“En el amor se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”, escribió el psicólogo Erich Fromm refiriéndose a la necesidad de poner en común pero, a la vez, mantener la individualidad en la relación de pareja.
El poeta y filósofo Kahlil Gibran añadió: “Amaos, pero no convirtáis el amor en una prisión. Es mejor que sea un mar que se mueve entre las orillas de sus almas”.
Por desgracia, a menudo experimentamos un amor posesivo que termina auto destruyéndose. El deseo de poseer y controlar al otro termina quemando el oxígeno psicológico que toda relación necesita para sobrevivir.
Cuando el amor no permite crecer, sino que demanda el sacrificio de la identidad en el altar del “nosotros”, no es amor sino posesión. Y está condenado al fracaso, o a la insatisfacción permanente de quienes se quedan atrapados en esa red.
CONVERTIRSE EN EL GUARDIÁN DE LA SOLEDAD DE QUIEN AMAMOS
Cuando amamos, necesitamos aprender a dar espacio al otro. Ese acto es, quizá, el único que puede salvar una relación, lograr que prospere a lo largo del tiempo y, sobre todo, garantizar que ese vínculo sea terreno fértil para que ambos puedan crecer.
Al respecto, la psicóloga belga Esther Perel afirmó que “el amor se basa en dos pilares: rendición y autonomía” porque “nuestra necesidad de unión existe junto con nuestra necesidad de separación”.
¿Cómo lograrlo? A inicios del siglo XX, el poeta Rainer Maria Rilke ya nos brindaba una solución para romper la aparente dicotomía entre posesión y libertad que suele darse en las relaciones:
“Esta es la tarea más importante para mantener un vínculo entre dos personas: que cada uno se convierta en el guardián de la soledad del otro.
“Una vez que aceptamos que entre los seres humanos más cercanos existen infinitas distancias, ¡puede crecer una maravillosa vida junto al otro, si tienen éxito en amar la distancia entre ellos, la cual hace posible a cada uno ver al otro a través de un cielo abierto.
“Amar será durante mucho tiempo y a lo largo de la vida, soledad, recogimiento prolongado y profundo para aquel que ama. Amar, sobre todo, no es nada que signifique evadirse de sí mismo, darse y unirse a otro, porque ¿qué sería la unión de unos seres aún turbios, incompletos, confusos? Amar es una sublime oportunidad para que el individuo madure, para llegar a ser algo en sí mismo”.
Este poeta nos brinda una visión diferente del amor. No implica amar a alguien solo por las cosas que tenemos en común, sino también por aquellas que no compartimos y nos hacen diferentes. Significa amar no a pesar de las diferencias, sino amar también las diferencias. Obviamente, eso significa que no debemos intentar modelar al otro a nuestra imagen y semejanza sino convertirnos en guardianes de esas diferencias que nos hacen únicos.
Respetar la individualidad, así como la necesidad de soledad, son las bases para construir una relación sólida y madura a lo largo del tiempo en la que ambas personas puedan crecer, juntas pero cada quien en su propio sentido, y se sientan a gusto.
Estos principios no solo son válidos en la pareja sino que se aplican a cualquier relación cercana o cualquier vínculo que se desee mantener durante toda la vida, ya sea entre amigos, hermanos o entre padres e hijos.
“Toda compañía puede consistir únicamente en el fortalecimiento de dos soledades vecinas, mientras que todo lo que uno suele llamar darse a sí mismo es perjudicial por naturaleza para esa compañía: porque cuando una persona se abandona, ya no es nada, y cuando dos personas se dan a sí mismas, para acercarse, ya no hay ningún terreno debajo de ellas y estar juntos es una continúa caída”.
“Los que querían hacerse el bien se relacionan de manera imperiosa e intolerante, y en la lucha por salir de su insostenible e insoportable estado de confusión, cometen el mayor error que puede acaecer en las relaciones humanas: se vuelven impacientes. Se apresuran a una conclusión; para llegar, como creen, a una decisión final, intentan de una vez por todas establecer su relación, cuyos sorprendentes cambios los han asustado, para seguir siendo los mismos ahora y por siempre”, sentenció Rilke.
Autor desconocido
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