Me declaro protagonista de mi propia vida, no de la que me imponen los demás. Me declaro responsable de lo que hago y lo que digo, no de lo que entiendan otros. Me defino por mis valores, me amo entera, sin fisuras, con cada rincón imperfecto, con cada locura disfrutada, con cada error cometido y cada sombra que abrazar de vez en cuando para sanar mis cicatrices…
La auto-aceptación es esa tarea compleja y laberíntica que muchos apuntamos con tinta invisible en nuestra lista de tareas pendientes, como quien escribe sus buenos propósitos al empezar el año. Así, y casi sin darnos cuenta, llega un día en que al mirarnos al espejo sentimos un súbito e inexplicable pinchazo. ¿De verdad somos esa persona que refleja el cristal? ¿Cómo pueden los espejos mostrarnos una imagen tan nítida, impoluta y perfecta de nosotros mismos cuando nos sentimos tan “rotos”?
El precio de la grandeza es la responsabilidad”
-Winston Churchill-
Algo particularmente curioso
que suele darse en las personas que no han trabajado su auto-aceptación o la
integración de todas esas dimensiones personales y afectivas que lo definen a
uno, es que suelen responsabilizar a los demás de su infelicidad, de su
malestar. Lo hacen de forma automática sumidos muchas veces en una actitud
tristemente derrotista.
Por ejemplo: si no encuentro una buena pareja es porque
a día de hoy nadie cree en el compromiso. Si suspendo el examen es
porque no le gusto al profesor. Si no tengo buenos amigos es porque todas las
personas son falsas y desagradecidas. Si me he equivocado en esto es porque
alguien me orientó mal. Si soy inseguro se debe a cosa de familia, porque en
casa todos somos iguales…
Este tipo de actitud es como
la de quien enciende un ventilador y empieza a difundir el origen de sus
frustraciones a todos los que están a su alrededor. Por tanto, pocos ejercicios
pueden ser más saludables, catárticos y terapéuticos como dar el paso, como
declararnos protagonistas de nuestras vida, responsables de lo que somos y
lo que hacemos.
Asumir la responsabilidad
personal para alcanzar la felicidad
Declararse a uno mismo
responsable exclusivo de lo que se es, lo que se hace y lo que se piensa marca
sin duda un antes y un después. La responsabilidad personal significa
por encima de todo, no culpar a otros de la propia infelicidad.
Significa también poder descubrir distintas formas con las que alcanzar el
equilibrio y el propio bienestar a pesar las dinámicas negativas que nos
envuelvan.
Llegados a este punto, es muy
probable que más de uno se pregunte aquello de ¿Quiere esto decir que
se puede ser feliz sin importar las circunstancias que
nos rodeen? ¿Qué pasa si ahora mismo estoy atravesando una
enfermedad? ¿Qué pasa si mi relación afectiva es tormentosa e
inestable?
Bien, la respuesta a estas
preguntas es en sí misma sencilla: ser responsable de uno mismo es
entender que hay cosas que, efectivamente,
escapan a nuestro control, como es
el caso de una determinada dolencia física. En este caso, además de saber
aceptarlo, lo que marca la diferencia es nuestra ACTITUD.
Por otro lado, la persona
responsable y que se percibe a sí misma como protagonista de su propia vida y
no como un actor de reparto en el teatro de su existencia, entiende que para
ser feliz hay que tomar decisiones. Por
tanto, todo aquello que enturbie, todo lo que apague autoestimas, cercene
identidades o nos regale un sucedáneo de amor, es mejor dejarlo y recordar ese
compromiso firmado en algún valiente momento con nosotros mismos, aquel que nos
recordaba eso de “has venido a este mundo para ser feliz, no pierdas
el tiempo en lo que quita la alegría”.
Aprende a ser responsable de
ti mismo, declárate libre, siéntete único
William Ury es un conocido antropólogo
que ha adquirido una notable fama por trabajar como mediador y como promotor
del crecimiento personal, a través de libros como “El camino hacia el SÍ”. Para
este autor, ser responsables de nosotros mismos radica en dos áreas básicas: la
primera está en saber cuidar de nosotros mismos, siendo capaces de ver la
relación entre nuestras acciones y consecuencias. La segunda, en ser
capaces de respetar los compromisos que adquirimos con los
demás.
“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin
memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”
-José Saramago-
El doctor Ury nos propone
además, que para alcanzar este mágico equilibrio debemos poder darnos
el “SÍ” a nosotros mismos. A validarnos como personas, a auto-percibirnos
como seres capaces, personas hermosas y dignas de alcanzar aquello que se
propongan. Para ello, nos invita a conseguirlo a través de los siguientes
pasos.
Los 4 pasos de la
responsabilidad personal
·
Ponte en tus zapatos. Es muy posible que a lo largo de nuestra vida nos hallamos focalizado
solo en los demás, en satisfacer necesidades ajenas. Es momento de escucharnos,
de sintonizar de forma auténtica con nuestras emociones y
nuestros valores, clarificando con firmeza qué queremos y qué
no queremos.
·
Firma un compromiso
contigo mismo. Si no lo hemos hecho ya, es
recomendable que lo ejecutemos lo antes posible, se trata ni más ni menos que
de recordar cada día y a cada instante, que estamos obligados a atender
nuestras necesidades independientemente de lo que los otros hagan o dejen de
hacer.
·
Aprende a fluir. Ser responsable de uno mismo significa también aprender a confiar, tanto en nuestras propias capacidades como
en el propio discurrir de la vida. Asumir que hay cosas que llegan y otras que
se van es integrar esa economía emocional donde dejar de aferrarnos a
imposibles, a hechos que no nos dejan crecer.
Por último, también es
interesante recordar que nuestro día a día no es un
escenario de competición. No hay ninguna ley que nos diga que hay unos
que siempre deban ganar y otros que irremediablemente, estén obligados a perder
una y otra vez. Vivir es celebrar la vida, es dar y es recibir, es cohabitar en armonía siendo responsables de nosotros mismos, con nuestros aciertos y errores sin
culpar de nuestras frustraciones a quien quede cerca.
Pongamos en práctica estos
sencillos consejos y alcémonos como auténticos
protagonistas de nuestra existencia.
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