Quizás pienses que es imposible captar algo si el interlocutor es el silencio, pero inténtalo. A menudo, este es el puente, el camino, hacia el contacto con nosotros mismos. En este caso, hacia tu interior. No tengas miedo y por supuesto, no huyas.
No hay nada de malo en mirarse al espejo, tocarse la piel y rozar esas heridas que tantas veces te empeñas en no mirar. No desvíes tu mirada ni cierres los ojos para hacer como si nada cuando sientas que algo te duele. Abraza tus monstruos, abraza tu lado oscuro. Conecta contigo.
La oscuridad de las heridas
Mirar a la cara al sufrimiento no es una experiencia que se precie agradable, es cierto. Los fantasmas que transitan por tus recuerdos pueden llegar a ser muy intimidantes y a veces, demasiado autoritarios. Saben a la perfección cuáles son tus senderos inquebrantables, aquellos que son más inestables y las rutas sombrías que albergan las raíces que se hienden profundamente en tu piel.
Esos fantasmas son las huellas de tu pasado, los anclajes que te esclavizan al dolor de lo vivido, y lo alimentan, de vez en cuando, para recordarte una vez más que siguen ahí, que eso no lo has superado. Incluso, si no lo impides, se convertirán en esos monstruos que tanto acabarás temiendo: el miedo al rechazo, a sentirte solo, a ser un fracaso… Distintos disfraces, distintas máscaras para cubrir esa falsa creencia a la que tanto te aferras: ser incapaz de ser feliz.
¿Sabes? Las heridas también tienen su lado oscuro, ese desde el que solo se avista la tristeza de lo gris, el dolor de las espinas y la decadencia de la ilusión. Una zona peligrosa en la que puedes caer preso y que tiene como fruto el girar de tu vida alrededor del sufrimiento. Una sutil telaraña que poco a poco te atrapa.
Las heridas también tienen su lado oscuro, esa zona peligrosa que nos hace girar alrededor del sufrimiento.
No es fácil liberarse de las esquirlas del pasado, sobre todo si se agarran profundamente sobre tu piel y echas mano del autoengaño. El dolor tiene mil y una maneras de expresarse, y aún pensando que estás libre de su condena, puede no ser así, sobre todo si tu tendencia es evitarlo.
Incluso el cuerpo también puede ser un medio para hacerse presente. David Alexander, profesor y director del Centro de Investigación de Trauma en Aberdeen afirma que “La gente que ha sufrido daños emocionales a menudo traduce ese dolor en algo físico”.
Por esta razón, más vale que no descuides el lado oscuro de tus heridas y su influencia en tu mundo. Puede ser tan astuto y tan perspicaz que hasta llegue a cambiar tu visión de la realidad. Y de este modo, quedes atrapado en una espiral de sufrimiento infinita para tus ojos.
“No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historial puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas”.
-Marwan-
La luz que nace de tu lado oscuro
Ahora bien, así como tu lado oscuro puede quebrar tu existencia también contiene el impulso necesario para hacerte crecer. ¿Qué contradictorio verdad? Pero así es. El océano del sufrimiento es inmenso pero no olvides que si miras hacia el otro lado podrás divisar tierra firme. La clave está en el equilibrio.
Se trata de ir más allá de la experiencia dolorosa, una vez identificada y comprendida. A pesar de que tu corazón esté lleno de dolor, puedes valorar todo lo que acontece a tu alrededor. La realidad no es solo sufrimiento, aunque a veces te empeñes en verlo así. Ahora bien, si solo te fijas en tus espinas, si no ves más allá de tus heridas, tu mente creerá que eso es lo único que existe.
El sufrimiento está ahí, lo importante es que puedes decidir ahogarte o bien, madurar y crecer a través del vaivén de sus olas. ¿Cómo? Abrazando a tu lado oscuro, abrazando a tus monstruos y tus demonios.
El psiquiatra suizo Carl Jung denominaba a este lado oscuro de nuestra personalidad el arquetipo de la sombra. El sótano en el que se esconden nuestros instintos más reprimidos, egoísmos más afilados y deseos más irrefrenables.
Si deseamos ver la luz, tenemos primero que sumergirnos en nuestras profundidades más oscuras.
Todos sufrimos en algún momento, lo importante es que seas capaz de reconocerlo, aceptarlo y sentirlo, con bondad y sin violencia. No seas tan duro contigo. Y una vez hecho esto, observa cómo se genera, cuáles son sus causas, su verdadera naturaleza. ¿Qué pensamientos lo alimentan? ¿Qué actos lo empoderan? ¿Qué sentimientos lo hacen vibrar de nuevo? A menudo echamos gasolina al fuego de nuestras palabras, acciones y pensamientos sin ni siquiera darnos cuenta…
El siguiente paso en el camino de la liberación es dejar de crear sufrimiento evitando hacer todo aquello que lo causa. Este paso requiere paciencia, mucho esfuerzo y por supuesto práctica. En tu interior tienes arraigadas mil y una formas de hacerte daño, casi todas relacionadas con tus pensamientos y automatismos. La clave está en detectarlas y comprender que nada es permanente y que además tienes la capacidad de transformar tu vida. No eres una marioneta.
Está claro, profundizar en uno mismo no es un proceso sencillo. Hay que traspasar muros y romper muchas corazas, pero es el camino para hallar la luz que ilumine nuestro día a día, la senda hacia el bienestar. Ahora bien, la transformación no será repentina, sino gradual.
Trascender tu lado oscuro requiere su tiempo, pero solo así podrás poner fin a tu sufrimiento y hacer las paces con él. A menudo los monstruos que nos gobiernan no son más que nuestros miedos pidiéndonos ayuda…
Gema Sánchez Cuevas
https://wiravaslp.blogspot.com
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