viernes, 6 de diciembre de 2019

Renunciar a metas imposibles es tan importante como lograr las posibles


Para nadie es fácil abandonar los objetivos que se ha trazado en algún punto de su vida. Se suele decir que nada es imposible y es lindo como motivación, e incluso cierto en circunstancias excepcionales, pero la aplicación literal e indiscriminada de este principio puede hacer daño. A veces, hay que renunciar a metas imposibles en función del principio de realidad.


Insistir en un objetivo improbable puede causar mucho daño. Más allá del tiempo y el esfuerzo invertidos, lo preocupante es que muchas veces lleva a conclusiones erróneas. Así mismo, a veces se convierte en un mecanismo neurótico para no comprometerse con los verdaderos deseos.

Son muchos los momentos de la vida donde renunciar a metas imposibles. Desde que nacemos, tendemos a desear realidades que no se pueden concretar. Maduramos precisamente en función de abandonar esos deseos que jamás podrán hacerse realidad. Por eso, tales renuncias no son la confesión de un fracaso, sino el principio de un logro verdadero.

“Quien serás mañana comienza con quien eres hoy”.
-Tim Fargo-

Las metas imposibles

A los seres humanos no nos gustan los límites. En muchas oportunidades terminamos aceptándolos y adaptándonos a ellos para poder formar parte de una familia, de una sociedad, de una cultura. En el fondo, nacemos con la predisposición a desear que todo se haga a nuestro modo y que podamos imponer nuestra voluntad cada vez que lo queramos.

Una parte de la crianza está precisamente dedicada a enseñarle al niño los límites para la conducta. Se aprende, por ejemplo, que no estamos solos en el mundo y que debemos tomar en consideración a quienes nos rodean. Aprendemos eso, no sin cierta resistencia. Esas concesiones nos generan frustración, pero, a cambio, nos permiten construir vínculos sanos con nosotros mismos y con el mundo.

Tendremos que renunciar al pecho de la madre, a ir siempre en brazos de ella, a estar todo el tiempo en la casa, a jugar sin que nada nos obstaculice la diversión…

En cada edad de la vida tendremos que renunciar a metas imposibles, como ser siempre niños, siempre adolescentes o eternamente jóvenes. La vida implica una larga lista de renuncias.

Renunciar a las metas imposibles

Muchas de nuestras metas no llegan nunca a hacerse conscientes. Muy pocos admitirían que sí, que quieren seguir siendo el niño de mamá hasta los 50 años. Pero lo quieren. Tampoco dirían que desean que todos los demás hagan siempre lo que ellos quieren, pero lo desean. Adornamos y encubrimos esos deseos con justificaciones que nos parecen válidas.

También están las metas que son más conscientes, como ejercer determinada profesión, obtener un cargo específico, tener una determinada cantidad de dinero o encontrar cierto tipo de pareja.

Aunque en principio parecen objetivos perfectamente alcanzables, lo cierto es que en algunas ocasiones nos los planteamos en términos que resultan improbables. Sucede, principalmente, cuando apuntamos al resultado final, pero queremos saltarnos el proceso.

Por ejemplo, queremos trabajar en la NASA, pero nos da pereza estudiar o poco nos importa la investigación científica. O deseamos hallar un gran amor, pero entendemos como un gran amor aquel que nos colme todas las necesidades y aporte sentido a nuestra vida. En esos casos, hay metas falsas y, por lo mismo, inalcanzables.

Lo posible y lo imposible

Renunciar a metas imposibles no quiere decir que debamos conformarnos solo con los pequeños logros, ni que debamos reducir nuestros propósitos al mínimo. Se logran grandes objetivos, que parecen imposibles, cuando hay una voluntad decidida a hacer realidad toda una cadena de metas posibles. Se llega lejos cuando se conquista cada paso hacia adelante.

Lo que no es válido es plantearse objetivos imposibles de lograr y utilizar esta situación como excusa para la inacción. “Quería ser un gran médico, pero no pude estudiar”. “Hubiera querido ir a Tanzania, pero nunca he contado con los recursos suficientes”. ¿Se ve la trampa que nos ponemos en esos casos? En esos ejemplos, metas posibles se vuelven imposibles por la manera en que se abordan.

Un gran logro está compuesto por un gran número de objetivos conseguidos, paso a paso, en el camino. Si no se adelanta ese proceso, habrá un momento en que, en verdad, será imposible lograrlo. Por eso, renunciar a metas imposibles es una forma de comprometernos con metas posibles, de ir avanzando hacia esos grandes objetivos asequibles con nuestras circunstancias y recursos.

Edith Sánchez

Atrévete a ser feliz.

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