No soy un gurú, ni un maestro autorrealizado, ni un liberado-viviente, ni un mentor que ha alcanzado el samadhi definitivo. Lo siento para los que esperaban, expectaban, ensoñaban o fantaseaban con que yo era un iluminado o para los que anhelaban un gurú que aseverase que él puede hacer posible que la Senda sea fácil de recorrer para sus discípulos.
¡Pues no! Lo siento, pero no tengo la culpa de no estar iluminado y no ser un gurú para consolar y engatusar a los que quieren íconos o ídolos confortadores. Como en tantos programas de Radio, en compañía de mi hermano Miguel Ángel, hemos dicho: "todos tenemos los pies en el barro y el techo de cristal", pero unos tratan de mejorar, embellecer su alma, evolucionar y ennoblecerse, y otros se quedan empantanados en la brea de la ignorancia básica de la mente. No soy un swami, ni un sannyasin, ni un avadhuta ni un jñani. Soy un profesor de yoga que lleva sesenta años difundiendo las enseñanzas y métodos de esta disciplina milenaria, estando siempre accesible a todo el mundo e hiperconsciente de mis limitaciones.
Mi maestro en budismo Piyadassi Thera decía: "Unos corriendo, otros caminando y otros arrastrándose, pero todos nos veremos en la Meta". Soy de los que se arrastran, pero no deja de hacerlo, invirtiendo casi todo mi tiempo en impartir clases de yoga y meditación, seminarios, escribir y hacer mi propio trabajo interior. Me espanta que me tomen por un gurú o que personas con una evidente minoría de edad emocional se empeñen en idealizarme. Otros tienen más suerte que yo en este sentido: escritores de la Nueva Era que sin ningún esfuerzo se iluminaron y, prometiendo iluminaciones fáciles, hacen de sus obras best-seller, o preceptores que recibieron la iluminación de maestros iluminados (como si el talento espiritual se heredase) o gurús que son el vivo ejemplo de un linaje ancestral de sabios iluminados.
Desde luego no se me puede calificar de holgazán, porque con mis setenta y cinco años sigo arrastrándome por la senda con inquebrantable motivación y aplicado esfuerzo. Pero lo siento de veras por si alguien esperaba lo contrario, no soy un iluminado y no quiero que nadie se sienta frustrado por tomarme como tal. Me gusta lo que les dijo un maestro sufí a sus discípulos: "Porque soy débil, comprendo vuestra debilidad". Y ahora está, queridos amigos, lo que podrían decir los discípulos a su maestro: "Porque somos débiles, comprendemos tu debilidad". Más de quinientos mil alumnos han pasado por mis clases y les considero mis amigos espirituales.
Eso es lo que más valoro. Quiero amigos espirituales y no seguidores ciegos y emocionalmente dependientes, y no comprendo a aquellos que nacieron libres y se han hecho siervos de un gurú. Proporciono desde hace seis décadas lo verdaderamente valioso: enseñanzas y métodos para humanizarse y evolucionar. ¡Qué le vamos a hacer! No estoy iluminado, tampoco tengo la culpa de ello, ni siquiera me obsesiono por iluminarme, pero sí deseo, de todo corazón y a cada instante, ser mejor persona y poder transmitir todo lo que de valioso y liberador me han transmitido a mí.
Ramiro A.Calle
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