralmente, se le añade el agotamiento y la impotencia. Esa bomba de relojería desemboca a menudo en más de un trastorno psicológico, siendo la ansiedad el más recurrente. Conozcamos por tanto más aspectos sobre este tema.

«La ira es un ácido que puede hacer más daño al recipiente en el que se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierta».
–Mark Twain-

La ansiedad y la ira, esas grandes desconocidas

La ira es una emoción multifacética. Surge cuando experimentamos una sensación de amenaza, pero, a su vez, se inocula en nuestra mente a través de una serie de cogniciones (pensamientos) como «me están ofendiendo, están atacando mis derechos, me han engañado, me están manipulando, se está cometiendo una injusticia…».

Ahora bien, tal y como ya sabemos, este tipo de estado emocional deriva en ocasiones en comportamientos violentos. Sin embargo, y aquí viene lo más interesante, en buena parte de las personas en las que confluyen la ansiedad y la ira, esto no ocurre. En ellas, por termino medio, se entremezcla otra emoción más: la tristeza.

Un ejemplo. En un estudio realizado en la Universidad de Pennsylvania, por parte de la doctora Lucía Wals, descubrieron esto mismo.

La investigación se centró en un grupo de jóvenes diagnosticados con trastornos de ansiedad y depresión. Algo que pudo verse es que, a menudo, tras el origen de estas condiciones se hallaba a menudo una ira latente largamente mantenida en el tiempo, ahí donde además aparecía la tristeza y una clara indefensión.

Esto hacía, entre otras cosas, que los pacientes abandonaran los tratamientos antes de tiempo. Por otro lado, hay otro hecho que debemos considerar y que nos señalan en otro estudio llevado a cabo en el departamento de Psicología de la Universidad de Colorado.

Según este trabajo, la ansiedad y la ira que mantenemos durante meses y años y que no afrontamos deriva en un debilitamiento del sistema inmunitario. Además, hay mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares.

Ahora bien, ¿cómo se relacionan estas dos dimensiones? ¿Cómo podemos pasar de un estado de ira, rabia o decepción a sufrir ansiedad? Estas serían las causas.

Actuamos como si ciertas situaciones no nos molestaran

Vivir situaciones familiares complejas, pasar años en un trabajo hostigante... Podríamos dar varios ejemplos de situaciones en las que nos sentimos vulnerados, atacados, infravalorados. Todo ello genera una mezcla en la que oscila la rabia, la ira, la tristeza y la decepción.

Ahora bien, algo común que se hace a menudo es intentar reducir su impacto diciéndonos aquello de «es lo que hay, debo soportar esto».

Cuando reducimos las opciones y asumimos que no hay salida, nos rendimos. Y esa rendición se convierte en emociones que silenciamos y engullimos. Tarde o temprano, dicha emergía emocional soterrada, termina manifestándose en forma de ansiedad.

Miedo a reaccionar

Quien cohabita meses o años con la ansiedad y la ira tiene como principal enemigo al miedo. Es él quien frena nuestra capacidad para reaccionar, para decir basta, para usar la asertividad o incluso a abrir la puerta a otras opciones.

El temor a lo que pueda pasar, a lo que digan otros o la angustia a si seremos capaces de afrontar o no las consecuencias de nuestras acciones es lo que provoca seguir inmersos en situaciones que generan sufrimientos.

Cómo reducir el impacto de la ira para evitar estados de ansiedad

No existe una sola estrategia para reducir el impacto de la ira; en realidad hay múltiples herramientas. Ahora bien, lo más importante es evitar que se cronifique. Debemos, por encima de todo, comprender esa emoción, canalizarla y usar su impulso.

Porque a pesar de que siempre hayamos concebido esta realidad psicológica como algo negativo, contiene un fin positivo que merece tenerse en cuenta.

La ira, a diferencia del resto de emociones, invita a la acción. Lo que quiere de nosotros es que reaccionemos y que lo hagamos del modo más ajustado y adecuado posible. Solo así recobramos la homeostasis y solo así mejoramos nuestra realidad. Por ello, no está de más reflexionar en estos datos.

Claves para manejar la ira


Aprende a sentir la ira. A veces, es necesario escuchar con calma y valentía esas emociones incómodas para saber qué quieren decirnos. No es necesario nada más, solo conectar con nosotros mismos. Recuerda ante todo, que no es una emoción mala, es un umbral que debes cruzar para conocerte mejor.
Tras conectar con tus emociones, es momento de tomar una decisión. ¿Qué debo hacer? ¿Confronto o me alejo? ¿Reacciono o pongo distancia de esa situación que me amenaza o me hace daño?
No dejes para mañana la emoción que sientes hoy. Busca una solución a esa molestia, a ese dolor, a esa turbación interna. Evita que dicho malestar perdure con una solución adecuada.
Por último, evalúa el resultado. ¿Es necesario hacer algo más?
Para concluir. Puesto que ya conocemos el vínculo entre la ansiedad y la ira, es momento de tener muy presente esta información. Todos en algún momento, transitamos por épocas con estos tintes, con estas complejidades donde las emociones están siempre a flor de piel. Manejemos mejor estas situaciones y salgamos indemnes de ellas.

Valeria Sabater

Atrévete a ser feliz.

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