Crecer duele. Para los niños, la expansión de las extremidades óseas y el rompimiento de las fibras musculares puede ser muy doloroso, sin embargo, cuando el proceso avanza, descubren que son más altos y fuertes para saltar y jugar sin miedo a lastimarse. Podría decirse que somos niños toda la vida, y que nuestros huesos y músculos alcanzan un tope de crecimiento que nunca llega a alcanzar nuestro espíritu.
El miedo, la ira y el resentimiento son emociones comunes que nos marcan a lo largo del viaje; representan esquirlas en el camino que abren heridas a nuestro paso, y aunque es natural rehuir al dolor para protegernos, lo cierto es que hace parte de la travesía y tiene el poder para desnudar al máximo nuestro potencial.
Las heridas del alma nos hacen más fuertes, son el camino más noble y puro hacia la sabiduría, la humanidad, el perdón y la bondad.
El dolor y el sufrimiento están presentes como figuras de enorme valor religioso y espiritual en todas las culturas del mundo. Para los budistas, el dolor es obligatorio, pero el sufrimiento es opcional, lo que significa que, si bien la vida es un largo trayecto lleno de tempestades y obstáculos que abren heridas profundas, el modo en que decidimos afrontar el dolor es una decisión personal.
“La raíz del sufrimiento es el apego”, decía Siddhartha. Nos apegamos cuando comenzamos a identificarnos y sentirnos parte de aquello que nos genera malestar, en lugar de interpretarlo como un grano de arena en el desierto, una pequeña eventualidad destinada a cruzarse en nuestra vida para fortalecer nuestro espíritu.
“A veces, descubrimos nuestra mayor fuerza únicamente cuando nos enfrentamos con nuestra mayor debilidad”
Es el sufrimiento y no el dolor lo que nos ata a largas cadenas de odio y rencor que, finalmente, nos marchitan el alma. Afortunadamente, tenemos la autonomía para elegir aquellos pensamientos y emociones a los que otorgamos poder; y desde luego, eso en lo que decidimos enfocarnos, termina por construir nuestra realidad.
Para el dramaturgo William Shakespeare, la adversidad era un árbol que daba frutos dulces, parecida a un sapo feo que, mágicamente, llevaba una preciosa joya en la cabeza. Puede parecer complicado tener esta perspectiva optimista cuando estamos en medio de un evento doloroso, como la pérdida de un ser querido o un rompimiento, no obstante, negarse a la posibilidad de contemplar el lado positivo de la historia ¡puede generarnos aún más dolor!
Las heridas del alma son experiencias intensas con el poder suficiente para cambiar nuestra forma de ver la vida si lo permitimos, si tan solo nos atrevemos a desplegar las alas y volar sin ataduras a una realidad donde el dolor nos hace más fuertes, empáticos y abiertos a perdonar.
“Flores hermosas adornan el jardín de las heridas”
Una antigua leyenda que narra el origen de los tulipanes rojos cuenta lo siguiente:
En un lejano reino, existía un príncipe locamente enamorado de una doncella. Un día, supo que la doncella se casaría con otro hombre, y cegado por el dolor, montó su caballo y cabalgó hasta un barranco, desde el cual se lanzó.
Cuando su cuerpo cayó sobre la tierra, la sangre del príncipe manchó la arena, y justo en aquel sitio creció un tulipán rojo como símbolo de la pasión y amor incondicional. Desde entonces, el tulipán rojo se considera la declaración de los amantes arriesgados”
Al igual que fue posible el nacimiento de un hermoso tulipán rojo producto del dolor del príncipe, las heridas del alma son el terreno fértil de la alegría y las oportunidades inesperadas en el futuro.
Recuerda que solo tú puedes tomar las riendas de tu vida, y los obstáculos sirven como impulsos para alcanzar nuestros sueños con más ganas. Resistir, insistir y persistir es la receta de una vida esplendorosa.
Phrònesis
Atrévete a ser feliz. |
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