En mi opinión, no le prestamos suficiente atención a esta actividad que es tan importante… y tan necesaria y agradecida por quien necesita hablar y desahogarse.
Escuchar, en principio, sólo requiere una atención completa y activa hacia la persona que nos habla. No requiere de conocimientos especiales ni de tener una respuesta o una solución a lo que nos estén contando. Precisamente uno de los errores que comenten los escuchadores es el de querer dar una opinión o, peor aún, imponer su opinión.
No conviene adelantarse a decir lo que se piensa hasta que se cumplan dos condiciones: que la escucha haya sido atenta y precisa y se tenga todo claro –y si no se tiene algo claro, se pregunta- y que el otro nos pida nuestra opinión.
Cuando uno va a hablar tiene que ordenar sus ideas para expresarlas. Para ello antes tiene que revisarlas todas y descartar las que ya no son útiles o aquellas con las que ya no se está de acuerdo. En la mente, o en el recuerdo, o en el subconsciente –cada uno que escoja el mejor modo de entenderlo- conviven todas las ideas juntas, incluso las opuestas y las contradictorias, y es necesario tener que verbalizarlas para poner orden, de modo que uno –si se escucha cuando habla- se entera de qué es lo que realmente piensa o lo que le pasa.
Al cosificar las ideas en forma de palabras uno se deshace de los datos inútiles relacionados con el asunto y se queda con lo que está actualizado. Y para eso es mejor hablar que escribir.
Por eso en numerosas ocasiones el escuchador se tiene que quedar callado porque el otro, al escucharse a sí mismo, es posible que ya aclare sus dudas o sentimientos y no nos necesite más.
El escuchador, antes de opinar, ha de saber ponerse en el lugar del otro. Es cierto que lo que nos puede pedir es que le digamos cómo se ve desde nuestra objetividad y para eso nos necesita, pero al opinar no hay que olvidar que el otro es el otro. El otro no tiene nuestra misma forma de pensar, ni nuestra educación, ni nuestra ecuanimidad, ni las mismas circunstancias personales, por lo tanto hay que tener cuidado de no pretender imponerle nuestro punto de vista, ni nuestros principios… ni tampoco nuestros traumas o frustraciones.
El escuchador, antes de opinar, pregunta para entender si hay algo que no está claro. Luego, puede hacerle ver al otro sus vacíos o sus contradicciones, pero con sutileza, no como reproche. Y nunca –nunca- imponer algo.
Las decisiones personales las ha de tomar cada uno bajo su propia responsabilidad. El escuchador puede hacerle ver al otro su exposición acerca de lo que ha oído, pero no tomar la decisión final. La decisión ha de ser del otro.
Ten claro cómo vas a actuar la próxima vez que te veas en esa situación.
Te dejo con tus reflexiones…
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