Es cierto, perder a alguien que amamos duele muchísimo, pero perder la dignidad en el intento de retenerlo genera daños más profundos. Está muy bien reflexionar acerca de nuestras responsabilidades al momento de cerrar un capítulo, eso nos hará sacar de esa experiencia lo mejor, nos hará crecer, nos hará evolucionar y prepararnos para algo mejor…
No está bien sumergirnos en la culpa, en el resentimiento. No está bien darnos látigo con todo aquello que consideramos pudimos haber hecho de forma diferente. Acepémoslo, todos cometemos errores, todos hemos tenido reacciones que quisiésemos poder anular de nuestro pasado, todos hemos herido a un ser querido… Pero lamentablemente no podemos más que evolucionar a través de las experiencias y aceptar las consecuencias de nuestros actos.
Es cierto que atravesamos “momentos de luz” cuando sentimos querer a un ser querido, nos damos cuenta de lo que hemos hecho mal, justificamos las acciones de esa persona, idealizamos y tenemos fuertes batallas internas, tratando de definir qué podemos ofrecer sin pagar un alto precio por retener a quien queremos, sin quedarnos en cero con nosotros mismos.
Pero resulta que las cosas no ocurren de la noche a la mañana, que lo se viene perdiendo no lo podremos recuperar a la velocidad que nos gustaría y que para estar en una relación de dos, se necesitan a esos dos dispuestos y abiertos, trabajando por un objetivo común, tratando de darse una oportunidad que ambos creen merecer y solo de esta manera, el aferrarse a una relación puede tener sentido, cuando los dos se aferran a un amor, a un sentimiento, a la esperanza de poder reconstruir desde el amor aquello fracturado o perdido.
Cuando el intento solo viene de una de las partes, resulta doloroso y frustrante, quien trata de convencer a quien ama de mantenerse a su lado, no estará conforme con ningún resultado, no estará conforme si esa persona a fuerzas se queda, en principio sentirá tranquilidad, pero luego se dará cuenta de que es solo cuestión de tiempo y que tendrá que hacer constantes sacrificios por mantener a alguien que en definitiva no se queda más que por presión, por lástima, por no haber conseguido a alguien que lo impulse en medio de ese dilema, por costumbre, pero no porque quiere y esto siempre dolerá.
Tampoco estará conforme si la persona se va, aunque es la posición que mayores herramientas le brinda, le dejará el mal sabor de no haber hecho lo necesario… Sin embargo, dejar ir a quien se quiere marchar es la decisión más inteligente, que más completa puede dejar a quien la toma, resulta una muestra de amor propio, una reconciliación con sí mismo, mediante la cual siempre se abrirán oportunidades, desde donde realmente hay opciones. Inclusive si desea a futuro un plan de reconquista, es desde la dignidad desde lo podrá ejecutar, aunque por lo general cuando se deja ir, cuando se suelta de corazón, se abren tantas oportunidades, que no se quiere mirar al pasado.
RINCON DEL TIBET
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