Muchos de los momentos más
extraordinarios de nuestras vidas son momentos compartidos, son pedacitos de mágica complicidad con personas extraordinarias, con
amigos de infancia o nuevos amigos, con familiares, con amores de un
verano o amores de una vida entera. Fueron, son y serán momentos felices que
agradecemos y que a su vez nos dan fortaleza en instantes difíciles.
Si pusiéramos ante nosotros
fotograma a fotograma cada instante de nuestra existencia, lo más probable es
que aparecieran varias escenas con este brillo especial: el de la alegría, el
del bienestar y ese equilibrio sutil donde de pronto, la propia vida entra en
armonía. Lejos de lamentar que no se sucedan con más frecuencia esos
momentos de perfección absoluta, lo único que debemos hacer, es agradecerlos.
Agradecer haberlos experimentado.
“No es el tiempo lo que se os da,
sino el instante. Con un instante dado, a nosotros nos corresponde hacer el
tiempo”
-Georges Poulet-
Desde que Martin
Seligman orientara su trabajo a
finales de 1990 desde el estudio de la depresión o la indefensión aprendida al
campo de la felicidad se han escrito ya millones de libros orientados a
enseñarnos a “ser felices”. Se nos explica cómo ser constructores
precisamente de esas vivencias extraordinarias, a ser hábiles en nuestras tomas
de decisiones y arquitectos de esa alegría, auto-seguridad y confianza personal
para dar forma a un día a día más acorde a nuestras necesidades personales.
Ahora bien, desde aquellos
años hasta la actualidad, la psicología positiva de Seligman ha recibido muchas
críticas. De hecho, reconocidos psiquiatras y psicólogos sociales como Jerome
Wakefield, de la Universidad de Nueva York, afirman que a día de hoy existe
tal obsesión con “ser felices” que nos hemos olvidado simplemente de aprender a tolerar o gestionar
la tristeza.
Nos hemos olvidado de
que la felicidad, en realidad, son momentos, son preciosos fragmentos
de tiempo que van y vienen como pompas de jabón relucientes que
estallan y desaparecen…, pero que nos dejan a la vez, esa sonrisa satisfecha en
el rostro, ese hálito de ilusión con el que evocar el propio recuerdo de vez en
cuando para sentirnos niños de nuevo.
Momentos compartidos, clave de
la felicidad
Cerremos por un momento los
ojos y pidámosle a nuestra memoria que nos traslade en el tiempo hasta un
instante feliz. En poco más de un segundo
estaremos ahí, en alguna travesura de infancia con nuestros compañeros de
clase, o jugando en la piscina con nuestros hermanos, mientras el olor a cloro
y césped recién cortado vuelve de nuevo a nuestra memoria. Puede también que
nos veamos con nuestros abuelos, paseando, atendiendo sus
historias mientras nos llevan de la mano una tarde a las 5, tras salir del
colegio.
La memoria tiene predilección por los recuerdos de infancia, pero esos
momentos de felicidad también pueden tener la forma de una caricia bajo la
mesa, de un despertar en pareja sobre una misma almohada o incluso, y por qué
no, de aquel viaje cuajado de anécdotas con los amigos de siempre.
Esos momentos compartidos,
engarzados con el hilo dorado de las emociones, de la complicidad y el
cariño configuran por sí mismos una joya única en nuestra memoria más
íntima, en nuestra historia personal. Es “vida vivida”, son retazos de un
mismo donde nos sentimos más plenos que nunca.
Sonia
Lyubomirsky, profesora de psicología de la Universidad de California y más
conocida como “la científica de la felicidad”, nos explica que para ser
felices se necesita de cierto trabajo, de cierto empeño, pero que
si invertimos tiempo y esfuerzo en ese propósito nos daremos cuenta de que
puede ser muy divertido.
¿La razón? Un modo de
conseguirlo es aprendiendo a conectar con los demás. Tener amigos, por ejemplo,
disponer de relaciones personales significativas, es un modo sensacional de
construir momentos mágicos con más frecuencia. A veces, basta solo con
quedar a tomar un café con alguien para
construir un instante de mágica y catártica complicidad.
Los momentos extraordinarios
se crean
Más allá de lo que puedan
decirnos esas frases tan recurridas de que la felicidad está a la vuelta de la
esquina o de que los buenos momentos aparecen cuando menos lo esperamos, es
necesario tener claro unos aspectos. Sin una buena actitud, sin
apertura, capacidad de conexión, observación, sin
autoestima o auto-confianza, tendremos sin duda muchas ventanas cerradas.
Para crear instantes extraordinarios hay que aplicar en nuestro día a día unos
adecuados filtros con los cuales, poder disfrutar más de la vida.
“El recuerdo es el perfume del
alma”
-George Sand-
Claves para construir
instantes de calidad
La primera estrategia es sin
duda saber enfocarnos en las cosas que importan. Tener
claro qué y quién es esencial en nuestro corazón es lo que nos permitirá
invertir tiempo, esfuerzos y energías en esas
dimensiones tan esenciales.
El segundo escalón es la
bondad. Los momentos extraordinarios nacen muchas veces cuando hacemos algo por
alguien o lo hacen por nosotros, cuando compartimos cosas e instantes
desde el corazón porque existe el cariño, el afecto más sincero. Son pedacitos de tiempo vacíos de egoísmo o intereses soterrados.
La tercera estrategia tiene
que ver con nuestra capacidad para conectarnos al
momento presente, a lo que ocurre en nuestro aquí y ahora. Porque debemos
tenerlo muy claro: la felicidad no se programa, así
que no dejes para mañana la felicidad que puedas sentir hoy.
La última clave tiene que ver
con la gratitud. Debemos entender que la felicidad, tal y como hemos señalado
al inicio, va y viene. Esos momentos mágicos no duran eternamente. Así, y
mientras los estemos disfrutando, es recomendable agradecerlos. Da las
gracias por las personas especiales que te rodean, agradece poder saborear
esa experiencia que te ayuda a crecer como persona, a dar lo mejor de ti y a
sentirte digno y merecedor de esas emociones positivas.
No dudes pues en construir momentos extraordinarios cada vez que sea
posible…
Valeria Sabater
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