Así, las emociones positivas no son solo recomendables por su impacto instantáneo en el estado de ánimo. Como veremos a continuación, pueden dotar a la persona que siente ese afecto positivo de estrategias de afrontamiento, estilos de atribución más sanos y una manera de relacionarse muy diferente a las personas en las que priman las emociones positivas.
La teoría ampliadora y constructiva de las emociones positivas
Fredrickson (2009), investigadora principal del Positive Emotions and Psychophysiology Lab de la Universidad de Carolina del Norte, desarrolló la teoría global y constructiva de las emociones positivas.
En este marco, estudia el impacto inicial de las emociones positivas en el procesamiento de experiencias, así como en el aumento de las competencias sociales y personales. De esta manera, las emociones positivas permitirían a la persona desarrollar esquemas y habilidades que conllevarían una ampliación de competencias y de acción.
Las emociones positivas, no obstante, no solo tienen repercusiones homónimas. De hecho, las emociones positivas pueden presentar un efecto positivo, pero también negativo. Entre los efectos positivos que se han encontrado, podemos resaltar:
Aumento de benevolencia en el juicio acerca de uno mismo y de los demás.
Mayor acceso a recuerdos agradables y positivos que refuerzan los efectos de la emoción positiva inicial.
Mayor flexibilidad y rapidez en la cognición.
Conducta más altruista.
Toma de decisiones más rápida.
Como hemos dicho antes, las emociones positivas también pueden presentar efectos negativos para la persona. Entre ellos, destacamos:
El pensamiento es más superficial y menos analítico.
Procesamiento de información menos riguroso.
Vulnerabilidad a la persuasión.
Sentido del humor: positivo no equivale a simple
Tenemos ya claro el impacto de las emociones positivas en la persona. Sin embargo, ¿cuáles son esas emociones de las que hablamos?
Una de ellas es el sentido del humor, que aunque ha estado presente en la mayoría de las interacciones desde que el hombre es un ser racional, no es un fenómeno tan estudiado como otros.
Fue la psicología positiva la que durante los años 80 desarrolló interés por una emoción tan compleja. Aunque es un proceso social, es también una experiencia que incide en los aspectos cognitivos, emocionales y sociales de la persona.
El humor ha sido estudiado como cualquier otro fenómeno. Por ello se han desarrollado tres teorías que tratan de explicar su origen. Así, se centran en una pregunta: ¿qué necesidad tiene el hombre que cubre el humor?
Las teorías desarrolladas son:
Teoría de la superioridad. El humor aumenta el bienestar del momento porque responde a una agresividad más o menos latente. Esta agresividad se expresa cuando uno se ríe de desgracias ajenas (como cuando alguien se cae al suelo) o cuando alguien hace el ridículo.
Teoría de la incongruencia. El humor parte de dos ideas o aspectos que son inconciliables, y por ello motiva una reacción de humor por parte del usuario. Esta teoría indica que el humor está próximo a la creatividad.
Teoría psicodinámica. Desde esta teoría, se defiende que el humor es una herramienta que el ser humano utiliza para evitar sentirse mal, ansioso, agresivo o incómodo.
El optimismo: la necesidad de la expectativa
La segunda emoción positiva estudiada por los psicólogos es el optimismo, que se define como la expectativa generalizada de resultados positivos.
El optimismo sigue cubriendo necesidades del ser humano porque la acción humana suele necesitar de una expectativa de desarrollo positivo para ser llevada a cabo. Si se entiende que las cosas no van a salir como uno espera, la acción no se emprendería. El optimismo y el pesimismo describen dos perfiles muy diferentes de personalidad.
Peterson y Seligman (1988) han estudiado el optimismo desde la psicología de la atribución. Por ello, entienden el optimismo como una variable de la personalidad más o menos estable, encargada de organizar y planificar la conducta.
El optimismo está, por tanto, muy relacionado con la conducta del ser humano, en tanto que los sujetos optimistas suelen iniciar más conductas, y persistir más en ellas. Esto suele llevarles a tener más probabilidad de conseguir resultados positivos, en tanto que inician e intentan.
Algunos estudios plantean los efectos del optimismo, de los cuales subrayaremos:
El optimismo es predictor de supervivencia, mejor que algunos factores clínicos.
El optimismo conduce a un tipo de afrontamiento dirigido a las emociones, donde se trata de focalizar en los aspectos positivos y en base a estos generar mecanismos de adaptación.
Las personas optimistas tienen una reactividad psicofisiológica menor, que incide menos negativamente en la salud física del individuo, en tanto que se esperan buenos resultados.
No obstante, el optimismo también alberga efectos negativos, pues si no cabe esperar un buen futuro, este puede aumentar los riesgos y la ignorancia de amenazas inminentes importantes. Por ello, autores como Avia y Vázquez (1999) proponen un «optimismo inteligente», donde se insisten en los aspectos positivos de una realidad que puede ser también negativa.
El cuestionario Life Orientation Test muestra que el optimismo es una variable estable durante al menos 3 años, pues su puntuación en esta variable se mantiene aún cuando acaecen sucesos desagradables.
La esperanza: la consecución de objetivos
Scotland relaciona optimismo y esperanza, puesto que para este autor, la esperanza es una expectativa de futuro acerca de un objetivo personal.
Este objetivo tiene un valor personal elevado y motiva mucho al individuo a su consecución. Scotland entiende la esperanza como una emoción que favorece que la persona persista en la consecución de sus objetivos.
Snyder (2000), por otro lado, asume que la esperanza es un estado motivacional positivo, que emana de la convicción de que se pueden alcanzar determinados objetivos. Este autor distingue de la esperanza del optimismo en la importancia del objetivo que se quiere conseguir.
La importancia del objetivo también conlleva pensamientos con una magnitud fuerte, y la percepción de que la capacidad de uno es suficiente para alcanzar ese objetivo. La esperanza, por tanto, tiene una dimensión activa y comprometida.
Estudiar las emociones positivas no solo conlleva un mayor entendimiento de uno mismo y de sus reacciones. A veces, el estudio de emociones como la ansiedad, la angustia o la tristeza conduce a la elaboración de métodos en los que se trata de evitar o quitar esa ansiedad, angustia o tristeza.
Más que evitar emociones negativas, el estudio de las emociones positivas podría marcarnos el camino para potenciarlas. El trabajo en optimismo, sentido del humor y esperanza puede evitar después un trabajo posterior en angustia, tristeza y ansiedad.
Loreto Martín Moya
https://wiravaslp.blogspot.com/
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