Este acto de descubrimiento o
de toma de conciencia de una verdad, no siempre llega tras un acto doloroso que nos golpea sin esperarlo y sin anestesia. En ocasiones,
acontece de forma sibilina, tras muchos pocos que al final hacen “un mucho”,
como un rumor discreto pero persistente, que al final nos convence de algo que
quizá ya sospechábamos casi desde un principio.
“La verdad adelgaza y no
quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua”
-Miguel de Cervantes-
Dentro de una concepción más
espiritual, es común hablar de lo que se conoce como el “tercer ojo”.
Es sin duda un concepto interesante y curioso que en sus raíces tiene mucho que
ver con esta misma idea. Para el budismo y el hinduismo en este ojo se localiza
nuestra conciencia y esa intuición que favorece un adecuado
despertar personal. Un nuevo estado de atención en el que podemos percibir
ciertas cosas que en otros momentos se nos escapan.
Porque ese es quizá el
mayor problema que tenemos las personas: miramos pero no vemos. En
ocasiones, nos dejamos llevar por nuestras rutinas hasta desdibujarnos en la
insatisfacción. También es habitual que nos dejemos atrapar en ciertas
relaciones en las que lo damos todo, sin percibir que lo que
obtenemos a cambio es el veneno de la infelicidad.
Abrir los ojos a estas
realidades no es un simple despertar a la conciencia, es un acto de responsabilidad personal.
Miramos pero no vemos: es
momento de abrir los ojos
Fue el propio Aristóteles quien
dijo una vez que son nuestros sentidos quienes se limitan a captar la imagen
del mundo exterior como un todo. En este sentido, solo cuando hay una
clara voluntad podemos ver la verdad,
porque es entonces cuando la mente toma un contacto auténtico con lo que le
rodea y con sus reveladores detalles.
Conseguirlo no es fácil.
Porque se necesita intencionalidad, intuición, sentido
crítico y ante todo valentía para ver las situaciones y
circunstancias reales y no como nos gustaría que fueran.
Decir que muchos de nosotros andamos por nuestra realidad con una venda en los ojos puede sonar algo desolador, pero cuando las personas acuden en busca de un terapeuta con el fin de encontrar el origen de su ansiedad, de su cansancio, de su mal humor y de esa apatía vital que les quita el ánimo y la esperanza, el profesional realiza varios descubrimientos.
Decir que muchos de nosotros andamos por nuestra realidad con una venda en los ojos puede sonar algo desolador, pero cuando las personas acuden en busca de un terapeuta con el fin de encontrar el origen de su ansiedad, de su cansancio, de su mal humor y de esa apatía vital que les quita el ánimo y la esperanza, el profesional realiza varios descubrimientos.
Uno de ellos es la férrea resistencia a ver las cosas tal y como son en realidad. “Mi
pareja me quiere, sí, a veces me trata mal pero luego, cuando arreglamos
las cosas, vuelve a ser esa persona maravillosa que tanto me ama”. “Sí, al
final tuve que dejar la relación con esa chica porque a mis padres
no les agradaba, pero es que ellos siempre han sabido lo que era
mejor para mí…”
Las personas nos negamos
muchas veces a querer ver las cosas tal y como son por muy y variadas razones.
Por temor a vernos a nosotros mismos y a descubrirnos, por miedo a tener que
afrontar una verdad, por temor a la soledad, a no saber cómo reaccionar… Estas
resistencias psicológicas son obstáculos mentales: empalizadas que
actúan como mecanismos de defensa que alejan la felicidad.
No se nos puede olvidar que la
felicidad es, por encima de todo, una acto de
responsabilidad. Porque cuando por fin uno lo consigue, cuando logramos abrir los ojos, ya no hay vuelta atrás: es momento de actuar.
Con
la venda de los ojos me hice un lazo en el pelo
Cómo aprender a abrir tus ojos
Un modo sencillo, práctico y
útil de aprender a abrir los ojos a la verdad es dando un descanso a nuestra
mente. Sabemos que algo así
puede resultar paradójico, pero no se trata en absoluto de silenciarla, de
apagarla o de quitar las llaves al motor de nuestros procesos mentales. Se
trata simplemente, de desacelerar, para de algún modo, encender ese “tercer
ojo” del que hablan los budistas.
“Lo esencial, siempre es
invisible a los ojos”
-El Principito (Antoine de
Saint-Exupéry)-
Te enseñamos los pasos a
seguir.
·
Sitúate en un lugar relajado,
libre de estímulos que capten la atención de tus sentidos más físicos (sonidos,
olor, sensaciones físicas de frío, agobio o presión ambiental…).
·
Cuando intentamos aquietar la
mente, es común que al instante, irrumpan molestos pensamientos automáticos,
intrusivos y carentes de utilidad: cosas que hemos hecho, que hemos dicho,
cosas que nos han pasado, que otros nos han dicho…
·
Cada vez que llegue hasta ti
uno de estos pensamientos intrusivos, visualiza una piedra que es
lanzada a un estanque. Imagina como cómo impacta contra la superficie del agua
para después, desaparecer.
·
A medida que logremos
controlar y apartar los pensamientos automáticos y sin utilidad, llegarán
poco a poco esos otros donde se inscriben los miedos, las molestias, e incluso
esas imágenes que se hallan grabadas en nuestros subconsciente y a las que no
habíamos prestado atención (una falsa sonrisa, una mirada despectiva…).
·
Es momento de reflexionar
sobre esas sensaciones y esas imágenes para preguntarnos por qué nos hacen
sentir mal. Lo importante en esta fase es evitar justificaciones y juicios rápidos (mi pareja me ha dicho esa
palabra despectiva porque seguramente, yo lo he provocado). Debemos
ver las cosas tal y como son, aunque nos parezcan crudas, aunque descubramos
que son temiblemente dolorosas.
Para que este ejercicio traiga
resultados y nos permita abrir los ojos, debemos practicarlo a diario. La
verdad ascenderá tarde o temprano hasta nosotros para quitarnos la venda de
nuestro corazón y esos cerrojos donde nos hallábamos atrapados e insatisfechos.
Tras esto, ya no seremos los
mismos y solo cabrá una opción,
una salida y una obligación personal: mirar hacia delante, hacia nuestra propia
libertad y felicidad. Quedarse atrás queda ya terminantemente
prohibido.
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