Un hombre vestido con un traje de Armani
Un hombre conduciendo un Ferrari rojo
Un jugador de béisbol de la liga nacional
Un cómico
Un matemático
Un hombre levantando pesas
Un nadador olímpico
Un profesor de universidad
Un modelo
Un terapeuta sexual
¿Cuál cree usted que es el más espiritual y cuál el menos espiritual?
¿No le parecen muy curiosas las cosas que descartamos como no espirituales? ¿Por qué la mayor parte de esos hombres no nos parecen muy espirituales o, dicho de otro modo, por qué nos resulta tan difícil verlos como personas espirituales? ¿No son acaso nuestros prejuicios los que determinan dónde suponemos que está el Espíritu y dónde no lo está? ¿No pone acaso todo ello de relieve lo anticuadas, fragmentarias y POCO INTEGRALES que son nuestras ideas sobre el Espíritu? ¿Por qué suponemos que contar chistes no es espiritual? ¿Por qué tendemos a creer que las cosas hermosas ―como un coche o un traje― no son espirituales? ¿Por qué no puede ser espiritual la excelencia física? ¿Por qué desdeñamos al sexo como algo no espiritual? ¿Por qué... por qué... por qué...?
El nuestro es un mundo nuevo y, en consecuencia, requiere de una nueva espiritualidad, de un nuevo tiempo, de un hombre nuevo y de una mujer nueva. Todas las categorías anteriormente mencionadas son profundamente espirituales y ponen de relieve las cosas que menos espirituales nos parecen. ¡Pero qué Dios más extraño es ése, un Dios muerto de cuello para abajo, un Dios castrado y despojado de sentido del humor, un Dios carente de sensibilidad estética que se pasa el día orando e ignorando al mundo!
Ése es un dios muerto, un dios muerto a la vida, muerto al cuerpo, muerto a la naturaleza, muerto al sexo, muerto a la belleza y muerto a la excelencia. Pero lo cierto es que ése jamás fue el verdadero Dios, sino el mero resumen de las cosas que los hombres y las mujeres no supieron manejar, un extracto de los impulsos fóbicos y reprimidos del ser humano que acabó convirtiéndose en el Gran Escape.
Pero ese Dios ya murió. El nuestro es un mundo nuevo y, en consecuencia, requiere de una nueva espiritualidad, de un nuevo hombre y de una nueva mujer.
El Espíritu es integral y también lo es el ser humano.
Amplíe, pues, cuanto pueda el círculo de su comprensión; contemple las cosas desde mil quinientos metros de altura; sea lo más inclusivo posible y no se contente con el mero pluralismo (que no tarda en romperse en pedazos, fragmentarse y disgregarse dejando, en su lugar, al ego), y aspire a un pluralismo realmente integral; extienda su abrazo compasivo hasta que abrace a todos los hombres y a todas las mujeres que trabajan en los campos y en las disciplinas abarcadas por las ocho metodologías; incluya en su mapa del mundo todos los espacios fenoménicos; abra su mente hasta que en ella quepa el infinito e irradie el resplandor de la sobremente; expanda los latidos de su corazón hasta llegar a liberar su anhelo de amor por toda cosa, persona y evento del Kosmos, para que ese amor se manifieste durante todo el camino que le lleva hasta el infinito y también durante todo el camino de regreso; sonría cuando, finalmente, se quede asombrado ante el rostro resplandeciente de la segunda persona de Dios (del Tú último en tanto que Amor infinito que entonces emerge como último Nosotros), cuando su rostro original sea Dios en primera persona (o el Yo-Yo último del Testigo-Vacuidad puro y no dual de este momento) y sabiendo también que la totalidad del universo manifiesto ―la Gran Holoarquía de seres que se extienden durante todo el camino de ascenso y durante todo el camino de descenso― es Dios en tercera persona (el Ello último como totalidad del Kosmos): Yo, Tú, Nosotros y Ello, todos juntos en el resplandeciente perfil de la simple Talidad de éste y de todos los instantes, mientras siente la textura del Kosmos y descubre su mismo Yo en la trama y en la urdimbre del tejido de un universo que ahora irradia con el resplandor de un Espíritu imposible de negar, como tampoco puede negar la conciencia de esta página y sabiendo que el Espíritu y la conciencia de esta página no son dos, hasta que llegue a entender, como los grandes sabios tanto de Oriente como de Occidente, desde Lao Tzu hasta Asanga, Shankara, san Pablo, san Agustín, Parménides, Plotino, Descartes, Schelling, santa Teresa y la princesa Tsogyal, el secreto último del mundo espiritual, a saber, que la omnipresente conciencia Divina plenamente iluminada no es difícil de alcanzar, sino imposible de evitar.
¿Por qué lo buscaba aquí y allá, cuando Dios es El Que Busca? ¿Por qué insistía en seguir buscando, cuando Dios es El Que Encuentra? ¿Por qué trataba de descubrir el Espíritu, cuando el Espíritu es El Que Descubre? ¿Por qué se empeñaba en que Dios mostrase su Rostro, cuando el rostro de Dios es su Rostro Original, el Testigo, ahora mismo, tal cual es, de esta página? ¿Tan difícil es entender que usted ya es, sin necesidad de hacer el menor esfuerzo, consciente de esta página? ¿Por qué se esforzaba tanto, cuando la conciencia omnipresente está emergiendo ahora mismo de manera espontánea y sin necesidad de realizar esfuerzo alguno, como lo hace la conciencia de este libro, del entorno que le rodea y de la habitación en que se encuentra? Advierta todo eso y dese cuenta de que todo ello emerge aquí y ahora, sin hacer esfuerzo alguno, en su conciencia presente y en su Despertar eterno.
¿Acaso debe hacer algún esfuerzo para ser consciente del momento presente? ¿Dónde pretendía ver a Dios, cuando Dios es el Vidente omnipresente? ¿Cuánto conocimiento pensaba embutir en su cabeza para llegar a conocer a Dios, cuando Dios es el Conocedor omnipresente? ¿Cuántos libros como éste ―o como cualquier otro― creía que debía leer para descubrir el Espíritu, cuando el Espíritu ―y Dios mismo― es el que ahora está leyendo esta frase? Sienta al Lector de esta frase, experimente la simple sensación de Ser, dese cuenta de Quién está sintiendo ahora en usted y experimentará a Dios plenamente revelado en toda su resplandeciente gloria, Un Solo Sabor de la Talidad divina de todo el Kosmos, una ausencia total de dualidad entre el yo y el Yo que le deja sin aliento, plenamente iluminado y completamente realizado en éste y en todos los instantes. ¿No escucha ya los sonidos que le rodean? ¿Acaso hay alguien que no esté ya iluminado?
Permítalo todo. Tráguese el Kosmos entero. Usted sabe perfectamente que todo está ya bien. Deje, pues, de contarse mentiras y atrévase a dar el último paso que conduce desde el yo hasta el Yo. En el Kosmos hay espacio para todo. Ábrase y deje que todo entre. Expanda su mente hasta que se rompa y deje de necesitar mapas, y que el enfoque OCON (omnicuadrante, omninivel) se convierta en el difuso recuerdo de un mapa que le ayudó a descubrir su Yo, que le ayudó a descubrir su Yo-Yo, y luego coloque el enfoque OCON en el álbum del verano en que, renunciando a buscar, encontró a Dios. Cuando abandone toda búsqueda y descanse en el Buscador, dejará de necesitar mapas. Entonces le bastará con el mero territorio iluminado por el resplandor de un Ahora atemporal en el que el Yo cegará a su yo, superando sin problemas todas las dificultades que aparezcan en la búsqueda espiritual mediante la renuncia a la búsqueda, al tiempo que su cabeza se asienta al reconocer que el gran juego ha concluido, que la gran obra de teatro ha terminado y que el gran juego del escondite se acabó al reconocer, finalmente, que Usted era Ello.
Fuente: Ken Wilber. Espiritualidad Integral (Kairós, 2007)
https://www.nodualidad.info
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