Dicho esto, se largó a llorar inconsolablemente durante un buen rato. Cuando se calmó, me dijo que era la primera vez que se lo contaba a alguien y que ahora se sentía mejor, que se había sacado un enorme peso de su pecho. Seguimos trabajando este y otros temas, aunque se resistía a venir; no solo tenía que tomar un tren y dos colectivos sino que abrirse y renovarse era muy difícil pero, como se sentía cada vez mejor, perseveraba. Sus amigos habían percibido el cambio y lo veían más tranquilo y contento, menos “payaso”. Un día vino muy exultante; me preguntó si me había contado que tenía problemas cardíacos; le dije que no y él me mostró un papel: “Fui al cardiólogo, miró los exámenes y me consultó qué estaba haciendo de distinto; yo lo pensé y le contesté que estaba en terapia; él se sonrío y me dijo que continuara, porque los resultados estaban normales, algo impensado”.
Siempre recuerdo a esta hermosa persona cuando alguien dice que la terapia es una pérdida de tiempo y dinero o que no la hace porque no los tiene (a pesar de que los gasta en cosas que no le traen ningún beneficio verdadero) o que los secretos o las emociones no importan. Este hombre nunca percibía sus emociones; para él eran “síntomas” (una opresión en el pecho, un dolor en la panza, un nudo en el estómago, una respiración ahogada, etc.) que finalmente terminaron siendo enfermedades.
¿Podemos acceder a una nueva vida si cargamos con la anterior? No. Lo negado, lo vedado, lo tapado implosionarán y los restos destrozarán aquello que hemos ocultado celosamente. Un nuevo paciente, joven, con serios trastornos de salud, me cuenta que se cansó de negar los problemas y de dejar que lo enfermen, que ahora quiere “ser consciente” y enfrentarlos. Me encantó que usara esta frase porque el tiempo del sufrimiento eterno ya pasó. Uno de mis mayores insights fue ese: yo permitía que todo se desbandara, sin encararlo, y cuando me estrellaba, recién ahí comenzaba el cambio. ¡No había ninguna necesidad!
Cuando ponemos consciencia en nuestras vidas, nos damos cuenta de cuándo ya un ciclo terminó y debemos comenzar uno nuevo o de la irrupción de un asunto que debemos enfrentar o de las relaciones que están desgastadas y deben finalizar o renovarse. Un hombre me escribió que cómo se puede hacer esto si uno no tiene tiempo de nada, debiendo ganarse el sustento esforzadamente todo el día y correr con mil cosas (de esto hablaré otro día). Le contesté que no es cuestión de tiempo, que no hay que sentarse horas a observar qué pensamos y cómo cambiarlo: es cuestión de darnos cuenta MIENTRAS eso sucede.
Esta dimensión, este Maya, esta Matrix es una metáfora de nuestros aprendizajes, nos muestra los desafíos que los constituyen y cómo solucionarlos. El problema es que nosotros los vemos como algo externo, que no tiene que ver con nosotros y sobre lo que no tenemos control. El afuera es solamente un reflejo de lo interno. En lugar de victimizarnos y culpar, podemos preguntarnos para qué aparece esa persona, esa situación, ese accidente, ese síntoma, lo que sea que atraviesa nuestra existencia. Es un proceso fascinante cuando uno le encuentra la vuelta. Halla la clave, lo desactiva y continúa con el próximo asunto.
Recuerda: “Cada día tiene su afán”, tu alma te provee de lo que necesitas saber y resolver en cada momento. No te adelantes, no empujes, no resistas. Acepta y observa, vive en el presente. Haz lo que necesites en tu interior y el exterior lo reflejará. Deja de guardar esqueletos en el ropero, sácalos a la luz. Sana tu vida y tus emociones, para que tu Ser tenga espacio para guiarte y protegerte. Estamos creando un nuevo mundo y será muchísimo mejor que este, pero no será de la noche a la mañana. Te necesitamos.
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