Yo era de las nuevas generaciones: “pensaba demasiado” y “quería la chancha y los veinte”, como decía mi madre. Era hipersensible y discutía todo. Era parte del advenimiento de una nueva Conciencia, que venía a romper el sistema como estaba para establecer otro distinto. Esa rebeldía y violencia (necesarias en ese momento, no ahora) fueron difíciles y tuve que pagar muchos precios, de los que no me arrepiento, porque a eso vine y me hicieron quién soy.
Pero, siempre me quedaron rondando esas viejas actitudes, que todavía se ven y son parte de una gran cantidad de personas, sobre todo cuando no han despertado a la conciencia. Lo hayan hecho o no, me llama la atención la fragilidad (¿debilidad?) de todos. Es cierto que vivimos en una sociedad llena de nuevos desafíos y exigencias, impensables en el pasado, pero también de comodidades y facilidades como nunca se vieron antes.
En otros tiempos, las personas estaban “blindadas” a lo que sentían y no se planteaban las cosas, eso era lo que había y en general estaba bien. Ahora, muchos desean ser otros y tener otra vida. Las ofertas constantes de la sociedad terminan alienando a la mayoría, que no pueden acceder al consumismo exacerbado ni a los modelos inalcanzables que proponen. La consecuencia es una frustración y vacíos crecientes, ya que se trabaja más que antes pero nunca se llega a lo que se quiere porque la zanahoria siempre está más allá.
No tengo claro si esta es la razón, pero observo que ese ego, que se subió al caballo y se cree Dios, está enervándose frente al peso de los efectos que no previó. Y es todavía más evidente en los que lo “espiritualizaron”. Cualquier referencia a una debilidad o defecto o inseguridad, desata una defensa desmedida. Una muestra de esto es la paulatina “corrección política” que atravesamos y las “grietas” que se suceden en el mundo.
Todos nos sentimos agraviados por cualquier cosa y nos creemos justificados para atacar enseguida. Se suponía que íbamos a respetar las diferencias pero solo las agravamos en un nuevo totalitarismo de lo distinto. Se suponía que íbamos a ser una humanidad pero erigimos el imperio del sectarismo y el individualismo. Una forma fácil de detectarlo es con nosotros mismos (el todo es la suma de las partes): nos ofendemos y agredimos en cuanto nos tocan un punto débil o una opinión o una creencia.
El ego frágil es el nuevo rey. Sería interesante si lo viésemos como un paso necesario del camino hacia de la guía del Ser: tenemos que ponerlo en su lugar para que comprenda que es solo un instrumento. El problema es que, en lugar de bajarlo del pedestal, reeducarlo y hacerlo un recurso potente al servicio del alma, lo defendemos y apañamos. ¡Pobrecitos nosotros!
¿Cómo salir de este círculo vicioso? En principio, dándonos cuenta de que TODO ES EGO. Y no usarlo como justificación: “Es el ego, ¿viste?” y nos quedamos en eso. Salir de la reactividad adquirida no es fácil, se requiere activar la conciencia continuamente para no apegarnos a esos pensamientos, emociones y actitudes que creemos que nos definen. “Yo soy así” es una maldición conformista si se refiere a lo que nos daña, limita, atemoriza, adapta.
Respirar y tomar distancia es un buen recurso para evitar la reacción inmediata. Obviamente, primero tenemos que conocer y aceptar las ideas restrictivas y las emociones carentes, para luego poder transformarlas en otras que exalten la singularidad maravillosa que traemos, guiada por nuestro Ser. Ella no está para servirnos sino para servir a Todo Lo Que Es. Cuando comprendamos esto, dejaremos de defender lo indefendible y seremos Uno con Todo.
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