Reunir. Guardar. Acumular. Almacenar. Son acciones que la mayoría de nosotros conocemos perfectamnte. Amontonamos cosas por diferentes razones. Porque tienen un valor sentimental. Porque pensamos que podríamos necesitarlas en algún momento impreciso de un futuro lejano. Porque gastamos dinero en ellas y creemos que sería un pecado tirarlas, a pesar de que las hayamos usado durante años y estén tan desgastadas que prácticamente se desintegran…
Si sucumbimos a esa mentalidad, es probable que todavía tengamos guardado ese suvenir horrible que compramos hace años mientras estábamos de viaje, ese libro que lleva décadas en el estante sin que nos dignemos a abrirlo o esos zapatos que guardamos para una “ocasión especial” que nunca llega. Sin embargo, rodearnos de cosas y más cosas podría pasarle factura a nuestro bienestar, además de afectar nuestro raciocinio.
El desorden sobrecarga a nuestro cerebro y nos estresa
El caos y el desorden provocados por el exceso de posesiones termina pasándonos factura – lo queramos o no – porque somos sensibles a nuestro entorno. Las formas, los colores, la disposición en el espacio, los olores y hasta la temperatura influyen en nuestro estado de ánimo y pueden hacernos tomar mejores o peores decisiones.
Investigadores de la Universidad de California descubrieron que un exceso de objetos en el hogar provoca una sobreestimulación y sobrecarga a nivel cerebral. ¿El resultado? Una sensación sutil pero constante de estrés y unos niveles más elevados de cortisol que van aumentando a lo largo del día.
De hecho, investigadores del Instituto de Neurociencias de la Universidad de Princeton confirmaron que un campo visual con múltiples estímulos limita nuestra habilidad para procesar la información e incrementa las posibilidades de distracción. Explican: “cuando en el campo visual hay múltiples estímulos al mismo tiempo, estos compiten por la representación neural suprimiendo mutuamente la actividad que generan en toda la corteza visual, de manera que limitan la capacidad de procesamiento del sistema visual”.
En otras palabras, cuando nuestro entorno está desordenado, el caos limita la capacidad de nuestro cerebro para procesar la información ya que se mantienen diferentes redes neuronales activas. Es como si un niño nos estuviese llamando y tirando de la falda continuamente. Podemos concentrarnos. Sí. Pero nuestros recursos serán limitados porque nuestra atención está distribuida. Como resultado de esa distracción, no podremos procesar la información tan bien como lo haríamos en un entorno más ordenado, limpio y despejado.
El desorden nos hace tomar peores decisiones
Si no somos capaces de procesar concienzudamente la información, aumentan las probabilidades de que tomemos peores decisiones. Investigadores de la Universidad de Columbia Británica comprobaron que cuando estamos en habitaciones desordenadas disminuye nuestro grado de autocontrol y solemos tomar decisiones más impulsivas de las que después podemos arrepentirnos. Todo parece indicar que el caos genera un estado de activación interno que nos impulsa a actuar, sin valorar detenidamente las consecuencias de esa decisión.
De hecho, neurocientíficos de la Universidad McMaster corroboraron que cuando estamos en entornos desordenados y abigarrados nuestro cerebro funciona de manera diferente: no solo cometemos más errores sino que también nos confiamos más de lo que deberíamos. O sea, el desorden no solo nos impide pensar con claridad sino que nos conduce a cometer errores de juicio y, lo que es aún peor, nos hace creer que estamos tomando la decisión correcta, sin sombra de duda.
De esta manera, el desorden y el exceso de posesiones sería una especie de bomba de tiempo. Nos sumen en un círculo vicioso marcado por el estrés, las malas decisiones y la frustración, arrebatándonos además la capacidad necesaria para valorar objetivamente nuestro comportamiento.
Menos cosas = Más orden, más sencillez, más felicidad
Nuestros procesos cognitivos y emocionales son extremadamente susceptibles a las señales que llegan del exterior. Eso significa que, aunque no necesitamos llegar al extremo del minimalismo que predica el escritor japonés Fumio Sasaki, debemos ser conscientes de que tener menos cosas puede eliminar el desorden y ayudarnos a crear un entorno más despejado visualmente que promueva una mayor sensación de bienestar y nos ayude a clarificar nuestra mente y tomar mejores decisiones.
El secreto es sencillo: practicar el desapego siguiendo el método de Marie Kondo. Eso significa que debemos desechar todo aquello que no es útil, no necesitamos, no nos hace felices o no tiene un significado emocional especial porque esas cosas solo están ocupando espacio físico y emocional, creando caos y alimentando la inseguridad.
En su lugar, debemos dejar únicamente aquellas cosas funcionales y/o que nos hagan sentir bien cuando los vemos. Básicamente, si un objeto no tiene un significado especial o no es funcional, no tiene por qué ocupar un lugar en nuestro hogar.
Para comenzar, debemos visualizar qué tipo de hogar deseamos y qué es lo que realmente necesitamos en nuestra vida. ¿Eso que «necesitamos» es realmente funcional o nos brinda felicidad, paz y/o nos permite crecer? Son cuestiones que, más temprano que tarde deberíamos plantearnos porque nos ayudarán a crear un espacio sereno que fomente la paz interior y nos ayude a tomar mejores decisiones. Como dijo Pitágoras: «con orden y tiempo se encuentra el secreto para hacerlo todo, y hacerlo bien«.
Fuentes:
Boyoun, G. et. Al. (2014) Environmental Disorder Leads to Self-Regulatory Failure. Journal of Consumer Research; 40(6): 1203-1218.
McMains, S. & Kastner, S. (2011) Interactions of top-down and bottom-up mechanisms in human visual cortex. J Neurosci; 31(2): 587-597.
Saxbe, D. & Repetti, R. L. (2010) For better or worse? Coregulation of couples’ cortisol levels and mood states. J Pers Soc Psychol; 98(1): 92-103.
Saxbe, D. & Repetti, R. L. (2010) No Place Like Home: Home Tours Correlate With Daily Patterns of Mood and Cortisol. Personality & Social Psychology Bulletin; 36(1): 71-81.
Baldassi, S. et. Al. (2006) Visual Clutter Causes High-Magnitude Errors. PLoS Biol; 4(3): e56.
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