Todo lo que nos dignifique como personas y todo aquello que nos ayude a desarrollar el potencial con el que nacemos y todo lo que contribuya a nuestro mejoramiento personal ha de ser desarrollado hacia su plenitud y ha de ser perfeccionado.
La honestidad es una de esas virtudes con la que podemos crecer como Seres Humanos. Comprende la rectitud, la honradez, la justicia, la pureza … todo lo que contiene es bueno. Por ese motivo es conveniente prestarle la atención y dedicación que merece, y hacer de ella nuestra bandera, que sea uno de nuestros principios primordiales e irrenunciables.
La honestidad también implica actuar de acuerdo con lo que se piensa y se siente. Ser coherente. Marcar unos valores… y respetarlos.
En las dificultades que pueden surgir al ser honesto está, precisamente, su valor, porque ser honesto existe un compromiso –que me gustaría que se entendiera como casi sagrado-, y en el resultado del respeto de ese compromiso personal es donde uno encuentra su satisfacción. Uno sabe y siente que si es honesto está siendo más él mismo. Está siendo como él sabe que en el fondo es y como él quiere ser y mostrarse.
Pasa lo mismo con la integridad. Es íntegro quien posee entereza moral, quien es insobornable, y por lo tanto quien no renuncia a sus valores y sus principios y se empeña en defenderlos y proclamarlos con la fortaleza que se merecen.
Ser íntegro significa ser confiable, respetuoso, solidario, sincero, leal… tener una vida recta, honrada, intachable… y el cumplimiento de todo lo anterior –todo- depende exclusivamente de ti.
¿Quieres ser honesto e íntegro?
¿Vas a ser honesto e íntegro?
No siempre es fácil, pero siempre es hermoso.
Te dejo con tus reflexiones…
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